Capítulo 8
Llegué a la habitación pasadas las siete de la madrugada luego de descargar mi mierda dentro del coño de Tara. Probablemente no era el movimiento más inteligente, pero de no haber salido de la habitación hubiera terminado compartiendo algo más que la cama con Brooklyn. Cuestión que quedaba fuera de las negociaciones, especialmente ahora que trabajábamos juntos. Por lo que era de lo más inoportuno, no poner unos jodidos límites para que la alianza fuera fructífera, de otro modo podría acabar añadiéndolo a la larga lista de mierda por solucionar.
Joder a putas era lo que mi cabeza necesitaba para despejarse, después de eso era mucho más sencillo centrar mi atención en el pacto al que había accedido. En lugar de estar perdiendo mis pantalones, desviando mi maldita atención en las intromisiones de la mocosa en cada uno de mis pensamientos. Casi estuve listo para abandonar la poca cordura que me quedaba para saltar sobre ella.
Jesús, un poco más y habría olvidado el verdadero propósito de todo. Si la había dejado viva no era para follarla como un animal, sino por un jodido intercambio de información, nada más.
Y sin embargo, seguía sin conocer el trasfondo de la historia y la razón que llevaron al hijo de puta de Santano a dejar un rio de sangre tras él. Si bien con mis conocimientos y trayectoria podía hacerme una leve idea. La venganza era una de las mayores motivaciones que hacían que las personas estuvieran más que dispuestas a perder su humanidad con tal de cumplir tal propósito. Al menos era la razón por la que yo acepté hacerlo.
Si vender mi podrida alma y arrancarme la puta roca – ennegrecida por los que había matado– que tenía por corazón me aseguraban una triunfal venganza. Me parecía un precio más que justo por todo lo que prometía.
El problema más gordo que tenía, el segundo para ser correctos, era que mantener el acuerdo oculto de mis hombres podía resultar fatal, si no era lo suficientemente meticuloso, sobre todo si mi polla seguía rebelándose contra mi. Por un lado, entendía la condición de Brooklyn, cuantos menos lo supieran menor sería la posibilidad de que llegará a oídos de quién no debía. Por otro, seguía sin fiarme un pelo de ella. La confianza se ganaba no se regalaba, y ella no había hecho absolutamente nada para merecerla. Independientemente de nuestra actual relación, no cambiaba ni eliminaba el hecho de que Brooklyn Lies le era completa e irrevocablemente leal a Víctor. Y el aliado de mi enemigo, era mi enemigo por mucho que tratará de enmascarar su pasado. Ese era el papel de la perra loca y no debía olvidarlo.
Mi cabeza era un completo desastre.
Un jodido criadero de pájaros.
Mientras tanto, ella dormía plácidamente en el lado de mi cama. Su pecho subía y bajaba en un vaivén que resultó de lo más embelesador. Era curioso como a pesar de estar en un estado de completa relajación, la mocosa seguía aún con su ceño fruncido adornando su fea cara. Me senté en el extremo del colchón, donde ella estaba, se veía tan vulnerable totalmente opuesta a su imagen habitual de chica salvaje e indestructible.
Casi no daban ganas de matarla.
Casi.
El reflejo que analizaron mis ojos era una jodida discordancia a todo aquello que representaba y conocía de ella. Se veía malditamente delicada e incluso frágil se podría decir. Incluso dormida era capaz de emplear sus jodidos juegos ilusorios.
Manipular y engañar era lo que mejor se le daba. Y aún así como un puto imbécil no dejaba de caer en su juego. Un jodido ludópata incapaz de darse por vencido, esperando obtener un resultado distinto, una victoria lograda sin duda a base de constantes derrotas.
La estudié por varios minutos con mis manos cerniéndose sobre las sábanas, distrayéndolas para no hacer aquello que mi maldito cuerpo me exigía. Maldiciendo acerqué mis dedos hacia su frente, desdibujando la marcada línea que rompía lo que podría haber sido una cara angelical que prometía cosas malas. Suave al tacto donde no habían heridas que interferían en su lisa piel.
– Eres un jodido dolor de bolas– solté a nadie en particular–. Tan malditamente inoportuna.
Mis manos seguían en contacto con su piel, dedos que desobedeciendo mis palabras la acariciaron vehemente. Una agitación casi mínima de su cuerpo fue suficiente para alertar mis sentidos.
Que ingenuo había sido.
– ¿Cuánto hace que estás despierta?– interrogué finalmente, alejando mi cuerpo del de ella como si el solo contacto quemará.
Clavé toda mi atención en cómo la mocosa se revolvía contra la sabana hasta que abrió sus rasgados ojos, analizándome buscando el por qué de mi comportamiento. Soltó un bufido derrotada por no encontrar una respuesta que satisficiera su curiosidad. Si le servía de consuelo ni siquiera yo lo sabia. Actuaba de forma automática casi primitiva cuando estaba a su lado, como si hubiera mandado a tomar por culo mi sentido común.
Estaba pensando seriamente sobre esa posibilidad.
– Desde antes de que entrarás, escuché tus pasos– admitió tocándose la orejas. Había notado que siempre que hablaba tendía a gesticular con su manos, como si no pudiera mantenerlas quietas. De los pocas datos que logré recolectar en el tiempo que la había mantenido cautiva y que realmente no aportaba ningún valor–. Firmes pero torpes, como tú– señaló tranquilamente.
