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Recuerdos.
¿Trato?
Imonae no podía comprender del todo qué carajos era lo que Dios estaba tramando pues el tiempo pasaba sin más y ese condenado ángel seguía regresando a supervisar las mazmorras, ¿Qué quería? ¿Quién en su sano juicio enviaba a un ángel tan inexperto como Anael a hacerse cargo de supervisar el Infierno? Debía estar loco o bien ofreciéndole una deliciosa ofrenda por todas las porquerías que le ha hecho pasar. Suspiró, mientras se acomodaba tranquilamente en el lugar observando a lo lejos cómo el Serafín caminaba con cautela por su reino, ella lo veía todo a detalle, serena, curiosa pero atenta, siempre sabiendo que había criaturas a su alrededor que la seguían esperando hincarle el diente o divertirse.
Las más interesadas eran las bestias demoníacas que como cachorros seguían la esencia del ángel ya que era bastante apetecible para ellas, Ann ya los había notado, sin embargo, no se acercaba a esos seres porque despavoridos se alejaban de su lado. Bien, no sería muy difícil seguir adelante, para ella era más que claro que las mazmorras tenían un buen control, a pesar de estar llenas de criaturas y seres un tanto horripilantes y de intenciones dudosas allí también habían jerarquías, conductas a seguir y reglas; pudo ver algunos demonios riendo, charlando entre ellos, otros la observaban con desdén y se marchaban teniendo órdenes de Imonae de no tocarla debido a lo que debía realizar allí y porque a este le interesaba bastante tenerla en sus mazmorras merodeando.
Una bestia joven se acercó de curiosa a Anael que al notarla a unos metros la observó con una sonrisa, se acercó lentamente hasta acuclillarse frente a ella y estiró el brazo hasta que las yemas de sus dedos rosaron la cabeza del extraño animal —que temblaba asustado y a la expectativa—; una vez los dedos del ángel hubieron dejado la suave caricia su palma se posó por completo y ambos seres se relajaron la saber que no saldría tan mal después de todo. La muchacha de cabellos color menta sonrió en grande ahora con sus dos manos dándole caricias a la bestia, tal y como había visto a los humanos hacer con los perritos, sí, era en extremo diferente, pero así lo asociaba ella.
Imonae ladeó la cabeza, ¿Qué putas pasaba por la cabeza del demonio bestial y qué tenía Anael en su mente? Suspiró, frustrado, buscaba la razón, la manera, lo que fuera, para destrozarla sin piedad y lastimosamente para él no hallaba nada, ¡Nada! Chasqueando la lengua fue que decidió intervenir en la escena haciéndose presente, el demonio lo observó, pero no se movió asustado como los demás.
—¿Qué se supone que haces? —Imonae soltó algo molesto.
—Conociendo, dijiste que no tenía idea de ti y los tuyos —habló con una leve sonrisa—. Tienes razón, asique voy a conocer.
—Cada vez te odio más, mocosa —dijo en respuesta.
—Qué encantador, en verdad, ahora puedo notar porqué estás tan solo —rodó los ojos poniéndose de pie.
—Solo te expreso el gran aburrimiento que me inspiras, mierda, tu vida es un desperdicio, en serio —negó algo divertido—. ¿Qué haces para no aburrirte? Cuéntame, oh, espera, no me digas, ¡Estudias! O peor, ¡Observas a los humanos!
—Sí, estudio —Ann asintió caminando por los alrededores—. Aprendo cuanto puedo, me gusta el conocimiento y sí, veo a los humanos porque me inspiran sus pequeños actos de amor.
—¿Qué puedes saber tú de amor? —se mofó.
—¿Y tú? —lo volteó a ver—. ¿Sabes de amor? ¿Sabes lo que se siente que te amen? ¿Sabes lo que se siente amar a otro? —se quedaron viendo fijo, el silencio de Imonae dio pie a Ann para seguir mientras se acercaba—. No creo que recuerdes la última vez que alguien te ha amado, ¿Me equivoco? Y no has amado a nadie en toda tu vida, porque eso es más que claro. No dejas de burlarte y desmerecer a quienes tienen sentimientos solo porque tú no los tienes y no los comprendes, pero puedes cambiar eso.
