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Pasos alertaron al trío de seres oscuros, Imonae posó sus orbes rojizos al frente, en la figura que caminaba hacia ellos con semblante amable, vestido de blanco y con ocho pares de alas, una extraña figura sobre su cabeza a modo de corona, siendo escoltado por tres ángeles de elegantes envestiduras similares a la complexión del sujeto de blanco, todas de aspecto femenino y mirada amorosa. Apenas se detuvo unos pasos delante del Diablo, los demonios habían retrocedido no pudiendo soportar la luz que emanaba de aquel hombre de cabellos castaños y sonrisa afable.

—Tú le hiciste esto, la dejaste sola cuando debiste protegerla, ¿Por qué? ¿Acaso esta es tu forma de castigarme? —preguntó entre lágrimas el rubio, cerró los ojos llorando de manera desconsolada, jamás alguien lo había visto en ese estado—. Tú me fallaste de nuevo, Padre.

—Dámela —soltó sin más.

—No —negó fervientemente aferrándose al cuerpo.

—Dámela, Imonae —se acuclilló frente a él tomando a Anael con cuidado y quitándola de los brazos del rubio para acunarla contra sí mientras la observaba con el más grande amor que puede tenerle un padre a un hijo, a ese pequeño ser encantador—. Despierta, Serafín mío, estás a salvo ahora, estás en casa.

Y el cuerpo de la humana comenzó a brillar en brazos de Dios, de aquella personificación como hombre que había dejado el Cielo para ir en su búsqueda, aquel que esperaba que terminara su misión y trajera la paz.

—¿Qué le haces? —preguntó con desconfianza Imonae, sentía que la luz del Supremo quemaba su cuerpo pero no iba a alejarse por nada del mundo.

—Confía en mí, estará bien —sonrió leve sin dejar de observar a la chica en sus brazos.

—No puedo confiar en ti, una vez me echaste del Reino y me enviaste lejos —soltó viéndolo serio, no había reproche u odio en su voz, solo era una evidente marca para él de que no le tenía confianza.

—Te di lo que querías, libertad, tus propios dominios, una misión hecha solo para ti —desvió la mirada para verlo con cariño—. Nunca he olvidado tu existencia, de vez en cuando me permitió verte un poco, no has dejado de ser mi hijo aunque no te guste.

—¿Por qué hiciste todo esto? ¿Por qué dejaste que sufriéramos así? —susurró.

—Todo sucede por una razón, por lo general, por las decisiones que ustedes toman, les di la opción de tener libertad de pensamiento y voluntad, como a los humanos, el camino se forjó de manera diferente a la que hubiera deseado pero no me arrepiento —respondió con total sinceridad—. Todos tenían misiones que cumplir, cosas que aprender y verdades que develar, Imonae, tú incluido.

—Mmm... —se quejó Anael mientras su pecho comenzaba a subir y bajar con lentitud.

—Está viva —el rey demonio sonrió en grande tomando la mano de su amada con suavidad.

—Cuando caía, su alma logró atraparla un milisegundo antes de tocar la tierra pero no pudo ocurrir el cambio al sufrir el impacto, murió en el instante, pero ya tenía de regreso lo que le faltaba —besó la frente de Anael cariño—. Es hora, Serafín de Justicia, abre los ojos.

El cuerpo de Anael se elevó frente a todos mientras la luz dorada que lo caracterizaba por ser una criatura tan cercana a la mismísima divinidad lo rodeaba dejando sentir calidez y seguridad, tres pares de alas emergieron de su espalda con lentitud para envolver su cuerpo con parsimonia dejándolo oculto de todos; poco a poco un vórtice de energía se creaba en presencia de todos, Imonae tuvo que retroceder y con sus propias alas proteger a Belce y Glhor de la esencia pura. Dios, sin siquiera ser afectado, movía sus manos con elegancia, como si estas danzaran ayudando al ángel a resurgir, abrió una de sus manos que se había cerrado con suavidad en un puño para dejar ver una pequeña mariposa blanca, pura, inmaculada, sonrió al escuchar un cántico preciosísimo que hizo a Imonae abrir sus ojos reconociendo el tono de voz.

