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Imonae caminaba de un lado a otro algo confundido y nervioso, estaba seguro de que de pronto había sentido la esencia de Anael más fuerte que nunca, pero esta volvió a desaparecer de la faz del universo dejándolo sumamente inquieto, deseaba volver al plano terrenal y ver a su ángel, pero ahora que estaba viviendo en un lugar sagrado, lleno de bendiciones, crucifijos y demás, esto lo limitaba un poco, en especial porque deseaba recuperarse en todo su esplendor, pero, ¿Qué haría luego? ¿Cómo terminaría todo ese asunto para él? No podía llevarse a la chica a sus mazmorras, moriría al traspasar las barreras dimensionales, un humano no puede pisar los planos sin tener un fallo al corazón pues las energías convergiendo son demasiado fuertes para una anatomía tan débil, ¿Cuáles eran sus opciones? ¿Quedarse en el mundo humano? No podría, ¿Dejar a Anael para siempre? No quería, pero en esos momentos parecía que era la única opción para él.

Suspiró, no podía arriesgarse a que le practicaran un exorcismo a la joven solo porque él estaba merodeándola, de todas formas, Anael siempre tendría contacto con lo paranormal debido a su vida pasada, a pesar de que su alma había sido revocada en gran medida de su cuerpo, aquella antenita del sexto sentido seguía intacta, podía conectarse con lo que los demás no veían, eso jamás desaparecería, era un don y una maldición al mismo tiempo si no lograba controlarlo y controlarse ella misma.

—Parece no haber más soluciones —chasqueó la lengua tomando asiento en su trono, sopesando una vez más lo que deseaba hacer.

—No puede darse por vencido —susurró Belce desde su sitio.

—No hay opciones, es humana, no puedo traerla aquí y yo no puedo quedarme en ese mundo demasiado tiempo, es estúpido, pero nuevamente hay algo que nos separa —bramó Imonae sin poder creer que se quedaba sin opciones—. No puedo arriesgarme a que muera traspasando las barreras, no sé cuándo volvería a reencarnar y ya la esperé demasiado tiempo.

—¿Y la esperó solo para dejarla ir? Es tonto, señor —frunció el semblante el muchacho que lo veía interesado pero a la vez confundido, su jefe no encontraba una respuesta.

—A veces es necesario ver para dejar ir —susurró desviando la mirada—. Al menos sabré que sigue viva, que es feliz, tal vez pueda cuidarla de una que otra cosa, y cuando su longevidad llegue, la veré partir de regreso al Cielo si ha sido una buena mujer, como dicen por ahí.

—Y usted seguirá eternamente solo, nada garantiza que renazca una vez más en un ángel y de ser así, no volverá a verlo, no va a regresar a sus brazos ni lo dejarán siquiera pisar la Tierra, es rendirse en su totalidad, perder la pelea —Belce se puso de pie sin poder creerlo.

—Belce, cuando fui joven, cuando apenas había nacido y el mundo era tan inexperto en todo, yo tan solo viajaba de la mano de quien me dio vida aprendiendo todo sobre este inmenso existir y recuerdo que se me dijo una vez que los más grandes sacrificios traen los placeres más bellos —comentó poniéndose de pie mientras caminaba con lentitud siendo seguido por el joven demonio—. ¿Lo entiendes? En ese momento, me dije que era algo completamente estúpido, que yo no me iba a sacrificar por nada ni nadie por más que la recompensa fuera buena, es decir, ¿Por qué debía yo sufrir por una buena acción o algo similar? Fui un necio, era joven y no entendí lo que en verdad significaba aquella frase...

—¿Y ahora sí? —preguntó interesado el chico a su lado.

—Mi más grande sacrificio en este mundo es vivir sin mi ángel, no tener a mi Anael cerca, no poder verla, besarla, amarla... Ese es mi gran dolor, pero mi más grande placer es saberla viva, a salvo, poder acompañarla desde lejos en su vida humana, ¿Comprendes? Prefiero verla vivo y lejos de mí, que saberla muerto en mis brazos... —respondió con una débil sonrisa.

Belce mantuvo el silencio viendo a su rey continuar el andar por su palacio infernal, los ojos del joven demonio se posaron de pronto sobre la figura de su compañero, que hablaba animadamente con otro grupo de subordinados y pensó por unos instantes que a él tampoco le gustaría pasar tiempo sin ese molesto y parlanchín demonio, pero descartó el pensamientos con rapidez pues deseaba poder encontrar una solución para su amo, quería verlo de nuevo feliz por tener al ángel a su lado, pero mientras el cuerpo humano no tuviera un alma, no podría viajar a ninguna dimensión, ni celestial ni infernal. Eso era un tema serio, es decir, ¿Cómo un humano podía vivir sin alma? Tenía que averiguarlo cuanto antes.

