
38
Luego de la visita de Howie y su madre, le siguieron otras.
Nos veíamos con frecuencia, ya sea en el apartamento cuando había oportunidad o a veces Howie me invitaba a cenar en su casa, luego de salir del trabajo. Su madre nos recibía con un abrazo y entonces nos sentábamos a comer.
Las plásticas con ellos parecían nunca acabar.
Y me gustaba, en serio me gustaba.
Pasaban los días y me sentía muy emocionado, porque sabía que Howie y yo estaríamos en un lugar seguro donde estar juntos, aunque regresaba tarde al apartamento o nunca llegaba a dormir, porque me quedaba con Howie.
Excepto cuando tenía que visitar al doctor.
Recuerdo que cuando tuve problemas estomacales y una reacción alérgica, me pidió que hiciera una prueba de sangre y de saliva, incluso de orina y de heces.
—Es para tener un mejor diagnóstico —afirmó el doctor.
—¿Cuándo tendrá los resultados? —le había preguntado.
—En la próxima semana.
—Lo esperaré hasta entonces —dije.
El doctor asintió.
Llegó la fecha y recogí los análisis.
Casi moría de un infarto cuando vi los resultados del diagnóstico.
Lloré y lloré, hasta quedarme sin lágrimas y sin motivos para seguir viviendo.
Fueron días muy difíciles porque no me atrevía a decírselo a alguien.
El doctor, desde luego, se mostró preocupado y me hizo muchas preguntas, no estaba de buenos ánimos para seguir ocultando los hechos, así que se lo conté todo.
Escupí la verdad y eso me hizo entender que lo que hice estaba mal.
—¿Qué debo hacer?
—Hay muchos tratamientos que pueden ayudarte, es cierto, pero ninguno durará tanto como quisiera que lo haga —dijo el doctor McQuiston.
—¿Voy a morir?
—Juntos haremos lo posible para que evitar eso —respondió.
Pero no le creí.
¿Si mi muerte estaba cerca, qué me podía impedir que lo acelerara?
Seguía sin poder contarle a Howie, porque no estaba preparado y estaba seguro que se enojaría por ocultar aquello.
Howie me hacía sentir bien.
Con él me olvidaba de mis penas.
Esa fue la razón principal por la que juré que le diría todo acerca de mi secreto en el momento y lugar correcto, así el golpe sería menos y quizá me perdonaría.
Sí, así serían las cosas.
De pronto empezamos a frecuentar El Oasis.
Era para mí todo un privilegio que él me considerara como su invitado favorito.
Quizá solo así olvidaría que algo me estaba matando lentamente.
Nunca le volvía a decir a Howie, a Cooper o a Tori que los dolores de cabeza se volvieron peor, dolían cada vez más intensos e incluso llegué a sufrir mareos y vómitos cuando estaba en casa, a solas, descansando.
Cooper pareció haberse dado cuenta que algo no estaba bien conmigo.
Intentó sacarme esa información, pero sus intentos se vieron fallidos.
Supuse que de alguna manera lograría que yo confesara, sin embargo, esperaba que nunca lo hiciera.
—Estás ocultando algo —dijo un día, cuando llegó de improviso y me encontró en la habitación, tomando varias pastillas—. ¿De qué estás enfermo realmente? —quiso saber.
—Es el estrés —le mentí—. Howie quiere que aprenda tanto como pueda.
—Pero eso no significa que tengas que matarte en el proceso —respondió.
—¿Qué es lo que te preocupa?
—Lo mal que te ves.
—¿En serio?
—Estás pálido, has perdido peso y supongo que es porque nunca te veo comer en casa. ¿Dónde es que has estado?
—Ya sabes, con Howie.
—¿Todo el tiempo?
—¿Qué tiene de malo?
La mirada llena de preocupación de Cooper me alteró, porque sabía que él tenía motivos suficientes para pensar que iba muy rápido y me estaba interesando en algo que no sabía si iba a tener buenos resultados.
¿Lo que sentíamos Howie y yo se haría realidad?
¿O seguía siendo yo, le único que se estaba enamorando?
—Podrías salir lastimado y no del corazón, precisamente —contestó Cooper.
—Prometo que no sucederá.
—Eso espero.
¿Qué tal si Howie estaba confundido, igual que yo?
¿Realmente estaba desarrollando aquel bonito sentimiento, que empezó sin que ninguno se diera cuenta? ¿Y si todo era producto de mi imaginación y cualquiera de nosotros saldría herido, por no tener en claro lo que sentía?
Al menos, si muero, Howie podría seguir con su vida.
Por el momento, me propuse que disfrutaría esto lo mejor que podía y haría que todo valiera la pena.
Sea bueno o malo, lo haría por mí.
Aun así, a veces odiaba tener que ocultarle a Howie que no todo estaba bien conmigo, ¿sería lo mejor alejarme de él? ¿Olvidarme del asunto y esperar hasta que mi existencia se redujera a solo recuerdos?
Sé que necesitaba depositar en él toda mi confianza, pero por ahora prefería esperar.
¿Y si fuese demasiado tarde?
Más daño le estaba haciendo yo a él, que mi propia enfermedad.
—Mi madre hará una cena especial esta noche —anunció Howie, mientras conducía de regreso a casa—. ¿Nos acompañarás?
—¿Cuál es el motivo?
—No te hagas el tonto —comentó Howie, mirando concentrado hacia la carretera.
