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Recuerdos.
La misión que cambió vidas.
Rafael fue tras Anael, verla molesta era algo poco común por no decir que casi imposible ya que ella gozaba de gran paciencia y serenidad, pero como todos, tenía sus límites y había situaciones que no podía dejar pasar así como así. El guerrero buscó en todos lados, sobrevoló el lugar viendo a sus pares, preguntando si conocían el paradero de la más joven pero nadie la había visto en realidad desde que llegó de la misión y todos sabían que algo había sucedido para que el inalcanzable Rafael estuviera desesperado tratando de dar con ella.
Para todos los ángeles allí presentes, el encargado de la Sala del Silencio era un ser de carácter duro y frío, demasiado exigente, poco flexible y siempre dispuesto a hacer cumplir las órdenes establecidas sin importar los métodos a utilizar, la misión sería exitosa, sí o sí. Más todo esto cambió con Anael y su llegada a la legión, ella comenzó a ser querida por todos, ser el centro de atención y aunque no fuera líder, todo estaban de acuerdo en que lo que hace y dice, se hace. Sin más. Y Rafael no objetó eso, podíamos decir que él también estaba a los pies de la ojiplata, babeaba por ella, si esta le pedía ir al Infierno y de regreso pues lo haría, no había nada que le pudiera negar. El guerrero aceptaba sus sonrisas, sus retos, sus comentarios, sus preguntas, todo, todo lo que viniera de Ann era aceptado por él y tal vez eso estaba comenzado a ser un poco demasiado evidente para todos, inclusive para él mismo.
—¡Ann! —gritó al verla caminar de un lado a otro cerca de aquel acantilado donde se enseñaba a volar a los más jóvenes—. Anael, por favor, hablemos.
—No quiero —negó sin verlo, dándole la espalda, estaba muy enojada y eso no era algo que pudiera controlar, cuando sus sentimientos se desbordaban de negatividad le costaba regresar a su estado calmado habitual.
—Por favor —pidió una vez más.
—¿Por qué? ¿Por qué no puedes sopesar un segundo tus acciones? —volteó a verlo con un semblante severo pero a la vez entristecido.
—Tal vez no proceso las cosas de la misma manera que tú, no todos pueden amar incondicionalmente a todos los seres —negó.
—Pero deberías —susurró.
—No está en mí, lo siento —se encogió de hombros.
—No me molesta que hayas atacado al demonio, pero lo estabas torturando porque sí, ibas a clavarle una espada por la espalda cuando había caído ya —negó incrédula—. ¿Qué es lo que pasa por tu cabeza cuando los ves? Son nuestros hermanos, ex ángeles.
—Tú lo has dicho, ex ángeles, no son hermanos, son traidores a la causa, a Padre, a ti, a mí, a todos los que día tras día tratamos de mantener el orden para la humanidad —respondió—. Tal vez ya me he cansado de que siempre nos quiten más y más soldados, ¿Realmente no te das cuenta de que el Diablo se lleva nuestros hermanos y a las almas como si nada?
—Porque así lo eligen ellos, si quieren vivir de otra manera, si desean hacer el mal, es su decisión, ¡No tuya! Pero eso no te da derecho de acabar con sus vidas, no eres quien, nunca lo vas a ser —lo encaró—. Eres un guardián con aires de grandeza y te llevará por mal camino, un día vas a cometer un acto imperdonable solo por tu ceguera y tu terquedad, no aceptas cambios, no aceptas que hay más maneras de hacer las cosas, no aceptas que los pensamientos y acciones no son reglas a seguir, cada ser tiene voluntad propia, ¡Respétala!
—Ann... —intentó hablar pero la energía de Anael se había disparado por su molestia, su presencia se volvía amenazante de un momento a otro y tuvo que retroceder bajando la cabeza—. Lo siento.
—Yo también lo siento —murmuró suspirando y desviando la mirada.
—Siento que no vamos a ningún lado tú y yo, quería que fuéramos un gran equipo, pero es imposible con estos desacuerdos cada vez más seguidos —comentó—. Deberíamos cambiar de legión, tú o yo.
—No, huir del problema no lo va a solucionar, podemos trabajarlo —logró amedrentar un poco su enojo y acercarse a su amigo para tomar su rostro entre sus manos—. Eres un gran guerrero, solo permítete conocer un poco más, sé más tolerable, verás que incluso te hará sentir mejor.
