Epílogo
En casa de la familia Aranda Soto se palpaba la felicidad absoluta. Pasaron cuatro años y tanto Martina como Lorena seguían igual de enamoradas que antes. Sólo que ahora habían formalizado su relación casándose por lo civil, y además Lorena estaba a punto de dar a luz a un niño muy buscado y deseado por las dos.
Mientras tanto, Martina decidió retirarse del boxeo habiendo conseguido ser campeona de España durante varios años consecutivos. Había decidido dar alguna clase puntual de boxeo en el gimnasio de Carlos, y había que reconocer que sus clases estaban bastante concurridas. El hecho de que Martina tuviera el palmarés que tenía, ayudaba bastante a que éstas se llenaran.
Al haber acabado sus estudios, los padres de Martina le ofrecieron trabajar en los departamentos de recursos humanos de sus empresas, pero ella tenía muy claro que no iba a llevar la vida de sus padres, por lo que pactaron que se quedaría en la empresa de Madrid y haría por lo menos un viaje al mes. No quería por nada del mundo alejarse de Lorena y del hijo que estaba al nacer.
Con Lorena no podían estar mejor las cosas. Se llevaban a las mil maravillas y ahora su bonita relación de amor iba a culminar con el nacimiento de un hijo que las iba a llenar a las dos de más felicidad si cabía. Ambas querían ser madres, así que esperarían un par de años más para que Martina intentara quedarse embarazada.
La vida de Marta también cambió considerablemente. Se casó con Víctor y, al igual que Lorena, también se quedó embarazada, pero ella esperaba una niña y aún le quedaban un par de meses para dar a luz.
Y Sofía acabó los estudios al igual que Martina, pero ella se quería dedicar a la psicología clínica, por lo que siguió estudiando para dedicarse a ello. Carmen, sin embargo, se animó a montar su propio negocio, una cafetería en el centro de Madrid, donde siempre que podían, sus amigas iban a verla.
La relación entre todas las mujeres seguía intacta. Seguían viéndose muy a menudo mientras cada una se dedicaba a lo suyo. En ese aspecto nada había cambiado. De hecho habían quedado para tomar todas juntas algo en la cafetería de Carmen, aunque de normal solían verse en casa de Lorena y de Martina, una noche a la semana.
Lorena estaba en casa esperando a Martina para ir juntas a la cafetería, cuando ésta abrió la puerta y vio a Lorena con una preciosa sonrisa de oreja a oreja y dirigida a ella, pues la profesora se alegró mucho de ver a Martina. Llevaban todo el día sin verse y Lorena echaba mucho de menos no verla por la Universidad. Martina llevaba un precioso ramo de rosas para Lorena. Le encantaba de vez en cuando tener algún detalle con su mujer.
-Eh guapísima, ¿Cómo estás? Ésto de no verte durante todo el día se hace duro.-Le dijo Martina acercándose a su mujer para besarla en los labios-Te traje ésto...
-No sabes lo que me cuesta a mí no verte por la universidad. Fijate que a veces de forma inconsciente te busco en la cafetería, o en la segunda fila de clase, y duele no verte. Pero bueno, tengo la suerte de estar casada con una mujer maravillosa, y aunque no la veo en la universidad, la puedo ver en casa y dormir con ella todas las noches. Eso te juro que no tiene precio para mí. Y el ramo de rosas, es precioso. Cariño, eres un cielo.
Martina la abrazó tiernamente y con cuidado, no quería apretarle en la barriga por si le hacía daño al bebé. Pero inconsciente llevó la palma de su mano a la barriga de Lorena y la acarició suavemente.
-Amor...Te quiero mucho...-Le susurró Martina al oído - mientras dirigía sus húmedos labios al cuello de su mujer. Ésta se estremeció cuando sintió la respiración de Martina erizar toda su piel. Después de cuatro maravillosos años juntas aún tenían el poder la una y la otra de erizar la piel de la otra sólo con respirar sobre ella o acariciarla suavemente. Era algo mágico para las dos.