Por otra parte, Anael despertaba con parsimonia en su cama, observó a su alrededor viendo el cuarto que le fue asignado al llegar al lugar, suspira, ¿Qué fue lo que le sucedió? Estaba segura de que se hallaba a punto y lista para almorzar cuando sus sentidos se desvanecieron, ¿Se desmayó? ¿Está enferma? Se incorporó con lentitud, apenas sus ojos vieron hacia adelante se quedó paralizada viendo a Thomas sentado en un sofá cercano a la cama, con una biblia en mano, un rosario colgando de su cuello y anotando premuroso en su agenda sabrá Dios qué, ¿Había estado allí todo el tiempo que ella durmió?

—Padre Thomas —dijo por lo bajo, nerviosa, odiaba tenerlo tan cerca cuando se encontraba más indefensa ante todo.

—Veo que te sientes mejor, eso me alegra, Anni —sonrió sin verla, prosiguió escribiendo y hablando—. Verás, mientras dormías me tomé el privilegio de hablar con tu madre por teléfono, dijo que tu padre sigue inconsciente pero que al menos ya no está en peligro, también me contó algunos de los altercados que has tenido a lo largo de tu vida con todo esto que acontece.

—¿Papá? —la chica bajó la mirada, su padre aún no respondía, pero lo aliviaba saber que seguía con vida. Frunció el ceño—. ¿Altercados? Usted sabe lo que ha sucedido en mi niñez, no es necesario que mamá le diga nada.

—Oh, claro que sé, pero de los temas más relevantes, algunos otros no pude presenciarlos y tu madre, muy amable, me contó algunos, como por ejemplo, que cuando eras una pequeña escribías el nombre "Imonae" en las paredes y se suponía que aún no estabas escolarizada —la observó serio, dejando de lado su agenda, Anael se estremeció preocupada—. También me dijo que solías cantar algo que ella no comprendía, que creyó eran balbuceos de una niñita creativa, pero la melodía era demasiado sofisticada para tu edad, probablemente hablabas hebreo o alguna de esas lenguas perdidas que datan de la era de nuestro Señor Jesús.

—Está suponiendo situaciones a raíz de lo que mi madre le ha contado, no tiene pruebas de nada de ello —negó relamiendo sus labios.

—Tal vez, pero a lo largo de tu infancia fui guardando tus dibujos, los videos de tus cumpleaños o presentaciones del colegio, algunos videos caseros que hacían tus padres y me enviaban para que analizara, te han sucedido cosas que no puedo terminar de explicar —sonrió—. Objetos levitando a tu alrededor, sombras, sonidos, que supieras cuando algo malo sucedería, tu desmedida necesidad de hacer las cosas bien, de que fuera "justo" para todos, verte hablando sola... No es normal, Anael, no es nada normal...

—Eso lo sabemos —susurró viéndolo asustada—. ¿Qué quiere?

—Quiero saber, ¿Te gustaría que hiciéramos unas pruebas? Podría enseñarte algunos videos, hacerte escuchar audios que nadie entiende, pero que creo que tú sí —sonrió poniéndose de pie, ella lo imitó sintiéndose en peligro si se quedaba más tiempo dentro de las mantas—. ¿Qué dices?

—No, no creo que sea buena idea, yo de verdad intento que todo esto desaparezca... —negó con lentitud, viendo al sacerdote tomar una grabadora y acercarse a ella, observó a la ventana, no podía ver a los ángeles que siempre la seguían, ¿Dónde estaban?

—¿Qué es lo que buscas? —Thomas frunció el ceño viendo hacia la misma dirección, regresó su vista a Anael—. Solo quiero que me digas si entiendes esto que voy a hacerte escuchar.

—No —negó chocando su espalda contra la pared, acorralada por el sacerdote que encendió la grabadora sin más reproduciendo la nota de voz.

De inmediato la muchacha se estremeció asustada, gruñidos irreconocibles se oían a la perfección, habían gemidos adoloridos, dos personas hablando, una parecía pedir ayuda pues la voz se oía humana pero luego se deformaba en una lengua que causaba que los vellos de la nuca se le erizaran, una voz gutural, distorsionada y terrorífica; Anael cubrió sus oídos, cerró los ojos sintiendo su corazón palpitar con fuerza, tenía miedo y no podía evitarlo, sollozó fuerte cuando aquella voz espeluznante se metió en su cabeza al punto de no poder sacarla de allí.

—¿Qué dice? ¿Puedes entenderlo? —preguntó el padre Thomas interesado—. Es una grabación que obtuvimos durante un exorcismo, pero no sabemos qué dice, ninguno de nuestros estudiosos del Hebreo o Latín pueden saber qué es lo que dice el demonio...

—No sé... —negó entre sollozos.

