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Anael había corrido todas las cuadras que separaban su casa del departamento de su profesor Edmund, necesitaba ver a alguien que no supiera sobre ella nada en lo absoluto, quería que la abrazaran y le dijeran que todo estaría bien, que no había algo a lo que temer, tal vez que intentaran mentirle sobre lo que sucedía al menos, alguien que, por favor, la viera primero antes que a los sucesos, porque sus padres no veían a una hija sino a la maldición que la seguía; el sacerdote siempre la veía fascinado con todo lo que ocurría a su alrededor y ahora ese sujeto, Imonae, el supuesto Diablo, le hablaba como si la conociera de toda una vida, ¿Asustada? Por supuesto, tenía miedo de un día ya no poder siquiera seguir reconociendo cuál era su realidad.

Subió las escaleras de aquel complejo de departamentos porque odiaba tomar el ascensor, porque no deseaba quedarse encerrada por mucho tiempo, prefería todo el esfuerzo físico a eso. Llegó al piso indicado, caminó directo a la puerta que conocía bastante bien y golpeó un par de veces agradeciendo que fuera la última de aquel corredor, esperó unos minutos más no obtuvo nada, con el ceño fruncido volvió a tocar varias veces más sabiendo que su profesor se encontraba en casa ya que la había invitado esa noche a pasarla juntos, tal vez dormía, seguramente, ya era bastante tarde.

—Edmund, soy Anael, abre —golpeó una vez más de manera insistente—. Por favor... —la puerta se abrió con lentitud dejando ver al hombre que la veía con semblante serio, el educador relamió sus labios y suspiró—. Lamento la hora, pero necesitaba verte.

— ¿Sucedió algo? Creí que no vendrías porque tenías visitas en casa —Edmund frunció el ceño pero no se apartó para que ingresara.

—Sí, fue... una locura —soltó riendo algo histérica, no quería dar muchos detalles de lo sucedido—. ¿Puedo pasar?

—No —Ed salió un poco más del interior de su departamento—. Anael, ya no podemos vernos más, no es seguro para mí.

— ¿De qué estás hablando? —preguntó sorprendida sin poder entender a qué se debía el repentino cambio de su maestro a toda la situación que llevaban compartiendo desde hacía un buen tiempo.

—Lo siento, fue interesante, lo pasamos bien, pero no quiero problemas y ya suficiente he tenido con ese loco que me atacó en el salón —soltó rascando su nuca, dejando ver algunos moretones sobre su cuello—. No sé quién era, aun trato de procesar lo que me sucedió, pero no estoy listo para eso.

—¿Qué? ¿Quién te hizo eso? ¿Qué fue lo que te pasó? Por el amor de Dios, no puede estar pasando esto, ¿de qué sujeto hablas? —histérica y desesperada intentó entender lo que su maestro le dejaba ver, esas marcas eran obvias señales de un ataque o pelea.

—Anael, me gustas y mucho, pero no voy a aventurarme en esto —negó apretando los labios, inseguro, no tenía la mente preparada para afrontar semejante problema.

—No, espera, no me hagas esto —negó con rapidez—. Necesito a alguien a mi lado ahora, estoy viendo cosas que no puedo explicar y...

—Lo sé, te creo —asintió retrocediendo hasta volver a estar dentro de su departamento—. Pero no me quiero involucrar, lo siento mucho.

—Edmund... —susurró viendo la puerta cerrarse sin titubeos, restregó sus manos contra su rostro, mordió su labio inferior con fuerza logrando que sangraba y a paso abatido regresó por las escaleras—. ¿Qué esperabas? Solo era sexo...

