13. NO HAY CAMINO BUENO
13. NO HAY CAMINO BUENO
Norden, Estoria, 9 de avientu del 525 p.F.
—Lo que ocurrió aquella noche fue terrible —dijo Freder Redion'ar, el padre de Aubert meneando la cabeza apesadumbrado. Tras leer el diario habían pasado la noche en la habitación secreta y al amanecer acudieron a la mansión de los Redion, para decidir que hacer. Zas y Árzak disfrutaron más que nadie de aquella velada frente a la chimenea, gracias al cuenco de caldo humeante que sujetaban entre las manos—. Tanta muerte, tal cantidad de sangre derramada… Pero me alegro de ver, que al menos a ti, te ha ido bien. No sabes como siento todo aquello...
Freder añadió un chasquido de lengua a los movimientos de cabeza. Ocupaba la cabecera de la gran mesa del comedor con su hijo a la diestra y los invitados al otro lado. Era muy parecido a Aubert en altura y maneras y aunque hacía décadas que había perdido buena parte de su antigua melena, las pocas hebras plateadas que le quedaban, caían en una raquítica coleta plateada a su espalda. Tal y como recordaba Árzak, seguía siendo un hombre vigoroso que no había dejado que la edad doblegase su cuerpo, pero su mente, antaño preclara y calculadora, daba muestras de un serio deteriodo; o eso parecía pues cuando los vio atravesar el umbral de su casa esa mañana, les saludó, seco, sin sorprenderse de su aparición. El tipo de recibimiento que das a alguien con el que acabas de charlar hace cinco minutos. No fue hasta que su hijo le recordó el ataque a Norden, y todo lo ocurrido después, que no tuvo una reacción más normal, estrechando a Árzak en un abrazo paternal demasiado largo y deshaciéndose en lágrimas. El anciano fue tan efusivo y servil que al joven le dio la impresión de que estaba intentando espiar algún tipo de sentimiento de culpa, pero eso no tenía ningún sentido: no paraba de disculparse. A partir de ahí, su conversación entró en un bucle que ya duraba una media hora larga del que no encontraban forma de salir.
Mientras tanto Aubert se implicó en su papel de anfitrión. Nada más llegar movilizó a todos los criados para que a los invitados no les faltase nada. Zas estaba encantado con la atención extra, pero Árzak incómodo le dijo que con ropas de abrigos secas y algo de comer se apañarían. En un principio temió ser una molestia para una familia que solía tener dificultades para pasar el invierno; pero a juzgar por el número de empleados que recorrían unas estancias profusamente decoradas y caldeadas e iluminadas por luz eléctrica, a los Redion les iba muy bien. Según parecía su negocio comercial había despegado en los últimos años.
«No hay más que fijarse en esta sala», pensó fijándose en el mobiliario iluminado por una llamativa lámpara de araña, y sus seis bombillas parpadeantes. Tan solo habían pasado cinco años, pero una sala que entonces estaba vacia, después de que se viesen obligados a empeñar la mayoría de sus muebles para pasar el invierno del 519, hoy estaba sobrecargada por una decoración desmesurada. El centro de la sala lo ocupaba la mesa, de recio roble y con mas de una docena de metros, estaba rodeada por veinte sillas talladas con tal habilidad que los querubines que las escalaban parecían seguirle con la mirada y todo ello reposaba sobre una gigantesca alfombra en la que se podía ver una enorme reproducción del escudo de la familia: un carro amarillo, decorado por un trisquel del mismo azul que el resto del campo.
