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—La lanzó por la ventana y Jhosiel pudo atraparla antes de que se estrellara en el suelo —relata Gabriel a una prudente distancia del rubio rey del infierno que camina de un lado a otro, molesto—. Dijo que tiene que hacer que el alma de Anael se rinda, para ello debe hacerle creer que no hay un cuerpo al cual regresar.
—Eso sería un problema, si el alma se queda sin cuerpo entonces se deteriora hasta desaparecer —comentó Imonae apretando los puños—. En este caso, Anael dejaría de poder vernos, seguro todos los sucesos paranormales a causa de su propio poder desaparecerían, podría tener una vida normal, pero vacía.
—Es aún peor que ese ángel la mate, no podrá reencarnar ni regresar de ninguna forma —negó Glhor—. Destruir un alma tan poderosa es mucho más difícil que matar a un humano, eso me lleva a algo, ¿Por qué tu Dios no ha intervenido aun? ¿Por qué le ha dado ese castigo a Anael?
—No lo sé, me temo que cuando nos separaron y fue llevada al Cielo perdí contacto, hay mucho que no sé —Imonae negó mientras observaba a sus demonios, con un chasquido de dedos las bestias se pusieron de pie atentas, varios sujetos se aproximaron interesados en el llamado de su amo—. Tenemos un viaje que hacer, hay que dar una visita a cierto convento.
— ¿Qué es lo que planeas hacer? El hecho de que pises los planos terrenales junto a tus demonios solo creará caos, puedes poner en peligro esa dimensión —espetó Gabriel viendo como todos se preparaban—. Tienes que evitar usar todo tu poder allí.
— ¿Y qué sugieres que haga? ¿Qué espere a saber qué es lo que ese infeliz le hará a mi ángel? No, Gabriel, ni siquiera ustedes pueden hacerle frente a un ángel de superior rango y yo no soy paciente, le voy a dar una paliza al muy desgraciado y recordará por qué putas es que soy el rey de los demonios —bramó encaminándose a la entrada de su mundo donde una brecha dimensional lo separaba de los mundanos.
—Entonces, el plan es poner a salvo a Anael —dijo el ángel siguiéndolo con rapidez pero a la vez con algo de duda.
—Sí, hay que alejarlo de Rafael —asintió.
— ¿Qué haremos luego? No podemos esconderla por el resto de su vida, ese loco la va a encontrar —frunció el ceño Glhor evaluando las posibilidades.
—No si lo mato primero.
Traspasar la brecha entre las dimensiones no es algo que requiera mucho esfuerzo entre los seres inmortales pero sí es sabido que genera un cambio en el ambiente terrenal, sea la llegada de una tormenta, sensación de temor o pánico en las personas o cualquier otra derivante de cambio que pueda ser fácilmente percibida por los humanos; esta vez no era la excepción, pronto el cielo había sido cubierto por negras nubes que amenazaban con relámpagos y truenos dejar caer un potente aguacero, el ambiente se sentía tenso y cargado de incertidumbre que era percibida por los jóvenes que habitaban el internado, tanto adolescentes como niños se sentían un tanto temerosos de pronto y es que no tenían idea de que en los pisos superiores se libraba una gran batalla entre seres que no podían ver y que las mujeres que cuidaban de ellos junto a algunos sacerdotes rezaban con fuerza dándole más ventaja a Rafael.
Jhosiel había extendido sus alas con vigor, portaba un báculo con el que se defendía pues al ser solo un guía no contaba con armaduras o espadas divinas para la pelea, pero eso no quería decir que fuera presa fácil o no supiera dar un buen golpe, claro que no, después de todo él era quien se encargaba de entrenar a los jóvenes ángeles antes de que comenzaran con sus primeras misiones. El pelinegro se enfrentaba a su par sin temor, su báculo y la espada ajena impactaban con fuerza cada vez que se encontraban en el aire, el guía no iba a permitir que Anael estuviera en manos de su superior, no lo consideraba correcto y peor aun cuando ella no poseía un Ángel de la Guarda que la protegiera —y no, él solo era un guía, no formaba parte de quienes custodiaban humanos, al no tener su alma, la muchacha no era considerada para ser cuidada—.
