Tomé una respiración profunda antes de entrar la biblioteca.

Su padre me dijo exactamente el lugar donde la dejó sentada esta tarde. Casi siempre se la pasaba ahí, acompañada del mismo libro, hasta que las seis en punto daban en el reloj y el encargado de cerrarlo todo, comenzara a pedirles amablemente que salieran de ahí.

Revisé mis bolsillos una vez más, era la quinta vez que me aseguraba de tener la nota en la parte trasera de mis vaqueros.

Subí las escaleras casi corriendo y al abrir la puerta una campanilla sonó encima de mi.

"Shhh" todos me pidieron que hiciera silencio y yo solo me pude cuestionar por qué tendrían dicha campana en la puerta si no querían que sonara.

Ahí estaba, en la tercera silla de una mesa gigante.

Entre todos esos libros que no podía leer, con las gafas negras sobre la cabeza y el bastón blanco encima de la mesa, sujeto con la pequeña cuerda a su muñeca derecha. Llevaba el cabello recogido en una desordenada cola de caballo y entreabría los labios al mismo tiempo que con sus dedos trazaba los puntos de aquel libro.

Me acerqué en silencio, levanté la silla para sentarme y deslicé bajo sus dedos la nota que tanto estuve cuidando. La estudió con sus manos y me sonrió con ternura.

—Yo también te amo Greg.

—¿Como sabías que era yo?— me dejó ver los pequeños y blancos dientes en una sonrisa.

—Supe que eras tú desde aquella noche en la estúpida fiesta