30
Pasaron varios días y sin darme cuenta, el mes de diciembre estaba por iniciar y no hacía otra cosa que guardar reposo, esperando que los medicamentos al fin surtieran efecto.
Cooper fue amable conmigo y estuvo a mi cuidado.
Según dijo, era preferible que yo no saliera, así él se encargaría de ir a la farmacia, a la tienda o a cualquier otro sitio, a comprar aquello que necesitaba, por muy simple que fuese.
Las palabras de agradecimiento sobraban.
Howie, por otro lado, no tuvo comunicación conmigo.
Me preguntaba si ya se habrá dado cuenta que mi perfil permanece ahora inactivo, quizá sí, pero no quería intervenir.
Era incierto lo que sucedería más adelante, solo quería saber qué tal le estaría yendo en el trabajo o qué hacía para perder el tiempo, tal vez saliendo con otras personas o cenando a solas con su mamá.
Pensé en marcarle y pedirle que viniera, pero no me atreví.
Era un cobarde.
-¿Por qué no le hablas y ya? -me había preguntado Tori, cuando vino de visita aquel jueves por la mañana.
Trajo consigo fruta fresca y también un racimo de flores, las cuales dejó sobre la mesa en la cocina y seguimos conversando, mientras ella lavaba un par de manzanas verdes y me entregaba una.
-Después de lo ocurrido hacía casi dos semanas, la vergüenza sí que era para mí un verdadero martirio -afirmé, dándole un mordisco al fruto.
-Ese pretexto carece de valor -repuso Tori, tomando asiento-. Además, ¿has encontrado la manera de poner salir de tu «cautiverio mental»?
Negué con la cabeza.
Tori rodó los ojos.
-Necesitas ayuda. Bueno, compañía -se corrigió, al señalarme con su manzana.
-¿Puedo saber qué tipo de «compañía» te refieres?
Tori meditó durante unos segundos.
-Sé sincera conmigo -dije.
-Nosotros, tus amigos -explicó ella, haciendo gestos con sus manos-. Todo, de hecho, por minúsculo que sea, ha sido fundamental en tu proceso de recuperación tanto física, como mental y emocional -dejó escapar un suspiro-. No te hemos dejado solo en ningún momento.
Tuve que apretar los labios para no soltar un jadeo.
Tori siempre buscaba la manera de conmoverme y hacerme llorar.
-Sabes que haríamos cualquier cosa por ti, Klehr -afirmó, sonriendo-. Porque te amamos y queremos lo mejor para ti, después de todo lo que has pasado -Tori me miró con ternura y agregó-: En el fondo sé que Howie haría lo mismo. Y no es demasiado tarde para darte cuenta y apreciar ese noble acto de amor.
-¿Por qué lo dices? Yo no merezco nada de eso.
-No lo pienses demasiado -repuso ella.
-Somos, ya sabes... hombres.
-¿Y eso qué tiene de malo?
-Sé que es un amor incondicional y el más poderoso que puede existir. Pero -mi voz tembló un poco-, es probable que me odie por las cosas que he hecho y por mi horrible manera de actuar.
-No es culpa tuya. Ya hemos hablado sobre ese tema en varias ocasiones, ¿recuerdas?
-Pues yo no me refería a eso, precisamente -contesté.
Tori arrugó la frente, insegura.
-Klehr, ¿hay algo importante que deba saber?
No quise responder.
Las lesiones ya no eran visibles en mis muñecas y la fea sensación de estar acorralado poco a poco se iba borrando.
Sin embargo, el resto de las marcas en mis pensamientos eran un cruel recordatorio que era peligroso dejarte llevar por el impulso.
Credence me lo había dejado en claro esa noche.
-Hablar sobre eso probablemente hará que me arrepienta más adelante -murmuré, bajando la vista.
-¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Ya ha pasado antes?
-No, claro que no.
-¿Entonces?
-Siempre existe una primera vez.
Tori alzó las cejas, pero ya no comentó nada.
Las siguientes horas estuvimos viendo una película, la misma que resultó un tanto entretenida y más tarde preparamos algo para comer.