La muchacha salió del edificio con un nudo en la garganta, sintiéndose más sola que nunca, sin saber en quién confiar o qué hacer ahora, sus padres no comprendían más allá de lo que la religión mandaba, el Padre Thomas parecía más fascinado que preocupado y ella era el conjunto de incógnitas y miedo más grande de la historia, ¿Qué hacer? ¿En quién confiar? ¿Cómo era todo eso posible? ¿Por qué Dios la había dejado tan sola? Una vez caminó un poco por la acera, decidió sentarse al borde de esta, derrotada, la lluvia cayendo sobre su cuerpo sin importarle en realidad, no había nada más que quisiera hacer en ese momento, si enfermaba no le interesaba, tal vez así moriría antes de que terminara realmente loca o internada en un manicomio. Y con tantos sentimientos agobiándola, Anael lloró en silencio, sollozando bajo, teniendo temblores producto de su triste sentir y desahogo.

A su lado, un ángel la observaba en silencio, no sabía si ella ya lo había percibido o no, solo se limitaba a hacerle compañía y a entender los sentimientos de la humana, Jhosiel se sentía tan triste al verla de esa manera pues acostumbrado a que fuera esa joven la más fuerte de todos, la más valiente, la de sonrisa imborrable, ahora solo podía sentir pena por ella; el ser de luz se acercó hasta quedar por completo a su lado, posó su mano sobre la cabeza de Felch que lloraba en silencio. Solo quería brindarle consuelo.

—No llores, Anael Felch —habló calmo, la aludida volteó lentamente a verlo, con los ojos rojos por el llanto, con la mirada estupefacta—. Si has hablado con el Diablo no deberías temer de mí.

— ¿Quién eres? —frunció el ceño—. No te he visto antes...

—Sueles estar bajo el cuidado de uno de mis compañeros, pero ahora se halla herido y descansando —comentó suspirando con serenidad, con una sonrisa afable que transmitía paz—. Soy Jhosiel, un ángel guía.

—Me voy a volver loca a este paso —Anael susurró apartándose, escondiendo la cabeza entre sus piernas.

—No lo harás, no estás loca, solo ves el mundo como realmente es —comentó.

—No quiero esto, no quiero ver nada —negó.

—No es algo que se pueda cambiar.

— ¿Qué pasa conmigo? ¿En quién debo confiar? ¿Quién soy yo? —Ann se puso de pie lentamente encarando al alado.

—No te puedo revelar esa información porque no me lo permiten, pero puedo darte un consejo, amiga mío —sonrió—. Nuestros destinos están marcados por nuestras decisiones, cada paso que das te lleva a lo que en verdad eliges, no hay nada escrito, no hay algo forjado para ti desde antes de nacer, lo que suceda o no, depende de tus elecciones.

— ¿Fue algo que hice en otra vida? —preguntó quitando algunas lágrimas—. ¿Tengo que creer en esto? ¿Aunque piense que es una locura?

—Las personas más locas por lo general no lo están, solo comprenden el mundo de otra manera y los humanos los tildan de lunáticos, o poseídos —Jhosiel sonrió.

— ¿Qué debo hacer? Mis padres están haciendo de todo por mí, hay crucifijos, estampillas, velas, por toda mi casa, ¡He llevado esta medalla toda mi infancia y adolescencia tratando de protegerme y no ha servido de nada, siempre hay algo que me arrastra hacia el mismo lugar! —soltó exasperada mientas daba vueltas como león enjaulado—. ¿Cómo puedo seguir viviendo esta tortura? Tiene que haber un momento de paz para mí, aunque sea con la muerte.

—Confía en él —el ángel guía respondió sin perder la calma—. Imonae no es quien tú crees, para ti, su existencia tiene un significado profundo y más especial del que te imaginas.

— ¿De qué lado estás? —Anael frunció el ceño viéndolo de manera sospechosa, todos decían que huya y él le daba un consejo contrario, algo no estaba bien.

—Del correcto para ti —se encogió de hombros—. Creo que esto no llegará a buen puerto, si debo ser castigado por buscar tu verdadero bienestar, pues lo aceptaré con gusto, después de todo, mi misión es guiarte hacia lo que sea bueno para ti.

— ¿Imonae es bueno para mí? —la pregunta carente de realidad para ella salió de sus labios con total ironía.

