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Recuerdos.
Somos inevitables.
Las mazmorras no eran lo mismo, con el tiempo iban cambiando, a veces eran insoportables por la cantidad de almas que eran allí torturadas, otras veces la cantidad de demonios que albergaba era bastante molesta ya que estos comenzaba a pelear por territorio, fuera de una u otra forma, Imonae debía estar presente para dejarle en claro a los nuevos a que a él se le respeta y que no va a tolerarles nada, y a los longevos, que se cuiden, porque lo ve todo.
Como cada vez que se paseaba por los más recónditos lugares de su reino el rubio tarareaba una melodía que recordaba de cuando fue joven e impulsivo, solía repetirla en su mente más de una vez pero cantarla pocas veces. A su lado, Glhor se movía sigiloso, como siempre, el demonio joven no se despega de su lado puesto que era su más fiel sirviente, en cambio, Belce, iba y venía por todos lados y haciendo plática y amistad con todos los habitantes del Infierno.
—Señor —Belce se detuvo observando a un punto en lo que ellos podía considerar "cielo" dentro de sus dominios, donde las nubes rojizas y espesas cubrían con ansias—. Algo viene.
—No me digas, ¿Tendremos visitas? —frunció el ceño interesado—. Tal vez un nuevo juguete, las mazmorras han estado calmas desde hace mucho tiempo.
Ambos se acercaron un poco al lugar de dónde provenía la vibración de dimensiones, pudieron ver minutos después una brecha extenderse dando paso a un grupo de ángeles, Imonae aseveró su mirada, no era común ver a tantos en sus parajes y no le gustaba nada. De pronto le urgía arrancarles las alas a cada uno de ellos, hacerlos gritar de sufrimiento mientras les carcome el alma con lentitud; todos esos pensamientos trágicos y oscuros desaparecieron de su mente cuando la vio, tocando suelo con sutileza, con sus seis alas resplandeciendo y esa mirada ojiplata abriéndose paso a toda la extensión que los rodeaba. Anael, después de tanto tiempo, había regresado a su Infierno.
El rey de los demonios emergió de su escondite con una sonrisa confiada pero dándole indicaciones a Belce para que se mantuviera al margen y resguardo, él podía hacerles frente sin problema en caso de tener una pelea, pero no arriesgaría a su seguidor por nada. Una vez estuvo a la vista y a metros de los ángeles fue que el rubio pudo notar algo diferente en el ángel que solía molestar, aquella mirada inocente y el rostro un poco infantil habían desaparecido por completo en señal de que el ser celestial había madurado, ya no era una jovencita y por ello portaba una distinguida armadura que la diferenciaba de los demás que la acompañaban. Imonae pudo ver a Rafael a un lado de Ann susurrándole algo y luego ambos ángeles lo observaron serios.
—¿Puedo saber qué hace el séquito de idiotas aquí? —preguntó calmo, ladeando la cabeza algo divertido con todo.
—Imonae, tiempo sin vernos —sonrió ella mientras se acercaba, los ángeles detrás suyo se veían tensos y algo molestos con su decisión pero en silencio.
—Lo mismo digo, ¿Qué pasó? ¿En verdad te asusté? —sonrió—. Debe ser eso, porque has regresado con los clones detrás de ti.
—Bueno, surgieron cosas, tuve que hacerme cargo de mucho —respondió sin darle mucha importancia—. Pero no me olvidé de ti, he tenido en mente nuestra última charla, además, mi trabajo sigue en pie, tengo que supervisar que hagas las cosas bien.
—Las hago, de cualquier modo, no necesito que me apruebes para seguir con lo mío, mocosa —rodó los ojos.
—Anael, pierdes el tiempo con él, no ha dejado de ser un miserable —dijo Rafael mientras los demás ángeles intercambiaban miradas.
—Bueno, si hablamos de miserables, sería injusto no atribuirte el título a ti —el rubio sonrió en grande—. ¿Aún me odias por no haber seguido las reglas? Que mal, me apena.