—Eres demasiado buena —cerró los ojos posando sus manos sobre las ajenas con cuidado, disfrutando de ese roce tan inocente pero que a él lo llenaban de pensamientos pecaminosos porque lo último que pensaba sobre Ann era un beso y de ahí en adelante—. Estás volviéndome loco.
—Lo siento, pero no creo que te vuelvas loco solo porque te doy sermones, deja de ser tan chiquilín —rió, ajena a lo que su par sentía, Rafael lo sabía, comenzaba a amarla de una manera tan loca y tan egoísta que no soportaba no tenerla para él, no poder decirle todo lo que pensaba.
Había sido recientemente cuando el guerrero descubrió que tenía cierta posesividad sobre Anael, un amanecer como cualquier otro la encontró charlando con Caiel mientras sus alas caían entre las nubes, relajados, bromeándose y empujándose leve y fue que Rafael sintió los deseos de aventar al otro ángel, odiaba que tuviera ese acercamiento con otros que no fuera él o Gabriel —porque con el ángel custodio no tenía problemas, por el contrario—. El arcángel no podía ver al Serafín de otra forma, ¿Cuándo pasó? No lo sabe, no hay un momento exacto o una acción definida, solo sabe que comenzó a quererla y a sentirse a gusto con su presencia, acompañado, cálido, era encantador estar con Ann; pero también comenzaron a salir a la luz pensamientos lascivos, luego de imaginar un beso, quería tocarla, quería quitarle la armadura o las prendas de descanso que llevaba siempre, quería besar su cuello, tocar su cuerpo, sentirla debajo suyo y eso, en lugar de asustarlo como a cualquier otro ángel, le gustó en demasía. Y el deseo comenzaba a crecer más y más, con él llegaban los celos, llegaban las histerias, él quería a Anael suya, siendo pareja —como muchos otros compañeros alados que habían experimentado el amor, claro que siempre de manera muy inocente o limitada—.
Y se preguntarán, ¿Cómo sabe Rafael qué es el deseo? ¿Cómo sabe que quiere intimar con el Serafín si no tienen ese tipo de contacto entre ellos? Rafael había viajado más de una vez a la Tierra, había presenciado actos humanos de ese tipo en bares y clubes, observaba meticuloso a la humanidad desde que era joven, tal vez por ello no los amaba tanto como los demás, porque él conocía cada recoveco oscuro, libidinoso, desagradable y lleno de odio, ira y rencor de un humano y aun así, no le desagradaba, no le parecía incorrecto y pronto encontró que los demonios también veían aquello; y tengan cuidado, no nos referimos a un simple acto de sexo o de peleas poco interesantes sino que nos referimos a actos sexuales deplorables, horribles, cuestionables, que causan el mal en otros, los descontroles y excesos que atentan contra la vida también eran incluidos. Las muertes como homicidios, infanticidios, femicidios, todo aquello que no respeta la vida misma y sus pequeños componentes, todo aquello que no respeta a un ser vivo con todas sus capacidades.
Todo eso era un combo que Rafael había visto de cerca, tal vez junto a demonios y no había intervenido, porque aunque no dijera nada, aunque no aparentara siquiera o su corazón no estuviera podrido aún, le gustó, le atrajo, despertó en él un pequeño demonio que nunca pensó tener pero que no creció, se quedó allí como una espinita que a veces picaba para hacerse notar.
Hasta que Anael llegó al Paraíso, hasta que la enviaron a su legión, hasta que encontró al ser que despertaba sus más pútridas pasiones, sus más grandes perversiones.
Dios les obsequió la oportunidad y privilegio de decidir por su cuenta quiénes querían ser, qué deseaban hacer y cómo llevarlo a cabo, Rafael era el claro ejemplo de que no todos merecen esto.
—Será mejor que me marche, tengo cosas que hacer aun —comentó Anael tratando de alejarse de su compañero pero este retuvo sus manos en su rostro.
—No, por favor, aún no —susurró.
—¿Qué tienes? Actúas extraño —se lo quedó viendo esperando una respuesta que la convenciera.
—Siento... Yo... —relamió sus labios abriendo sus ojos para posarlos en los orbes plata, no podía ser que no pudiera hablarle correctamente por lo que optó por atraerla hacia sí y estrecharla con fuerza sorprendiéndola—. Te amo.
—¿Uh? —frunció el ceño—. Lo sé, siempre me lo dices.
