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➻ Capítulo 01: El fin y el principio

Era una tarde melancólica, los diferentes colores anaranjados del cielo y los últimos rayos del día los acompañaban entre los sollozos silenciosos que trataban de contener.

Oikawa deseaba poder contener todos sus sentimientos, deseaba en ese momento poder dejar de sentirse como un moribundo, quería demostrarle a su equipo, que como capitán que era, podía animarlos.

Pero él no tenía esa capacidad tan desarrollada, y estaba emocionalmente igual o incluso peor de lo que ellos estaban.

El castaño caminó dando unos pasos frente al grupo, iba a decir algo, lo tenía en la punta de su lengua, sin embargo nada salió de sus labios durante largos segundos, aunque durante el trayecto hubiera pensado en un gran discurso, él no fue capaz de decirlo por el nudo que se formó en su garganta al ver sus rostros, sintió que las piernas en cualquier momento le fallarían.

Oikawa quería correr de ahí, correr al infinito y llorar plácidamente de una vez.

Siguió mirando a los rostros de los demás, y se quedó callado solo por un milisegundo más, tratando de fingir ante sus compañeros que todo estaba bien, que él estaba calmado, entonces inhaló un poco más de aire y cuando abrió la boca, fue capaz de decirlo.

—¡Muchas gracias por estos tres años!

Eso fue suficiente, no hacía falta más palabras para expresar sus sentimientos, quizás Matsukawa sabía que Oikawa quería explotar, quizás Iwaizumi sabía que Oikawa quería gritar, quizás Hanamaki sabía que Oikawa quería llorar.

Él sentía una vorágine en su interior.

Quería decirle al mundo que él cumpliría su meta, pero no fue así, ¿Que acaso sirvieron todas las horas de prácticas? ¿Los dolores musculares de con frecuencia tenía? ¿Las mañanas en que madrugaba para salir a entrenar?

Pero Iwaizumi, mientras miraba a su mejor amigo, lo sabía, a pesar de saber que en el fondo Oikawa es alguien muy inseguro y vulnerable, de igual manera es alguien fuerte y obstinado, y aunque no se viera tan afectado como se mostraba, sabía que tan rápido como estuviera en la soledad de sus cuatro paredes, el sacaría cada sentimiento, cada grito de frustración, la frustración por no haber triunfado ante lo inalcanzable, y ser alcanzado por su miedo de ser superado.

Él solo quería tener un gran recuerdo de su preparatoria, imaginaba su futuro, en un Oikawa más adulto, en donde recordaba sus victorias ganadas, el gran triunfo que tendría en las nacionales junto a su equipo, y como no, podría ver más nítida aquella figura femenina y si todo iba como él quería hasta podría volver a hablarle con más frecuencia.

Una de sus más grandes metas fue siempre rememorar su último año, se sentía como un estúpido, un estúpido con tristeza, frustrado y enojado consigo mismo.

No fueron necesarias más palabras que esas, porque el final de su línea fue cuando soltó otro largo suspiro desde el interior de su corazón.

Se giró sobre sus talones tratando de contener una vez más sus lágrimas.

Impotencia, eso era lo que más sentía en su pecho, su impotencia acumulada de tantos minutos pasados, pensaba que quizás era un estúpido después de todo, pensar en llegar a las nacionales, bufó con desgano.

Negó con la cabeza al pensar en el último momento del partido, él se había dado cuenta y a pesar de ello, no fue lo bastante rápido para hacerlo.

Y su cólera aumentaba al pensar que justamente en su último partido de preparatoria haya perdido contra el equipo que realmente no tenía en mente.

Hizo un puño su mano hasta que sus nudillos comenzaron a tomar un color blanquecino.

No era justo.

Nada de eso era justo.

Él sentía que merecía más la victoria que cualquier persona o equipo, él entrenaba hasta sobre llevarse al límite y sus sentimientos de derrota perduraron por el tiempo, durante seis años seguidos, era injusto que sus esperanzas se hayan apagado en un milisegundo.

Suspiró por enésima vez, Oikawa no podía dejar de pensarlo, quizás en el fondo era una persona fracasada en el cuerpo de alguien talentoso.

—Mierda.

Matsukawa rodó los ojos y siguió caminando al lado izquierdo de Hanamaki.

—Ésa es la "mierda" número cincuenta y tres que sueltas —dijo Matsukawa moviendo ligeramente sus manos en un vaivén.

Los cuatro retomaron su camino dándoles la espalda a los chicos de grados menores.

