11
—¿Sabes por qué estás aquí, Klehr?
—Así es —respondí.
Mantenía la mirada fija en el hombre delante de mí.
—Llevas casi una semana de no reportarte en El Portal, según los rumores, tienes pensado abandonar tu trabajo.
Jugando disimuladamente con mis dedos, contesté:
—No sé de qué me hablas, Wayde.
—¿Acusas a tus compañeros de ser mentirosos? —protestó él, su voz era un susurro cargado de ira y descontento.
—Yo nunca quise insinuar eso.
Mi respiración se agitó y tragando saliva varias veces, traté de calmar el pulso acelerado de mi corazón.
Tenía miedo, mucho miedo.
—Eso espero.
Wayde Connor era el dueño del burdel en donde yo trabajaba.
Era un viejo cincuentón, feo y regordete, que olía a cigarros y a cerveza. Era inevitable sentir escalofríos cada vez que nos llamaba a su despacho.
No resultaba intimidante por su complexión, sino por su manera peculiar de dar órdenes y lograr que nadie llegara a romper sus reglas.
Con manera me refiero a sus guardaespaldas con aspectos de gorilas.
Wayde tenía varios negocios, pero todos estábamos seguros que El Portal era su mayor fuente de ingresos.
Tenía un amplio repertorio de trabajadores, pues no le importaba qué edad tenías, cuáles eran tus preferencias o a qué te dedicabas anteriormente. Le interesaba más que la cantidad de hombres y mujeres, que noche a noche solicitaban nuestros servicios, no disminuyera exponencialmente.
Dispuesto o no, Wayde le sacaba provecho a todo lo que podía.
Nos exprimía y era obvio que disfrutaba saborear el néctar de la grandeza.
Cuando supo de mi existencia y mi potencial, ofreció quedarme en El Portal a cambio de darle parte de mis ganancias, según él, porque eso haría que yo valorara aún más aquella irresistible oportunidad.
Era una mentira, desde luego, pero de no aceptar, significaba tener un enemigo al acecho.
—Te quiero ver en acción esta noche —agregó Wayde, sonando calmado.
—¿Estás seguro de eso?
—No seas idiota —masculló, rodando los ojos—. Eres una de las piezas importantes en El Portal. Varios clientes han estado preguntado por ti —Wayde se levantó de su silla y se acercó a mí, colocando sus manos en mis hombros—. No les falles, no me falles, ¿de acuerdo?
Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.
Su despacho se ubicaba en el segundo piso del burdel, era un espacio amplio y a pesar de eso, el aire de confort era terrible y escapar, era lo que necesitaba en ese momento.
Desvié la mirada, buscando una respuesta apropiada.
Pero las paredes y el techo no pensaban ofrecerme su ayuda.
—¿Qué estás mirando?
Siguió mi mirada y también observó el punto muerto al que yo le estaba prestando atención.
Wayde seguía estando furioso.
—¡No te distraigas! —exclamó, sin embargo, no lo podía evitar.
En el centro de la habitación había una mesita de madera (que encima de esta había una pila de historietas para entretenerse), también había sillas individuales y un juego de sofás, y detrás de estos: dos ventanales lo suficientemente grandes para dejar entrar luz natural (con las cortinas corridas) que tal vez haría innecesario el uso de energía eléctrica.
El paisaje exterior daba una excelente vista de la zona.
No entendía muy bien porqué Wayde había decidido fundar este local en una de las regiones menos concurridas del Chestown.
Normalmente los burdeles funcionaban más en las zonas marginadas y peligrosas, esto era una gran excepción.
—Sí, lo haré —contesté, mi voz temblaba por el nerviosismo.
—Bien, entonces ve a prepararte —sugirió Wayde.
No sabía con exactitud cuánto había durado la conversación, pero, de algo sí estaba seguro: fueron los más inquietantes de mi vida.
Me levanté de golpe y asentí con la cabeza, tratando de fingir que su amenaza no me había intimidado en absoluto.
Hubo una extraña sensación en todo mi cuerpo al momento de dar los primeros pasos.
Fue como un cosquilleo recorriendo mis venas y me transmitía una perturbación que duró unos segundos.
Wayde se hizo a un lado y me dejó salir.
Abandoné la habitación casi corriendo y avancé por el pasillo largo y estrecho que daba hacia las escaleras; en cada lado de aquellas paredes pintadas de blanco estaban colocadas cuadros y fotos enmarcadas de paisajes y edificios y figuras abstractas parecidas a las que decoraban el interior de su despacho.
Me sentía vigilado, porque que estos no dejaban de mirarme mientras me movía a paso acelerado.
Mis pensamientos estaban perdidos y durante la trayectoria hacia el exterior, mantuve la mirada fija en el suelo y no hablé con nadie.
De pie a media calle, mi corazón pudo finalmente estar relajado
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