—No, no así —negó, su nariz rozando apenas la piel del cuello contrario, causando que ella se tensara—. Te amo como una pareja, ¿Sí? Te amo más que a nada en lo que llevo de vida.
—No digas eso —Anael se apartó no pudiendo aceptar la confesión amorosa—. No puedes amarme tanto, es que... ¿Por qué?
—Porque sí y ya —se encogió de hombros.
—No puedo corresponderte, no siento algo así hacia ti —terminó de abrir distancia entre ellos—. Te adoro, lo sabes, eres tan especial para mí como lo es Gabriel, pero no tengo esos sentires. Lo siento.
—Tal vez... ¿Con el tiempo? —preguntó—. ¿Podrías verme de esa manera sabiendo qué es lo que siento realmente?
—No lo sé, no tengo certeza de nada en estos momentos —apretó los labios—. Tengo que irme.
Y de un salto estuvo elevándose en el cielo con rapidez dejando al guerrero allí de pie, viéndola alejarse, no estando satisfecho con la respuesta del Serafín pero sabiendo que tenía oportunidad, nadie le había dicho que no podía enamorarla. Eso era un hecho. Y comenzó a pensar cómo lo haría, la quería, a nadie más, quería hacer con Ann todo lo que jamás pensó, si no era con él, no sería con ningún otro.
En contraparte, Anael dio vueltas y vueltas en sus rondas no pudiendo estar tranquila, aquella confesión de quien se supone es su líder en la legión la tenía algo incómoda ya que ponía distancia en la amistad que creyó tener con Rafael, a pesar de que a veces terminaran discutiendo, podía considerar al guerrero como un amigo, como a Gabriel. En ninguna circunstancia se esperó que le dijera sobre su atracción y sentimientos, Anael no tenía ideas previas sobre el amor de pareja, no lo había experimentado, no tenía en su mente más que lo que había sido enseñado por Jhosiel y de manera muy general, también había visto en la Tierra las diversas formas en las que el amor se podía presentar, pero siempre desde lejos, siendo la espectadora, la que aprecia el sentimiento sin vivirlo en verdad.
Suspiró llegando a La Gran Casa donde sus pares Serafines la observaron con una sonrisa que correspondió de inmediato, caminó entre ellos a paso seguro y rápido, necesitaba ir con su Padre, hablar con alguien que pudiera entender su molestia, su confusión, su miedo y, ahora, su revoltura sentimental.
Ver a Dios de pie mientras escucha a un par de sus hijos hablarle sobre una misión reciente era algo que estaba acostumbrada a encontrar, El Todopoderoso no descansaba, podrá no verse presente pero está metido en cada problema, en cada rincón, en cada situación que requiera ser analizada, Él evalúa todas las posibilidades dependiendo de las decisiones que vaya a tomar la persona designada a ello y se limita a ver, o a veces, guiar. Nada más.
—Padre —mencionó con cuidado para hacerse notar.
—Anael —sonrió en grande, se dirigió a los dos presentes—. Pueden retirarse, continuaremos luego.
Es así como ambos deciden caminar por ese gran palacio que muchos han querido imaginar pero que nadie tiene certeza del cómo es, a paso tranquilo, con ambiente sereno y lleno de calidez como lo es Dios, escucha atento cada palabra del relato de su pequeña justiciera sin poder terminar de creer que Rafael parece no tener remedio, la paciencia es eterna pero las consecuencias inmediatas y es eso lo que le preocupa.
—Realmente no puedo creerlo —Dios observaba a Anael con semblante serio—. A pesar del paso del tiempo, sigue pensando que la idea de Justicia es deshacerse de todo lo que causa mal, o que para él no está bien.
—Lo que estuvo a punto de hacer hubiera creado un problema de proporciones catastróficas, no es posible que piense de esa manera, ¿Acaso no es quien debería tener otro tipo de pensamiento? —la ojiplata lo volteó a ver tras avanzar en su andar—. No creo que haya siquiera entendido lo que quise decirle.
—Tranquila, estoy seguro de que podemos hacer algo al respecto —susurró suspirando.
—No lo comprende... —negó desviando la mirada, ella se sentía terriblemente culpable y mal consigo misma por haber reaccionado de manera tan atropellada, jamás ha levantado la mano contra alguien, nunca ha tenido el deseo o la necesidad y haberle hecho daño a su preciado amigo, al ángel que tanto cariño le tenía estaba carcomiéndola—. Lo golpeé.