—Porque estoy frustrado hasta la "mierda" ahora —Oikawa hizo un gesto con su nariz, un gesto de desagrado —Quería que seamos el equipo que vaya a las nacionales.

—Bueno, de todos modos nos hubieran vencido allá —soltó rápidamente Hanamaki y Oikawa dio un respingo.

—Eso no hubiera pasado, Makki ¡Deja de ser pesimista!

Hanamaki ignoró las palabras de su capitán y sus ojos viajaron del castaño con expresión de fastidio al pelinegro cabizbajo, lo miró durante unos segundos y con una sonrisa de soslayo soltó —¡Anímate, Hajime!

«Se te ven las arrugas» se oyó la voz del castaño que no dudó en hablar en cuanto miró a su amigo, y esa simple frase fue suficiente para exasperar a Iwaizumi.

Oikawa miró el cielo, un degradado de colores anaranjados, era una puesta de Sol, que debería de ser alegre, pero por alguna razón a Oikawa le transmitía un sentimiento inquietante —Todos dieron lo mejor de sí, sumando todo, Karasuno tenía un poco más, ¡solo un poco más! —alcanzó su muñeca, la pulsera aún estaba ahí y con las yemas de sus dedos la acarició las veces que fueran necesarias.

Oikawa dejó de caminar mirando al pelinegro —Iwa-chan golpeaste mi colocación perfecta, en el momento perfecto, deberías de darte créditos.

Iwaizumi soltó un suspiro y pestañeó rápidamente, una acción algo calmada, pero Matsukawa en el fondo sabía que él no lo estaba, cuando lo vio subiendo el bus, e incluso en la reunión, era lógico que se sintiera mal.

—¡Esa es una mayor razón para sentirme frustrado!

—¡Pero yo fui el último en reaccionar, yo debería de sentirme peor de lo que tú estás!

—He pensado muchas veces, que ustedes constantemente compiten —soltó Hanamaki guardando sus manos en los bolsillos.

Esas fueron las últimas palabras que soltaron, porque lo siguiente que pasó, fue una larga caminata bajo el silencio.

Habían pasado largos minutos y el cielo ya estaba oscuro, pero los acompañantes de la hermosa luna brillaban en los prados estelares, una brisa golpeó su rostro, era una brisa fría, era una brisa de invierno, y el castaño podía sentir como poco a poco cambiaba de estación el año. Una que otra lágrima se escapaba de sus ojos y trataba de ocultarlo, y al parecer su acompañante igualmente lo hacía, aunque tanto Oikawa como Iwaizumi eran conscientes que el otro estaba a un paso de llorar, quizás Hanamaki tenía razón e inconscientemente estaban compitiendo.

Hace unas cuadras atrás los habían dejado, sus caminos a casa eran distintos, pero Oikawa e Iwaizumi eran vecinos.

Iwaizumi dejó de caminar y miró al castaño, observando cada expresión que cambiaba rápidamente.

—Aún cuando sigas avanzando nunca te sentirás completamente satisfecho, aunque ganes el torneo nacional o si consigues llegar a la liga nacional, seguirás siendo un tipo problemático —comenzó Iwaizumi a hablar bajo la refunfuñada mirada de Oikawa.

—¿Me estás insultando? —E Iwaizumi se hubiera burlado en esa situación, pero tenía las palabras exactas para el momento indicado.

—Eres problemático, pero siempre te mueves sin titubear.

Oikawa captó por fin las palabras, una media sonrisa surcó entre sus labios.

—Eres el compañero del cual puedo alardear, eres un jugador asombroso, si el equipo cambia, tus habilidades no lo harán, es por eso que si en un futuro nos enfrentamos, yo te derrotaré —Oikawa miró su expresión, esa expresión, la sensación que transmitía era la indicada para hacer que su piel se erizarse, era determinación y seriedad en un cambio tan brusco, los nervios lo inundaron, acompañado de algo de tristeza y una extraña alegría albergado poco a poco su corazón.

—Hagámoslo —soltó sin titubear, y chocó su puño con el de Iwaizumi

«Será algo así como una promesa.»

Y luego de eso, vió a Iwaizumi caminar unos metros más adelante, sin haberse dado cuenta habían llegado a su destino.

Quiso soltar otro suspiro más, pero lo contuvo en su garganta, con un gesto de mano tocó el portón metálico y la abrió con agilidad, y fue una acción inconsciente, como todas sus tardes, Oikawa giró su cabeza y parte de su torso hacia atrás y pudo ver la casa a la cual no se acercaba desde que tenía unos once o doce años, la casa de su vecina.