—En realidad, ahora me gusta verte aquí metido entre la mierda sin poder hacer algo al respecto, sin que tengas oportunidad y derecho a nada más —Rafael sonrió victorioso cuando Imonae apretó los puños con furia—. ¿Qué? ¿Te dolió lo que dije? Me sorprende que todavía tengas algo de sensibilidad, que tristeza, pero por más que intentes no vas a poder cambiar lo que eres, debajo de esa cara bonito solo eres un ser pudriendo en sus putrefacciones.
—Es hora de que te retires —Anael observó a su compañero de legión con mirada seria, ambos se sostuvieron la mirada pero el guerrero desistió con un suspiro cansino—. Ahora.
—Vendré por ti —soltó sin más.
—No es necesario, puedo cuidarme sola —Ann le dio la espalda observando al demonios detrás del Diablo a la distancia—. Hola, Belce.
—Hola —asintió la cabeza con cautela.
—Bueno, bueno, la bebé viene a jugar de nuevo —Imonae observó a los celestiales regresar por la grieta—. ¿Por qué trajiste a tantos si no les ibas a permitir quedarse?
—Estábamos de paso, tenía una misión y quise desviarme, pero no me dejan sola un segundo —soltó masajeando su nuca con cansancio.
—¿Es difícil ser la hija pródiga? —ladeó la cabeza con una leve sonrisa—. Yo estuve en tu lugar, fui el que todos veían, créeme que es cansador y molesto.
—No para mí, tengo mis propias metas y razones por las que hago esto —negó caminando siendo seguida por el oscuro—. Veo que nada cambia aquí.
—No es un paraíso, no sé qué esperas encontrar —se encogió de hombros.
—Hay más demonios y almas cautivas de lo que recordaba —susurró apenada.
—La gente allá en la Tierra tiene muchas libertades últimamente, eligen hacer lo que mejor les viene en gana y mira donde terminan —anunció como si fuera un comercial, Ann lo observó con diversión, ha podido ver eso que llaman "televisión" estando con los humanos.
—Bueno, hay una gran diferencia entre libertad, libertinaje y caos —agregó.
—Me gustan las tres, qué te digo —Imonae la rebasó en el andar y volteó de pronto para encararla—. ¿Por qué has regresado? ¿Tu misión sobre deshacerte del mal sigue en pie o qué?
—En parte —asintió—. Pero tengo que dar mis reportes, no creas que es una mera visita.
—¿Qué pasó? Me refiero a ese día donde te vi por última vez, llorabas como si hubieras hecho algo terrible y luego desapareciste, déjame decirte que no fue divertido de tu parte, me quedé sin poder molestarte a mi gusto —cruzó los brazos sobre el pecho.
—Oh, eso —desvió la mirada pero la regresó al rubio—. Ese día le quité la vida a Haniel, uno de mis más queridos hermanos. Había caído en sus propios pecados, no pude hacer nada por él y solo actúe, no quería que se repitiera por lo que me entrené lo suficiente con quienes debía, aprendí de mis poderes y crecí. Es por ello por lo que no regresé, otro se encargó de mis labores, pero nadie quiere venir al Infierno a verte.
—Ay, me siento mal por ti —soltó con una mueca—. Entonces, asesinaste, ¿Por eso las lágrimas? Qué pequeña estabas.
—No te burles —rodó los ojos—. No fue un asesinato.
—Fue un castigo, con tus preciosas Cadenas Divinas —sonrió—. Esas mierdas duelen como no tienes idea cuando se ciernen en tu cuerpo, quema como si te hubiera prendido fuego y arde tanto que gritar se vuelve estúpido para ti. Sí, las conozco... Mantenlas lejos de mí y de los míos, de esa forma no tendremos problemas.
—No me habías dicho eso cuando venía —frunció el ceño.
—No eras un maldito Serafín de Justicia con todas las letras, solo un angelito que jugaba a ser bueno, pero la realidad de las cosas es diferente, ¿No? La conociste ese día, lo que puedes causar si no estás segura de tus decisiones a la hora de juzgar a otro es mucho, es una responsabilidad endemoniada la que te han dado y siento pena por ti —pasó por su lado dando por terminada la charla.