—No me digas —no había interés en sus palabras, en lo absoluto—. Tú quienes hablarme de amor, tú que solo ves a los humanos rosarse las manos, ¿Quieres hablar de amor? Por favor, no sabes siquiera lo que es una verdadera muestra de cariño o amor, no seas ridícula.
—Claro que sí, ¿Por qué todo contigo es lujuria? Sé a qué caricias te refieres, no las he visto o sentido, pero no soy estúpida —negó—. Es imposible tener una conversación contigo, siempre quieres tener la razón.
—Porque la tengo —se encogió de hombros.
—No es verdad, pero te da pena admitir que estás igual que yo, sin saber nada —espetó.
—¿Crees que no sé? —el rey demonio sonrió—. ¿Sabías que tus alas son muy sensitivas? ¿Qué al ser una extensión tuya incluso puedes usarlas en lugar de tus brazos?
—¿Eh? —ella frunció el ceño, sorprendida.
—Ya que no quieres que hablemos de sexo, porque así se llama, niñita bonachona —se burló—. Déjame brindarte todos los conocimientos que tengo sobre un ángel, son muchos, pero hay algunas cosas que ya no puedo experimentar por obvias razones.
—¿A cambio de qué? —cruzó los brazos—. Puedo aprenderlo en otro lado.
—¿Sí? ¿De verdad pueden enseñártelo en el Cielo? —se le quedó viendo con obviedad.
—Bueno, bueno, tienes razón —Anael suspiró—. Me enseñas, ¿A cambio de qué?
—Tiempo —sonrió—. Llevo muchos siglos aburrido, mis demonios no me divierten y las charlas aquí no son de lo más jocosas, pero si vienes seguido, me haces compañía, te puedo mostrar mucho, tanto de ti como ángel como de la Tierra en sí, ¿Qué dices?
—Permíteme dudar un poco de ti —la muchacha elevó una ceja con desconfianza—. Una muestra, dame una muestra de lo que supuestamente puedes enseñarme que no sé.
—Bien —asintió caminando a su alrededor, amaba hacer eso, podía ver todo de su oponente de esa manera y se sentía poderoso de esa forma sin mencionar que la bonica chica le inspiraba los pensamientos más pecaminosos de su existencia. La yema de sus dedos rosó las alas del ángel con movimientos suaves de sus manos, cada pluma fue acariciada con mera suavidad como si no existiera en realidad ese toque y logró erizar no solo los vellos de la nuca de Ann sino que sus tres pares de alas se estremecieron dejándola sorprendida—. Te dije, son una extensión de ti, puedes sentir a través de ellas mucho, incluso usarlas mejor de lo que te han mostrado —una de las oscuras alas del diablo se extendió hasta el mentón ajeno para dar allí un toquecito suave—. ¿Ves?
—Increíble —frunció el ceño atontada por ello, observó sus propias alas interesada—. Sí quiero saber más.
—Lo sé —sonrió triunfal, había acortado la distancia entre ambos de tal manera que estaban a centímetros cara a cara—. ¿No te han dicho que este tipo de cercanías son peligrosas?
—No —murmuró viéndolo atenta.
—Claro que no, porque allá no tienen siquiera idea de que pueden recibir una caricia, o que si están tan cerca pueden suceder otras cosas —susurró pasando su brazo alrededor de la cintura para apegarla hacia sí y sucedió algo que Imonae no tenía pensado, Anael lo abrazó sin entender sus intenciones. El diablo se quedó estático, idiotizado prácticamente—. ¿Qué mierda...?
—¿Qué? ¿No te gusta? Es un abrazo —sonrió separándose.
—No soy imbécil, sé lo que es, pero, ¿Por qué me abrazas? —frunció el ceño.
—¿No es eso lo que querías? —la cara de confusión de Anael le sacó risas al demonio, no podía creerlo.
—Es el colmo, ni divertirme puedo —suspiró rendido.
—Tú siempre arrastras tus alas, ¿Por qué? —preguntó de pronto luego de mantener la mirada unos minutos en él.