Realmente no tenía apetito, pero tenía que recargar energías, por lo que consumí la cantidad suficiente y antes de que Tori se marchara, me dijo:
-Y recuerda, Klehr. Incluso la persona más noble y generosa, puede albergar esperanza bajo los escombros de su corazón.
Tori prometió que vendría de nuevo en cuanto tuviera tiempo.
De nuevo estuve a solas y mientras limpiaba la cocina, lavaba los utensilios sucios y terminaba de ordenar la sala, me dije que ese día Wayde Connor ya no haría más miserable mi existencia y tampoco estaba dispuesto a seguir sus órdenes.
Lo ahorcaría su fuese necesario.
Me cambié de ropa y pedí un taxi que me llevara directo a El Portal.
Cuando subía las escaleras, las miradas curiosas no se despegaban de mí.
Eso era algo que ya no me importaba.
Tras llevar varios minutos esperando en el despacho de Wayde, él todavía no se dignaba a poner un pie, probablemente ya sabía el motivo de mi presencia.
Eso lo único que me provocaba, era incrementar mi nerviosismo.
Mientras seguía esperando, no hacía otra cosa que seguir intercambiando miradas silenciosas e incómodas a los cuadros que colgaban de las paredes.
Me pregunté si el nivel de desconfianza de Wayde era tan alto, que fuese capaz de instalar cámaras escondidas en los retratos, monitoreando cada movimiento de quien estuviera a solas en aquel molesto sitio.
El aire lamentable me resultaba familiar, sin embargo, tenía que evitar que los recuerdos perdidos de mi niñez se colaran con facilidad en mis pensamientos.
El pomo de la puerta giró y finalmente Wayde ingresó.
Avanzó hacia su escritorio y tomó asiento, el sillón emitió un ruido metálico, parecido a un grito de auxilio.
-Vaya, pensé que no volvería a verte, muchacho -dijo.
Todo mi cuerpo empezó a hormiguear, poco a poco perdía el control de mis reflejos y mis manos empezaban a traspirar.
El calor subía por mi espalda y mi garganta hacía un esfuerzo en no soltar el primer insulto que se me venía a la mente.
Valiente.
Tenía que ser valiente y enfrentarlo.
-De eso quería hablar contigo -contesté.
Wayde ladeó la cabeza, como si hubiese escuchado mal lo que acababa de decir.
Su pecho se infló de aire y abrió la boca, preguntando:
-¿Qué vas a hacer?
-Sanar.
Wayde dio un respingo y me taladró con su mirada.
Si bien, el repentino cambio de mi entorno era imposible de asimilar, seguir viviendo atormentado de esa manera y durante muchos años a manos mis traumas, era lo peor que me pudo haber pasado.
¿Cómo es que pude aguantar tanta violencia?
Mis padres, mis hermanos... Wayde Connor, era difícil de explicar lo poco que se ha cerrado la herida emocional y lo caótico que me resulta pensar en ellos.
Creía que había guardado distancia, estaba claro que lo había hecho, sin embargo, las raíces de todo ese mal nunca murieron.
Con el paso del tiempo se habían fortalecido.
Mi padre había alimentado muy bien mi ira.
Sin embargo, Wayde Connor fue el encargado de encontrar una manera para nutrirlos, con despecho supuse que mientras pensaba que esa sombra se había fundido con el resto del mundo, nada había logrado al mudarme, no exactamente como lo había planeado.
Algo que jamás llegaría a entender.
De todos modos, estaba decidido en recoger los fragmentos olvidados para no volver a usarlos en contra de nadie.
Tal vez la indiferencia había crecido más allá de mi control, pero estaba seguro que eso se podía revertir.
En ese entonces, no podía pensar en la amenaza que representaba.
Ahora, los recuerdos del ayer eran menos peligrosos que los pensamientos del mañana.
Y eso era lo más importante.
-¿A qué viniste? ¿Qué es lo que pretendes, Klehr? -preguntó Wayde en un susurro de advertencia.
-Renunciar -dije de forma calmada, para que mis palabras quedaran marcadas con fuego en su mente-. Ya no quiero seguir trabajando para ti.
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