– Tienes un don único para hacer cumplidos– bufé, dejando caer todo el peso de mi cuerpo sobre la cama con cautela de no aplastar ninguna de sus extremidades en el proceso.
Se pasó el pulgar por los labios, tratando de ocultar una sonrisa. Mis ojos la siguieron sin perderse un solo movimiento. Tenía una sonrisa realmente preciosa a diferencia del resto de ella.
¿Qué tan encantadora habría sido, si nadie le hubiera puesto una jodida mano encima?
Tal vez lo suficiente como para follármela una o dos veces.
Tal vez para siempre.
– ¿Hay algo en mi cara?– indagó, recuperando su indiferente semblante mientras palpaba su rostro en busca del defecto, olvidando que toda su cara lo era.
Pasó sus vacilantes dedos varías veces sobre las cicatrices hasta que dejó caer sus brazos. La mocosa era una buena mierda a la hora de ocultar sus verdaderos sentimientos, pero era más que evidente que las cicatrices que le cruzaban los ojos y la jodida cara, seguían siendo un tema delicado, y que por mucho que se empeñará en negarlo, le afectaban. Debía aplaudir lo buena que era sobrellevándolo. Infiernos eran marcas que jamás podría eliminar. Ella era un maldito mosaico que habían rajado de arriba a bajo, sin posibilidad de restauración. Ni siquiera de una recuperación parcial de lo que antes era piel lisa y blanquecina.
Verla de alguna manera era desgarrador, como si estuviera contemplando un jodido presagio de mi inminente futuro. No solo jodido por dentro sino también por fuera.
– ¿Por qué recurriste a mi, Brooke? ¿Por que coño viniste a mi?
La pregunta salió disparada de mi boca antes de darme cuenta. La mocosa que se mantuvo inmóvil en su lado de la cama mirando al techo, se volvió hacia mi dirección, otorgándome el privilegio de su atención. Ojos negros mirándome fijamente y examinando mis reacciones, al igual que una pantera preparando el terreno para atacar a su presa.
Soltó un largo suspiro.
– Se más original, esta pregunta en concreto ya la he respondido– contestó ella, tirando de la manta que estaba aplastando con mis más de noventa kilos.
No era suficiente.
Le insté a seguir con la mirada.
Brooklyn bufó ante mi insistencia. Esperaba que llegados a este punto, mostrará más predisposición a la hora de compartir información. De otro modo, nuestro acuerdo poco duraría de lo contrario.
– Ahora mismo no puedo confiar en nadie salvo en ti– sincera, ni rastro de mentira, ni rastro de duda. Solo la puta verdad–. Nos une un enemigo en común. Así que, por esta especial ocasión dejemos nuestras diferencias a un lado. No quiero luchar contra ti– admitió con sinceridad–. Se mi escudo y yo seré tu espada.
Confianza.
Me esperaba cualquier mierda salvo esa respuesta. Se podía saber que parte de mi, hizo que se sintiera de esa forma. Mis acciones debían romper cualquier atisbo de esperanza aunque mis esfuerzos por destrozarla no dieran frutos, eso no borraba todo lo que le había hecho. No eran pocos pecados los cometidos contra ella.
Lo único que hice desde que la traje a la fuerza fue doblegarla, romperla y someterla, entre otras cosas. Puse toda mi maldita energía en ello, sin resultado constantemente vencido por su jodida terquedad, no había triunfado en ninguno de mis objetivos. Y aún así la mocosa era lo suficiente descarada como para responder con esa seguridad que la caracterizaba.
Cuando nadie en su sano juicio confiaría en su puto verdugo. Salvo ella.
– Demasiada fe tienes depositada en mi, mocosa– confesé sin humor.
– Tengo confianza en que tus ganas de matar a Santano te detendrán de cometer cualquier insensatez – respondió sin darle mayor importancia, simplemente informando sobre la situación.
Buen puto.
La mocosa había dado justo en la puta diana.
– Puedo saber que significa exactamente insensatez dentro de tu extenso repertorio– más que una pregunta era una jodida orden.
Le estaba imponiendo la obligación de darme una respuesta, pero que cumpliese o no, esa era la cuestión. Brooklyn no era una chica que se dejará mangonear. Sus ojos barrieron mi cuerpo como quien no quería la cosa, perdiéndose en mis ojos. Y por un instante, vi algo que hizo hinchar mi mierda como un puto hombre de las cavernas.
– No cruces la línea, Deuce– pidió casi sonó a súplica. La luz en su cara desapareció y sus rasgos se endurecieron por el cambio. Fue evidente cómo recuperó la compostura y se cerró en banda nuevamente. La forma en que el destello en sus ojos se vio obligado a apagarse como si de un mecanismo de defensa se tratará.
Deseo.
Olí el puto anhelo emanar de su jodido cuerpo. Como un dulce néctar esperando a ser tomado con la seguridad de un hombre que sabe como debe hacerlo. Sus malditos ojos revelando lo que de ninguna manera ella estaba dispuesta a admitir. No era el único temblando de lujuria y tentado a hincarle el diente al fruto prohibido.
Tan enfermizo.
Tan jodidamente enfermizo.
Ella y yo.
Brooklyn y Deuce.
