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Capítulo 8

Kiara Wilson

23 de agosto de 2011

En tal caso, mis cinco días se los puedo contar en breve. Eso sí, lo vulnerable fue alterarme con la razón de que aun la apatía que obtenía con mi tío seguía. Anteayer al visitarme por la causa de mi pequeño problema con la discografía, Henry se lamentó por la situación como si le hubiese pasado a él y mi urgencia de acercarme a agradecerle con un simple abrazo se volvieron presentes. Ustedes dieron a conocer que no pude lograrlo; se siente como si al frente de su cuerpo me apartara un muro de ladrillos y esa noche me derrumbaba la penumbra de insomnio. Miles de protestas me surgían en mi cabeza y lo único que adquiría era absorber el techo de mi cuarto con mis preocupaciones. Fue un miércoles de fatiga y ni siquiera tuve la oportunidad de visualizar el amontonamiento de mensajes. Era debido a la causa de ser completamente ignorada en Island Récords y el resultado fue la polémica de mis admiradores hacia la empresa. El diminuto error ya se presentaba un catástrofe y tampoco anhelaba dar una bienvenida a una nueva disputa, ya que en esos momentos la privacidad era un lujo.
Por un lado, consideraba que menospreciar las insistencias en una misma puerta cobraban valor si propones abrirlas. Porque el caso es sobrellevarlo, aunque imagines lo peor y hasta ahora, escogía ese lugar. Tal vez, mis caprichos hacían nublarme, pero rendirme ante todo no cumplía con mi deber y la examine a mi abuela al reprochármelo de esa forma: “Inténtalo, no caigas en el error de no hacerlo”, con aquellas frases de orientación podría hacer un largo testamento. 
Al colocar la suela de mi calzado en el suelo de la oficina, admití que la temperatura había subido en mis pies. Ni que mi característica principal fuera que me sudarían, ni por la simple resolución de usar aquel polvo blanco que se impregnaba en mi nariz. No, nada de comentarios insignificantes; sino la de encontrarme con el aplicado escritorio que estaba delante mío. Pilas de papeles impresos se juntaban en una sola esquina, separándolos de los manuscritos. La caligrafía desoriento a mi objetivo con cada trazo que formaban a cada letra.  Esas líneas totalmente delgadas no las veía venir, porque ni estupefacta podría tener el don de escribir así. Luego, en su centro se localizaba un teléfono que en la parte de abajo un trozo de hoja aleteaba por la brisa que con suavidad se asomaba por la ventana. El ambiente se distinguía por dominar su frescura en sus pocos metros de espacio, aunque sus paredes se adornaban con demasiados vinilos por observar y cada uno, contenía unas imágenes de artistas contemporáneos. Penosa quede al saber que el poco sol no conseguía visualizarlos del todo, pues le faltaba el toque amarillento a esa habitación.
La faceta de un hombre intervino discretamente. No perdí la atención en su apariencia, únicamente por sus grises ojeras, que ya se conservaban durante tiempo por lo que se mostraba y en la comisura de sus labios se unían unos hoyuelos. Afortunadamente similares a los de Harry Cruise; una casualidad inesperada. 

―Hola, buenas tardes. Soy George ¿Qué necesitan?

Mi padre inicio la conversación naturalmente. En la mayoría de las veces, siempre se encargaba de organizarse así, siendo que a mi madre le enfadaba que se dirigiese rápidamente sin que ella tuviera la posibilidad de saludar primero. Lo analice en su expresión de disensión, fue como admirar un tornado. 

―Buenas tardes George. Estamos encargados de acompañarla junto a su manager Carol Adams―nos señaló.
Tuve en cuenta, la milagrosa confianza establecida en ellos. Como si se conociesen de años, porque logre descifrarlos en cuanto se detuvieron con su mirar. 

―Un gusto señor―dijo Carol y el señor le devolvió una radiante sonrisa.
Gisela solamente asintió de modo amable y lo reprocho a su esposo fulminándolo de reojo. Los ignore por completo y me acerque lentamente a su escritorio de un modo descarado.

―Queríamos hacer un reclamo por lo del otro día ―; hubo una temporal pausa con un intercambio de pensamientos entre sí y logro responder con un tartamudeo:

―Lo lamentamos. Ya lo he hablado en la oficina.
Al añadir eso, mis esperanzas se despertaron. Nada estaba perdido y esa sensación me genero un llamado de paz. Como si desprendiera cada tensión de lo producido en ese caos. En ese tiempo, voltee a conocer sus nuevas caras. Intuí que se aliviaron por el manejo de sus hombros; realmente sabía muy bien como leer el lenguaje corporal.