—No te dejaré hacerlo —espetó Jhosiel viéndolo con severidad—. Padre le ha dado esta vida por una razón y tú estás interfiriendo por temas egoístas, estás profanando todo lo que nos han enseñado.
—Nuestro Padre no ha dicho nada con respecto a esto, quiere decir que está de acuerdo conmigo —masculló—. ¿Crees que no habrá caos si su alma escapa de la Sala del Silencio? ¡Debe pagar lo que hizo, no puede quedar impune, las condenas se cumplen sí o sí!
— ¡Pero es una condena que tú impusiste, no nuestro Dios! —gritó, Belce abrió los ojos sorprendido desde una de las esquinas del cuarto, apenas podía ponerse de pie ya que los rezos de los humanos lo tenían debilitado y herido, era un demonio de rango bajo—. Padre nos dio la libertad de elegir cuál era el veredicto cuando supimos lo que había hecho Anael, ¡Tú elegiste castigarla, la condenaste porque no pudiste soportar que eligió al Diablo por sobre ti!
Un puñetazo se estrelló en el abdomen del guía y luego uno en su rostro que lo envió contra la pared del cuarto logrando que atravesara el material de la construcción y cayera hacia el patio trasero, Rafael se dispuso a ir por él enfurecido con lo dicho; Belce se arrastró hasta el lecho para remover a la muchacha que se hallaba sumamente sedada, no tenía idea de cuánta dosis le había inyectado.
—Todos los ángeles aceptaron castigarlo, quienes teníamos rangos superiores y llevábamos siglos cumpliendo a rajatabla la palabra de Padre fuimos los únicos que vimos la atrocidad que cometió, los más jóvenes parecían estar de acuerdo, ¿Qué debíamos hacer? ¿Dejar que pensaran que estaba bien pavonearse con los demonios y faltar a las reglas? Tendríamos miles de ángeles cayendo, dejándose seducir, sucumbiendo a los pecados y eso no es correcto —negó dándole otro golpe justo en el pecho, Jhosel se ovilló por el dolor dejando caer su báculo de su mano.
—Amar nunca ha sido un pecado, jamás, lo que no entiendes como algunos humanos, es que no importa de dónde provenga ese amor o a quien quieras dirigirlo, es la máxima expresión de luz y pocos pueden apreciarlo —soltó adolorido—. No pudiste tener a Anael, no pudiste tener el rango que querías por ella y peor aún, ni siquiera te consideró cuando Imonae apareció, estás vengándote no haciendo justicia. Por eso no pudiste ser un ángel justo, por ese se te negó el cargo, ¡Fallaste de miles de maneras y ahora quieres terminar con su vida porque no soportas que a pesar de todo sigues fracasando!
— ¡Cállate de una vez! —gritó con ira y blandió su espada desde lo alto lista para incrustarla en quien era su hermano, pero no contó con que Gabriel llegaría en el momento justo para estrellarse contra él logrando que ambos se fueran hacia atrás, golpeando el suelo y rodando por el mismo hasta detenerse.
El joven ángel se incorporó con lentitud mientras masajeaba su brazo, se había aventado desde lo más alto del cielo al ver al guía en peligro, en un inicio no quiso creer que Rafael sería capaz de herirlo pero vaya que se equivocó, en especial cuando escuchó cada parte de la conversación entre sus superiores; la Tierra tembló levemente logrando captar la atención de los tres celestiales que intercambiaron miradas, Jhosiel llegó con premura a un lado de Gabriel y observaron atentos cómo algunos rayos descendían desde el cielo para caer directo en las viejas tejas del internado dejando ver luego a más ángeles que se incorporaban a lo que parecía ser una batalla, entre ellos estaba Castiel que curioso veía a todos sin entender lo que sucedía, posó su vista en Gabriel quien apenado solo bajó la mirada, ¿Podía ser que su mejor amigo se pusiera en su contra? ¿Debería pelear con él?