Toda la mierda que nos envolvía. La maldita atracción entre nosotros nublándonos el juicio, perjudicándonos y condenándonos a una muerte segura.
– Sea lo que sea que estes pensando en hacerme, no será una buena jugada– insinuó inexpresiva, abrazando con sus brazos el edredón que la protegía del frío. Sus manos cerradas en puños y su frente levemente arrugada.
Comprendí el significado detrás de sus palabras. No se refería solo a nuestro acuerdo sino a otro aspecto que mantuvo a mi cabeza bailando sobre la palma de su mano. Y seguía haciendo. Era justo esa la clase de efecto que tenía la mocosa sobre mi. Una incontrolable, feroz y aberrante amenaza contra cada partícula de mi inestable integridad, contra todo lo que era.
– Te tienes en muy alta estima, mocosa– aclaré sin una pizca de tacto.
Engañándome a mi mismo. Ocultando lo que de verdad sentía. Porque por encima de cualquier deseo siempre estaría mi puto orgullo y no estaba dispuesto a dejarlo atrás, ni por ella ni por ninguna otra puta.
– Conozco mis límites y alcances. Y tú...– negó la cabeza, como si fuera capaz de leerme a través de sus feroces ojos y supiera toda la mierda que escondía– dejémoslo aquí. No es una conversación en la que tenga interés por seguir de todos modos. Vayamos al verdadero punto. Lo que busco ahora es afianzar nuestra endeble relación, terminar con la plaga de dudas que atormentan tu frágil cabeza– mencionó serena sin ocultar sus ataques tras sus palabras–. Temo que de no hacerlo, en algún punto seas capaz de cometer la estupidez de traicionarme. Así que pregunta todo lo que quieras. Soy un libro abierto, sacia tu curiosidad.
La miré incrédulo esperando la trampa. A pesar de ello, no hubo rastro de su actitud sarcástica y punzante. Simplemente su singular frialdad que siempre la salvaguardaba del peligro. Brooklyn Lies demostró en más de una ocasión que carecía tanto de alma como de sentimientos. Un ser despreciable que se encontraba al mismo nivel que mis demonios.
– ¿Vas a desvelarme tus secretos así de fácil?– ella asintió en respuesta.
La mocosa se incorporó perezosamente, apoyando su espalda sobre el cabezal de la cama. Adopté la misma postura y actitud que ella, sentándome sobre mi trabajado trasero sin apartar la mirada. Mi cabeza empezó a formular preguntas sin cesar, completamente listo para someterla a un interrogatorio de lo más exhaustivo. Por fin todas aquellas interrogantes perturbando mi mente y que era incapaz de resolver, hoy llegarían a su fin. Antes de que pudiera siquiera abrir la jodida boca, ella se adelantó.
– No preguntas personales– sentenció con seriedad–. Todo mago siempre se reserva algunas cartas bajo la manga.
Le di una sonrisa torcida.
– Vaya mocosa, no te tenia por esa clase de chica– alcé provocativo su mentón con mi dedo índice–, a la que le gusta calentar la cama para después huir despavorida.
Clavó sus feroces ojos en los míos, engulléndome en un agujero negro de lo más tentador. Podría no ser la mujer más bella pero tenía algo que la hacía mucho más peligrosa y atrayente que cualquier otra.
– Siento decepcionarte entonces, niño bonito– dijo, imitando mi tono de voz–. Porque soy justo ese tipo de chica, que adora jugar pero no quemarse– se zafó de mi agarre, torciendo su boca en lo que parecía el indicio de una sonrisa.
Se pasó despreocupada la mano por su larga melena negra, apartando un mechón que se interponía en su visión y colocándolo tras su oreja. Acompañando cada movimiento con su típica actitud indiferente, a la espera de mis ataques para romper su puta y perfecta máscara de completa imperturbabilidad que tanto trabajo le tomó fabricar.
– Si no fuera por tu persistente deseo de morir te habría matado a polvazos.
Relamí mis labios imaginando el escenario planteado.
– De no ser por tu arrogante personalidad igual no me habría importado dejarte hacerlo. Soy bastante generosa con los sin techo– inquirió, curvando sus bonitos labios.
Joder que boquita que tenía la mocosa.
Llamando a mi polla sin hogar.
– Las mujeres hacen cola para acogerme, cariño– susurré con petulancia cerca de su oido–. Una jodida e interminable cola que no sabrías dónde empieza y acaba.
Rodó sus feroces ojos negros. Desprendía una aura de lo más salvaje, no hacía falta verla en acción para saber lo que esas manos– destrozados por los suyos– podían hacer. Incluso sentada en la cama sin nada más que una vieja camisa que había visto mejores años y una coleta mal hecha, se veía peligrosa.
– Dispara ya, no se te presentará otra oportunidad como está– replicó ella, en un intento de redirigir la conversación. De manera unidirectional había dado por finalizada nuestra agradable y corta conversación.
Y por una vez, estaba dispuesta a complacerla y dejar a un lado mis ganas de contradecirla. Después de todo, pese el interés que Brooklyn despertaba, amaba lo suficiente mi vida como para buscar una solución contra aquel que sin miedo estaba más que dispuesto a servir mi cabeza de cena.
– Víctor Jiménez.
