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Capítulo 61

-¡Estoy harto de que todo el universo quiera alejarme de mi alma gemela! -rugió el elfo, haciendo aparecer una de sus dagas a su mano y cortando la raíz con un silbido de su arma para luego arrancarse el pedazo que quedó enterrado en su carne. Sangre brotó del hoyo del tamaño de una bola de golf que quedó en su muslo, pero ignoró el dolor que amenazaba con lanzarlo al suelo y su mirada cayó sobre el chiquillo escudándose tras las plantas que nacían del terreno a su alrededor. Viendo las runas del hechizo en su mente, Itagar abrió la palma de su mano derecha hacia el muchachito y un gigantesco pico de hielo surgió del terreno, encerrando al joven en meros segundos sin que pudiera hacer otra cosa que gritar. Un delgado camino de hierba congelada marcaba al drow como el origen de tan poderosa magia.

Segundos después, Itagar sintió los vellos de su nuca erizarse y se volteó a tiempo para ver una bola de fuego dirigirse hacia él mientras quemaba la vegetación circundante a su trayectoria. Un nuevo conjunto de runas apareció en su mente y, esta vez, no dudó un instante en pronunciar el antiguo hechizo. Al terminar la última sílaba, un círculo de oscuridad se formó frente a él y se tragó la bola de fuego para luego escupírsela de regreso a su dueño. El chiquillo fue lanzado contra el tronco de un enorme árbol con el impacto, con quemaduras en todo su cuerpo y a penas fuerzas para moverse.

Poniendo una mano sobre su muslo herido, el elfo oscuro selló el hueco con una capa de hielo, gruñendo mientras la magia cubría su herida, y sorbió aire al dar su primer paso. Dolía, pero no lo suficiente para inmovilizarlo.

-No debieron atacarme una segunda vez -dijo con rabia contenida a la vez que le hacía señas a Adara que permaneciera donde estaba cuando pasó por su lado-. Dejarlos inconsciente fue una cortesía de mi parte, ahora no tendré piedad.

-¿Creíste que te dejaríamos ir luego de que mataras a nuestro padre? -respondió Aaron, intentando levantarse en brazos que mostraban quemaduras de los tres grados.

El drow solo se rió entre dientes mientras avanzaba entre los árboles.

Con el corazón queriéndosele salir del pecho, Adara empuñó las manos a la vez que su mente corría de un posible escenario a otro. La cosa iba enserio, podía sentirlo en la rabia de su sar'gek y verlo en los ojos de su testarudo estudiante. Ninguno de los dos se detendría y uno terminaría muerto. Ella no quería eso, no quería ver como dos personas que amaba se hacían pedazos frente a ella. Una cosa era quitarles la vida a adultos, otra muy distinta era hacerlo con niños. Sin importar lo que hubieran hecho los gemelos, la psique de su Itagar no saldría intacta de tal acto.

Tenía que detenerlos. Costara lo que costara, tenía que detenerlos.

Viendo a Itagar acercarse al jovencito con una de aquellas dagas negras en su mano izquierda, Adara no lo pensó más y corrió a su encuentro, sujetándole la muñeca mientras lo encaraba con la mirada.

-Ya estoy bien, no me pasó nada malo como puedes ver -dijo con premura y el corazón latiendo desenfrenado-. Olvidemos lo que sucedió aquí y vayamos a casa, por favor.

A su espalda, Aaron clavó sus dedos en la tierra y sus orbes rojos se llenaron de lágrimas.

-¿Qué lo olvide? -El drow abrió los ojos en un signo de incredulidad, mostrando el anillo rojizo que indicaba el control de su Ello del doble de su grosor normal-. ¡Esos monstruos te hechizaron y trajeron a Asgard!

-Son solo unos pequeños que no saben lo que hacen -le rogó con sus orbes azules empañados por lágrimas sin derramar-. ¿Serías capaz de asesinar a un par de niños tan solo por desear una madre que los cuidara?

-Esos mocosos son el producto de la unión entre la Corte de la Luz y la Corte de Oscuridad, les estaría haciendo un favor. Su padre los tenía escondidos en Midgard por una razón Adara, híbridos como ellos son perseguidos desde el momento que nacen pues nadie sabe cuán poderosos pueden llegar a ser.

Aaron intentó levantarse, pero sus brazos le fallaron y lo enviaron de boca a la tierra sin hierba que rodeaba al árbol contra el que se encontraba tirado. Sus quemaduras no se estaban curando porque su regeneración se había detenido, lo que significaba que no podría utilizar su magia y mucho menos liberar a su gemelo de su prisión helada. Miró a Adara colgada del brazo del drow, ella la única que podía ayudar a su hermano; pues Arian podría morir si permanecía más tiempo congelado. Como descendientes de dos deidades solares, el frío los lastimaba más que a cualquier otro elfo de luz.

-Mi hermano... -comenzó el chico, luchando para hablar-. El frío siempre nos ha lastimado... mucho. Libérenlo, por favor.

La mortal se volteó a mirarlo por encima del hombro y dos lágrimas descendieron por sus mejillas antes de volverse hacia su amante una vez más.

-Mi amado segundo colmillo de la araña -las pupilas de él se dilataron al oírla usar el término que los drows usaban para sus almas gemelas-, yo sé que no eres un monstruo, rompe el hechizo y vámonos, amor. Ya estoy a salvo, es hora de dejar ir esa ira -dijo ella, rodeándole el rostro con sus manos y posando un beso sobre sus labios.

-¡Ya mataste a mi padre, no quiero perder a mi hermano también! -exclamó Aaron casi sin aire.

-Itagar, por favor, por mí -Cuando percibió la indecisión que sus palabras provocaron en su corazón, jugó la carta que le quedaba. Era una movida sucia, mas se negaba a utilizar la magia de los nombres cuando todavía había una oportunidad de convencerlo y, además, esa decisión ya había sido tomada hacía días. Sin embargo, eso él no lo sabía y ella tampoco se lo diría-. Volveré contigo a Svartálfaheim si los dejas ir, pero si los matas, me aseguraré de que no me vuelvas a ver por el resto de tu vida.

Él la observó con una expresión torturada en su rostro por el espacio de unos segundos y, luego, viendo la determinación de cumplir su amenaza en sus preciosas aguamarinas, lanzó un gruñido antes de que el pico de hielo se resquebrajara en pedazos. El prisionero cayó al suelo, temblando y débil, pero aún vivo.

Más lágrimas descendieron por el rostro de Adara antes que se lanzara a los brazos de su marido y lo llenara de besos. El elfo respondió apretándola contra su cuerpo y besándola de manera apasionada hasta que ambos gimieron, solo entonces la bajó al suelo. Sin perder un minuto más, la tomó de la mano y comenzó a guiarla lejos de los gemelos.

-¿Es cierto que mataste a Gavin? -preguntó Adara en un susurro mientras se alejaban agarrados de la mano.

El exgeneral negó con la cabeza mientras sus labios se curvaban en una sonrisa maliciosa.

-Una cosa más, mocosos. Su padre está vivo aún -confesó en voz alta sin aminorar el paso al internarse en lo profundo de la arboleda.

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