19
—Vaya, este sitio sí que se ve distinto —aseguró Howie—. La última vez que estuve aquí, esto no estaba —señaló el arco de la entrada hecho de flores y hiedra—. Y eso tampoco estaba. Bueno, sí, pero no como yo lo recordaba —dijo, mientras avanzábamos y apuntaba un gran letrero donde rezaba: «CAFETERÍA Y PASTELERÍA OASIS».
—Ahora todo tiene sentido…
Eché un vistazo para apreciar aún mejor aquel jardín extraordinario.
Howie suspiró, maravillado.
—Entremos.
El complejo era de dos niveles, al frente y a los lados había grandes ventanales donde se podía ver la parte interna del mismo.
Había flores y palmeras que decoraban el pasaje.
Los árboles en el fondo se posicionaban en un ángulo perfecto.
Howie me condujo hacia la entrada principal, luego se hizo a un lado para abrirme la puerta caballerosamente.
La campanilla sonó en el momento que ingresamos.
Dentro, observé a profundidad cada detalle.
El mobiliario de madera resultaba cautivador, el uso de telas tradicionales en tonos cálidos y otros elementos de estilo recargado, daban la apariencia de ser un espacio mediterráneo mezclado con lo tropical.
La iluminación intensa le daba un toque modesto y familiar.
Había murales de diferentes tonalidades alineadas en las paredes. Papeles y cuadros de pinturas cubrían algunos postes, hasta la vegetación en miniatura y vajillas coloridas yacían sobre las mesas y otros adornos en el techo eran detalles cuidadosamente pensados.
Una dulce melodía se podía escuchar en toda la cafetería.
La mayoría de las mesas estaban ocupadas por parejas que conversaban animadamente y otras que estaban en solitario; un grupo numeroso de personas estaban en el fondo, festejando algo, aparentemente.
Ninguna de las personas que estaban ahí, salvo los trabajadores, pareció notar o importarle las nuevas presencias.
Un mesero se nos acercó.
—¡Bienvenidos sean al Oasis! Soy Richard. ¿En qué puedo ayudarles?
—Necesitamos una mesa —dijo Howie.
—Muy bien. ¿Serían tan amables de seguirme, por favor?
Howie y yo nos miramos mutuamente; luego asentimos y fuimos tras él.
Serpenteamos por entre las sillas y nos detuvimos junto a un amplio mostrador donde había un hombre esperando su pedido.
Le dimos la espalda sin que este lo notara.
—Estas son las únicas que tenemos desocupadas, por el momento —el mesero hizo un gesto y sonrió.
Howie ladeó la cabeza.
—El de la ventana está bien —dijo él.
Sin embargo, lo escuché poco convencido.
Por mi parte, busqué otras alternativas.
—¿Qué tal esa de ahí?
—¿Dónde? —preguntó Howie.
Estiré el brazo bruscamente para señalar la mesa, pero en ese instante, el hombre que había estado esperando junto a la recepción, pasó a mi lado y casi lo golpeé en el pecho.
—Ay, lo siento, lo siento —me disculpé, bajando la mano con rapidez.
El hombre, divertido, esbozó una sonrisa.
—Tranquilo. No pasa nada.
Me fijé que era alguien que no pasaba de los treinta años de edad, vestía de manera normal, aunque su aspecto físico no me convencía.
Tenía el cabello color caoba crecido y sus ojos negros parecían apagados y aburridos como el cielo que acaban de dejar atrás.
Su piel se veía muy pálida.
«¿Cuándo fue la última vez que se alimentó?», me pregunté sin mover los labios.
Sin embargo, la comida que llevaba en las manos respondió por mí.
El hombre se marchó a grandes zancadas sin pronunciar otra palabra.
«Este lugar, aparte de ser fantástico, tiene gente muy rara», pensé, viéndolo tomar asiento muy lejos de nosotros.
—Yo… creo que iremos en la segunda planta —dijo Howie, luego de un momento incómodo—. Necesitamos algo de privacidad.
El mesero nos miró uno a uno de manera sospechosa, aunque seguía sonriendo.
—Como usted diga —asintió una vez—. Adelante, síganme, por favor.
Lo seguimos de nuevo hacia las escaleras.
Ahí poco era distinto.
Las mesas estaban pegadas a las paredes y las sillas, aparte de no ser individuales y estar pegadas una a otras, eran de respaldo alto. La iluminación era igual que en la parte inferior, con la única diferencia que la mayoría de las mesas disponibles, estaban vacías.
Howie se volvió para mirar al mesero.
—Sí, es perfecto.
—De acuerdo. En un momento les traeré la carta.
Una vez solos, Howie me llevó a una de las mesas más alejadas.
—Y bien, ¿qué te parece?
—Me gusta. Nada que haya visto antes se iguala a esto.
—Lo sé. Valió la pena el recorrido, ¿verdad?
—Sí, mucho.
No podía evitar mover la cabeza de un lado a otro.
—Solía venir a este sitio cuando tenía la oportunidad —comentó Howie, siguiendo la dirección de mi mirada—. Es agradable volver una vez más. Aunque ya no sea el mismo. Aun así, conservo un recuerdo de cómo era originalmente.
Guardó silencio para observarme con atención.
—¿Qué es lo que vamos a ordenar? —pregunté.
—Algo ligero, realmente no tengo hambre —afirmó Howie.
—¿Y el brindis?
—Creo que ya sabes de qué va, Klehr.
Me crucé de brazos sobre el pecho y luego de muchos años, podía jurar que me sentía feliz.
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