Sus astutos me analizaron con verdadero interés. A diferencia de su boca que permaneció en silencio sin soltar prenda, al menos durante unos largos segundos que parecieron eternos. Supongo que no era un tema fácil de resolver después de todo, contra todo pronóstico, pregunté sobre el hijo cuando mi interés radicaba en el padre. Aunque la mocosa no se mostró impresionada en lo absoluto. Eso me dejaba en una mala posición.
¿Tan fácil era de leer?
Más fácil que la puta tabla del 1.
– Es un buen hombre de negocios, conoce las reglas y las cumple sin necesidad buscar pretextos– informó tal cual lo haría una trabajadora haciendo un reporte. Entendí lo que quiso decir entre líneas, hablaba de lo legal que eran tanto él como su negocio.
Por dios.
Un buen hombre había dicho.
Realmente el amor cegaba a la gente inclusive a personas inteligentes y de lo más capaces. La mocosa era una prueba andante de ello. Que Víctor fuese un poco mejor que su padre no lo volvía un santo. Un asesino que había matado una sola persona seguía siendo un asesino, no peor que uno que hubiera matado a cien. Pero desde luego tampoco mejor. La doble moral que sostenía la gente era de lo más repulsiva.
– No me mires con esos ojos llenos de prejuicios. No lo conoces, ten la decencia de dejar a un lado tus ideas preconcebidas– rebatió tosca moviendo una de sus manos para situarla entre nosotros.
Solté una risa burlona.
– Oh...realmente es así– exclamé sin humor, gesticulando exageradamente cada sílaba–. Nena, tú no me conoces y no creo que haga falta que lo hagas, para que te des cuenta la clase de hombre que soy.
Frunció las cejas disconforme. Su monstruosa cara ahora era una mezcla de cicatrices y feas arrugas formadas por la irritación.
– Víctor no es como su padre– arremetió, controlando su voz e intentado que su falsa máscara no terminará fracturada enfrente mío. Estaba claro que el joven de los Jiménez era su puta kryptonita, sus emociones erupcionaban como un jodido volcán cuando se trataba de él–. Es más, es justo esa característica la que ha provocado la ira de Santano. No busco venderte a Víctor pero será mejor, por tu bien y el de tu gente que cumplas con tu parte del trato. Como se te ocurra ponerle un solo dedo encima...
La interrumpí y en un rápido movimiento rodeé su estrecho cuello con mi mano, ella permaneció inmóvil a pesar de la fuerza que estaba ejerciendo sobre su garganta. Estaba apretando y estrujando la carne con tanta fuerza que no me sorprendería que lágrimas empezaran a deslizarse de sus ojos. La mocosa por su lado no reaccionó de ninguna manera, estaba ahí como una puta estatua, sin quejarse y sin intenciones de defenderse de ninguna manera. Ni siquiera pestañeo incluso su respiración seguía intacta, sin señal de ritmos acelerados o dificultades respiratorias. Si nos fijábamos únicamente en sus facciones, era como si no estuviera siendo ahorcada. Incluso podía detectar por el rabillo de mi ojo como las esquinas de sus labios se alzaban ligeramente.
Tan jodidamente enferma.
– Vamos. Sigue mocosa, me encanta cuando me amenacen en mi puta casa– pedí cabreado, acercándome amenazadoramente hacia su cara sin dejar a un lado mi puta ira–. Amo a este club, zorra. Amo a mi puta gente. Y ellos me dan a cambio su maldita lealtad, ponen sus valiosas vidas en mi mano para que los guíe. Tu jamás entenderías eso. Pretendes que confíe ciegamente en ti, ¿qué me lance al acantilado sin ninguna garantía y ponga en riesgo la vida de mis hermanos? Olvídalo– expuse con firmeza cada maldito punto y liberando su cuello al no conseguir ninguna reacción por su parte. Esto tenía de emocionante lo que tenía cargar y disparar un arma. Nada.
Su inflexible semblante permaneció serio mientras no dejaba de observarme. Mis ojos se clavaron en su cuello que estaba al rojo vivo por mi arranque de violencia. No me arrepentía. Se había atrevido a amenazar a mis hermanos, a mi jodida familia todo por el honor de un hombre que no lo merecía.
Víctor Jiménez al igual que su padre causaba estragos allá por dónde iba y está no fue una excepción,
Una cosa era aceptar un puto trato y otra muy distinta, era que la mocosa me ofreciese en bandeja de plata la puta miel envenenada. Confianza. Sinceridad. Si decidía ir por ese camino procrastinando la inocencia de Víctor, esto no iría a ninguna parte. No si tenía en cuenta que yo mejor que nadie, sabía con certeza que Víctor era de todo menos trigo limpio. La información de la mocosa se había visto comprometida por su estrecha relación con su jefe. Por tanto, era información que a mi parecer era inservible. Ojalá su capacidad por mostrarme su faceta de perra fría se trasladará hacia temas relacionados con Víctor también.
– Vuelve a amenazar a mi familia y no solo le pondré una jodida mano encima a tu maldito hombre, sino que lo mataré enfrente de tus narices– solté con los músculos en tensión–. Le volaré la tapa de los sesos y tú le seguirás, y te juro que no me temblará la mano cuando lo haga. Como buen samaritano igual os entierro en la misma fosa, si suplicas lo suficiente– escupí con asco ante la perspectiva de esa desagradable imagen, de ellos juntos incluso después de la muerte.
