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Capítulo 40. Mejor separadas

A la mañana siguiente, cuando Marta se despertó, le vino un delicioso olor a café que la hizo levantarse de la cama casi de un salto. 

Se dirigió a la cocina y en efecto, Lorena estaba preparando el desayuno para las dos.

-Hola guapísima, ¿Qué tal has dormido?- le preguntó Marta. 

-Me costó dormir,  pero estaba tan cansada que al final me debí quedar bien dormida. De todas formas llevo ya un buen rato despierta. Tomarás café, ¿verdad?.

-Si te digo que me he levantado hipnotizada por el olor a café…¿Me creerías?.

-Claro, no hay mejor olor que el del café nada más levantarte… Me encanta. 

-¿Estás más tranquila, Lorena?.

-Si, me ha venido muy bien que te hayas quedado a dormir conmigo. No sé cómo agradecértelo.

-No tienes nada que agradecer. Tú harías lo mismo por mí. Por cierto, Lorena, ¿Y qué hay de la chica que te gusta?¿Has avanzado con ella?.

-Pues parece que sí había avanzado pero ahora creo que ella no tiene las cosas claras conmigo. Así que creo que lo mejor será dejarla tranquila mientras ella aclara qué es lo que quiere- Si Martina le había ocultado que había quedado a cenar con la gogó, era porque tendría dudas de si quería estar con la gogó o con ella. Tenía que reconocer que esa chica era guapísima y además le iba detrás a Martina. Y lo fácil era que Martina también sintiera algo por ella. Así que no le quedaba otra que apartarse, por mucho dolor que le produjera el alejarse de Martina. Con diecinueve años era totalmente normal que quisiera experimentar con una y con otra, pero Lorena tenía muy claro que ella no iba a ser sólo una prueba o un experimento para la joven. Ella ya no estaba para perder el tiempo por mucho que le gustara y deseara a Martina.

-Bueno Lorena, ella se lo pierde. Tú vales mucho y te mereces que te hagan muy feliz. Ahora sólo te falta que te quites de encima al imbécil de Marcos. 

-Ojala así sea. Es una pesadilla que alguien haga lo que está haciendo Marcos conmigo. No se lo deseo a ninguna mujer. Qué pena que haya hombres que se piensen que somos de su propiedad y quieran coartarnos nuestra libertad. 

-Qué razón tienes, Lorena. Y lo triste es que cualquier mujer puede sufrir malos tratos y vejaciones por parte de un hombre. Ninguna se salva. Bueno, cambiemos de tema que necesitas animarte, no ponerte peor. ¿Hoy a qué hora tienes que estar en la universidad?

-A las 9am. Tengo un par de clases y tutorías. A Martina y a Sofía les pedí un trabajo y hoy tenemos la tutoría para ir viendo cómo lo llevan.

-Ah, estupendo. Por cierto, me sorprendió ver ayer a Martina con la gogó con la que se enrolló la otra noche. Mi sobrina tiene buen gusto, y tengo que reconocer que esa chica tiene unos ojos que hipnotizan, aparte de ser muy guapa. Lo que me ha llamado la atención es que es la segunda vez que la veo con ella. Martina nunca suele repetir, a ver si se está enamorando...

Lorena casi se atraganta con el café. No se esperaba que Marta le hablara de Martina y de la maldita guapa gogó con la que iba ayer por la noche. Y sí, pensaba igual que su amiga. Si era la segunda vez que iba con ella, era porque esa chica le importaba o le gustaba. Lorena lo respetaría muy a su pesar, pero ella no iba a ser ningún juego para Martina. Así que tendría que alejarse de la joven si no quería salir escaldada. 

Martina recogió a Sofía como hacía todas las mañanas que tenían clase en la universidad. Ya en el coche le esperaba una sarta de preguntas por parte de su amiga.

-¡Qué!¿Cómo te fue la cena con Claudia, Martina?

-Regular...Bueno la cena en sí fue bien. Lo pasé muy bien con ella. Pero cuando salimos del restaurante ella tenía algo de frío y me pidió un abrazo. Yo se lo di. Y joder, justo pasaban por ahí mi tía y Lorena.

-¡No me lo puedo creer!, maldita ley de Murphy...Si te vio Lorena con Claudia, creo que ya te puedes ir olvidando de la profesora, Martina. 