― ¿Podría llegar a tener una solución? ―pregunto Carol, aun con su ceño fruncido. Ella se mantenía acordes a alguna desilusión.

―Siendo sincero no comprendo porque Evanson les comento eso. Es un error, porque de hecho cuando Justin Bieber nos contrató tenía entre trece o catorce años―musito―. Lo he discutido y de verdad, les ofrezco el derecho a firmar, porque lo que dijo Evanson no está en nuestras reglas.
Al proponerlo, note como el calor de mis piernas disminuía poco a poco. Fue como un cubo de hielo transformándose en agua pura y pronto, resplandecí sabiendo que había desaparecido. Todos esos conflictivos días de confusiones se han esfumado y ahora quedaban de trabajar en mis futuras composiciones.
Al girarme para poder hablarle, el hombre largo una grandiosa risa por mi manera de presenciar la noticia.
 
―Entonces… ¿ES OFICIAL? ―le interrogue con esa pizca de entusiasmo que hacía alterarme. George, se arremango su camisa blanca hasta sus codos y armo su valor:  
―Por supuesto señorita.
En esos minutos, tuve que sostenerme estable, sin chillarlo para que la inquietud de los otros salones no causara problemas. Pero, me demostré con la distintiva mueca de equipararlo en la cúspide con mis extremas emociones despertadas. Mis padres, también figuraron asombrosos detrás de mis espaldas, lo mismo decía de Carol. Lo adivinaría, aunque estén lejos.

―Estoy más que agradecida. Mi sueño estará por realizarse―palpe mi pecho conmovido por mis pulsos cardiacos acelerados. Ya sea por la fruición de haberlo destinado sin ninguna presión.
En mis saberes, entendía perfectamente la constancia que debía de tener para llevar a cabo este proyecto, sin embargo, teniendo el apoyo saludable de mis seres queridos era más que calmo. Nada que olvidarme cuando en aquella época no existía especialmente para mí la incondicionalidad. La última vez que desbordaron amor a su hija de cinco años, fue el reconocimiento de haber nacido, donde incluso el matrimonio de Angela y Mike no tenía un equilibrio sano, sino que a su alrededor se guardaban esos morados golpes que se cubrían entre telas.
El hombre se acostumbró a oírme debido a las atropelladas que gesticulaba. El, me dedico un guiño de alegría y me recordó a los que me regalaba Michael cuando salía todo bien.

―George, de hecho, por ser los padres adoptivos de Kiara ¿Podremos firmarlo igual? ―interrumpió mi madre con esa perspectiva de la realidad. Apuesto, que no debía haberlo mencionado, si bien era lo principal.
Mi padre, al percibir mi bloqueo, apoyo una mano en mi hombro con la señal de no alarmarme. Reconocía lo duro que sonaba extraer el pretérito y no alejo su tacto hasta el adecuado instante de comenzar la charla. 

―Claro que sí―murmuro y ordeno la cantidad de impresos hasta conseguir la hoja indicada―. Sus firmas aquí por favor―les indico.
Mientras firmaban con un bolígrafo negro, disfrutaba del proceso con Carol sin emitir absolutamente nada. Me concentraba en sus encorvadas posturas al anotar datos y en rozar con la yema de mis dedos mi aterciopelada melena; la repetición era más veloz que la anterior por la causa de enterarme de que el contrato ya había finalizado.

― ¡OH DIOS, ESTOY MAS QUE EMOCIONADA! 

George lo considero.

―Se que serás una gran cantante, señorita.

―De hecho, ya lo soy―dije con empoderamiento, como si mis talones se mantuvieran sobre esos tacones altos principalmente rojos contra la envidia y me aseguraba de sujetar un brazalete de ese color para el mal augurio. 

―Y felicidades por la boda―agrego mi madre con satisfacción y supe que lo exteriorizaba con esa condición por sus debidas razones. El matrimonio de ellos, totalmente se basaba en traiciones hace un decenio y mi madre demandaba a sus justos derechos. Por lo menos ha aceptado el anillo por más de los tropiezos inestables, pese a que no era olvidadiza, es sumamente de fierro su subconsciente.
Además, me concentre en la acotación. Lo relacione con el aparente rumor de Estrella y lo considere por la extraordinaria semejanza de George hacia Harry. Al hacer contacto visual con él, te transmitía encanto con su misma energía; una transparencia inexplicable. Cuando le agradeció a Gisela, no negaría que se le ha huido un inocente rizo de su cabello, se alborotaba sobre su frente por más pequeño que fuera y no podría asegurarme si no averiguaría su apellido.