—No hay lugar para los traidores —dijo Rafael viéndolo seriamente—. Hasta aquí llegan sus mentiras.
—Yo podría decirte lo mismo —la voz de Imonae sorprendió a todos, una grieta en el suelo se formaba de pronto de donde podía verse salir tanto llamaradas oscuras y de fuego como una neblina negruzca, espesa, quizás siendo similar al alquitrán que se extendía por el suelo, demonios emergían de pronto, humano y bestias, finalmente el demonio supremo se dejó ver mostrando su piel cincelada por runas y tatuajes que contaban su historia y sus fechorías, un par de cuernos en su cabeza siendo ligeramente curvados hacia atrás y en punta, alas tan negras como la más oscura noche y en sus garras un tridente filoso, sus ojos rojos se posaron en Rafael—. He venido a desmembrarte, pieza por pieza, querido arcángel, yo seré quien te haga pagar lo que le hiciste a Anael.
—No puedes estar aquí, traerás destrucción a la Tierra —gritó Castiel desde su lugar viendo sorprendido al rey de los demonios.
—No es de mi interés este pútrido lugar — le sonrió divertido.
—¡Imonae, tienes órdenes de retroceder! —gritó Caiel siendo seguido de varios ángeles de su rango, ya todos se preparaban para lo que venía, Jhosiel y Gabriel intercambiaron miradas acercándose finalmente al rubio—. ¡Ustedes, serán acusados de traición, caerán de nuestro reino!
—Estamos defendiendo una buena causa —respondió Jhosiel con convicción, a su lado, Gabriel observaba todo nervioso, asustado, él no quería dejar su mundo, no quería caer y perder sus poderes, no deseaba quedarse en el Infierno, pero sabía que no podía pelear al lado de Rafael teniendo el conocimiento que poseía sobre la situación.
—Lo siento, pero estoy de acuerdo —finalmente dijo el ángel de menor rango entre los desertores.
—Que así sea —asintió el arcángel.
El caos no tardó en desatarse cuando Imonae formó en su mano libre una esfera oscura que lanzó contra los seres celestiales que se hallaban en las tejas, el impacto contra el edificio comenzó a crear pánico entre los jóvenes que, ignorantes a la situación, corrían desesperados esperando encontrar resguardo a lo que sea que estaba sucediendo; pronto los adultos a cargo no dudaron en comenzar a evacuar el gigantesco edificio, gritos, corridas, niños llorando y chicos asustados, nadie estaba a salvo, las plegarias se hacían escuchar pero poco causaban.
Los demonios no dudaron en saltar en ataque contra los ángeles, Imonae dio órdenes de atacar la construcción también, que tuvieran que preocuparse de los humanos y su seguridad, él era el mejor jugando sucio, especialmente cuando deseaba encajarle las garras a alguien, Rafael se enfrentó contra él sin dudarlo pues no era un ser que gozara del miedo ni nada parecido, ambos enfrascados en su propia sed de venganza terminaron chocando sus armas con fuerza, las energías mezclándose y destruyéndolo todo, incluso los árboles más cercanos. La palabra "caos" no terminaba de describir todo lo que sucedía.
Dentro del internado las monjas guiaban a los niños hacia un lugar seguro, nadie entendía qué era lo que causaba el desmoronamiento del lugar pero sí sabían que era una pena atroz ya que muchos pequeños se quedaban sin hogar y sustento con ello; Thomas había llegado al cuarto de Anael una vez más tras ayudar con los niños, se acercó al lecho donde la joven yacía para zarandearla levemente, apenas y pudo abrir los ojos totalmente ida por los sedantes, el hombre no podía permitirse caer en la ignorancia como muchos otros que llevaban el sitio por lo que ayudó a Anael a incorporarse en la cama y la abofeteó con sutileza para que despertara lo más que pudiera.
