29
—Quiero besarte…
—Si continuas en ese plan, será mejor que encontremos otro lugar más adecuado —contesté.
—¿No te llama la atención hacerlo aquí, en el parque?
Le di un ligero empujó al hombre que tenía casi encima de mí.
—La verdad no.
—¡Ah, vamos! Verás que no hay nada de malo en eso, incluso será como si nunca antes te lo han hecho… de maravilla.
Solté un jadeo y no me moví.
—Déjame tocarte —insistió.
—¿No crees que es demasiado apresurado? —le reclamé.
El hombre negó con la cabeza.
—La verdad no —dije.
—¿No lo estás disfrutando?
Me encogí de hombros con desdén.
—No es lo que me esperaba —contesté.
El tipo me miró de pies a cabeza, su mirada era más de decepción que molestia.
De todas formas, no me importaba.
Solo el remordimiento y desprecio por mí mismo me estaba perforando el pecho.
—Eres un completo asco —escupió, todavía sin dejar de mirarme—. Deberías hacer mejor tu trabajo.
Mis dedos se contrajeron y formaron puños; la furia empezaba despertar lentamente y la sangre que corría por mis venas ardía con desesperación.
El disgusto que sentía por él era más que obvio, aun así, no me dejé llevar por el impulso y no quise ser agresivo en ese momento.
El hombre me dijo que se llamaba Credence, la sensación que me generó al verlo no fue nada agradable, sin embargo, preferí no desistir y me quedé.
Más allá de eso, no pretendía saber todo de él, porque no estaba interesado ni mucho menos quería que sintiera algo más… de lo que no debía.
—¿Lo harás? ¿Sí o no? —siguió presionando Credence.
Caí en cuenta que su tono había cambiado.
También pude notar, a pesar de la bruma oscura, cómo sus músculos se contrajeron, sin embargo yo estaba temblando y podía sentir una respuesta involuntaria martilleándome el cráneo.
Cooper tenía razón, que mala idea fue el haber aceptado salir esta noche.
—Busquemos otro lugar —repuso Credence.
En los ojos del tipo había un brillo juguetón y malicioso, aquella expresión de lujuria que luchaba ser aceptada y compartida.
Pero, difícilmente yo caería.
—Tal vez esto no te pertenece —dijo Credence, mientras se tocaba por encima del cierre de su pantalón—, pero deja que sepa cómo es estar dentro de ti.
Mi reacción consistió en torcer el gesto.
No supe por qué me resultó repugnante escuchar aquello.
—¿Quieres dejar de decir eso, por favor? ¡O alguien podría escucharte!
—Necesito estar dentro de ti —presionó Credence.
—Yo creo que no —contesté, negando con la cabeza—. No pienso acercarme a ti con esa actitud tan candente y probablemente imposible de calmar.
—A eso viniste, ¿recuerdas?
—Tal vez —dije—. Pero a veces uno se arrepiente —declaré.
Credence hizo caso omiso a mis palabras y se volvió a acerca a mí.
Quise apartarme, pero seguía siendo torpe y descuidado.
En cuestión de segundos, Credence me sujetó de las manos con fuerza y sin previo aviso, me estaba lamiendo el cuello, justo en la piel expuesta.
—¿Qué haces? —le recriminé.
Liberó una de sus manos y la usó para taparme la boca.
Entre forcejeos, intenté apartarlo de manera agresiva, pero él era más fuerte que yo y sentí cómo sus dedos seguían generando presión en mi muñeca. El dolor que estaba sintiendo empezaba a enloquecerme.
En el proceso, Credence seguía pasando su lengua varias veces, haciendo que me dieran ganas de vomitar.
Mis nervios se dispararon al instante.
Luchar no servía de nada.
En parte se debía porque estaba débil y además, reaccioné demasiado tarde.
Recuerdo que hacía tiempo, esa sensación era brutal, igual que estirar la mano en el cielo nocturno con la esperanza de alcanzar una estrella en el basto universo y sentir su calidez sin que se extinguiera.