La pared que tenía a su espalda y la de la izquierda tenían grandes ventanales, ocultos ahora por cortinas repujadas con hilo dorado, tan brillante como el ídolo de oro que reposaba en un pequeño altar decorado con cuentas y rodeado de velas; la calavera astada ocupaba un lugar privilegiado en la casa. Frente a él, estaban las puertas dobles por las que entraron, custodiadas por una pequeña colección de armaduras y armas demasiado pulidas y brillantes como para haber sido usadas alguna vez en combate. En la última pared estaba la gran chimenea de mármol que caldeaba la habitación. Sobre ella colgaba un cuadro de familia, en el que aparecían Aubert y su padre, junto a las cinco mujeres de la casa: la matriarca y sus hijas. Todos posaban muy serios, con ropas elegantes y un porte soberbio. No faltaban ni los perros de caza en la imagen arquetípica de la nobleza narvinia.
Y lo mismo pasaba con las prendas que les habían dado. Las camisas y los pantalones eran de algodón, y aunque les quedaban algo largos, tenían que reconocer que hacía mucho que no estaban tan cómodos. Eso, junto al calor del hogar y el caldo, hizo que se olvidase de toda suspicacia al menos durante un rato; tras el viaje que habían tenido estaba dispuesto a aguantar las divagaciones de su anfitrión durante muchas horas más.
—Terrible... —continuaba Freder con sus divagaciones—. ¿Pero quién podría imaginarse que pasaría algo así? Además todos confiábamos en que Sallen nos protegería en caso de un ataque. Tu padre era muy fuerte, ¿sabes?
—Y aun lo es —intervino Árzak, con una sonrisa de disculpa por la interrupción.
—Sí, cierto, lo es —murmuró Freder, de pronto pensativo—. Cuesta acostumbrarse. Es todo tan extraño. Estabais todos muertos y enterrados y de pronto..., puf —abrió las manos en alto para escenificar una explosión—. Aquí estás.
—Es muy agradable hablar con usted —dijo Zas, ignorando la mirada de Aubert: le había advertido que nada de sarcasmos frente a su padre. No obstante, bajo su punto de vista, y como reconocería más tarde Árzak el suyo también, estaba siendo increíblemente correcto, al menos para tratarse de él—. ¿Podemos empezar a hablar de otra cosa?¿Cómo el muerto del sótano de tu casa? Bueno no —negó con la cabeza, y se llevo la mano al mentón en actitud reflexiva—. Seguiríamos hablando de muertos...
—Árzak —dijo Aubert, visiblemente molesto—, la calidad de tus compañías ha decrecido con los años.
—Y si hablásemos de nosotros —murmuraba aun Zasteo—, estaríamos hablando de futuros muertos. El viejo me esta contagiando...
—Vamos hijo, no seas tan estirado —rió Freder, mostrando de pronto una actitud lúcida que parecía desmentir la senilidad anterior—. Has de disculpar a este pobre viejo. Cuando uno ve cerca su hora, empieza a obsesionarse con la muerte y la gente que ya se fue. Por cierto, ¿a qué decías que te dedicabas en Vesteria?
—Era la…
—Labriego —le interrumpió Árzak, desconfiado ante el cambio de actitud del viejo—. Hasta que perdió sus tierras. Ahora trabaja para mí. Es mi ayudante.
—Eso me recuerda que esta semana aun no me has dado mi sueldo —añadió Zas con la mano extendía; «para dar credibilidad a la historia» añadió en su mente.
—No es educado tratar esos temas delante de otras personas.
Freder le dedicó una intensa mirada, pensativo, analizando hasta el último gesto de Árzak, sin prestar la más mínima atención al ladrón-labriego. Tras un rato bastante incómodo, una sonrisa se perfilo lentamente en los labios del viejo y asintiendo como si hubiese llegado a una conclusión, volvió a hablar.
—Una profesión muy honorable. Nosotros mismo nos vimos obligados a trabajar nuestras tierras durante muchas décadas. Tienes que disculpar a mi hijo, tiende a sobreprotegerme. No entiende que la gente de origen humilde puede sentirse fuera de lugar entre tanto lujo.
A Árzak le estaba costando diferenciar si aquello había sido una puñalada o si Freder estaba siendo sincero , pero parecía que era el único que se había percatado del sutil deje con el que pronunció “fuera de lugar”. Aubert mantenía clavada en Zas una mirada abrasadora, molesto por la sonrisa inocente que mantenía: cuando se el ladrón se dio cuenta, le dedicó un guiño y le lanzó un beso. Aubert lanzó un bufido e ignorándolo, se dirigió a su amigo.
—Bueno, ya tienes ese diario. ¿Y ahora qué?
—Mi padre me pide en su carta que busque el resto —respondió Árzak, mientras ponía el diario sobre la mesa—. Pero no me dice nada más; ni por qué, ni donde, ni cuantos son... Nada. Solo me da un nombre y una ubicación vaga.
—En ese caso, es de prever, que sea un lugar fácil de localizar —dijo Aubert ojeando el diario sin interés. Su padre pareció despertar de pronto de algún tipo de trance y sin decir nada le quitó el manuscrito y empezó a leerlo—. Verth Tenara… A mi no me dice nada. Y la isla Jenesé es demasiado grande. Tal vez sobre el terreno podríamos descubrir algo.
Aubert se levantó y se dirigió a un cofre, junto a una de las paredes. Por el sonido, pareció que rebuscaba entre papeles y efectivamente regresó a la mesa con un pergamino, largo y enrollado. Al extenderlo sobre la mesa comprobaron que era un mapa del continente de Geadia.
—Lo primero, supongo que será llegar hasta aquí —dijo Árzak poniendo el dedo sobre la isla, en la esquina noreste del mapa, al otro lado del continente.
—Eso esta chupado —intervino Zas, a la vez que trazaba una línea recta... entre la isla y un punto a más de cinco palmos de su posición en el centro del Mar de Ordace.
—Empecemos por dejar al estúpido fuera de conversaciones serias —dijo Aubert, elevando la voz y haciendo que su padre abandonase la lectura un segundo para mirarlo extrañado. Árzak dudó unos segundos antes de asentir, dubitativo, después de dedicar una mirada de disculpa a Zas. Este último pareció ofenderse, pero tras pensarlo un segundo se encogió de hombros, obligado a darles la razón. Indicó a Aubert con la mano que podía continuar y se centró en su caldo—. Perfecto. Lo más lógico, rápido, sencillo y previsiblemente barato, sería el camino del oeste. Viajar a Vesteria y allí embarcar en algún mercante que viaje a Narikio.
—¡Imposible! —interrumpió de pronto Zas, al recordar las ordenes del demonio. Viajar hacia el este, nunca hacia el oeste. «Eso y que si vuelvo a la ciudad, Selendia me cuelga de una farola por las orejas o de algún sitio peor.»—. Imposible ir a Vesteria.
—Creía que teníamos un acuerdo acerca de las intervenciones del estúpido.
—Acuérdate, Árzak. Lo que dijo el pelirrojo... —Zas gesticulaba, y hacía muecas—. No podemos desandar lo andado...
—Es cierto —asintió Árzak—. Esa ruta esta descartada. Gracias Zas. —Esto hizo que el aludido devolviese su atención al cuenco, hinchado de orgullo.
—Bueno, pues la siguiente opción sería la nueva carretera a Narvinia. En Kashall'Faer también encontraras medio de transporte. Aunque imagino que te resultara bastante más caro. Un pasaje en un barco volador de pasajeros tiene que ser desorbitado.
—La verdad, es que después de lo de ese caballero, no tengo mucha gana de ir en esa dirección.
—Cierto... —murmuró Aubert, pálido de pronto. Pero pese al miedo, no dejó de otear el mapa buscando un camino.
—Seré estúpido —aportó Zas, entre sorbos—, pero yo mantengo que lo mejor es la línea recta. ¿Por qué no ir por aquí? —Señaló el oeste de Estoria en el mapa.
—Visto los visto, parece la mejor opción —opinó Árzak, con la cabeza ladeada, siguiendo con la mirada esa ruta.
—Estáis hablando de atravesar el macizo central de la Cordillera del Firmamento. En pleno invierno, sin conocer la ruta... —Aubert, empezó a enumerar los peligros a los que se enfrentarían—. Es de locos, pero imaginad que lo conseguís. Imaginad que atravesáis las montañas del norte de Narvinia y llegáis a Sajania. Una vez allí, tendréis que elegir entre dos osos.
—Una vez conocí a un tío que decía ser un oso —dijo Zas—. No veáis las cosas que quería hacerme. He de decir que tampoco me disgustaba la situación, pero me preocupaba lo que me haría si descubría que le había robado la bolsa diez minutos antes.
Árzak y Aubert miraron alarmados a Freder, pero este no dio muestras de haber oído al ladrón.
—Ignorémoslo —suspiró Aubert, para deshacerse de la rabia que le pedía ir al otro lado de la mesa y sacudirle—. Sajania limita al oeste y al sur con Hestor. Sinceramente, se que estáis locos y que ese además es tonto, pero dudo mucho que quieras atravesar la nación faester.
—No tengo muchas ganas de ver Faesters, si te soy sincero —dijo Árzak, pasando la mano por su nuca. No tenía buen recuerdo de esos seres e imaginarse en la tierra del Emperador de los Huesos, le ponía los pelos de punta—. El Imperio Septentrional sería entonces el otro oso. Eso también va a ser difícil.
—No tanto —dijo Aubert, con una sonrisa en la boca—. Obviemos el viaje hacia el oeste y centrémonos en el camino más rápido al imperio desde Norden. La ruta del norte. En ese caso cruzar la frontera sera sencillo. Aunque atravesar Al-Saha ya es otra historia. Aunque en estos tiempos no existe el camino bueno y todos los otros son claramente peores u os negáis a seguirlos.
—Soy todo oídos.
—Resulta, que una de nuestras caravanas comercia con el imperio. Gracias a ello, tenemos permiso para cruzar su frontera. Cualquiera que porte nuestro salvoconducto podrá atravesar la Puerta del Desierto.
—Ahora viene el pero —musitó Zas, con la cara oculta tras el cuenco.
—Sí... —admitió Aubert, con desgana no sin dedicar al ladrón una mirada de odio—. Ya os he dicho que no hay camino bueno. En primer lugar, parece que el imperio sufre cierta…inestabilidad. No sé gran cosa de como funciona su política, pero he hablado con alguno de sus mercaderes en mi último viaje. Según parece tienen problemas de abastecimiento.
—¿Una guerra? —preguntó Árzak, preocupado.
—Ni idea. Nuestras caravanas nunca salen de Ordea. Lo que me recuerda; la segunda cuestión sera en realidad el primer problema serio. Salir de la ciudad.
—El salvoconducto no nos permite viajar por el país —se unió Freder a la conversación cerrando el diario con un golpe seco—. Solo cruzar la frontera y permanecer en Ordea durante un día.
—Además esta Terg… —pensó Árzak, en voz alta—. Quedó en darnos alcance.
—¿El mismo Terg del que habla el diario? ¿El psicópata?
—No es tan mal tipo como parece en esa historia.
—Yo no me preocuparía por él —le tranquilizó Zas—. No hay duda de que sabe cuidarse solo. Además me dejó muy claro que no necesitaba ayuda de ningún humano. —«La verdad es que dudo que volvamos a verlo. Seguro que ahora esta en la estatua de Perlin, paseándose en calzoncillos» añadió para si mismo, haciendo un esfuerzo enorme para no reírse con esa imagen.
—Supongo que tienes razón. Aunque me siento culpable por no esperar por él —dijo Árzak, mientras se rascaba el mentón con aire pensativo.
Freder se quedó un largo rato mirándolo con los ojos desencajados, pues era la viva imagen de su padre. Cuando Aubert habló cortó de golpe el hilo de sus pensamientos.