—Anael, intenta mantenerte despierto —dijo viendo a la joven parpadear con lentitud, ni siquiera podía mantener el equilibrio de su cuerpo sentado por lo que debió sostenerla con fuerza—. Dime, ¿Puedes entender algo de lo que pasa?
—N-No... N-No sé nada...—susurró cerrando los ojos de nuevo.
— ¡No te duermas, niña, sé que algo está pasando, puedo escuchar cosas extrañas pero no las entiendo! —bramó jalando los cabellos de la muchacha que se quejó con fuerza—. ¡¿Qué está pasando?!
—Pelean, están enfrentándose... —susurró perdiendo el conocimiento de nuevo.
—Mierda, ¿Qué es lo que sucede realmente? —Thomas se preguntó, volvió a sentir un temblor sacudir el lugar y no dudó ni un segundo, cargó a Anael en sus brazos apoyando la cabeza de este contra su pecho—. Hora de irnos mi pequeño ángel, no dejaré que tus dones se pierdan.
El sacerdote salió del cuarto con toda prisa, Belce lo seguía preocupado por no poder ayudar pero apenas y podía andar, sus manos se habían quemado como gran parde de su cuerpo cuando las monjas comenzaron a rezar y había quedado bastante debilitado por ello; también le había llamado la atención el hecho de que el hombre dijo que podía escucharlos, no era algo de extrañar ya que algunas personas tienen una alta percepción del mundo espiritual, podía ser esa una de las razones por las que Thomas estaba fascinado con todo ello, pero no lo guiaría a un buen puerto, definitivamente. Llegaron hasta los corredores laterales, uno de ellos conectaba con la pequeña capilla donde se daban las misas los domingos y por allí se adentró el hombre de Dios, si iba a escaparse con Anael a escondidas se aseguraría de estar a salvo de los demonios y seres oscuros al ingresar a Tierra Santa, fue por ello por lo que Belce no pudo seguirlo. Agitado y molesto el demonio corrió de regreso en busca de Imonae, tenía que alertarlo, tenía que decirle a su amo que se estaban llevando a la joven sin que nadie más lo supiera.
Lejos de la Tierra, el Reino del Cielo se encontraba en constante alboroto, muchos ángeles se precipitaban a la Tierra para proteger a los humanos que se hallaban en medio de la confrontación entre el Diablo y sus superiores, la mayoría no sabía el motivo de la pelea, solo que había vidas que resguardar y hermanos a los que apoyar en el contienda. Un ser camina entre los pilares de las fuertes construcciones donde los seres angelicales viven y descansan, sus pasos resuenen con suavidad, sus manos se entrelazan entre ellas mientras observa a su alrededor con calma y suma paz, porque él no va a alterarse con facilidad, llega hasta la Sala más temida de todas, simplemente su palma se posa en la gran puerta que la mantiene cerrada y esta se abre como si fuera un trozo de tela siendo empujado.
Ingresa como si nada cerrando detrás de sí, observa al centro de la habitación donde la crisálida que aprisiona un alma en pena se levanta con fervor brillando ante su presencia, el ser dentro de ella abre los ojos prestando atención a quien ha osado presentarse ante él y ladea la cabeza con el ceño fruncido al encontrar de pronto un rostro frente a él, su mano se posa contra la esfera de luz y el contrario hace lo mismo con la única diferencia de que el sujeto atraviesa con facilidad el poder de la esfera para dar una suave caricia en la mejilla del cautivo, este por su parte la acepta cerrando los ojos unos segundos para regresar la mirada a quien ha ido a verlo.
—Pronto van a tener que demostrar si nos hemos equivocado al darles la libertad de decidir —comenta serio, se aleja del aquel brillante capullo para encaminarse a la puerta—. Aun tienes una misión que cumplir, sé sabia al decidir, Anael.
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