La mocosa era fuego ardiendo e incinerado todo a su paso. Su falsa dulzura y fragilidad se esfumaron tan rápido mi amenaza contra la vida de Víctor salió de mis labios. Ahora mismo tenía la cara de una auténtica asesina dispuesta a hacer todo para mantener con vida a un hombre que no daría una mierda por ella si estuviera en su lugar, que no dudaría en venderla o matarla.
No comprendía porque coño me molestaba tanto su relación con Víctor. Probablemente porque no lo entendía, no había por dónde cogerlo. Una relación donde la lealtad era el pilar que los mantenía unidos, pero visto la apariencia de la mocosa estaba más cerca de ser una relación de amo y siervo, donde el subordinado solo era un mero saco de boxeo sin otra finalidad.
– Tu tienes tu familia y yo tengo la mía. No juzgo la tuya ni pongo en duda tus métodos, merezco el mismo maldito trato. No nos engañemos, no creerás enserio que he decido rebajarme para conocerte ¿no? Te busqué. Entré en tu madriguera sin saber si iba a morir. ¿Sabes por qué?– cuestionó con furia retenida, apuntando y presionando indiscriminadamente su dedo índice contra mi pecho. Sería sencillo interceptar sus golpes pero no lo hice, le di la libertad de atacarme tal como ella había hecho conmigo sin interrumpirme–. Eras un riesgo calculado porque sabía que por encima de los recelos que sintieras hacia mi y nuestra colaboración, por encima de cualquier cosa querías vengar la muerte de tu hermana– me tensé frente la mención de Alice, y el vínculo desconocido que intuía que la mocosa compartía con ella. El nombre de mi hermana tallado bajo su pecho debía significar algo. Tanto en mi mundo como el en el suyo, las coincidencias no existían–. Demasiado sentimental y emocional como para negarte. ¿Soy una puta? Si. ¿Soy una perra? Si. Seré todas las cosas malas del mundo y no lo negaré. Pero no soy la única que está dispuesta a acostarse con el enemigo para acabar con un monstruo peor que ninguno de los dos.
A veces se me olvidaba que Brooklyn no era más que una niña de dieciocho años, joven y diminuta a partes iguales. Quizás no llegará ni a los cincuenta kilos pero eso no impedía que fuera una desobediente nata ni tampoco su carente falta de sentido del peligro. Lo suyo no era ineptitud escondida bajo una falsa resistencia. Ella sabía lo que hacía, su mirada y su maldita actitud, demostraban lo buena estratega que era. Posiblemente no valoraba su propia vida , sin embargo eso no eximía que contaba con las armas y herramientas suficientes para afrontar todo aquello que se le avecinará o le caiera encima con total destreza. Ni su corta edad, ni su sexo influían negativamente en un aspecto que le habría costaba más que un disgusto. Transformó la debilidad, lo que fácilmente podría haberse perpetuado como flaquezas persiguiéndole por toda la eternidad, en verdadera fortaleza.
Fuerte en cuerpo y alma, pero débil de mente.
Porque así como yo era débil ante la imagen de Alice, Brooklyn lo era con Víctor. Una conexión que no entendía y me ponía de mala leche.
– Así que mírame bien y no con tu maldita polla agitada. No era una amenaza sino una advertencia– informó, alejando su inquisidor dedo de mi pectoral –. Santano Jiménez quiere recuperar lo que le pertenece, su enfermo reinado arrebatado por sangre de su sangre y su maldito territorio perdido a manos de Hunter y los tuyos. Su orgullo y honor maltrecho y herido, pagado con la sangre derramada de los que orillaron a esa situación– dijo sin apartar sus ojos de los míos–. Tu club es una mierda interfiriendo en sus negocios, en su plan de ampliar y extender su control. Tú y yo, somos según él una basura que necesita ser erradicada. Tómalo o déjalo pero esto de probar mi paciencia termina aquí.
Alcé las cejas en respuesta a su ultimátum.
Hunter el expresidente del club, había sido de los pocos hombres que le hicieron frente a Santano, manteniendo a raya al pueblo de caer bajo las drogas y de quedarse endeudados hasta el culo con la organización de Santano. Préstamos que eran de lo más llamativo sin una fecha límite, dónde quedará prefijada la devolución de la deuda, sin tener en cuenta que en letra pequeña el deudor había firmado su propia sentencia de muerte. El dinero y la deuda serían el menor de sus problemas.
Las garras de Santano gobernaron sobre el pequeño condado al que desgarró y envenenó como a un cerdo antes de llevarlo directo al matadero. A pesar de los antecedentes delictivos de Hunter, él buscaba proteger su pueblo natal de organizaciones como las de Santano. De hecho llegó incluso a declararles públicamente la guerra que no terminó bien para ninguno de los bandos, provocando nada más que pérdidas para ambos.
Momentos desesperados requerían decisiones igual de desesperadas culminando en la firma del tratado de paz que se había mantenido vigente hasta la actualidad, donde se estipulaba claramente que Hunter no iría a por él, ni intervendría en sus negocios siempre que Santano no metiera sus narices en el condado. Aunque eso no evitó que muchos de los habitantes del pueblo fueran por su propio pie a buscarlo, en cuanto a eso, Hunter no podía hacer nada. Si los tratos y las ventas se hacían fuera del pueblo, en la frontera, él no tenía ningún derecho a actuar de ninguna manera. Esos eran los términos y las condiciones a cumplir. Si Santano quería romper el acuerdo adelante, la única soga que me mantenía controlado y encadenado como un maldito perro era el juramento entre mi viejo y el hijo puta. Cosa que Santano claramente ya había roto.