—Yo nunca la usaría contra ti o contra un demonio, ¡Jamás! —espetó ella siguiéndolo.
—¿No? Pero sí con uno de los tuyos, me deja tranquilo —ironizó.
—Fue un accidente, yo no quería, no tuve opción poque no sabía qué era lo que estaba haciendo y no hay un día que pase en el que no desee poder haber ayudado de otra forma, haberlo salvado antes que tomar su vida —declaró apretando los puños. Imonae la observó por sobre su hombro—, Ojalá no hubiera sucedido.
—No podemos cambiar lo que hemos hecho —comentó el rubio—. Veo que te arrepientes demasiado, cada cosa que dices o haces viene acompañada de un "lo siento" o una forma tuya de hacer sentir bien a otros, no lo hagas, no seas tan buena porque no todos lo serán contigo. Son una mierda.
—Tú no —llegó hasta el demonio para posarse a su lado y verlo a los ojos—. Tu eres amable, a tu manera pero lo eres. Te quedaste cerca cuando más mal me sentí, gracias por eso.
—Yo no... —negó pero mantuvo el silencio luego.
—Está bien, no considero que fuera porque te importo o algo así, aun cuando hubieras esperado a que me muriera para arrastrarme a tus juegos demoníacos, te quedaste, eso es algo. Gracias —continuó el camino sabiendo que lo que dijo era una total mentira pero así no lo ponía incómodo.
—Ajá —soltó por lo bajo siguiéndola sin más opción.
Es así como aquel reencuentro pareció ser una mera formalidad entre ellos dos, Anael mantuvo su distancia con los demonios, su esencia baja para no causarles daño pero siempre alerta y atenta, ya no veía todo de manera curiosa y chispeante sino que precavida y desconfiada. El rey del Infierno había notado que no sonreía de igual manera que antes, no era divertido molestarla si solo lo ignoraba o no respondía de la manera en que deseaba y eso comenzaba a cansarlo.
Anael no solo se comportaba así con él sino que con los seres del Cielo también, les había puesto atención desde que sucedió lo de Haniel ya que no tenía intenciones de que volviera a ocurrir semejante catástrofe en sus narices. Todo aquel que pudiera ser corrompido con facilidad o que presentara actitudes extrañas era seguido por ella e incluso interrogado, fue gracias a su insistencia y decisión que pudo salvar a dos jóvenes custodios de caer en los pecados, descubrió a otro y lo envió a las mazmorras porque prefería verlo allí que muerto y porque el joven había tomado su elección. Debía respetarse eso.
Rafael se ocultó de manera garrafal, mantuvo un perfil muy bajo volviéndose un buen arcángel, despistando a Anael con sus frases amorosas, intentos de acercarse a la más joven e incluso estuvo a punto de robarle un beso pero Gabriel apareció para salvaguardar la pureza de su mejor amiga —sin siquiera tener idea de ello—.
Y el tiempo sigue pasando en la vida eterna de los seres de luz, siempre cumpliendo con su deber, dando lo mejor para garantizar el equilibrio de las dimensiones, la prosperidad de los suyos y los humanos, mantener al mal a raya o lo más calmado que sea posible. Anael se encontraba sentada en el césped de un prado, no tenía idea dónde estaba, en qué parte de la Tierra era que había dado pero le gustaba la tranquilidad que allí tenía, el silencio de ciudades y el canto de la naturaleza, era su más grande deleite y estaba segura de que regresaría de nuevo en otra oportunidad. Observó sus manos y de inmediato emergieron entre luces doradas aquellas cadenas a las que temía en silencio, su piel tuvo contacto con ellas y suspiró, en su mente aún se reproducía la muerte de Haniel pero deseaba imaginarlo vivo en algún lugar, en otra vida más amable con él y tal vez, como un humano, lejos de ese mundo complejo en el que nacieron.