—Porque están rotas cerca de mis omóplatos, solo puedo volar en caso de ser necesario pero es doloroso —explicó sin más—. Entonces, ¿Te enseño cada vez que vengas? ¿Tenemos un trato?
—Sí, tenemos un trato —asintió sonriendo leve—. También te voy a enseñar, encontraré algo que no sepas y que yo sí.
—Sí, el cómo aburrirse más rápido —rodó los ojos.
—Eres insufrible, de veras —aleteó sobrevolando la zona—. ¡Me sacas canas verdes!
—¡Es mutuo! —le devolvió viéndola atravesar la grieta, sonrió satisfecho porque había sido más fácil que con otros pobres inútiles de luz, aunque debía admitir que sí había pasado un tiempo desde que recibió un abrazo.
—Ahora sí, ¿Me puede decir qué trama? ¿Por qué quiere al ángel aquí tan seguido? Eso puede ser un problema —Belce lo observó de manera sospechosa mientras se acercaba.
—Belce, si no puedes con el enemigo, únetele —rió—. Es una idiota, incrédula, ingenua, aburrida, niña del bien y yo me voy a encargar de arrebatarle todo eso, ¿Qué crees que pasa cuando a alguien que nunca lo han siquiera tocado o acariciado le enseñas que puede ser divertido? ¿Mm? ¿Qué crees que un ángel lleno de reglas, órdenes y estructuras hará cuando encuentre en mis pecados lo más regocijante que conozca? No tienes idea, amigo mío.
—Solo quiere divertirse, el ángel es un desafío para usted —sonrió.
—Lo es, pero tengo cierta fascinación por Anael, lo admito —comenzó a caminar con parsimonia—. Quiero ver su brillante alma manchada de oscuridad, hasta que ya no quede nada de ella.
—Le harás daño —agregó Glhor apareciendo de la nada.
—¿Daño? —se carcajeó—. La voy de destruir, desde dentro y cuando no quede nada de ella que me pueda interesar, se la obsequiaré a los demonios del tercer ciclo, allí donde la lujuria abunda.
—Qué malvado de tu parte —rió Glhor, quien a diferencia de Belce no tenía honoríficos o respetos al hablarle al demonio.
Y el tiempo sigue pasando, Anael continúa trabajando con Rafael y la legión asegurándose de que los demonios no se propasen en la tierra, ha podido regresar al Cielo cada vez que atraviesa la grieta logrando que Gabriel respire aliviado. Dios la observa de cerca, la ha visto más concentrada en los entrenamientos, más segura al caminar e incluso la ha encontrado analizando a sus pares, sí, la joven ángel se encarga de llevar su misión en silencio, de manera sigilosa y muy bien, pero el ser más pútrido de todos se encuentra a su lado dándole los mejores consejos.
Rafael no ha dejado de estar a su lado enseñándole sobre cómo vencer demonios, qué es lo que odian, lo que no debe hacer y lo que sí, se han vuelto más cercanos e incluso han incluido en sus charlas a Gabriel y Caiel. El guerrero ha logrado tener momentos donde solo es él y la muchacha, no quiere que nadie más esté cerca al punto de que ya no quiere que entrene con la legión sino con él a solas.
—Ann —habló mientras ella volteaba a verlo—. Abrázame.
—Sí —sonrió estrechándolo con fuerza, tal vez tuvo que empinarse un poco al ser un poco más baja que Raf, pero lo consiguió—. ¿Te encuentras bien?
—No lo sé —suspiró—. Hoy me he sentido solo, todo el día, aunque has estado a mi lado.
—Oh —frunció el ceño—. ¿Hay algo que quieras decirme? Sabes que puedes confiar en mí, puedo ayudarte...
¿Y cómo le hablaba? ¿Cómo le decía? ¿Cuáles eran las palabras a usar? Necesitaba saberla suya, quería que fuera suya de tantas formas, quería su tiempo, su mirada, su risa, su sentir, su cuerpo... Ah, esa era la peor parte, quería tocarla por debajo del atuendo que llevaba, quería hacerle tantas cosas...
—¿Rafael? —lo observó preocupada, en verdad intentaba ayudarlo.