—Esa es la voz de Anael —susurró.

—Cuando creé a mi Serafín, le entregué una de las voces más hermosas, cálidas, llenas de serenidad y sentimiento para que pudiera cantarnos a todos y brindarnos paz, para que fuera parte de su poder y esencia y lo usara para bendecir el mundo —sonrió viendo al demonio de gran poder—. Para calmar fieras, encantar hombres y brindar apoyo.

—Pero Rafael se la arrebató porque sabía todo lo que provocaba —comentó Belce, los ojos de Dios dieron con él y este por temor se encogió escondiéndose detrás de su amo.

—Sí, entre otras cosas, aquel que designé para ser juez en mi reino se encargó de contaminar a todos a su alrededor por avaricia, envidia y codicia, porque no supo aceptar que el amor no se obliga y no entendió nada de lo que les he enseñado, como sucede con los humanos, a veces —suspiró—. La misión de Anael, por la razón que la traje a la vida, era descubrir el mal, deshacerse de él y encaminar a los seres que lo necesitaran; fue una criatura seria, justa, amorosa y llena de curiosidad, se ganó el rango que le di, la fuerza de su corazón era lo que la convirtió en el Ángel de Justicia Divina, era la más capacitado a pesar de su juventud.

—Ya veo —susurró Imonae no apartando su ojos de la muchacha envuelta en sus alas mientras la luz la rodeaba.

—Pero se equivocaron, el mal no eras tú precisamente sino Rafael y su grupo de ángeles corrompidos por ellos mismos —con un murmuro entristecido el Supremo siguió hablando—. ¿Debería haberlos dejado sin el poder de elegir? No se habrían enamorado entre ellos, no habrían sabido diferenciar el bien del mal, no podrían guiar, no aprenderían que la vida humana vale tanto como la angelical o demoniaca, cada ser está aquí por una razón y, a veces, brillan más quienes permanecen en las sombras que aquellos que han visto la luz siempre. —observó a Imonae—. Tú eres un ejemplo, has amado a una de mis hijas sin barreras, sin importar el tiempo, los dolores, lo difícil que fue, el que no supieras quién eras y el que te temiera desde pequeña, tú has amado, has perdonado, has suplicado y has luchado por algo más que no seas tú.

—Lo haría todo por ella —asintió.

—Y por eso eres uno de mis favoritos, mi rebelde sin causa, mi honrado oscuro —rió bajo—. No olvido que eres un problema y un dolor de cabeza la mayor parte del tiempo, pero tampoco desmerezco que tú eres necesario y que los humanos no son las joyas que creí, todos ustedes son mis preciosos hijos, con sus errores y virtudes.

—Eres demasiado bueno conmigo después de tanto tiempo y de nuestras diferencias —blanqueó los ojos.

—Soy justo, veo las cosas de otra forma y aunque piensen que no estoy presente, que no sé las cosas o que no me importa es todo lo contrario —observó al capullo alado brillar y levantarse—. Es hora, sus recuerdos han regresado, sus sentires, memorias, todo lo que le arrebataron está de vuelta.

—¿Por qué no intercediste antes por Ann? ¿Por qué esperar hasta ahora? —Glhor observó a Dios con duda.

—Porque solo Anael podía reconocer el mal que debe eliminar, pero lo haría únicamente padeciendo ante él, mi Serafín era un poco ingenua debido a su juventud —respondió, luego se volvió a Imonae—. ¿Estás listo para esto?

—Claro que sí, la he esperado durante miles de siglos —soltó relamiendo sus labios ansioso.

"El tiempo no me detendrá, voy a tenerte... Voy a tenerte de vuelta, mi ángel."



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