20
Howie y yo pedimos bebidas ligeras y brindamos por muchos motivos.
Los más destacados eran por olvidar las malas acciones y la culpabilidad, brindamos por luchar por nuestros propios sueños y derribar esa pared invisible que se empeñaba en mantenernos cautivos.
Howie resultó ser una persona atenta, escuchaba con cautela y las respuestas que formulaba eran honestas y precisas.
Por otro lado, las palabras brotaban de mí con facilidad, ahora que lo entendía y lo procesaba, exponerme gradualmente ya no era una dificultad.
—No hay que recibir lástima y compasión de los demás, simplemente hay que demostrarle a todos que, con mucho esfuerzo y lentitud, se puede seguir con una vida normal, a pesar de haber sufrido —le decía, cuando abandonamos la cafetería y nos embarcamos hacia la ruta que conducía a mi apartamento.
—Cierto, muy cierto.
—Y sobre todo, debemos hacer que todas las decisiones que tomaremos partir de ese momento, deben ser con precisión.
Howie me miraba con curiosidad.
—Eso fue extraño… y conmovedor.
Howie sugirió que nos fuéramos en taxi, pero le contesté que sería excelente idea pasar el resto de la noche bajo la mirada serena del cielo y la luna.
Pensé que se negaría.
Y no fue así.
—¿Te gusta escuchar música? —preguntó Howie, mientras caminábamos hombro con hombro.
—No, no me gusta.
—¿Por qué?
—¿Prefieres que sea sincero o amable? —bromeé.
—Ambas cosas, eso me haría sentir bien.
Reí por lo bajo.
—En mi casa, cuando había algún conflicto entre mis padres o mis hermanos mayores, las discusiones eran acompañadas de música —mi tono se hizo suave y se convirtió en un arma de doble filo—. Siempre fue así. Los gritos, los llantos, los insultos… y el suave murmullo del cantante al fondo…
Howie comprendió al instante que ese recuerdo me iba alterar, entonces preguntó:
—¿Qué es lo que más te gusta hacer?
Me tomé unos momentos para reflexionar.
No tenía idea de las cosas que me gustaban y me desagradaban, solo tenía tantas memorias de grandes y pequeños momentos, de formas perfectas y otras irregulares, de días difíciles y otras felices.
¿Algún deporte que me gustaba practicar?
Ninguno, claro, porque no era muy propio de mí exigirle más allá a mi estado físico.
¿Algún sitio que visitara con frecuencia?
Para nada, pues detestaba salir a lugares que fuesen muy concurridos, el ruido en exceso me irritaba.
¿Habría algo más, un detalle olvidado, casi escondido en mis pensamientos que no llegara a afectar a aquellos que amaba y respetaba?
No estaba seguro, lo menos que quería era todo aquello que tenía guardado como si hubiese querido sacarlo desde hace tiempo y no tenía la oportunidad de hacerlo.
Me sentí estúpido cuando recordé que Howie hacía reatos que había hecho la pregunta y ahora estaba esperando la respuesta.
—¿Y bien?
No quise que Howie asumiera que mi silencio prolongado se viera envuelto en un remordimiento que me consumía en mi interior.
Pero, él no tenía idea que fuese peor de lo que había pensado.
—Me gusta dormir, dormir demasiado y enfermarme constantemente.
—¿En serio?
—Sí, aunque no lo creas —afirmé—. Si llego a comer algo que a mi cuerpo no le gusta, me suele doler el estómago bien feo —seguí diciendo, soltando una carcajada—. Si no duermo lo suficiente, me da dolor de cabeza. Y si duermo de más, también termino por sufrir un malestar seguido de dolor de cabeza.
Howie arrugó la frente, analizando mis palabras.
—¿Has ido con el medico?
—Varias veces, pero solo me receta pastillas y asunto arreglado.
—¿Cuánto tiempo llevas sufriendo de esa manera?
—Nunca he llevado el conteo, pero han de ser años.
Howie abrió la boca, sorprendido.
—¿Y no le das importancia?
Subí y bajé los hombros, tranquilo.
—No espero mucho de la vida y la vida no espera mucho de mí. Estamos a mano, con eso digo todo.
—Si tú lo dices.
Mis pies me estaban doliendo como los mil demonios, pero no me atreví a decirle a Howie, porque no quería que se preocupara e le hiciera de alma abnegada y me ayudara a seguir la ruta, llevándome cargado en sus brazos.
Solté un suspiro y fingí que todo estaba en orden.
—¿Tienes pareja? —cuestionó Howie.
—Tuve dos, hace algunos años.
—¿Quién fue tu primer amor?
—Nerea… ella sigue siendo alguien especial para mí. Nos seguimos viendo, pero ya casi nada es igual —respondí con melancolía—. Los años que nos diferencian… se interpusieron entre nosotros.
—¿Qué tanto?
—Varios años —contesté.
Howie asintió, con suma precisión.
—¿Por qué siguen viendo? ¿No es eso la causa de tu sufrimiento?
—Sigo enamorado de ella. Hice lo mejor que pude, por eso no mucho después, me volvía a enamorar. O lo intenté, creo, porque seguía perdido por la anterior ruptura.
—¿Qué pasó? —inquirió Howie.
—Nunca lo supe, en realidad, pues ella me prometió que no se sentía segura de sí misma y que no estaba lista para una relación formal. Pero estoy seguro que decidió unir su vida con alguien más.
—¿De verdad? ¿Y cómo se llamaba?
—June Ryder. Su personalidad fue lo que me atrajo, en su momento la amé, le di toda la atención que pude e hice que nuestra experiencia sirviera como un vínculo entre nosotros, pero nada fue suficiente, aparentemente —me contuve unos instante, sin embargo, me armé de valor y seguí hablando—: Hice muchas cosas por ella, incluso intenté hablarle de mi trabajo, el mismo que pensaba abandonar, pero no tenía el valor de hacerlo. June terminó por enterarse y la situación se tornó complicada.
—¿Y por qué no hiciste lo mismo? Conseguir a alguien más, me refiero.
—Esto no se trata de una competencia, cualquiera lo sabe, sin embargo, sé que ella terminará perdiendo, desde luego —respondí.
La sensación de incertidumbre hizo presión en mi pecho.
Lo vivido seguía persistiendo en mi entorno, lo malo era que no tenía una manera adecuada de dejarlo atrás.
A veces no me daba cuenta que los días pasaban, el mundo cambiaba y muchas personas se acercaban y se alejaban, sin motivos.
Mis miedos, mis pesadillas y esas voces inquietas… ¿seguían ahí o se habían ido definitivamente?
Que ligera era la carga de la tristeza.
Y grande era el peso de los recuerdos.
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