Giró su vista al frente con rapidez, como si alguien lo hubiera visto en aquel momento.

Y cuando entró a su casa el olor que desprendía del horno inundó sus fosas nasales.

—Has llegado —su madre se asomó por el umbral de la puerta, se veía desaliñada y algo cansada, pero ése no fue un motivo para no recibir a su hijo con una sonrisa —¿Y cómo fue tu día?

«Horrible», quiso decir el castaño, sin más se mordió la lengua antes de responder cualquier cosa.

Fue un día horrible, un día fatídico y agotador, y si tuviera que describirlo de una manera más vulgar lo describiría como un día de mierda.

Contuvo los sentimientos que le harían llorar y apartó—al menos por unos minutos—los pensamientos sobre aquel día.

Asintió con la cabeza y trató de sonreír.

—Bien.

Fue lo único que pudo responder y se giró sobre sus talones dispuesto a subir a su habitación.

—¿No cenarás? —no fue capaz de girarse y encarar a su madre, sabía que se derrumbaría si lo hiciera, más que eso, terminaría contándole como su primera y más importante meta se esfumó entre sus dedos.

Estaba vez negó con la cabeza y aclaró su garganta —Comí con el equipo.

Y sus pasos fueron apresurados como el picor de sus ojos, está bien, se dijo, era normal, quizás con el tiempo se había acostumbrado a llorar en esas fechas del año.

Cuando cerró la puerta tras él, se sintió libre, sintió como las cadenas se desalojaban, como el aire comenzaba a faltar y su visión se nublaba.

Se percibía húmedo y era por el simple hecho de que había comenzado a llorar.

Dolía, su pecho le dolía, y más aún el hecho de llorar frente a la fotografía de su equipo.

Todos sonreían, estaban formados y mirando a la cámara, con las brazos sosteniéndose los unos a los otros, y él, parecía el más feliz, después de todo había sido el día en que lo habían nombrado capitán.

Acarició con la yema de sus dedos nuevamente la pulsera, un tacto suave, en un movimiento lento.

Recordó como se había acercado a Harumi ése día.

Los alumnos estaban más enérgicos que nunca ese preciso día, quizás porque era comienzo de un nuevo ciclo escolar y los de tercero tenían que hacer preparativos para atraer a los ingresados de primer año a algún club.

O tal vez tan solo era que la noticia sobre que era capitán se extendió con facilidad como una epidemia y las chicas no lo dejaban respirar con tranquilidad.

Caminó rápido, tratando de esquivar a todos y entró al lugar el cual a nadie se le ocurriría buscar a Oikawa Tooru, pero él estaba ahí por ella.

A pasos apresurados le había arrancado un audífono de la oreja y ella saltó en su asiento asustada, lo miró con ojos sorprendidos ante la acción algo violenta para su gusto.

Adivina qué, Haru-chan —comenzó a hablar sin saludar o explicar su comportamiento tan enérgico.

La chica acarició con la yema de sus dedos el contorno de la hoja del libro, mirando de reojo la última palabra que había leído del párrafo, bajo la atenta mirada del chico.

No se me ocurre nada —y Oikawa sabía que era mentira, ella ni siquiera se había tomado el tiempo de procesar la información que tenía al frente, lo sabía porque la conocía como la palma de su mano, y Harumi no piensa demás en las mañanas.

Lo dejó pasar, después de todo nadie le quitaría la gran sonrisa que poseía en sus labios, y claro, la pequeña caja de pandora se estaba abriendo en su corazón.

¡Ahora soy capitán! —y Oikawa esperó una reacción por parte de la chica.

Ella sonrió de soslayo, y con su mano golpeó suavemente su hombro.

Eso es genial —y algo dentro de Oikawa chilló cuando las manos de la chica por fin abandonaron el viejo libro que probablemente se había pasado leyendo durante sus vacaciones de verano.

Harumi —susurró Oikawa, y algo dentro de ella había temblado, siempre lo hacía cuando se refería a ella sin apodos u honoríficos, solo creyó que era eso, sin embargo no era así, quizás Harumi no lo había visto con tanta atención antes, que no se había percatado de su sonrisa.

Era una rara sonrisa verdadera, no de esas que Oikawa tan solo imitaba cuando estaba con grupos grandes de personas.