—Sí, sabes, sé que lo sabes, concéntrate —la tomó por un hombro presionándolo levemente—. Concéntrate, niña.

—No, yo... —boqueó viendo a todos lados, parpadeó hasta que pudo calmar un poco su alocado sistema, escuchó atenta sabiendo a la perfección lo que ese ser gritaba en la grabación—. Dice... Que quiere matarlos, que merecen sufrir... ¡Está molesto, quiere desgarrarle el alma pero no sé a quién se refiere!

—¿Qué más? ¿Por qué quería poseer el cuerpo?

—No sé, no dice nada al respecto —negó frenética, no quería seguir escuchando algo que le causaba tanto miedo.

—Anael, pon atención —espetó.

—Es... Eso es una mezcla de Sánscrito, Latín y Euskera, lenguas muertas, ya no existen —ella respondió alterada—. ¡No entiendo bien, no sé qué dice, por favor, déjeme!

—¡Sí sabes, eres la única que ha reconocido esos idiomas! —lo zarandeó un poco—. Anni, eres asombrosa, tienes una habilidad increíble.

—¡No es verdad, no es verdad! —lo empujó con fuerza logrando que el hombre cayera de culo al suelo, la grabadora se escapó de sus manos rompiéndose al ser bastante antigua.

Anael se ovilló en el lugar cubriendo sus oídos, ya no había sonido pero ella seguía escuchando en su mente la grabación una y otra y otra vez no sabiendo cómo detenerla, desesperada, asustada, respirando de manera errática es que algo parece recrearse en su mente con mucha dificultad; poniéndose de pie con sorpresa, el terror tiñe las facciones de la humana que observa a su alrededor porque ya no está viendo su cuarto sino que puede apreciar un extraño lugar que no ha visto jamás en su vida, está rodeada de seres que la ven con odio, siente que algo quema su cuerpo, el desolador sentir de su corazón helándose de pronto, su pecho parece ser arrancado, su voz no sale más que en un severo y desgarrador grito mientras, en una lengua exquisitamente antigua, pide clemencia, pide que la escuchen. Retrocede no pudiendo hacer más que sentir las lágrimas recorrer su rostro, ¿Dónde está? ¿Quiénes son ellos? ¿Por qué siente que la están asesinando en vida?

Imonae.

Solo puede pensar en él, de pronto el rostro del ser más maquiavélico de todos los tiempos se hace presente para ella y duele, ¡Por Dios, como duele! Arranca un pedazo de su ser que pareciera ya no estar allí de todas maneras, una ausencia tan grande se arraiga en su sistema, en su más profundo ser, soledad dura, honda, que quiebra en pedazos todo lo que conoce, todo lo que siente, todo lo que puede de a poco tratar de interpretar a su manera, se lleva su razón, la hunde en el más aterrador abismo. La nada, el olvido. Es la ausencia desnuda, cruda, se lleva sus dudas, sus sombras, clava un puñal en ella, ¿Eso está sintiendo? ¿De quién es ese sentir? ¿Quién está agonizando de esa manera? Y no puede hacer más que llorar desconsolada, pareciera que le arrancan la vida en ese preciso instante, porque aquella lengua de la grabadora ha detonado algo en Anael, porque no es lo que se dijo allí sino el hecho de haberlo escuchado antes, ¡Está segura de que lo ha oído en otro sitio!

Imonae... Imonae...

De pronto tiene la sensación de que le falta algo, le han quitado una parte de su vida que no sabe que necesita, en lo más hondo de su persona, ahí donde nunca puede ver nada siente que quema, ya no puede recuperar su sueño o su calma, son espinas clavadas con fuerza esperando destruir lo que queda de Anael.

—Por favor... Duele... —se deja caer de rodillas, llorando a más no poder—. Me estoy muriendo... Sin ti.

Y se desvaneció, pero no cayó al suelo sino que en brazos de Jhosiel que la acunó contra su cuerpo con cariño y con congoja al mismo tiempo debido a lo que había podido presenciar, él no tenía la autoridad para intervenir en las interacciones de los humanos pero sí se había mantenido su lado en todo momento, observando, escuchando, sacando sus propias conclusiones bajo la mirada estúpida del sacerdote mientras que en el Reino Celestial los ángeles de mayores jerarquías se turnaban para vigilar y contener a aquel ser recluido que ahora causaba estragos; a pesar de estar apresado no había vuelto a dormir, por el contrario, creaba disturbios con su energía, parecía loco, manifestándose de la forma que podía, la sala donde su crisálida se hallaba vibraba con fuerza por su causa, estremeciendo a cada uno de los guardianes que observaban preocupados lo que sucedía y un Gabriel aterrado se debatía entre dar a conocer lo que vio o mantenerse al margen.



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