—Más de lo que todos pueden ver, no se trata de grandes misiones o de salvar el mundo, sino de dejarte en paz —suspiró—. No lo entiendes y lo comprendo, hay mucho que no sabes de ti misma, pero te puedo asegurar que Imonae mataría por ti, más jamás levantaría ni un solo dedo en tu contra. Nunca ha podido.

—Sigo muy asustada —comentó abrazándose a sí misma, queriendo reconfortarse, darse calor ante el frío de la lluvia que caía en su cuerpo.

—También yo —sonrió de lado—. Ve a casa, descansa. Todo saldrá bien.

Con un simple impulso hacia arriba el ángel se marchó extendiendo sus alas, Anael lo observó asombrada hasta perderlo de vista mientras que Glhor controlaba el andar de la humana desde la azotea del edificio, le había parecido curiosa la conversación de esos dos y más aún el consejo del ángel, quería poder darle aviso a su amo cuanto antes, pero mientras la muchacha de hebras castañas siguiera vagando por la ciudad no podría separarse de su lado; para el demonio era una gran molestia tener que seguir a una chiquilla todo el tiempo, pero por su rey hacía lo que fuera y le obedecería sin rechistar. Glhor mantuvo la distancia con Anael pues no quería que lo llenara de preguntas, ahora que podía verlos y sentirlos era un problema para alguien como él que no gustaba de la compañía de nadie más, era un fastidio, excepto por Belce, con ese molesto rubio podía pasar horas sin problema alguno.

Lejos de toda la odisea que estaba sintiendo la muchacha, la casa de los Felch era sede de una acalorada discusión entre la pareja de padres que trataban de dejar fluir las frustraciones y problemas sobre su hija siendo asechada por un demonio, y no uno cualquiera sino que se trataba de nada más y nada menos que el más temido de todos. Thomas leía con interés sus apuntes, buscando la forma de poder alejar a la muchacha del ser oscuro. De pronto, antes de que siquiera pudiera darse cuenta, el sacerdote estaba volando por los aires chocando con una de las paredes de la sala de estar causando un gran alboroto, Eloísa y Jhon se acercaron con rapidez para saber qué era lo que estaba sucediendo. El Padre fue arrastrado una vez más hacia uno de los armarios que contenía decoraciones de cristal donde salió herido por los vidrios rotos al estrellarse contra el sitio, Eloísa fue empujada a la cocina con fuerza y Jhon no dudó en ir en su auxilio, dejando por consecuencia al hombre de Dios solo.

Imonae gruñó molesto, ese hombre era la razón por la que no pudo comunicarse con su amada desde el inicio, quería hacerlo pagar, golpearlo, hacerlo sentir realmente mal por su intromisión, sin embargo, Rafael y Castiel, arcángeles protectores, llegaron en socorro del sujeto respondiendo a sus plegarias de auxilio; ambos defensores extendieron sus alas en posición de ataque, Belce sonrió divertido por la escena más esperó paciente las órdenes a seguir, se moría por tener algo de diversión pero sabía que solo si era necesaria su ayuda tendría el permiso de su rey.

—Llevo tiempo queriendo darte una buena paliza —Rafael se irguió con porte orgulloso, queriendo intimidar a su oponente.

—Oh, estás molesto porque le di un par golpes a tu amiguito, déjame decirte que lloró como un lindo bebé, ¿Cómo está Gabriel? ¿Adolorido? Lo imagino —sonrió con burla el rubio demonio disfrutando de ver a los ángeles molestos.

—Deberías detenerte, sabes que puedes perder a Anael de nuevo —Rafael se adelantó evitando que siguiera despotricando veneno contra ellos—. Dale la oportunidad de vivir lejos de nuestro mundo, a eso ha venido a la Tierra, ¡Libérala de tus cadenas, Imonae!

— ¿Cuáles cadenas? ¡Fueron ustedes quiénes la arrastraron lejos de mí sin razón! ¿Qué mal habíamos hecho? ¡Ninguno! —gritó colérico, el solo recordar esos momentos dolorosos hacía que toda su ira se desatara—. Las únicas cadenas que veo son las que le han impuesto al enviarla aquí sin recuerdos, sin alma, está vacía por dentro.

