2: Un recuerdo perdido
Los llantos de aquel niño eran molestos, pero eso no era lo que le preocupaba. Todo lo contrario, lo ponían nervioso.
<<¿Qué hice?>>, <<¿Por qué llora?>>, <<¿Hice algo malo?>>, pensó Nagi, algo confundido y nervioso. Siendo tan solo un niño pequeño, ni siquiera sabía cómo debía reaccionar a algo nuevo, y los llantos de aquel niño desconocido solo hacía que sus nervios aumentarán.
<<¿Lo lastimé?>>, se preguntó, y las preguntas no dejaron de aparecer en su mente, creando un torbellino que solo lo volvió aun más inquieto.
Los llantos del niño no paraban y cuando intentaba hablar, se detenía, pues no sabía si eso empeoraría las cosas. Solo tenía nueve años en ese entonces, y ni siquiera sabía qué fue lo que pasó.
<<Él tiene la culpa, no yo. Él me invitó a jugar y pisó mal. Que niño tan llorón.>>, pensó Nagi, algo fastidiado, viendo al niño de rodillas sobre el césped, con sus mejillas sonrojadas mientras se tapaba sus ojos llorosos. Sin embargo, no quería tener problemas con nadie, eso sería muy fastidioso. Por lo tanto, no supo hacer otra cosa más que ceder, y, aunque no quería admitirlo, la verdad era que estaba asustado. Era una sensación incómoda e inquietante, ya que él no había hecho nada.
—Ehm... ¿Lo siento? —dijo, algo inseguro, tratando de mostrarse tranquilo—. Yo... no quise hacer nada malo...
El niño dejó sus palabras al aire por un momento hasta tranquilizarse. Alzó la cabeza y, ni bien Nagi cruzó sus ojos grises azulados con los ojos azules del contrario, los dos se quedaron mirando con cierta curiosidad e inquietud. Al darse cuenta del paso del tiempo en el que nadie decía nada, se sintieron incómodos. Los dos apartaron la mirada del otro y no se veían dispuestos a decir ni una palabra.
—¡Yo-chan! —se escuchó a lo lejos. Era la voz de una mujer, que al parecer llamaba a alguien con un tono dulce.
Nagi miró la dirección por donde venía la voz, y el niño, por otro lado, al oír el llamado, se levantó apresurado, tomó su balón de fútbol y salió corriendo, con las mejillas y los ojos ardiendo por las lágrimas.
Él, simplemente, se fue, dejándolo solo de nuevo en ese parque. No obstante, a pesar de quedarse solo, Nagi no pudo evitar sentirse acompañado todavía. No por una persona o por sus pensamientos, sino por una duda quisquillosa que le daba un extraño hormigueo en el vientre. Quizás tenía hambre.
Luego de eso, toda la vergüenza se volvió oscuridad a medida que iba creciendo, ya que no recordaba mucho la mayoría de momentos de su infancia, y, para él, era mejor olvidar y no darle importancia a los pensamientos incómodos y molestos, ya que él no tenía la culpa de nada. Y así siguió su vida, sin preocuparse por nada, y como sus padres no interferían en su toma de decisiones, ya que era un chico que no buscaba problemas y que siempre tenía buenas calificaciones, terminó formando un carácter bastante perezoso y poco activo.
Nagi solo quería jugar videojuegos, y mientras él pudiera seguir jugando todo estaría bien. Sin embargo, todo dio un giro de ciento ochenta grados luego de conocer a cierto chico millonario, quien no dejó de insistirle en jugar fútbol.
En una pequeña habitación, un despertador dejó de sonar abruptamente. Nagi lo había pagado mientras se desperezaba. Él se reincorporó sobre su cama y, aun perezoso, se acercó a su cactus, el cuál estaba posado en el alféizar.
—Buenos días, Choki —saludó Nagi, tocando una de sus espinas.
El filo y la punzante sensación en su dedo le dolió mucho, pero lo hizo despertar definitivamente, su dedo pálido tornándose rojo en la yema del índice por la espina de Choki. Era la hora de comenzar el día, y se dispuso a buscar algo entre las sábanas y las almohadas, y, debajo de una de ellas, encontró su teléfono móvil. Sin pensarlo dos veces, comenzó a jugar un juego de disparos.