– ¿Qué me propones mocosa? Porque sigo sin escuchar ni ideas ni planes para terminar con esta situación– escupí con el cuerpo temblando de ira reprimida. Ella no era mucho mejor, si yo revoloteaba a su alrededor, ella lo hacía al mío–. Solo a ti vociferando como una perra sobre cómo nos estamos ahogando como la mierda. ¿Y sabes? Para eso no te necesito a ti, con los putos cuerpos que dejó el bastardo de tu ex jefe tengo para montar cinco producciones de fiambres bajo tierra.
Hizo un movimiento con la mano restándole interés a mi drama.
– No le des importancia a los cuerpos. ¿Por qué deberías cuando su propio asesino no lo hace?– confesó con una insensibilidad que me dejó completamente helado.
De no ser por su amor por Víctor consideraría que de humana poco tenía. No actuaba como una y tampoco se parecía a una. Pero quién era yo para juzgarla cuando prácticamente éramos caras de la misma moneda. En cambio el problema con los muertos era fácil decirlo, cuando no era a ella a quien le llenaban la casa de putas muertas de a saber de dónde habían salido.
– ¿Me estás jodiendo?
– Ya te gustaría– respondió con sorna, saliendo de la cama y dando vueltas alrededor de mi amplia habitación. Sus largas piernas deambulando sin un destino fijado y su inexistente trasero oculto bajo el largo de mi vieja camiseta. Sus manos tanteando e inspeccionando sin interés el contenido de mi cuarto–. Los cuerpos que han aparecido están enteros, no son partes específicos por tanto carecen de significado para Santano. Fijémonos en los detalles, esos que con tanto esmero preparó como trofeos para sus víctimas.
Ni siquiera pregunté de dónde demonios había sacado la información o como coño sabía no solo de los cuerpos apareciendo sino de su estado. Porque era un hecho que mi casa se había vuelto una jodida ratonera de traidores. Brooklyn me regaló una sonrisa que no le llegó a los ojos, acercándose de nuevo a la cama hasta quedar enfrente de mi, permaneciendo de pie. Lo suficiente cerca como para percibir su aroma pero demasiado lejos como para cortar con la tensión entre nosotros.
– Santano es un jugador innato, le apasiona los acertijos pero por encima de todo le enloquece ganar– informó mientras desliza sus manos sobre la superficie de madera del cabezal de la cama–. Incluso más que sus otros depravados hobbies. Solo hay un problema y es que no sabe parar, su cabeza acaba tan metida en el juego que llega un punto donde es incapaz de diferenciar la realidad de la ficción. Es cuando el efecto domino se activa y empieza a cometer errores uno tras otro– dijo apoyando su espalda contra el mueble e inclinando su cuerpo hacia mi dirección.
– ¿Pretendes que le sigamos el juego? No tengo intenciones de entretenerle. Y a no ser que sepamos las reglas de su juego y las cambiemos a nuestro favor, no veo como podamos ganarlo en su terreno– señalé mientras saqué mi paquete de cigarrillos, cogiendo uno e introduciéndolo en mi boca.
No me gustaba por dónde iban lo tiros, no era un principiante entendía que la planificación era un factor importante a la hora de ejecutar cualquier misión, venta o intercambio. Pero eso no hacía que la mierda que traía consigo fuera más fácil de tragar. Por como hablaba la mocosa estamos hablando de mucho tiempo antes de conseguir lo que quería y por lo que, había firmado un acuerdo con alguien peor que el diablo. No era fanático de las cosas complicadas, sin complicaciones ese era mi lema. Y este no parecía ser el caso aunque ya lo presuponía.
– No te preocupes de eso ya me encargo yo– la miré encendiendo el cigarro con el mechero e inhalando la primera calada. Solté el humo cansado de la conversación. Hasta los huevos estaba–. Conozco su patrón, sus movimientos y sus trampas.
– ¿Y para que coño me necesitas?– pregunté mientras ella dirigía su atención hacia mi cigarro–. Parece que lo tienes muy controlado.
Brooklyn se enderezó y con las manos entrecruzadas tras su nuca. Y con un sonrisa turbia vacía de emoción habló: – Para hacer el trabajo sucio– se encogió de hombros viéndome por encima.
No hacía falta que dijese más. Entendí lo que quiso decir y no me gustaba una mierda.
– ¿Quieres que mate por ti?– cuestioné mirándola como si estuviera loca–. ¿Te parece que tengo cara de sicario, mocosa? Que estoy a tu disposición para encargarme de tu mierda y de limpiarla.
– No es por ofender tu intelecto, pero de los dos es evidente quien es el cerebro y quien el de la fuerza bruta– insinúo señalándonos divertida.
Alcé una de mis cejas interrogativo, lo cual le hizo sonreír más mientras deslizó uno de sus rodillas dejándola descansar sobre mi pierna derecha, sin clavarla.
A pesar de su jodida advertencia, me sentía insultado.
Jodidamente insultado.