Este año si vendrás a verme, ¿no? —y Oikawa recordaba esa escena con claridad, esperó su respuesta como un niño esperando recibir un dulce, ella removió sus pies, moviéndolos ligeramente bajo la madera del piso de la biblioteca y sus ojos se habían desviado de su rostro a cualquier punto del lugar.

No había respondido —Tal vez solo el comienzo, ya sabes, como siempre.

Oikawa sabía que en el fondo era una respuesta negativa, él hizo como si no comprendía, pero escondió sus manos tras su espalda e hizo dos grandes puños desahogando un poco de su desesperanza.

En el fondo sabía que iba a recibir una respuesta como esa pero algo dentro de él quiso ignorarlo, pensar que esa vez su invitación por fin sería aceptada, después de largos años.

Sus ojos viajaron a la pequeña fotografía que estaba pegada en la pared con un alfiler.

Está él y Harumi sonriendo y mirando a la cámara, mientras que Iwaizumi estaba de espaldas mirando a quién-sabe-dónde, era la fotografía del primer día en Kitagawa Daichi.

Oikawa siempre pasaba largas horas observando aquella fotografía, era una de las únicas que aún tenía y atesoraba.

Se levantó del suelo para acercarse a los pies de su cama e hincarse, empujó una pequeña caja hacia sí mismo que estaba bajo el escritorio, eso era lo único que necesitaba.

Eran cosas que aún tenía guardadas, una cámara fotográfica que era algo antigua ya, pero aún servía, hilos, pulseras deshilachadas, un viejo libro de cuentos y sobre todo una libreta antigua.

Esa antigua libreta, donde anotaba todos los garabatos a lo largo de los años.

Pero ahí tenía una hoja en particular.

«Metas», leyó en el título y una oleada de nostalgia lo azotó al leer la primera línea.

Era obvio que eso lo había escrito a mediados de su secundaria, porque no había motivo por el cual la primera meta era llegar a las nacionales, y la segunda era burlarse de Ushijima después de realizar la primera meta.

Aunque no sería del todo falso, ya que si hubieran pasado a las nacionales, estaba seguro que lo primero que haría sería burlarse de Ushijima.

«3. Hacer volver a la Haru-chan de antes.»

Y con el dorso de su mano se tapó la boca para ahogar un sollozo.

A medida que crecieron ellos cambiaron, pero Oikawa siempre pensó que con el tiempo Harumi se había vuelto más fría, a comparación de aquella niña de siete años que sonreía, se mantenía con un pequeño carmín cubriendo sus mejillas y una personalidad traviesa, en ese entonces era el tipo de chica que Oikawa admiraba y anhelaba tener como amiga, porque, vamos, él era muy pequeño en ese entonces como para haberse dado cuenta, pero Harumi ni siquiera lo consideraba su amigo cuando él hasta un tierno apodo le tenía, porque Harumi solo tenía ojos para Iwaizumi.

Él y ella eran amigos, y quizás su lazo de amistad se formó de una manera algo forzada.

Miró nuevamente su pulsera.

Era una pulsera que ella había tejido a mano durante unas vacaciones en que la familia Oikawa salieron de la ciudad e Iwaizumi tuvo que ir a ver a su abuela que al parecer estaba muriendo—o algo así.

Harumi aprendió a tejer pulseras cuando se presentó la línea de partida del gran caos que se desataba en su hogar.

Como una forma de ahogar sus malos pensamientos, más que ello, fue una forma de reproducir constantemente el horrible escenario que presenció a corta edad, para despejar hizo una cantidad favorable de pulseras, así que en el comienzo del invierno, cuando las primeras heladas comenzaban a caer, Harumi les regaló a Iwaizumi y a él unas pulseras a juego como la que tenía ella.

En esa época Oikawa no hubiera sabido que en esas vacaciones fue tan solo el detonante de la distancia, y él incluso había notado algo rara su forma de hablar, eso sucedió cuando tenían doce años, entrando a primer año de secundaria.

Luego de eso supo que los tres habían quedado en clases diferentes y Harumi poco a poco dejó de hablarles, o al menos a él, porque estaba seguro que cada vez que tenían tiempo, Iwaizumi y Harumi se acercaban a hablar, y él quedaba totalmente excluido de ello.

Era como si lo hubieran alejado a la fuerza y sin darse cuenta, eso lo frustraba.