—Mientes —negó Castiel incrédulo, no tenía conocimiento de que la humana hubiera perdido tanto.

—Puede que no haya nada de mí en ella en estos momentos, pero me reconoce, de una forma u otra, y mientras ese pequeño atisbo siga con vida en mi ángel, seguiré a su lado —apretó los puños determinado, no daría le brazo a torcer.

—Solo vas a causar su muerte, repitiendo errores —bramó Rafael, por su parte, el ángel de menor estatura solo observaba sopesando lo dicho.

—Amarlo no puede ser un error —negó Imonae con lentitud, ese fue su único motivo de existir durante siglos atrás—. Anael me enseñó eso.

Y sin más el Rey del Mal desplegó su poder extendiendo los brazos a los lados de su cuerpo, emanando ráfagas de energía oscura, como si fueran llamas negruzcas, golpeando con fuerza a los arcángeles que salieron despedidos por el aire, el Padre Thomas no se quedó atrás y lo que era aquella casa se vio afectada de igual forma; Ann que iba llegando a la entrada de su hogar fue casi tacleado por Glhor que logró lanzarla al suelo y evitar que volara por los aires usando su cuerpo como protección puesto que las llamas del infierno no le harían daño a él por ser demonio. La muchacha refugiada bajo su anatomía se ovilló asustada por el estruendo de los destrozos, confundida por lo que sucedía, atemorizada por lo que pasaba, pero no pudiendo no preocuparse por sus padres, no había gritos, no había voces, un gran silencio se instaló cuando toda la edificación dejó de vibrar por los poderes de Imonae. Glhor se incorporó con lentitud, intrigado sobre lo que había sucedido, sus platinados cabellos se hallaban algo húmedos por la lluvia que había cesado hace poco, Anael se puso de pie tratando de acercarse a la casa pero el demonio joven la detuvo negando con la cabeza cuando la humana intentó forcejear. Le hacía saber que no estaba tomando una buena decisión.

Pronto Rafael se dejó ver siendo golpeado por Belce y lanzado al suelo con estrépito porque nadie podría tocar al demonio superior mientras tuviera escolta, Anael casi gritó por la sorpresa, sus ojos fueron al interior de la casa donde Thomas intentaba salir de debajo de los escombros, ¿Dónde estaban sus padres? ¿Qué mierda había pasado? Todo era un maldito caos donde la bruma de tierra, polvo y humo no dejaban ver con claridad.

— ¡Mamá, papá! —Anael gritó deshaciéndose del agarre de quien intentaba protegerla y corrió al interior de la casa.

— ¡Anael, sal de allí! —vociferó Rafael lanzando por los aires a Belce que cayó sobre su compañero demonio, con un veloz movimiento el arcángel llegó a la jovencita para jalarla por el brazo logrando verla cara a cara—. Vete ahora mismo, no es un lugar seguro.

—N-No... Mis padres —observó a su alrededor.

—Tal vez estén muertos, la prioridad es que sigas con vida —la empujó para que caminara, viendo la reticencia de su parte no tuvo otra opción que arrastrarla con él.

— ¡No, espera, suéltame! —forcejeó.

—Anael no pelees conmigo, no entiendes la gravedad del asunto —reprendió dándole una leve sacudida.

—Oye —aquella voz gruesa y varios tonos más baja erizó la piel de la humana que volteó en dirección a la misma encontrándose con Imonae sosteniendo por el cuello a Thomas mientras su verdadera forma se hacía presente—. Suéltala o verás lo que puedo hacerle a este idiota, aquí, en la Tierra, con mis habilidades destruyendo todo lo que tú y los tuyos han tratado de mantener en pie.

Anael observó a Rafael apretar los dientes sabiendo que debía hacerle caso, la joven supo de inmediato que el demonio no estaba bromeando, que allí podía desatarse una de las más grandes tragedias seguida de la declaración de guerra entre el Infierno y el Cielo.



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