– ¿Así que está alianza es para tenerme como tú ejecutor exclusivo?– cuestioné mientras dirigía mi mano libre hacia su muslo, apretándola contra mi–. Vaya supongo que así se siente una puta cuando le digo que es una simple follada– expulsando el humo del cigarro en sus narices.
La mocosa no retrocedió ni rompió el contacto, de alguna manera me permitió tomar posesión de su cuerpo. La miré sin entender, desde luego la forma que estaba actuando era una completa contradicción a lo mencionado anteriormente, a sus advertencia. Supuse que estás libertades formaban parte de su actuación y su predisposición a desvelarme algunos secretos. Decidí no desaprovechar la oportunidad, por lo que sin pensarlo dos veces, extendí mi mano por la longitud de su muslo hasta que esta desapareció bajo la camiseta que llevaba. Contra todo pronóstico no encontré la tira de ropa que debería haber en su cadera. Sus párpados se entrecerraron empequeñeciendo aún más sus rasgados ojos, deslizado su lengua fuera de su maldita boca y delineando de forma provocativa la comisura de sus labios.
Era una bruja.
Apreté entre mis dientes lo que me quedaba del cigarrillo, que era más de la mitad hasta que la mocosa movió su brazo derecho y con sus dedos ya quemados lo apagó. Con este acto me estaba pidiendo mi completa atención, imponiéndome una posición no muy diferente a las de a un jodido perro obediente. No dejó de mostrar su sonrisa de suficiencia al pillarme infraganti mirándola. Mi cuerpo se tensó cuando apoyó sus delgados brazos alrededor de mis hombros, en lo que podría confundirse con un abrazo si alguien nos pillará en esta vergonzosa situación. Mi polla reaccionó como un púber cuando el peso de su cuerpo terminó sobre el mío. Abierta de par en par encima de mis muslos, rodeándome entero y aprisionando mi torso con sus piernas. Y a diferencia de ella.
Mi cuerpo no tardó en traicionarme.
Odiaba perder el control hecho que por supuesto se trasladaba al ámbito sexual también.
No importaba que todo esto formará parte de su propósito de mostrarme su sinceridad y determinación por mejorar nuestra relación. Brooklyn tenía la intención de borrar cualquier ápice de duda en mi, desgraciadamente para ella estaba consiguiendo justo el efecto opuesto. Mi cuerpo el que jodidamente pensé que se había saciado con varias rondas de sexo con Tara estaba lo suficiente animado como para seguir un par de veces más.
– Eres atractivo, niño bonito– afirmó, enredando sus dedos en mi media melena rubia y tirando de ella con suavidad. Acercó su rostro hacia el mío e inclinándose hasta dar con mi oreja–. Esperemos que lo suficiente para que no termines muerto.
Apreté los puños ante su implícita amenaza.
Brooklyn se alejó un poco hasta poder enderezar su torso, quitó sus manos de mis hombros y cruzando sus brazos por detrás de su espalda, tiró de la tela que ocultaba su desnudez hacia arriba. Deslizó la camiseta por encima de su cabeza hasta sacarla por completo y deshaciéndose de ella al tirarla a un lado de la cama. Todos movimientos automatizados y casi robóticos, como si estuviera acostumbrada a hacerlo. Mis sospechas eran ciertas cuando bajé la mirada hacia sus piernas y encontré su coño al descubierto. No llevaba ropa interior.
Jodida perra loca.
– Te faltan un par de tornillos en la cabeza. Pensaba que estabas loca, me equivocaba– aparté mi atención de su coño que así como su cuerpo y su cara, y como bien mencionó Greeta estaba descuartizada también–. Estás para que te encierren en un jodido manicomio.
Feas cicatrices, piel irregular hundida e hinchada en algunas zonas. Parecía una muñeca de budu rota y cosida repetidas veces. En esta ocasión le presté mayor atención al estado de su tez desigual, no era blanca por completo sino que habían zonas llenas de manchas híperpigmentadas más oscuras de un color rosa grisáceo. Tan imperfecta que incluso llegué a sentir un poco de pena. Pasé parte de mi juventud luchando en peleas clandestinas para ganar algo de dinero, no era un recurso seguro debido que siempre se corría el riesgo de salir herido o muerto en algunos casos. Después de todo no había normas que rigieran sobre los participantes y pese a ello, nunca acabé tan mal como para nivelar mis heridas a las suyas. La brutalidad con la que la atacaron no se comparaba a la mía y eso era decir mucho. Porque mi vida al igual que sus heridas no fue fácil.
– No te atrevas a mirarme de este modo– amenazó removiéndose encima de mis piernas.
– ¿De que modo, mocosa?
– Con lástima. Me da asco– su expresión se tornó oscura.
Me reí de ella.
– Eres capaz de desempolvar viejas emociones que creía muertas, muchas más de las que me gustaría admitir. Pero desde luego que lástima no es una de ellas– confesé, tocando a lo largo y ancho de la espalda, y con el permiso que ella misma había tenido la amabilidad de concederme, permití que mis dedos empezarán su recorrido, moviéndose intrépidas hacia un terreno inexplorado.