Pero eso no quería decir que ya no se hablaban, cada vez que tenía la oportunidad y chocaban miradas por los pasillos, él no perdía el tiempo y la saludaba, o también cuando la veía a las afueras de la preparatoria conversando tranquilamente con Hanamaki, él se acercaba, y ellos no hacían más que hablarse, eran conversaciones triviales y superficiales, conversaciones que nunca llegaron a algo profundo.

Y Oikawa ansiaba que a eso llegara, anhelaba que ella le contara todos sus miedos y problemas, quería ser su confidente.

Con el pasar de los años ella parecía cada vez más perdida y deprimida.

Siempre cuando la miraba, podía verlo, su mirada se perdía en la ventana, en la naturaleza, en cualquier lugar que no tuviera que ver con las personas, y siempre le hacía recordar cuando tenían diez años y habían visto las luces en el cielo, esa vez Harumi le había dicho que quería lanzar una lámpara y Oikawa le había respondido que le ayudaría, ese era uno de los recuerdos más importantes que tenía, el recuerdo que más atesoraba en su corazón.

Porque los ojos de Harumi brillaban y sus mejillas estaban algo sonrosadas, era todo un espectáculo para él, ya que ella nunca se había referido a él de esa manera, inexplicablemente le gustaba, y siempre se lo guardó para sí mismo.

Le era imposible que ese recuerdo no pasara por su cabeza cada vez que veía a la chica, usualmente acompañada de su fiel amiga la soledad, un escenario triste, junto a al escenario de la chica con una personalidad brillante.

Eran unas de las cosas que más le dolían.

(...)

Oikawa hubiera querido quedarse en su cama, no porque era perezoso o algo parecido, no tenía las agallas para enfrentar a sus compañeros.

Es por ello que se vistió y caminó hacia el gimnasio, el gimnasio donde se disputaría la final de la Interhigh de primavera.

Quizás era lo suficientemente masoquista, para echarle más sal a la herida, pero él estaba bien con eso, aunque en el fondo doliera.

Solo lo miró, durante los interminables segundos, vio como los jugadores corrían de un lado a otro.

«Solo quiero ver el rostro del perdedor» eso fue lo que le dijo a Iwaizumi, pero sabía que no era así, él quería sacar sus propias conclusiones, quería aclarar su mente, si valía la pena o no lo que había pensado.

Iwaizumi no supo como interpretar su silencio durante el trayecto a la preparatoria, sabía que Oikawa estaba pensando mucho los rápidos sucesos que ocurrieron.

Y para la mala suerte del castaño, cuando se volvió a integrar en sus horarios de clases sentía el ambiente extraño, era un sentimiento amargo disfrazado en tranquilidad, se sentía un poco sofocado y de momentos creía que todos los ojos estaban puestos en él, miraba el gran pasillo y su respiración se aceleraba, sentía que todo comenzaba a dar vueltas.

Así que se daba vuelta y miraba cualquier afiche o papel pegado en la pared tratando de calmarse.

—¡Demonios!, ¿dónde estaban? Se perdieron toda la mañana —les dijo Hanamaki sentado con su espalda recostada en la mesa mirando hacia el cielo, era una posición incómoda para su espada, pero a él no le importaba para nada.

Oikawa formó una mueca en sus labios y dijo: —Solo pensaba.

Se quedaron callados durante mucho rato.

El castaño apretó ligeramente su labio inferior entre sus dedo índice y pulgar.

—Ella no sabe nada —dijo rápidamente Hanamaki.

—Eso lo sé —contestó al instante.

—Tú dijiste que querías acercarte a ella —siguió el chico, y Oikawa no quiso seguir escuchando más.

Porque era justamente lo que estaba pensando durante la mañana.

—Yo nunca le recriminé algo, ni tampoco supe si hice algo indebido —y un zape por parte de Iwaizumi le llegó en la cabeza, se dio vuelta al instante y miró mal al chico —¿Qué hice ahora?

Iwaizumi se tendió en la banca contigua a la mesa de Hanamaki, mirando el cielo, admirando el despejado azul.

—Tú no sabes nada —comenzó y Hanamaki movió su cabeza solo para escuchar en primer plano las sabias palabras del chico —Piensas mucho sobre eso y nunca le has preguntado, aunque dudo que te conteste, pero tiene sus razones personales del porqué se ha alejado —dijo Iwaizumi sin mirar a ninguno de los dos.

Y una pequeña brisa finalizó su monólogo, seguido de un sepulcral silencio que fue roto solo con el sonido del timbre, que señalaba el término de la hora de almuerzo.

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