Las movió con rapidez logando que danzaran a su alrededor, eran una extensión suya, había practicado tenerlas en su poder, que le obedecieran lo que fuera necesario y domarlas de cierta forma, sus habilidades no serían quienes tuvieran el control en una situación de peligro sino ella, su mente estaba clara con lo que debía hacer al momento de invocarlas.
—¡Ah! —jadeó al sentir un cosquilleo extraño nacer en la unión de sus alas y omóplatos, las cadenas se desvanecieron y volteó encontrándose con el rostro de Imonae a centímetros del suyo—. Tú...
—Hola, para ti también —sonrió alejándose y tomando asiento a su lado—. ¿Qué haces aquí lejos de todos?
—Quería tranquilidad —murmuró relamiendo sus labios, acomodando sus alas que se habían alborotado por las cosquillas—. ¿Cómo haces eso?
—¿Mmm? —frunció el ceño.
—Eso... En mis alas —susurró sin quitarle la mirada de encima.
—Oh, solo es un toque, una caricia, tienes cosquillas allí porque son muy sensibles y no lo sabes —comentó sin más pero al ver el semblante fruncido de Anael agregó—. ¿Nunca te han hecho cosquillas? ¿Nunca te han dado una caricia?
—No —negó—. Deberías saberlo, viviste un tiempo en el Cielo, allí no hay tales cosas.
—No recuerdo mucho de esa vida, no había nada que quisiera recordar —se encogió de hombros con una mueca más se puso de pie—. Ven, te mostraré.
—¿El qué? —lo imitó.
—¿Sigue en pie nuestro trato? —ladeó la cabeza el rubio con una sonrisa.
—¿Tiempo por enseñanzas? —rió—. Sí.
—Perfecto —asintió—. Date la vuelta, dame la espalda.
—¿Qué? ¿Por qué? —soltó desconfiada.
—Solo hazlo, no le cuestiones al maestro —blanqueó los ojos con una mueca burlesca—. Vamos, que me canso y aburro con facilidad.
—Bueno, bueno —hizo lo que le fue pedido y le entregó su confianza al diablo quien podría haberla atacado, asesinada, lo que quisiera, pero no fue así.
Anael no tenía idea de lo que significaba lo que acababa de hacer para Imonae que la veía atónito creyendo que le diría que no.
—No me temes —el demonio dijo sin más, sus manos se posaron en medio de las uniones de cada par de alas, sus dedos extendiéndose por sobre la prenda que portaba el Serafín mientras una leve presión lograba que las plumas se expandieran a gusto.
—Te he dicho que no —lo observó por sobre el hombro—. Has tenido muchas oportunidades de matarme y no lo has hecho, aun cuando iniciamos con el pie izquierdo, no has osado golpearme a traición y yo no haría algo así tampoco. Somos enemigos, sí, puede que no nos llevemos bien e incluso no seamos amigos nunca, pero no somos bárbaros, no matamos por deporte.
—No es lo que todos piensan de mí —sonrió.
Ante el silencio del ángel Imonae deslizó sus manos por la silueta de las alas guiándolas a extenderse a los lados tanto como pudieran y quedó maravillado con lo enormes que eran, la suavidad de las mismas bajo sus yemas era algo que le causó una extraña sensación en su pecho y se preguntó si la piel de Anael tendría la misma textura, si se sentiría así de bien tocarla; volvió a dar una pequeña caricia en el mismo lugar donde había provocado cosquillas y ella rió bajo siendo escuchada por el rubio que no pudo no sonreír. Lo que eran suaves caricias que provocaban risas pasaron a ser toques sutiles que estremecían a Ann en más de una manera, frunciendo el ceño pensó que era la primera vez que se generaba un pequeño calor en sus mejillas y pecho, era la primera vez que deseaba seguir conociendo algo de aquello que se supone no es para ellos.
—Voltea —dijo la de ojos plata al encarar con lentitud al diablo, ambos observándose serios, con algo de duda el rubio asintió dejando su espalda a merced del celestial que evaluó con detenimiento.