En la habitación se escuchaba como Nagi usaba la artillería pesada de sus armas.
<<Que fastidioso es levantarse, tengo que completar la misión diaria del juego.>>
Al final, perdió con su avatar muriendo y recordó que tenía que ir a la escuela. Se acostó poca arriba, mirando el techo y sintió como sus tripas comenzaron a rugir.
<<Tengo hambre...>>, pensó, con la mirada perdida, y volvió a jugar. <<Qué fastidioso que es comer.>>
Pese a la pereza que tenía, terminó levantándose de la cama y fue a prepararse para ir a la escuela. En ese proceso, tuvo muchos pensamientos en los que le gustaría no tener que hacer esto o aquello si pudiera, y si las cosas fueran así no tendría que comer, lavarse los dientes, ducharse, salir de la casa e ir a la escuela, y así estaría todo el día jugando videojuegos. Eso y en más pensaba mientras se miraba al espejo. Su cabello albino estaba algo despeinado, pero no le importaba mucho, pues estaba más centrado en lavarse los dientes.
<<Vivir es... un dolor muy grande...>>, pensó, con un semblante cansado y relajado impreso en su rostro mientras tomaba su mochila, colgó uno de los brazos sobre su hombro y se volvió a Choki.
—Aquí está tu adiós, Choki —dijo, viendo a su cactus, y alzó los dedos del signo del amor y paz—. Nos vemos.
Acto seguido, salió de su casa para dirigirse a la preparatoria Hakuho. El camino fue algo largo, pero aun así no le dio mucha importancia. Entonces, de pronto, una limusina larga y refinada con un hermoso brillo sobre su pintura blanca se detiene a su lado junto a un poste, mientras el claxon trataba de llamar su atención.
Del vehículo, sale su amigo, Mikage Reo; un chico alto, de piel clara y cabello morado, quien lucía el uniforme blanco, con un diseño similar a un tablero de ajedrez por dentro del saco, de la preparatoria Hakuho, con un aire de pulcro e impecable, además de mostrar una sonrisa grande al ver a Nagi y un brillo de emoción en sus ojos amatistas.
—Hey, Nagi —saludó Reo—. Vine a recogerte para ir juntos a clase.
—¿Llevar? —inquirió, algo confundido—. Yo nunca te pregunte.
—¿No lo recuerdas? Ayer me prometiste que jugaríamos fútbol juntos.
De pronto, el recuerdo se viene a su mente. Él, viendo el entusiasmo de Reo en él y en su insistencia de que jugará fútbol a su lado, pese a que Nagi quería seguir jugando en la escalera para no ser molestado por nadie.
—Ah sí.
Reo sonrió.
—Mi lema es "Que siempre consigo todo lo que quiero" —dijo Reo, confiado de lo que decía—. Tú y yo seremos compañeros a partir de ahora.
Nagi iba a hablar, pero, entonces, del asiento del conductor, salió una mujer alta de la tercera edad, algo robusta y trajeada con un uniforme de mayordomo. Nagi se sorprendió por el aspecto y tamaño de la anciana.
Reo sonrió.
—Nagi, ella es Ba-Ya, mi asistente —dijo, mientras entraba en el coche—. Espero se lleven bien.
Ba-Ya se paró delante de Nagi y, con una sonrisa, se inclinó un poco ante él, colocando su mano en su pecho.
—Amigo, del joven maestro, Reo —dijo, y se hizo a un lado para dejar que Nagi se meta en la limusina—. Estoy a sus servicios. Por favor, suba.
Pese a la cordialidad de la mujer, Nagi simplemente se quedó algo sorprendido por la nariz, gruesa, aguileña y alargada de la mujer.
<<Whoa... Su nariz se parece a la de una bruja.>>, destacó Nagi.
Y, sin más, se metió a la limusina. En su mente, no dejo de repetirse que la nariz de Ba-Ya se parecía a la de una bruja.
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