—Solo estoy preocupado, es todo —sonrió a la fuerza—. Temo que algo te suceda, es eso.
—Oh, comprendo, pero tienes que creer más en mí, puedo con esto —aseguró—. Pero Imonae no es tan malo como crees, ¿Sabes? Es un poco molesto, a veces irritante pero tiene algo... En el fondo hay algo...
—¿Qué? —Rafael frunció el ceño.
—Que no es tan malo como todos creen —Anael se puso de pie—. Por lo que no te tienes que preocupar.
—Ah, no me digas que ahora son amigos —soltó con sorna.
—No, no creo que podamos ser amigos, pero no estaría mal ser conocidos —sopesó.
—Anael, no seas ingenua, si te ha dicho algo amable o te ha dado esa impresión solo es para corromperte y que caigas —se puso de pie imitándola, no le agradaba en lo absoluto la conversación.
—Tal vez está muy solo, no necesita que lo sigamos señalando con el dedo, solo requiere comprensión —murmuró—. Le hace falta más abrazos.
—Hablaré con Padre, harás que te mate esa sanguijuela inmunda —espetó.
—No hables de él así —la ojiplata lo observó—. Es interesante y...
—Y nada, deja de pensar esas cosas, Ann, ¿Y si te hace daño? ¿Y si usa tu interés por ser bueno en tu contra? —la tomó por los hombros para estrecharla con fuerza—. Por favor, no olvides quién es él, es un demonio, el peor de todos, te va a consumir y te hará sufrir.
—Sí —tragó duro algo atemorizada por esas palabras.
—Quédate conmigo, quédate aquí, Ann, no vayas hoy —susurró y ella asintió algo temerosa, de todas formas, ya había salido con la legión desde temprano, podía descansar un poco.
—Raf ... Me estás haciendo daño —murmuró al sentir el exceso de fuerza en el abrazo del guerrero—. Suéltame.
—Prométeme que no vas a regresar —susurró.
—Es mi tarea, yo no te pido que dejes tu trabajo —frunció el ceño.
—Porque seguro no te importo como me importas tú, pero no me lastimas, puedo soportar tu desprecio —se apartó un poco.
—No es eso, no te desprecio —habló incrédula, ella nunca había demostrado algo así—. ¿De qué estás hablando? Me importas mucho, como todos los demás.
—Así siento, tú pareces interesada en ese maldito ser y yo aquí preocupándome por ti, en vano, porque me ignoras como las mejores —soltó de pronto, no podía callarse.
—Yo no te... —boqueó—. ¿Qué sucede contigo? ¿Por qué dices esas cosas?
—Porque te amo como un loco y no lo notas —espetó.
—Rafael, por favor, no digas eso —Ann desvió la mirada—. No puedo corresponderte, ¿Qué quieres de mí? No es algo que pueda controlar.
—Dame la oportunidad, al menos eso —pidió.
—No sabría cómo, yo no... Se supone que debe nacer solo, mi interés o amor debe ser fruto del tiempo, debe ser algo que se dé de forma natural y no eres tú el problema, soy yo que no... ¡No sé cómo quieres que sienta amor por ti! —soltó sintiéndose presionada.
—Déjame a mí esa parte —tomó su mano con algo de rudeza—. No te preocupes por ello.
Y Anael solo se lo quedó viendo mientras apretaba los labios, confundida y algo preocupada por el estado de su amigo y superior, ¿Debería temer? ¿Debería acudir a Jhosiel?
En términos de amor Anael conocía la parte bonita e inocente, lo que podía apreciar en jóvenes parejas humanas, lo que sus pares en relaciones amorosas tenían, pero no conocía el lado oscuro, el obsesivo, el peligroso, el que debía darte alertas y con el cual tenías que huir. Rafael tenía todos los signos, ella no los reconocía pero sí sabía que algo le causaba rechazo de la situación.
—No —se apartó más—, No me pidas que deje mis quehaceres, y por favor, contrólate un poco.
—¿Qué? —apretó los puños.
—Me tengo que ir —Anael se alejó a paso rápido para lanzarse al vuelo en busca de Caiel o Gabriel.
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