Una vez, hace tiempo, el oscuro le había contado que no podía volar grandes distancias sin sentir dolor debido a que habían sido sacadas de cuajo casi, con rapidez sus ojos buscaron la supuesta herida sin encontrarla y se animó a posar sus manos sobre la unión de las mismas, siendo solo un par era más fácil sentirlas y pudo notar que la gran cicatriz podía sentirse incluso debajo de la prenda simple y oscura que poseía Imonae; relamió sus belfos, nerviosa, pero introdujo sus manos teniendo contacto con la piel cálida y el demonio se estremeció. La deformación en la base de las alas ya había cicatrizado hacía tiempo, por ello no podía volar bien pero el Anael no se daría por vencida y sus manos desprendieron calor tras una estela azulina.
—Creo que es suficiente —ella sonrió elevándose unos centímetros del suelo para ayudar a las emplumadas alas azabaches a extenderse con fuerza hacia arriba en lugar de arrastrar por el suelo—. ¿No se siente mejor?
—¿Qué? ¿Qué carajos hiciste? —preguntó atónito moviéndolas con algo de dificultad, la torpeza por llevar siglos sin poder moverlas siquiera le daba algo de pena.
—Mi Zorobabel me enseñó cómo mantener sanas las alas en caso de que en una pelea me hieran —respondió feliz—. Ella tiene un don de sanación increíble.
—Wow, dile de mi parte que gracias y que te enseñe más cosas —asintió feliz, atónito, no podía dejar de sonreír mientras observaba sus alas moverse con rapidez y sin dolor.
—Bueno, veamos si recuerdas cómo volar —Ann emprendió el vuelo con facilidad—. ¡¿Qué esperas, anciano?!
—Infeliz niña buena, a mí nadie me dice anciano —espetó molesto, pronto sus alas se movieran con fuerza y se elevó en el aire.
Veloz e implacable, así era el vuelo de Imonae, a pesar del tiempo perdido y lo poco que pudo disfrutar de la capacidad de volar y surcar el viento, el rubio no perdía el toque ni el estilo en ninguna circunstancia. Pronto pudo divisar a lo lejos, entre las nubes, el vuelo calmado de Anael por lo que sin querer esperar más aceleró para sorprenderla sin éxito pues ella lo había sentido llegar al no ser nada silencioso; como pequeños que recién aprendían a volar tuvieron una graciosa carrera para saber cuál de los dos era más rápido. Bromas, empujones, una que otra trampa y una evidente apuesta que terminó en un empate cuando aterrizaron de la manera más loca y atropellada de todas pues Imonae no recordaba cómo menguar el paso chocando con el ángel y ambos al suelo entre ruedos y quejidos.
—¡Oh, por Dios, eres un desastre aterrizando! —se carcajeó la fémina a más no poder.
—¡No lo nombres en mi presencia! —gritó pero rió luego porque no pudo aguantarse—. Es falta de práctica. Pero lo haré mejor, ya verás.
—De acuerdo, te tomo la palabra —Ann asintió viéndolo a los ojos, Imonae se había incorporado leve sobre ella—. Eres divertido en el fondo.
—Admito que tú también eres interesante —sonrió.
—Bien, es un paso muy grande entre nosotros, me has dado un cumplido —Ann suspiró viéndolo a detalle, muchos decían que los ojos rojos del diablo eran de temer, que si te veía con ellos te escudriñaba hasta el alma y te helaba la sangre, pero para ella, solo eran un gran mundo de dudas y curiosidades que quería descubrir. Eran un caos precioso—. T-Tengo que irme ya, Imonae.
—Claro —asintió separándose, se puso de pie tendiéndole la mano y el ángel aceptó para luego disponerse a tomar vuelo, antes de que pudiera marcharse y en pleno flote, Imonae retuvo a la chica por la muñeca—. Gracias por sanar mis alas.
—Considéralo un regalo de mi parte, por haberme ido tanto tiempo y no mantener el trato —guiñó un ojo y se marchó elevándose en el cielo bajo la mirada encantada del Diablo.
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