Su espalda tensándose por completo debido a mi intromisión y desafiándola al mostrarle mi falta de tacto hacia su buena fe, excediéndome a la hora de palpar los nombres marcados horriblemente en su espalda y entorno a su cuerpo. Una vez terminé de inspeccionarla por delante, la obligue a girarse para poder ver los nombres de su espalda. Eran demasiados, todos de diferentes tamaños, formas e incluso tipografías distintas. Lo que me llevó a la conclusión de que habían sido hechos por diferentes personas. Dato que me paso desapercibido la primera vez que la vi, posiblemente porque estaba jodidamente furioso como para pensar en algo más que en mi mismo.
– Los nombres en tu cuerpo, ¿son todos ellos objetivos?
No era lo que realmente quería preguntarle, pero esperaba que su respuesta resolviera mis dudas respecto a un tema que seguía persiguiéndome. No iba a subestimar a Brooklyn y tampoco lo trataría de imbécil, su contestación sería por ahora lo que mas cerca estaría de conseguir dar con la verdad. Recordaba cada maldita cosa del día en el que Santano apareció en mi vida para destruir con su visita todo lo que me importaba y podía jurar que aparte de la presencia de mi hermana, no había otra niña. Pasé mis brazos por debajo de su axila acercándola a mi cuerpo, situando mis dedos bajo su pecho y acariciando el nombre que había debajo, Alice Hendrix.
Su cuerpo reaccionó ante la intromisión y a diferencia del resto de las veces que me había burlado de ella tocándola, y ella no había impedido ni detenido mi toque. Esta vez dio por terminado el intercambio de intimidad, cerrando su mano alrededor de mi muñeca y alejándolo de ella.
– No todos– dijo confirmado mis sospecha.
Puso distancia, inclinando su cuerpo hacia el costado donde había tirado la camiseta y alargando su mano hasta alcanzarla. Se incorporó, levantándose y liberando mi cuerpo. Devolviéndome mi espacio personal y arrebatándome la vista privilegiada que me había regalado los últimos quince minutos al volver a ponerse mi vieja camiseta.
– Por cierto, quien avisa no es traidor – dijo mientras sentaba su desnudo culo sobre la cama–. Voy a desaparecer durante unos días, no me busques ni me contactes. Espera mi llamada.
Mi cuerpo se deslizó agotado hacia abajo hasta que mi espalda entró en contacto con el colchón. Solo pensar como tendría que explicar su ausencia me provocaba dolor de huevos.
– ¿Quieres que te saque también como a una maldita reina?– pregunté irónico.
Negó de espaldas.
– Tienes puntos muertos en el club, cuando vuelva te informaré dónde. No vaya a ser que una de tus ratas logre desaparecer como yo.
Llegados a este punto comencé a dudar sobre cuál de todas las facetas de Brooklyn era la real. Tenía la sospecha que ninguna de ellas lo era y tenía fundamentos suficientes como para probar mi jodida teoría. Todas eran una cortina de humo creadas para engañar. La realidad era que no podía dar nada por sentado cuando se trataba de la mocosa.
– Buena actuación en el almacén– le di el mérito–. Casi me engañas con toda tu actuación de perra desquiciada.
Ví perfectamente como su cuerpo se contrajo en lo que deduje era resultado de risas contenidas.
– Lo sé, de actriz no me moriría de hambre– se alabó a si misma aunque no detecté el egocentrismo en su voz–. Conozco a los hombres de tu clase, de haber empleado otro método distinto a este para captar tu atención dudo que hubiese logrado los mismos frutos. ¿Comprendes?
Un juego. Tal como sospeché, si quería que mi bonita cabeza permaneciera conectada a mi cuerpo era jodidamente vital dejar de subestimarla. Brooklyn podría tener dieciocho pero mentalmente podría pasar por una anciana.
–¿Hombres de mi clase? Se más detallista, cariño.
– Superficiales y desconfiados. Justo del tipo que odian perder el control– murmuró, no podía verla pero estaba seguro que había una sonrisa maliciosa adornando su fea cara.
– Es bueno saber que a pesar de conocer mis preferencias, te hayas dedicado a joder mi autoridad– opiné mas divertido que furioso por cómo había terminado el juego.
– Nunca dije que fuera complaciente.
Se que se irá, y por alguna razón que no comprendía del todo también tenía la seguridad de que volvería. Pondría la mano en el fuego, incluso apostaría mi polla por ello. Porque si todo lo que había dicho era cierto y presentía que así era, los dos nos necesitamos. Y por muy poco que me gustará la idea, juntos seríamos más fuertes.
– No te dejes asesinar– añadí, sabiendo que si no se lo decía ahora no habría otra oportunidad–. Los dos sabemos que ese privilegio me pertenece.
– Cuídate la espalda, Deuce– repuso ella con un tono de voz diferente a todos los que había usado y que no logré descifrar–. Hay mucha gente que quiere ver tu caída. Mátente vivo hasta que volvamos a encontrarnos.
Esto no era una despedida sino un hasta luego.
La verdadera guerra empezaba ahora.
Hola, de nuevo.
Tenía unas preguntas para las lectoras.
¿Os gustaría saber más sobre el club y sus miembros?
¿Qué os están pareciendo las interacciones entre Deuce y Brooklyn?
¿Os gustaría leer capítulos narrados por Brooklyn?
En multimedia tenéis una imagen más o menos para os hagáis una idea de la disposición de las cicatrices de Brooklyn. Como habéis podido leer es un capítulo donde solo aparecen Deuce y Brooklyn, ya que por el momento los siguientes capítulos no aparecerán juntos.
Besos.
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