—Iré con vosotros. Necesitáis un guía
—¡¿Qué?! —gritó Freder, volviendo toda su atención hacia él—. Deberías pensarlo más detenidamente hijo. No estamos hablando de un paseo por el valle, ni de unas vacaciones en Rekhalu.
—Llevo desde ayer meditándolo, muy detenidamente. Estaba cazando y de pronto me encuentro con mi mejor amigo al que creía muerto. En el momento en el que los salve y mate a ese caballero, quedé ligado a esta..., aventura, viaje o lo que sea. Y pensé, toda nuestra infancia soñamos con vivir algo así. Abandonar este valle, y ver el mundo. Tal vez el destino quiere que ponga mis habilidades a disposición de una causa noble. No me cabe duda de que esto lo es.
—¡Precioso! —Aplaudió Zas—. En serio Árzak, no necesitamos a este tío. Yo te guío. Seguro que conseguimos atravesar la Cremallera Esa y el sitio de los faesters.
—Hijo, déjate de romanticismos —dijo Freder—. Este es el mundo real, y en el mundo real las aventuras solo traen sufrimiento, pesar y muerte.
—Este es el anciano que conquistó mi corazón. Y tiene toda la razón del mundo —dijo Zas, antes de enmudecer ante la mirada que le dedicaron los presentes.
—Aubert. —Árzak pensó un buen rato que decir antes de seguir. El sin duda estaba encantado de aceptarlo en el grupo, pero no quería soliviantar más al anciano—. Tu padre tiene razón. Será peligroso y por otra parte es algo que a ti no te atañe. Nada te obliga a iniciar un viaje que no sabemos cuando acabará.
—Está decidido, no es un debate —zanjó Aubert, con la vista fija en el mapa—. Llevo años estudiando estos mapas . Tú mismo insististe en ello. He oído hablar de Al-Saha pero nunca he visto la arena de su desierto. Del Estrecho de las Sierpes, y nunca he visto el mar. Eso es triste.
—Desde luego, así es —asintió Freder—. Te insistí en que aprendieses todo eso para que te convirtieras en un gran comerciante, no en un vagabundo. He tolerado todos estos años esas escapadas nocturnas tuyas. Pero salir a cazar al valle de al lado no es lo mismo que irse al otro extremo del continente. ¿No has pensado en tu madre y tus hermanas? Si me pasase algo tu deberías hacerte cargo…
—Padre. Iré con tu consentimiento o sin el. Incluso si no nos dejas el salvoconducto, encontraré la manera de llevar a Árzak a Jenesé, aunque sea la última cosa que haga.
—Para el carro —le susurró Zas, aunque todos lo escucharon perfectamente—, aborta el farol, necesitamos esa cosa. Ya hemos hablado sobre ello: no hay más caminos.
—Eso es lo de menos. No me cabe ninguna duda, de que este es mi destino, así que encontraré la forma de pasar.
—Tu destino —repitió burlón Freder—. Haz lo que veas. —El anciano se levantó, y tras dedicarles una ligera reverencia, abandonó la habitación lo más rápido que le permitieron sus viejas piernas.
—Pero —Zas rompía así un silencio tenso, que se estaba prolongando demasiado para su gusto—, ¿nos va a dejar el…
—¡No termines esa frase! —estalló Aubert, apuntando a Zas con un dedo amenazador. El ladrón dudó si responder a la amenaza, pero Árzak lo calmo con un gesto conciliador—. ¿Estás seguro que quieres que este tipo nos acompañe?
—¿Estas seguro que quieres que nos guié un tío con serios problemas familiares?
—No le sigas provocando —apaciguó Árzak los ánimos—. Al parecer vamos a viajar los tres juntos, así que tenemos que intentar llevarnos bien. Bueno Au, tu eres el guía. ¿Cuál es la ruta?