-Ummm, creo que tengo ganas de hacerte cosas, amor...
-Martina, tengo las hormonas que parecen una montaña rusa, ahora mismo estoy cachondísima.
-Y las tetas que te van a explotar...Yo sí que estoy cachonda, Lorena, de sólo imaginarte desnuda y embarazada.
Las dos mujeres se besaron con ganas y con pasión, como hacían siempre. Sólo que Lorena comenzó a sentir alguna molestia en la barriga y se asustó un poco. Cuando se separó con cuidado de Martina, se dio cuenta que había roto aguas ya que enseguida se formó un charco en los pies de la mujer. Y cuando Martina lo vio, se quedó descolocada y algo bloqueada. Sabía que debía tener la cabeza fría para ayudar en todo lo que pudiera a Lorena. Y eso es lo que iba a hacer. Ayudar a su mujer a traer al mundo a ese niño tan esperado y deseado por las dos.
-Mierda, Martina...Tenemos que ir al hospital. No te dije nada pero llevo ya un par de horas con contracciones. Y acabo de romper aguas.
-Lorena, ¿por qué no me lo has dicho antes?. Cojo todo y te llevo al hospital. Voy a llamar a mi tía y que avise a todas. Cariño, vamos a ser madres...Verás que bien va a ir todo. Te quiero, que lo sepas.
-Lo sé, Martina. Vámonos. Yo también te quiero. Y sí, hoy por fin ha llegado el momento que las dos estábamos esperando con tantas ganas, no me lo creo aún.
Mientras salían las dos de casa, Martina hizo una llamada rápida a su tía avisándole del motivo por el que tenían que anular la quedada en la cafetería de Carmen. Marta se puso loca cuando escuchó la buena nueva.
Por el camino, las contracciones de Lorena eran cada vez más frecuentes y comenzaba a sentir un dolor inaguantable, mientras Martina conducía rápido en dirección al hospital. Cuando podía, le cogía la mano a su mujer y ésta se la apretaba con fuerza, pero a Martina no le importó, y aguantó estoicamente los apretones de Lorena. Lorena no aguantó más y pasó de los jadeos a los gritos y no le importó que estuvieran en el coche. Iba a dejar sorda a Martina con tanto grito, pero ésta entendía perfectamente que su mujer reaccionara así ante tanto dolor. No podía ni imaginar por lo que estaba pasando Lorena en ese momento.
Llegaron al hospital y Martina acompañó a Lorena a urgencias. Tal cual la vieron entrar, la metieron en un box y no tardó en revisarla una doctora de urgencias. Enseguida mandaron a Lorena directamente a la sala de partos, no era necesario que pasara por la sala de dilatación porque el bebé estaba a punto de nacer. Y como la doctora de urgencias les dijo, el bebé nacería a la hora de haber ingresado en el hospital.
Martina no soltó en ningún momento la mano de Lorena. Quería que su mujer supiera que iba a estar con ella siempre, en todos los momentos buenos y malos que iban a vivir como pareja o incluso de forma individual. Siempre estarían ahí la una para la otra. Y Lorena, aunque no había parado de gritar, porque encima no le dio tiempo a que le pusieran la epidural, le ayudó mucho el saber que tenía a Martina junto a ella, y que a pesar de cómo le apretaba de fuerte la mano, Martina no la soltara en ningún momento. Aún con el dolor que sentía, no podía ser más feliz.
La ginecóloga de guardia estuvo guiando a Lorena durante la hora que estuvo empujando para que el bebé saliera. Y cuando éste ya estaba asomando la cabeza, Martina no se lo podía creer. Sin quererlo se emocionó tanto que no pudo evitar llorar sin control alguno, y cuando la ginecóloga por fin sacó al bebé completamente y lo posó directamente en el pecho de Lorena, las dos mujeres sabían que ese día iba a ser uno de los días más felices de sus vidas. Se miraron con un amor descomunal. Martina se acercó a darle un beso en los labios a Lorena y ésta no podía sentirse más orgullosa de la mujer con la que se había casado. Estaba viviendo con ella el mejor sueño de su vida.
