Capítulo 71
Ver aquella expresión de furia y odio en el rostro acorazonado de su sar’gek era desconcertante para Itagar pues su cuerpo se negaba instintivamente a lastimar su segundo colmillo de la araña, reduciendo la velocidad de sus reacciones en la batalla. Sin embargo, la mujer frente a él no era Adara, hecho que debía recordarle a su cerebro una y otra vez y el cual le costaba preciados segundos para evadir o defenderse.
Eso fue lo que ocurrió cuando Cerias levantó el látigo en el aire y lo agitó, enviando las tres colas con garras metálicas en su dirección. Su cuerpo se movió una fracción de segundo demasiado tarde, provocando que una de las amenazantes colas rozara su gancho contra su mejilla, abriéndola de principio hasta la comisura de su boca con un corte poco profundo, pero sin lograr engancharse en su rostro.
El dolor se expandió por toda su cabeza, sacándole un quejido bajo mientras sus pies lo llevaban hacia la sacerdotisa y la sangre empapaba el lado derecho de su mandíbula. El sonido del látigo cortando el aire llenó sus oídos a la vez que veía las unas de gato dirigirse hacia él, pero no pudo reaccionar a tiempo por lo que dos de las colas le hundieron sus garras, una en el cuello y la otra en el bíceps derecho. Un grito seguido por la risa de Cerias llenaron el túnel antes que el Itagar herido se convirtiera sombras y el verdadero apareciera tras la fémina, rodeando su cuello con una mano para luego hundir una daga en su costado. Sin embargo, ella reaccionó antes que la hoja la penetrara, creando una luz que lo cegó y aflojó la mano que la agarraba por el cuello, haciendo que liberarse fuera fácil. Sin perder el elemento sorpresa, la drow giró la muñeca e intentó apuñalarlo con la punta filosa al final de la empuñadura del látigo, provocando un agudo chirrido cuando el arma no pudo penetrar la armadura que los hizo separarse con muecas de dolor y las manos protegiendo sus orejas.
Los ojos de la sacerdotisa se agrandaron mientras la araña gigante abría y cerraba sus fauces a espaldas de su ama.
—El nariq es solo para la realeza —gruñó la sacerdotisa, lanzando el látigo al suelo con furia y creando chispas eléctricas en las palmas de sus manos.
—¿Olvidas que mi padre salvó a tu tío y éste le hizo un regalo en agradecimiento? Así fue cómo nos conocimos, su exaltadísima —se burló Itagar, disfrutando al observar los ojos de la fémina encenderse con llamas infernales.
Cerias soltó un grito enojado y le lanzó un rayo de electricidad que el exgeneral evadió con rapidez rodando a la izquierda, mas no vio la telaraña que fue lanzada tras el rayo. Sin prever el segundo ataque, la seda pegajosa lo atrapó contra el suelo rocoso, inmovilizando su cuerpo por completo. Fue entonces que la sacerdotisa se acercó con una amplia sonrisa en su máscara humana y su mascota de seis ojos siguiendo sus pasos.
—Itagar, Itagar —canturreó Cerias mientras pequeñas flamas quemaban la telaraña y un torque de oro con cabezas de lobo al final aparecía en el cuello del drow, drenándole la magia. Viéndose libre de la pegajosa red, el prisionero intentó moverse, mas su cuerpo se negó a obedecerlo, lo que le arrancó otra sonrisa perversa a la fémina—. Una vez más estás a mi merced, querido —susurró, sentándose a horcajadas sobre la entrepierna de él e inclinándose para rozar una uña por su rostro—. Puedo hacerte lo que desee sin resistencia alguna —declaró, halándole el cabello y disfrutando del cambio en los ojos de su juguete favorito. Ver aquel anillo rojizo rodeándole la pupila siempre humedecía su vagina.
De repente, la araña, quien se había movido hasta la cabeza del elfo, chocó sus colmillos, produciendo clics que llamaron la atención de la mujer. Sin embargo, cuando el animal extendió uno de sus pedipalpos hacia el exgeneral, Cerias negó vehemente con la cabeza.
—Aún no puedes comerlo, antes debe dejar su semilla en mi vientre —respondió ella, volviendo sus ojos azules hacia él y acariciando el oscuro peto que ocultaba el delicioso pecho de Itagar de su escrutinio—. Primero lo primero, esta armadura debe desaparecer.
Los ojos de la sacerdotisa relucieron con deseo y su lengua humedecía lentamente sus labios cuando su mascota peluda chilló de pronto y fue lanzada contra la pared izquierda del túnel, directo a un grupo de enormes cristales que brotaban como lanzas de la roca. Una fracción de segundo después Cerias fue agarrada por su cabello, la corona cayendo al suelo con quejido metálico, y su rostro estrellado contra el suelo rocoso a solo unos pasos de donde él se hallaba tendido mientras la criatura que lo había salvado gritaba:
—DEJA. DE. USAR. MI. CARA. MALDITA. PUTA —Cada palabra gruñida era afirmada por un golpe contra el terreno y embellecida por un grito de agonía hasta que el cuerpo de la elfa se relajó, presa de la inconciencia—. No vas a volver a ponerle un dedo encima —susurró con rabia su salvador en una voz parecida a la de Adara mientras sus garras crecían hasta tomar el tamaño de los cuchillos y su lengua acariciaba largos colmillos, preparándose para asestar el golpe final. Sin embargo, la criatura se congeló de repente, su rostro tomando una expresión solemne, asintió y se puso en pie—. Lo que usted desee… ¿mi señora? —terminó con duda y un poco de confusión antes de voltearse hacia él.
Fue entonces que Itagar se dio cuenta de la identidad de su salvador. No solo se sentía conectado a ese ser en frente, sino que su apariencia le confirmaba que era su sar’gek, a pesar de estar un poco cambiada.
La fémina frente a él, tenía grandes alas de murciélago, las cuales parecían indecisas entre permanecer abiertas o cerrarse alrededor de su dueña, la palidez grisácea de los muertos y los mismos tatuajes de su Adarash’kar, pero resplandeciendo con el color platinado de la luna. Era hermosa y atemorizante, justo como todo lo que vivía en Svartálfaheim.
La observó quitarle el torque del cuello en silencio para luego ponérselo al cuerpo inconsciente de Cerias y regresar a él murmurando un hechizo en un tono pausado, al igual que si se lo estuvieran dictando directo a su cabeza, que lo liberó de su parálisis.
—Adara —murmuró al levantarse con una mezcla de alivio, reverencia y deseo antes de envolverla en sus brazos.
—¿No te repugno? —preguntó ella, su voz rompiéndose por la emoción atorrada en su garganta.
El sacudió la cabeza sin soltarla, plantando un beso en la coronilla de su cabello negro y azul antes de levantar su rostro con un dedo bajo su mentón. Sus irises se habían tornado en zafiros con el brillo sobrenatural de las deidades y sus escleras tenían la oscuridad de los ónices, pero aquella cara acorazonada seguía igual de hermosa que siempre.
—Nunca —susurró, sosteniéndole su nueva mirada—. Ni los dioses son tan bellos como tú —Itagar rozó sus labios con los de ella cuando el camino de los cristales comenzó a temblar.
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N/A: Creo que con 2mil palabras (a.k.a 2 caps) más la termino 😁🎉🎉. Por aquí les dejo como se ven los ojos de Adarita transformada...
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