Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8


1993

Jean


Siempre me gustó seguir las reglas. Esforzarme por dar lo que la gente espera de mí.

Mi familia no era precisamente cariñosa, por lo que enorgullecer a mis padres se sentía como lo único que podía darles como muestra de mi cariño, y también de recibirlo.

Después del viaje a Italia y la breve aventura en el río con Helena, experimenté una adrenalina que jamás había sentido antes. El cosquilleo en el estómago y el hormigueo en las puntas de mis dedos, me habían encantado y atrapado en un deseo constante de volverlo a sentir.

Siempre vi a Helena como una chiquilla traviesa, alegre y dispuesta a experimentar. Admiraba su capacidad de hacer amigos y simpatizar con todos, incluso con los que no le agradaban tanto. Desde el primer día que la vi, sabía que quería ser su amigo, como si hubiera un imán dentro de mí que me jalara hacia ella.

Pero a pesar de que convivíamos todos los días, no me consideraba un amigo tan cercano, al menos no como lo eran May y Alek, y eso me provocaba un poco de recelo, porque que siempre los veía jugar, bromear y aventurarse de maneras tan divertidas que las deseaba vivir también.

Sabía que ella no lo hacía de manera intencional, y pensaba que seguramente era por un tema de edad o tal vez de estilos.

Repetía el salto una y otra vez en mi cabeza todo el tiempo. Cómo estrechamos nuestras manos con complicidad, el sumergirnos en el agua fría y salir muertos de risa.

Siempre me encontraba riendo al vacío como un loco cuando lo recordaba. Me decía a mí mismo que ese día, ella me había elegido a mí especialmente como su cómplice de aventuras. Claro que el resto de sus amigos no estaban en ese momento, pero podría haber elegido buscarlos, o simplemente seguir caminando. Pero no, me eligió a mí para saltar con ella.

Y tal vez era una exageración de mi parte, pero lo atesoraba como un recuerdo tan personal y único.

Por supuesto que me gustaba estar con mis amigos, pero Hedric se encerraba en su caparazón más veces de las que me gustaba, y para Steve, todo era un chiste. Las conversaciones más significativas, introspectivas y más únicas, eran una cosa que solo fluían con ella. Y este ciclo, estaba dispuesto a vivirlo al límite.

Quería estar cerca de Helena el mayor tiempo posible, porque sabía que eso se traduciría en una sola cosa: aventuras. La había extrañado cada día del verano, y pensaba en todas las travesuras que habrá estado haciendo en esos días, mientras yo me encontraba siempre encerrado en mi casa practicando violín o releyendo algún libro.

Ese era mi último ciclo en la orquesta menor, y nos tomaría dos años para que ella compartiera mi horario de nuevo, así que estaba decidido a aprovecharlo.

Llegué al internado faltando poco menos de tres horas para la bienvenida, estaba atravesando el arco del área común caminando hacia las escaleras de los dormitorios para varones, cuando vi a Hedric saliendo del pasillo de cubículos; llevaba la cara desencajada, caminaba con la cabeza cabizbaja y ambas manos dentro de los bolsillos del pantalón. Sin saber la razón, yo ya sentía pena por él.

—¡Hey, amigo! ¿Qué pasa?

Alzó la vista para verme e hizo un esfuerzo nulo por hacer una sonrisa.

—¿Qué hay, Jean?

—Somos compañeros de nuevo, qué buena suerte, ¿no?

Asintió con la cabeza, y me alcanzó para acompañarnos al dormitorio.

Me quedaba claro que algo le pasaba. Él era serio pero esto era diferente, mucho más denso. Por lo que al llegar a la habitación decidí preguntarle si algo había pasado y, como esperaba, lo negó. El director Thomas lo salvó interrumpiendo en la habitación para hablarnos sobre la chica nueva y como Hedric debía encargarse de introducirla en la escuela, las clases y sus compañeros.

Permanecimos en silencio, cada uno en lo suyo. Yo doblaba mi ropa en el armario cuando después de divagar sobre el tema en mi cabeza, decidí lanzarme.

—¿Has visto si ya llegó Helena?

Me dirigió una mirada ceñuda, con la mirada oscurecida, y casi me pareció que estaba molesto.

—¿Cómo voy a saberlo?

—No lo sé, pudiste haberla visto pasar por ahí...

—Pues no. No la he visto, ni me interesa verla.