-Joder, no quiero que me mande a la mierda.  Ayer después de dejar a Claudia en su casa me iba a pasar por casa de Lorena para explicarle lo que había visto, y justo mi tía me escribió para decirme que se quedaba a dormir con ella porque estaba de bajón. Pero ya no sé si estaba así por lo que vio o por algo que le ha pasado con anterioridad, porque ayer en la universidad ya estaba como decaída…

-Martina, tía, si os estabais viendo y de repente te ve con Claudia, es normal que se haya quedado mal.- Sofía estuvo a punto de decirle a su amiga que se lo advirtió, pero sabía que si le decía eso Martina se alejaría de ella. Así que no le quedó otra que callarse y apoyar a Martina. - Pues hoy tenemos tutoría con Lorena. ¿Quieres que vaya yo sola?.

-No, Sofía. Yo también quiero ir. Según cómo la vea intentaré hablar con ella. Además… tengo ganas de verla. Ayer me quedé con las ganas de pasarme por su casa. 

-Ya me imagino. Pero hoy en la tutoría espérate lo peor…

-Lo sé...Tengo miedo de lo que pueda pasar. Pero si no quiere saber nada de mí, lo entenderé. Yo no soy su ex. Yo pienso respetar cualquier decisión que tome. 

-Como debe ser, Martina. 

Martina sabía que Sofía tenía razón. Y sabía que había metido la pata con Lorena. Ahora sólo faltaba ver cómo la recibía en la tutoría. Ojalá la noche anterior no la hubiera visto con Claudia. Encima la pilló abrazándola. Pero lo peor de todo es que la pilló mintiéndole. Lorena debía de saber que Claudia en realidad no era su amiga. Así que sólo cabía pensar que era un ligue de la joven.

Esa mañana Lorena fue a trabajar sin ninguna gana. Si por ella fuera, se hubiera encerrado en su habitación y no saldría en todo el fin de semana. 

Cuando entró en su despacho tiró su maletín encima de su mesa, con la buena suerte que éste no cayó al suelo. Cerró la puerta y fue directamente a sentarse. Miró para el techo y suspiró. En un rato vería a Martina en la tutoría y no sabía ni cómo la iba a mirar o a tratar. Sabía que lo que sentía por ella seguía intacto, por mucho que la joven sólo quisiera jugar y experimentar con ella. Es más, la deseaba con unas ganas que la estaban asfixiando. Tuvo que soltarse algún botón de la camisa porque sintió que le faltaba el aire de sólo pensar en la joven. Cuando comenzó a evadirse de sus propios pensamientos, tocaron a la puerta.

-Hola, Lorena,¿Se puede?- preguntó José antes de abrir la puerta.

-Sí, pasa.-Lo que le faltaba…

-Vaya, llevamos muchos días sin vernos. Y ya voy echando de menos el hablar contigo. Llega el fin de semana y me preguntaba si te apetecía ir al teatro, a la ópera, o tal vez una cena. No sé, me adapto a lo que te apetezca…

-Hola, José. Verás, este fin de semana necesito descansar. Creo que ni voy a salir de mi casa. Necesito tiempo para mí…

-Ah, pero…¿Te encuentras bien?- le preguntó el profesor algo confundido.- Si algo te tiene preocupada, tal vez te venga bien salir y distraerte. 

-Mira, hacemos una cosa. Si al final me animo a salir, te escribo o te llamo ¿Vale?. Pero en principio creo que no es lo que necesito este fin de semana. Así que, por si acaso, haz tus planes. No quiero que estés pendiente de mí y luego no hayas quedado con nadie. 

-Está bien Lorena. Y si no te llego a ver, espero que pases el fin de semana lo más tranquilo posible. 

-Gracias José. Nos vemos luego. 

-Por cierto, ¿Tomamos algo en la cafetería?- José siguió insistiendo. 

Lorena no quería ser descortés con él, por lo que accedió a tomar algo después. 

-Vale, a las 11 am estoy libre.¿Tú?.

-Yo también, entonces paso a buscarte por aquí. 

-Muy bien. 

Martina llegó a la universidad muy nerviosa. Y sabía que esos nervios eran porque iba a ver a Lorena y no sabía cómo se la iba a encontrar. Joder, esa mujer era la única capaz de alterarle el corazón sin siquiera tocarla. 

Después de dar un par de clases, costándole un mundo el darlas, Lorena se dirigió a su despacho porque en apenas unos minutos iban a comenzar a llegar los alumnos con los que tenía las tutorías. No paraba de pensar en Martina y en cómo se iba a desarrollar la dichosa tutoría. Menos mal que también iba a estar Sofía con Martina, sino hubiera sido capaz de anular todas las tutorías alegando que se había puesto enferma. No quería ni podía estar a solas con Martina. Se sentía más vulnerable que nunca y sabía que se podía desmoronar a la más mínima. Y no quería mostrarle ese aspecto suyo a la joven. Ella era la profesora y debía estar a la altura de las circunstancias.


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