—Si conseguimos salir de Ordea —respondió Aubert, más tranquilo tras oír a su amigo abreviar su nombre, igual que hacía cuando eran pequeños—, tendremos que atravesar el desierto de Al-Saha. ¿Allí te sentirás como en casa no? —añadió, volviendo hacia Zas.
—¿Estas intentando decir que porqué soy negro tengo que haber nacido en el desierto?
—Zas —intervino Árzak, con voz de reproche—, ya hemos hablado muchas veces de esto. Te puedes sentir castrense de corazón y para mi eres un auténtico Baren'ar, pero eres un behit: te guste o no. Y los behits viven en el desierto.
—Eso es racista.
—Es realista —Árzak le dedicó una mirada de súplica—. Déjalo ya, Zas.
—Tienes razón, Árzak —dijo Aubert, que se había levantado y les dedicaba una reverencia de despedida—. Disculpadme, voy a prepararme y a hablar con mi padre. Sera mejor que esperemos a mañana para partir con el alba. Estáis en vuestra casa. Los criados os conducirán a vuestra alcoba.
Cuando salió de la habitación Árzak contempló el mapa. Mientel no llego a enseñarle muchas cosas de sus vecinos del norte. Sabía que en aquel país había nacido su madre, en la ciudad Vidana de Vihoten. Pero el imperio era gigantesco y Vidana solo un estado más muy alejado, al este.
Al darse la vuelta se encontró a Zas guardando la cubertería en su zurrón.
—Zas…
—¿Qué? Dijo que estábamos en nuestra casa.
—Deja todo eso ahí.
—Está bien —dijo Zas, mientras devolvía lo sustraído a la mesa—. Claro, ahora como eres rico... Dime una cosa. —De pronto se puso serio y se sentó junto a su compañero y bajo la voz—. ¿De verdad confías en esta gente?
—Sí. ¿De donde has sacado ese candelabro? Deja, prefiero no saberlo. ¿Por qué lo preguntas?
—No se tío, pero es como si ese viejo pensara más de lo que habla. No sé si me explico.
—Han pasado muchas cosas, un día de muchas emociones para ellos. —Árzak sabía que Zas era muy bueno juzgando a la gente, era parte de su trabajo conocer a sus víctimas, por eso le preocupaba que coincidiese en sus sospechas—. Yo confío en ellos.
—No se, amigo. —Sacudió la cabeza, haciendo una mueca como si hubiese olido algo en mál estado—. Esta gente ha salido claramente beneficiada con vuestra ausencia. Ahora gobiernan el pueblo.
—Eran la elección más obvia. Solo había dos familias ricas y una desapareció.
—Tal vez sea eso. Pero sinceramente no me pareció que el viejo se alegrase de verte. Y menos de saber que tus padres viven.
—Esta gente siempre me ha tratado bien. —Se encogió de hombros, descartando el tema—. Zas, a ti no te he preguntado, ¿pero estas seguro de que quieres venir?
—Claro. —«Como que voy a volver a Vesteria yo solo» pensó Zas, imaginando a Terg o a Selendia acechando tras las ventanas de la mansión—. Dime una cosa. ¿Por qué este viaje? Quiero decir, entiendo que te lo pide tu padre. Pero no dice gran cosa. ¿No nos estaremos metiendo en algo peligroso?
—Deja de dar rodeos y di lo que te preocupa.
—El caballero muerto de la habitación secreta. ¿Qué buscaba en una casa quemada y en ruinas?
—¿Sugieres que buscaba el diario?
—Qué, si no. Y si los Caballeros Tenues buscan el diario… Me costaría reconocerlo delante del rubito, pero la verdad es que era solo uno y sí, te lo concedo, no estábamos en nuestro mejor momento, pero si no llega a aparecer el rub… —La cara de disgusto de su compañero le hizo corregirse—. Quiero decir Aubert, estaríamos bien jodidos. ¿Te imaginas tener que enfrentarnos a más de uno?