Pero en ese momento, me sentía abusado.
—¡Suéltame! —le grité, cuando aflojó la mano y le di una mordida, en la carne que servía para mantenerme callado.
El cuerpo tensado de Credence poco a poco se rendía.
Finalmente relajó los hombros y se hizo a un lado, jadeando.
Solo quería llorar, dejar de sentirme tonto y estúpido.
Todo al mismo tiempo.
—Eres un imbécil —ladré.
—¿Por qué no quieres hacerlo? —preguntó Credence.
No contesté.
Me di la vuelta y salí corriendo, sin siquiera mirar en qué dirección me dirigía.
Saqué mi celular y le envié varios mensajes a Cooper, de paso bloqueé el perfil del tipo; también borré el resto de las conversaciones que había tenido con otros clientes.
No quería saber nada del asunto, por lo que decidí eliminar cualquier aplicación de mi celular.
Ahora que estaba más relajado, me dije que era temprano y quizá Cooper ya haya regresado de trabajar esa noche… tal vez él ya estaría en el apartamento cuando yo llegara.
Me sentía horrible con cada paso que daba.
La sensación de odio, amargura y rechazo eran un peso enorme que me estaban aplastando, mi espalda recibía parte de la tensión acumulada y las lágrimas resbalaban por mis mejías mientras avanzaba.
Entré al apartamento y corrí directo hacia la cama de Cooper, quien estaba recostado, por suerte no se había dormido.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien, Klehr? —cuestionó al verme llegar.
Se levantó de golpe y se acercó a mí, sus ojos estaban llenos de consternación.
Me tomó por los hombros y me abrazó.
—¿Qué diablos te pasó?
—Odio, como lo odio —contesté.
—¿Odiar? ¿A quién?
—Todo. Odio todo —respondí.
—¿Por qué? —susurró Cooper, todavía sin soltarme.
Su agarre no era fuerte ni mucho menos excesivamente flojo..
No obstante, era algo que sí necesitaba.
—Mis miedos, pesadillas y esas voces…
—¿Siguen ahí o se han ido definitivamente?
Entre llantos, le contesté:
—No lo sé. Sigo sin poder explicarlo —mantenía los ojos mientras hablaba—. Odio hacer esto… quiero renunciar —afirmé, mi voz estaba rota—. Voy a renunciar.
—Todo depende de ti —convino Cooper, más calmado ahora que le confesé lo que pasaba por mi mente—. De todos modos, sabes que tienes mi apoyo.
Asentí con la cabeza.
—No soporto… estar aquí…
—Lo mismo me pasa —dijo Cooper—. A veces quisiera irme a otro lugar, uno donde pudiera hacer algo para bien, algo que me haga sentir vivo.
—¿Por qué no lo haces?
—No he reunido el valor suficiente —afirmó.
—¿Qué motivación necesitas, entonces? —quise saber.
—Una que realmente valga la pena —manifestó Cooper, mientras se separaba de mí y me sonreía.
En silencio, Cooper se fue a la cocina y cuando regresó, traía consigo un vaso con agua y un par de pastillas. Me las entregó con delicadeza en las manos y en completo silencio, me las tomé.
—Gracias, Cooper —le dije.
Él asintió con la cabeza.
—Tienes que descansar, Klehr —concluyó.
Me cambié de ropa sin nada de ánimos, luego me recosté sobre mi colchón y tras cubrirme con las sábanas, cerré los ojos.
Mi amigo apagó las luces y también se recostó, aunque sabía que él y yo no dormiríamos toda la noche. El ritmo de su respiración poco a poco empezó a disminuir, sin embargo, sentía su mirada afligida justo en mi dirección.
Estaba llorando de nuevo, pero esta vez, porque hasta ahora no tuve el valor de darme cuenta y porque aún no era demasiado tarde.
Estaba a tiempo de corregir ciertos errores.
Al fin, la decisión estaba tomada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro