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Capítulo 68

Itagar se encontraba oculto entre las sombras que un gigantesco hongo bioluminiscente proyectaba sobre el suelo, observando la casa de su madre, la Gran Sabia de la Ciudad Oscura. Contando con unos impresionantes veinte mil años, su progenitora era una de las personas más antiguas del Reino Occidental, habiendo participado en la última gran guerra contra los ljósálfar que cobró la vida de la reina Maelar Yis Akmel unos siete mil quinientos años atrás.

Su madre era un tesoro para los drows y la única que podía tomar el control del templo en ausencia de Cerias, lo cual explicaba su actual problema.

Guardias imperiales patrullaban la ciudad y dos más protegían la puerta de su madre con una expresión de molestia en sus rostros. De seguro la mujer le había salido con una de las suyas pues muy pocos encontraban agradable el carácter dominante e independiente de la Gran Sabia. Sin embargo, el incremento en la seguridad era un contratiempo que muy torpemente no había previsto antes de salir en busca de la ayuda de su progenitora. Había estado demasiado concentrado en conseguir las uvas que deseaba su sar’gek que había olvidado poner en práctica la lección más importante de su niñez: “Es mejor prevenir que lamentar”.

Itagar lanzó un suspiro silencioso y se movió de sombra en sombra hasta llegar al patio trasero de la casa. Si mal no recordaba la trampilla de la salida de emergencia que usaba para escaparse de niño se hallaba entremedio de un enorme arbusto de hojas espinosas y una roca cubierta por liquen y hongos bioluminiscentes.

Localizar el lugar exacto no fue difícil pues su madre gustaba de mantener las cosas iguales a través de los siglos. En cuestiones del orden de su casa, ella odiaba los cambios.

Luego de asegurarse que no había nadie en los alrededores, el drow abrió la trampilla y se deslizó en el túnel, cerrando tras de sí. Caminó en silencio el corto tramo que llevaba al almacén de la casa y estuvo a punto de golpear la puerta de madera cuando la mujer abrió, bañando el interior del estrecho túnel con el resplandor amatista de cristales lumínicos. Llevándose un dedo a los labios, la fémina le pidió silencio y luego se retiró de la habitación, dejándolo a que saliera de aquel agujero él solo.

Ni siquiera escuchó sus pasos hasta la entrada cuando de repente la voz de la vieja matriarca sonó con autoridad.

—Ya me cansé de oírlos respirar tras mi puerta. Pueden irse como mismo llegaron.

—Pero, mi señora, el rey nos… —comenzó uno de los guardias antes de ser interrumpido bruscamente por la mujer.

—Nalgorit no es nadie más que quien le calienta la cama a su majestad Karish, yo le rindo cuentas a mi reina no a su consorte.

Desde su escondite en el almacén, Itagar rodó los ojos. Su mamá podía tener una gran sabiduría debido a sus largos siglos bajo tierra, pero cuando perdía la paciencia con algo o alguien, todo ese conocimiento era lanzado por la ventana en favor de su bravuconería. Su lengua sin filtro va a hacer que la maten uno de estos días.

—Estamos aquí por su seguridad, lady Arash —intervino el otro guardia con un tono brusco y cortante.

Imbécil, solo la estás provocando más, pensó Itagar.

—Si de verdad quieren protegerme envíen a ese pervertido que se hace pasar por mago de la corte o al General de Fuego, ellos sí tienen el poder para protegerme. En cambio, ustedes son unos niños que apenas pueden lograr un par de conjuros. Ahora, ¡fuera de mi propiedad antes que decida practicar mis bolas de fuego en sus traseros!

Unos murmullos malhumorados, seguidos del crepitar de llamas, se escucharon antes que el silencio se apoderara de la casa y su madre apareciera de vuelta en el almacén con su gracia felina. Ésta suspiró al encontrarlo en el suelo, recostado del antiguo cofre de su padre y aquellos ojos del lila más claro se llenaron de lágrimas. Sin embargo, fueron las acciones posteriores de la matriaca lo que lo dejaron helado. La madre que él siempre había conocido por su frialdad y deshapego emocional, se lanzó sobre él, llorando en silencio.

—¿Mamá?

Cuando ella no respondió, solo continuó llorando, sus hombros sacudiéndose contra el pecho de él, su rostro se contorcionó con enojo y la apartó lo suficiente para mirarla a los ojos.

—¿Qué te hicieron aquellos bastardos, mamá?

El físico de la mujer podía aparentar juventud, mas sus orbes claros mostraban el incomovible peso de los siglos.

—Nada, Aquel que la noche oculta —murmuró la elfa, dejando un beso en la frente de su niño—. Es solo que soñé con este momento por tantos siglos y por fin llegó... Por fin tengo a mi niño entre mis brazos de nuevo.

Viniendo de su progenitora, esas palabras tenían más de un significado. Arash era reconocida y respetada no solo por su sabiduría, sino también por su clarividencia. Sin embargo, guardó sus preguntas para luego y disfrutó del momento, saboreando el calor maternal, que nunca antes había sentido, como se tratara de su fruta favorita.

Permanecieron así, abrazados en el suelo del almacén, por largos minutos que Itagar rogó se volvieran eternos hasta que la mujer se apartó y, limpiándose las lágrimas de su rostro violeta grisáceo, se puso de pie. No bien él hizo lo mismo, el cofre tras de sí se abrió, revelando la armadura de su padre aún tan brillante y reluciente como si el drow estuviera vivo para darle mantenimiento.

Su madre se acercó y fue sacando las piezas una a una. La armadura era en mayoría negra con murciélagos y arañas violeta medianoche grabadas en el nariq, una aleación de los metales más fuertes de Svartálfaheim infundidos con magia enana. Sin embargo, la otra pieza, un traje pegado a la piel que servía como cota de malla, era menos llamativa aunque casi tan fuerte pues estaba confeccionada con tela de arácnidos gigantes.

—Tu padre hubiera querido que la usaras para proteger a tu colmillo. Ahora es tuya. Te ayudará a superar la batalla que se te avecina —dijo Arash con la seguridad de alguien que ha visto el futuro revelarse frente a sus ojos—. Mantén a salvo a mi nieta —terminó, esbozando una media sonrisa al ver cómo su hijo se paralizaba.

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