—Oh —realmente se asombró.
—Exploté, Padre, ¡Él hace que pierda mis estribos! ¿Por qué es así? —espetó—. Sé que tengo mucho que aprender, que hay cosas que tal vez no he vivido o visto como Rafael, pero, ¿Por qué resolver maldad con más maldad? No puede ser una buena idea.
—Supongo que hasta tú tienes tus límites —sonrió.
—Sí, eso creo —asintió.
—Lo mejor es una disculpa, charlar y arreglar las cosas —comentó, observó al Serafín y suspiró, no podía posponerlo más, había que hacer algo ahora mismo con respecto a una gran situación.
—Lo hemos hablado, fue extraño, siento que no logré siquiera conmoverlo, pero aun así se disculpó o esa es la sensación que tuve con respecto a él —explicó—. Pero luego...
—¿Luego? —ladeó la cabeza.
—Dijo que me ama, no como amigos, sino como algo más —suspiró—. Tuve que rechazarlo, mi misión es todo lo que amo por ahora, no puedo mentir para que él se sienta bien.
—No, claro que no, has hecho bien al ser sincera, los juegos con los sentimientos de otros son cosa peligrosa que puede salirnos en contra, lo mejor es siempre negarnos —asintió, pero sabía que Rafael no iba a darse por vencido, lo había estado observando lo suficiente como para saber que quería mucho a la justiciera, más de lo que estaba expresando y eso le crispaba la esencia—. Anael, tengo que pedirte que cumplas con una misión importante, es imprescindible que lo hagas para evitar futuros males.
—Padre, lo que me pidas hacer, lo cumpliré sin objeción —asintió acercándose.
—Bien, llevo tiempo viendo a mi alrededor, aun cuando me he esmerado en que todo vaya lo mejor posible y que todos tengan la capacidad de tomar el buen camino, no siempre es así, por algo existe un diablo, por algo hemos perdido celestiales, por algo la humanidad sufre —suspiró—. Hace mucho tiempo esperaba a un Serafín con la capacidad de impartir justicia, mi justicia, sea demonio, ángel o humano, sería juzgado con misericordia, compasión y la rigurosidad que debiera según sus actos cometidos. Finalmente llegaste.
—¿Yo? —frunció el ceño.
—Así es, desde que te vi por primera vez buscaste el equilibrio no solo para ti sino para todos los que te rodean y eso vale mucho —comenzó a caminar siendo seguido—. Eres justa, digna, bondadosa, amorosa con todos, empática y misericordiosa y eso es muy especial, por eso sé que eres el ser indicado para esto.
—¿Qué debo hacer? —preguntó interesada.
—Librarnos del mal —la mirada severa de su Padre hizo que Anael tragara duro, con semblante fruncido terminó de acortar la distancia con Él—. Tienes que encontrar la raíz de los males y encargarte de ella de la manera en que tú creas conveniente.
—¿Quiere que me encargue del diablo? —susurró.
—Es una raíz del mal, lo admito, pero el mal está en todos lados, ¿Crees poder con esto? —preguntó.
—Haré lo que pueda, me dedicaré por completo a esto —asintió con decisión.
—Bien, confío en que podrás —relamió sus labios tras exhalar—. Si puedes, echa un vistazo a los demonios y a su rey, las mazmorras siempre están algo alborotadas, pero no lo olvides, no porque algo no brille quiere decir que está perdido completamente.
—Y no todo lo que brille resulta ser luz —agregó.
—Exacto —ambos se sonrieron.
Anael se permitió quedarse escuchando el canto de los Querubines, sus hermanos poseían las voces más celestiales y divinas que jamás serían escuchadas y la relajaban profundamente. Se preguntaba qué clase de ser sería el Diablo y por qué su Padre quería que le diera un vistazo a las mazmorras, no es que no pudiera ingresar en el Infierno, solo que no era recomendable debido a la rivalidad que había entre los seres pero eso no la asustaba, sabía defenderse. En cualquier caso, lo que fuera que estuviera sucediendo en el reino de los demonios se encargaría de estudiarlo para hallarle una solución, también debía prestar atención a su alrededor, Dios dijo que Imonae era una de las raíces raíz de mal pero nunca mencionó que fuera la principal, o al menos, la que tenía en mente para ser redimida, ¿Verdad?
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