-Enhorabuena pareja, es un niño precioso. ¿Cómo se va a llamar?- preguntó la ginecóloga a las dos mujeres. Entonces se dirigió a Martina y le preguntó si quería cortar el cordón umbilical. Martina no se lo pensó ni dos veces y se dispuso a cortarlo. Ese momento no lo olvidaría en su vida.
Las dos mujeres se miraron a los ojos, y Lorena, muy segura de sí misma, dijo a Martina delante de la ginecóloga:
-Se va a llamar Martín, ¿te parece bien, Martina?- le preguntó a su mujer. Martina no se lo podía creer. No habían hablado en ningún momento del nombre que le pondrían al niño, pero Martina sabía que Lorena lo quería llamar Martín por ella, y cómo no, Martina estaba encantada con ese nombre.
-Sí, cariño, me parece perfecto- contestó Martina mientras besaba a Lorena con un deseo y un amor que la estaban matando.-Por cierto, estoy muy orgullosa de ti, amor, acabas de hacer un trabajo excepcional. Y luego me decías a mí que yo era fuerte...
-Y lo eres, Martina. Eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida. Y también la mujer más perfecta que existe en el mundo, para mí...
La ginecóloga quería dejarlas solas unos minutos. Sabía que en ese instante ella, ahí, sobraba.
-Bueno chicas, os voy a dejar solas unos minutos con el pequeño, y luego se llevarán a Martín para lavarlo y ver que está todo bien. Por cierto, hacéis una pareja preciosa.-la mujer no pudo evitarlo y les dijo a las dos lo que pensaba. Era verdad que Martina y Lorena hacían una pareja muy bonita. Además se notaba el amor que había entre ellas incluso a kilómetros. Era un amor de esos inquebrantables y perdurables en el tiempo. Y ellas dos lo sabían. Que siempre iban a estar juntas hasta el final de sus días.
Cuando se quedaron unos minutos a solas con Martín, le dieron las dos muchos besos al pequeño y no podían dejar de observarlo embobadas. Y como no, también se besaron ellas. Aún con lágrimas en los ojos, tampoco pudieron evitar el recordarse una a la otra lo mucho que se querían y lo felices que eran juntas. Y con la llegada del pequeño Martín habían acabado de rematar tanta felicidad.
Martín era igualito a su madre. La tez morena, el pelo negro y seguro que tenía los mismos ojos azabache que tenía la madre. El bebé estaba dormido en el pecho de Lorena, muy tranquilo y relajado.
La enfermera entró en la sala para llevarse a Martín. Y luego, mientras controlaba a Lorena, le dijo a Martina si quería ir a decirle a la familia que había ido todo mejor que bien. Lorena le dijo a Martina que se fuera, que ella se quedaba con la enfermera, y Martina, a regañadientes, salió de la sala de partos y se dirigió a la sala de espera, donde estaban todos esperando a tener noticias de cómo había ido todo.
Cuando Sofía, Carmen, Marta, Cristina, Diego, y los padres tanto de Martina cómo de Lorena, vieron aparecer a Martina con lágrimas en los ojos, se levantaron todos de sus asientos y fueron a abrazarla. Martina no pudo con tanta emoción y se abrazó fuertemente a su tía y a su madre. No le salían las palabras de la boca y se dejó abrazar por todos los ahí presentes. En ese mismo momento sobraban las palabras y eran tremendamente necesarios los abrazos. Martina no se podía creer sentirse tan feliz con la familia que tenía,y como no, con la familia que había formado con la mujer de sus sueños y su pequeño Martín. Esa mujer hacía casi cinco años que se había apoderado noche tras noche de sus sueños más profundos y de los más húmedos. Esa mujer había llegado hasta ella para quedarse, y de qué forma lo iba a hacer. Iban a ir juntas de la mano, sin soltarse en todo el camino que durase el trayecto de vida que tenían preparado para ellas y para su hijo. Y siempre unidos, los tres.
FIN
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