—No eres tan atolondrado como aparentas —asintió Árzak, con una sonrisa en los labios—. Zas, en mi vida solo he tenido un objetivo, mejor dicho una obligación. Entrenarme para hacerme más fuerte. No fue una elección, como imagino que ser ladrón no fue tu primera opción.
—Cierto, antes probé como timador, pero tus víctimas te ven la cara, y cuando se dan cuenta del timo te buscan para rendir cuentas.
—Ya… No se para que pregunto. El caso es que una vez que terminé de entrenar, no sabía que hacer con mi vida. Y nadie me decía que se esperaba de mí, y yo tampoco me aclaraba. Parece una estupidez, pero sino que. ¿Qué hago? Con la vida que he llevado no me imagino trabajando en una cantina o en un aserradero. Me han entrenado y adiestrado para cazar demonios y eso no sirve para decorar un currículum. —Asiente pensativo durante unos segundos, antes de mirar fijamente a Zas—. Soy un cazador. Mi padre me ha dado una misión, lo que significa que estoy a las ordenes de los Guardianes de Shamel.
—No me suenan —le interrumpió Zas, estrujándose los sesos intentando hacer memoria—. ¿Tienen alguna canción conocida?
—La verdad, es que yo tampoco sé mucho de ellos —Árzak le sonrió cogió el diario y lo guardó en el zurrón—. Así se hacía llamar el grupo que lideraba mi padre. Era algo así como el Ejercito de Norden, aunque normalmente la mayoría no solía estar aquí. Viajaban por todo el continente, eliminando demonios.
—¡Eso suena a que has encontrado trabajo!
—Eso parece, algo es algo. Además, creo que en el momento que matamos a ese caballero, sentenciamos nuestro futuro tal y como dijo Aubert. Nos perseguirán igual que los tipos que nos hicieron huir de Perlin. ¿Quiénes decías que eran?
—No recuerdo haber concretado, pero es posible —Zas era también muy hábil para la mentira. Y si mentir mantenía con vida a un amigo no era tan malo al fin y al cabo—. Terg dijo algo de los arzonitas. Aunque iba muy alterado y me dijo muchas cosas en muy poco tiempo. Que vamos llego el punto en el que le dije tío, para el carro y claro él me miro en plan insecto humano, te voy a aplastar con el vomito que me va a provocar estas arcadas que siento solo con olerte. Y claro...
—¡Está bien Zas! Lo he entendido. No se puede describir mejor la cara de Terg, pero eso no viene al caso. —Árzak se mesó la barba pensativo, con la mirada fija en el mapa—. No sé, tal vez nos estuviese esperando, aunque parecen demasiadas casualidades. Atacan a Terg, invaden Gallendia, nos hacen huir de Perlin y nos atacan en Norden. Es posible que el asunto de Terg sea tan serio, como para que un Caballero Tenue nos estuviese esperando. Pero, ¿qué relación tiene con la invasión de Gallendia? ¿Y con los diarios? Hay algo más detrás de esto.
—Lo de Gallendia es posible que solo sea casualidad —«no se me da mal esto»“pensó Zas, mientras hablaba—, pero con el ejercito Narvinio barriendo la frontera, dudo que Terg pueda llegar hasta aquí.
—Claro. No había pensado en eso. Es evidente que no podemos esperar por él. Aquí ponemos en peligro a esta gente. Sea como sea, hoy toca descansar bien. Esta vez iremos mejor equipados, pero el viaje será igual de duro. No te acuestes tarde, y no cojas nada que no sea tuyo.
Cuando terminó fue en busca de un criado que le llevase a su habitación. Zas al creerse solo, volvió a guardar el candelabro en el zurrón.
—Si yo te contara… —dijo en voz alta.
Escondido junto a la entrada del salón, Aubert alimentaba sus sospechas sobre el acompañante de su amigo.
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