Roté los ojos ante su respuesta hostil. Esto pasaba muchas veces con él, no entendía sus sentimientos y no me dejaba entenderlos, sino todo lo contrario, me alejaba.

De pronto noté que su semblante se suavizó.

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó con timidez, mientras me parecía que fingía buscar algo en sus maletas.

—Nada en especial, sólo saludarla.

El simple hecho de dibujarla en mi cabeza me provocaba alegría, un cosquilleo imposible de ocultar en la sonrisa boba que extendí en mi rostro. Él guardó silencio y pude sentir que se levantaba una tensión en el ambiente, una niebla densa entre nosotros.

De pronto, soltó un tema que no esperaba para nada. Un tema que creí que había sanjado entre nosotros.

—Han pasado dos años, ¿ya sabes si te gusta?

No supe qué responder, quizá porque todavía no tenía la respuesta. No me había vuelto a plantear que me gustara Helena, o cualquier otra chica desde aquella conversación. Rebuscaba en mi cabeza la respuesta a su pregunta y ahora también para mí.

Había creado una duda en mi cabeza que tenía olvidada y que de pronto se sentía como una púa molesta en el pecho. Repasé todo, lo que sentía con ella, la alegría abrasadora que flotaba en el aire en su presencia. ¿Eso es que alguien te guste? ¿O es lo que se siente cuando por fin tienes una amiga? La línea era muy delgada y confusa entre las dos definiciones, ¿y cómo saber dónde empieza y dónde acaba?

El chasqueo de la lengua de Hedric me sacó de mis pensamientos.

—Claro que te gusta... —aseguró poniendo los ojos en blanco.

—No —dije rápidamente y a la defensiva—. Es decir... No lo sé. No lo he pensado mucho, la verdad.

Y estaba siendo totalmente honesto. Aunque ahí, analizando las cosas, de pronto quería saber más del tema.

—¿A ti te gusta alguien?

Vi que mi pregunta lo tomó por sorpresa. Analizó la respuesta al igual que hice yo.

—Todas las niñas de por aquí son unas bobas.

Alcé ambas cejas porque para variar, no respondía nada.

Acomodé el resto de mis cosas con Helena en la mente, pero ahora desde otra perspectiva. Una que nunca me había planteado y que ahora, mi compañero había sembrado en mí.

Tal vez él tenía razón. Helena había sido mi amiga más íntima, pero no mi primera amistad. Ese título, de hecho, lo tenía él, que aunque la relación fuera un poco complicada, siempre estábamos el uno para el otro.

Tampoco era mi única amiga, Beth lo era, y un poco May y Malika, pero ninguna me provocaba la misma ilusión que verla a ella. Pero... ¿Era que me gustaba? O tal vez simplemente era que con ella si podía hablar y esperar su completa atención, respuestas y opiniones... a diferencia de los demás.

Quizá era que ella sí sabía ser una amiga y, al ser la primera vez que yo experimentaba eso, me confundía.

Muchas dudas se construyeron en mi cabeza antes de la cena. Y con esas dudas, la ilusión. Un cosquilleo en la boca del estómago me anunció la idea perfecta para resolver este laberinto: el juego de la botella.

Alby y sus compañeros ya estaban en la orquesta de mayores, por lo que este año, el juego lo llevaba a cabo Steve. Le iba a pedir que me eligiera primero, y esperar que la suerte se pusiera de mi lado para averiguar de una vez por todas si Helena me gustaba o no, con un beso. Aunque la simple idea de imaginarlo, ya me provocaba un escalofrío.

Llegamos al área común y Helena ya estaba sentada junto a May. Me sonrió en cuanto me vio y saludó con su mano. Llevaba un pijama demasiado grueso en comparación a los demás. Recordé el día que me contó sobre Long Beach y lo que le encantaba el clima caluroso y bochornoso, por lo que en Londres siempre sufría de fríos.

Sonreí hacia mis adentros y me senté justo enfrente de ella, asegurando mis probabilidades de que nos tocara juntos en el juego.

Creí notar que se ruborizó al notar mi acción.

Hedric y Alek se sentaron a mis costados.

Steve se puso de pie, dio la bienvenida a los más chicos de la orquesta, justo como la había hecho Alby años anteriores, y después explicó la dinámica del juego.

—Espero que todos se hayan lavado los dientes —bromeó y todos rieron.