—En serio no lo sé.
—Hoy cumples un mes de trabajar conmigo —declaró Howie, moviendo la cabeza para verme.
—¿De verdad? ¡Ni siquiera me había dado cuenta!
Y esa era otra mentira.
Desde que abandoné El Portal, me sentía vigilado.
Era obvio que Wayde Connor no me dejaría ir tan fácilmente, porque era su presa predilecta y haría lo imposible para que yo regresara a trabajar para él.
Sentía su presencia en cualquier parte, cuando salía de casa o cuando regresaba, incluso cuando dormía. No me gustaba estar solo, porque la inquietud era la compañía más desagradable que había encontrado.
Adonde sea que fuese, las miradas que percibía, analizaban cada uno de mis movimientos, acciones y todo lo que hacía diariamente.
Eso me aterraba.
Llegué a pensar que era mejor permanecer encerrado, pero ¿de qué viviría?
No me tenía que esconder, ya no.
Si Wayde estaba detrás de mí, tenía que hacer que mis pasos fuesen difíciles de seguir.
Por eso, estar en casa de Howie era reconfortante.
Él y su madre tenían mucho que contar, tantas historias que merecían ser escuchadas y yo estaba ansioso de hacerlo, así como ellos me escuchaban hablar acerca de mi vida y las cosas que hacía y dejé de hacer.
Su hogar se había vuelto mi lugar favorito.
Incluso trabajar al lado de Howie era divertido, poco cansado y sobre todo, me gustaba aprender nuevas cosas.
En los primeros días inicié haciendo la limpieza, ordenando papeles que él me indicó y también llevé documentos a lugares que nunca antes sabía que existían.
—¿Y si pierdo alguno de esas hojas? —le cuestioné un día, mientras guardaba una carpeta grande y pesada en el estante.
—Fácil, te despido —bromeó.
—¿Tan pronto?
—Ni lo dudes —contestó Howie, aun con esa sonrisa juguetona en el rostro.
No me quejaba del suelo que ganaba, porque sabía que era mejor eso a tener que lidiar con personas sin escrúpulos, como Wayde Connor.
El ambiente dentro de la oficina de Howie era estupendo.
Aquel espacio parecía estar diseñado para emitir paz, tranquilidad y armonía. Lo podía percibir en la calma que a veces había cuando me dedicaba a hacer la limpieza temprano, luego de eso, atendía a los clientes que entraban y salían.
Era evidente mi nerviosismo, porque nunca antes había interactuado de esa manera tan formal.
Me costaba encontrar las palabras adecuadas para recibir a las personas.
No obstante, me estaba acostumbrando.
Ser el encargado de todas las actividades que realizaba Howie día a día, llevar el control de su agenda y a pesar de que el cargo era algo caótico, Howie se las arreglaba para orientarme y explicarme lo que debía hacer.
—¿No se supone que debo tener alto conocimiento y manejo de todo esto? —le había preguntado—. Es mucha información para mí y es horrible no saber usar bien la computadora.
—No te preocupes, sé que aprenderás muy rápido —afirmó Howie.
—¿Y si hago mal?
—Sé que el momento te cuesta seguir el ritmo —afirmó Howie—. Pero haré que recibas clases, te diré cuáles serán.
Esa tarde solo estábamos Howie y yo en su despacho.
Él me estaba indicando cómo usar la computadora, algo que me seguía generado frustración porque me confundía y tenía que repetir el procedimiento de abrir un archivo digital una y otra vez.
En cualquier momento tiraría el ordenador por la ventana.
—¿En serio crees que me alcance pagarlas todas?
—Yo lo haré —respondió Howie—. Yo pagaré lo que sea necesario.
Alcé la vista y arrugué la frente, confundido.
—¿Por qué lo harías?
—Porque me importas, me importas demasiado, Klehr Budowski.
Dirigí la mirada de nuevo en la computadora, demasiado nervioso, todavía dudando un momento en sus palabras.
Howie se acercó otro poco a mí, su rostro casi estaba pegado detrás de mi oreja.
Y no pude evitar que una barrera se alzara en mi mente, cerrando todo a mi alrededor excepto esa horrible molestia en mi pecho.
Sentía un nudo en la garganta y un fuerte malestar en la boca y en el estómago. Al mismo tiempo intentaba controlar mi pánico, porque Howie estaba decidido a hacer lo que sea para mi bienestar.
—¿Quieres que te lo demuestre? —susurró.
Su aliento me provocó escalofríos en la nuca y en la espalada.
—Por supuesto —contesté, mientras me volteaba.
Entonces Howie me beso.
Y le respondí, tomando su rostro con ambas manos, sin ejercer mucha presión.
Mi corazón dio un salto, reconociendo aquella sensación tan cautivadora que era conectar su boca con la mía. Los labios de Howie eran tan suaves, cálidos y maravillosos; se movían despacio y su lengua bailaba con la mía, hasta que nos separamos para recuperar el aliento.
Howie y yo jadeábamos, satisfechos.
—Eso fue muy lindo —logré decir, respirando con algo de dificultad.
—Me encantó —admitió Howie, sonriendo.
Luego de eso, nos volvimos a besar.
Estar con él me daba cierto aire de serenidad y aunque todos esos malos recuerdos que alguna vez me hicieron sentirme reprimido, tardarían en disolverse en mi mente, que estuviera bien y que nada me hiciera falta, era lo más me importaba.
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