― ¿Usted es el padre de Harry Cruise? ―; resonó un eco que pareciera un reto de mi parte y enmudecieron confundidos. George, no pronuncio nada hasta meditar que responderme.

―Lo soy. Me resultaba extraño que no me hayas reconocido―rasco su nuca.  Los demás, seguían callados consumidos en la fuerte tensión y no me lamente en sacar al aire mis dudas, puesto que su hijo era Harry Cruise, mi respectivo amor, el chico de los bucles castaños, generalmente con aquel aroma a caramelo de frambuesa.

―No quiero sonar tan directa. Pero me ha llegado un rumor de que me contratarían para cantar en su boda. ¿Puede ser?
Mis padres clavaron su mirada en mi rogando que ate mi lengua. En ocasiones, se enfadaban por no amparar el respecto hacia las otras personas. Me regañaban a cada rato con ese tema y por culpa de sus dichos frecuentaba a discutirles defendiendo mi carácter.

―Mil disculpas si no lo he conversado antes―rio incomodo apoyando la palma de sus manos en la mesa.
Mi madre suspiro sonoramente, en señal de estar tragando su mutuo enojo por no tener un filtro a la hora de compartir una reunión, salvo Mack que plácidamente lo resolvió sin quejas. 

―Aceptaremos la propuesta.
Al detectarlo fue un inmenso encanto. Conseguiría desvelarme con mi fogosa voz en una fiesta específica y no sería una cualquiera. Mi oportunidad de que alcanzara oírme era un honor, algo de ensueño.

―Es una buena ocasión para que Kiara deslumbre con su talento―añadió Carol sumergida en su seriedad.

―Es cierto, además que con mi esposa nos paralizamos al oírla cantar―hablo apasionado, comprobando las expresiones de todos con lentitud.

―Soy una chica talentosa.

―Y no lo dudamos―sonrió cándido. 
Luego, Gisela se adelanto con apresuramiento a debatir lo de la boda dejando divagar lo anterior en la contra de su marido, apuesto que quitar la máscara no era lo indicado. Un trato para resolverlo entre ellos dos.

―Deduzco que su luna de miel será empalagosa. Fuera de contexto son la pareja ideal.  Dudo que mi amable esposo me llevara a Paris para pasar la noche juntos.

Silencio absoluto. No se retrocedía el tiempo.

―No digas eso. Hemos viajado a mejores lugares que ese. No todo es Paris en el amor, Gisela―mascullo resignado.
Así que tranquilice el sitio cambiando de lema. En una tonelada de humor diferente para no incomodar la situación, a causa de las espantosas caras de Carol y George.

―Espero que escoja un buen paseo para su mujer.

Largamos juntos una risotada inesperada y decisivo fijo a su reloj plateado que llevaba en su muñeca. Era ostentoso ese aparato, en su claridad costaba dólares. Entonces, al darnos el signo de despedirnos, trasladamos nuestras piernas al coche de David, que se localizaba sobre una calle curva. Era una aficionada de ellas, por el motivo de hacer un contraste maravilloso entre los hogares británicos y se combinaban con sus majestuosas entradas sosteniendo las peculiaridades de las flores mas decentes, ignorando a esas desparramadas en los parques como si fuesen rompecabezas.
Al montarnos en los asientos, me detuve a razonar al olor a limpio que me atraía del auto. Se dispersaba en cada rincón y dilataban a mis pupilas la pureza de esa limpieza. Significaba mucho poder sobrellevar esa esencia cuando frenaba a cautivar con mis propios bienes y había recompensa al final de los disgustos, que a comparación de los altibajos graves de mi niñez no poseían precio. A mi edad de cuatro años, no me era suficiente y lo generaban esos insultos depravados traumatizando mi vida por delante. La frase más memorizada me marca: “Tu solo sabes tender la ropa, no te espero en un nivel más alto. Además, eres una niña descuidada, quien querría a una persona así”
Simplemente mis verdaderos progenitores solían ser los causantes de destruir prácticamente la confianza brindada por mi misma, pero positivamente mis fortalezas son mas altas que el ayer y gracias, a los duros choques me ofrezco a decir que ha desaparecido.

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