Mi amigo me buscó en el círculo y al encontrarme, me guiñó un ojo.

—Vamos a comenzar con mi buen amigo, que digo mi amigo... Mi hermano, Jean Baptiste LeBlanc.

Steve me pasó la botella en las manos, tragué saliva con dificultad y la recosté en el piso. Miré a Helena, quien veía la botella con los ojos bien abiertos, como si pensara que al parpadear, se perdería del resultado. Contuve una sonrisa de verla tan atenta.

Giré la botella, que iba a una velocidad tan desesperantemente lenta que parecía estarse burlando de mí. Se detuvo y mi sonrisa se borró al momento. No necesitaba ver al frente para saber que la botella había quedado torcida.

Les había tocado a May y a Hedric.

Volteé a ver a mi amigo que tenía el ceño fruncido, y May le levantó el dedo medio.

—Hey chicos, hay niños presentes —riñó Steve—. Conocen las reglas...

May soltó un suspiro de rendición. Ambos se presentaron y pasaron al medio. Ella parecía nerviosa pero Hedric estaba sereno. Ella, sin siquiera cerrar los ojos, le dio un pico en menos de un segundo, y él ni siquiera se esforzó por levantar los labios un poco. Se quedó ahí, sobre sus rodillas, tieso como una roca.

—¿Qué? ¿Eso fue todo? —reclamó Steve—. ¡Qué aburridos!

Algunos compañeros de nuestro grupo abuchearon. May les enseñó el dedo medio a todos con el ceño fruncido.

El juego transcurrió y tocó que Helena girara la botella. Para cuando esto sucedió, ya habían pasado tantos besos que, tanto ella como yo, estábamos más relajados, e incluso divertidos. Nos había causado mucha gracia que a Angie le hubiera tocado el chico de los aparatos estrepitosos en la boca, Helena me lanzó una sonrisa cómplice a la que yo correspondí.

Helena giró la botella y, sorpresivamente, frenó en mi posición. Tomé una bocanada de aire y el corazón empezó a palpitar a una velocidad inhumana. Voltee a ver la otra parte de la botella que apuntaba a dos personas de distancia de la que yo deseaba. Sin pensarlo, vi primero a Helena quien veía a la persona elegida, y me pareció ver decepción en su rostro, o tal vez veía en ella el reflejo del mío.

Voltee a ver a la chica que me daría mi primer beso, y era la misma que habíamos conocido esa tarde: Nadya.

—Venga chicos, al centro —presionó Steve.

Después de presentarnos de una forma torpe y nerviosa, Nadya y yo pasamos al centro del círculo. Nos vimos directamente y entonces pude notar a detalle que era realmente guapa, sus ojos amielados brillaban bajo la luz cálida del salón. Debería sentirme afortunado de que mi primer beso sea con una chica tan guapa, pero... ¿Por qué no lo estaba?

Ambos cerramos los ojos, y cuando menos pensé, sus labios tocaron los míos. Se sintieron tibios y suaves, fue breve, pero cálido. Nos despegamos y sonreímos tímidamente.

Después de todo, no había estado tan mal.

—¿Se van a dar otro o ya pasan a sus lugares? —apuró Steve con ironía, a lo que yo respondí dándole un puñetazo amistoso en el hombro.

Di un respingo de recordar mi primer objetivo. Busqué el rostro de Helena y tenía la mirada perdida en el piso. Sentí unas repentinas ganas de sentarme a su lado y acompañarla.

—Esperen... —interrumpió mi amigo—. ¿Ya pasaron todos?

En el salón, se empezaron a ver unos a otros. Yo sabía que Helena no había participado, pero preferí callar. De imaginarla besando a alguien más me inundaba de una sensación agria en el paladar.

Alek levantó la mano con notorio nerviosismo. Yo no dejaba de observarla a ella, «No la levantes, no la levantes», repetía en mi cabeza. Después de notar por minutos su lucha interna, alzó la mano temerosa sin dejar de ver al piso.

—Alek y Helena —confirmó—. Chicos, serán el broche de oro de nuestra... Romántica velada.

Ambos pasaron al centro, Alek estaba feliz, sonriente como siempre. Pero Helena lucía muy nerviosa, pude notar que las manos le temblaban. Sentía unas terribles ganas de detener el juego de la misma forma que ella lo detuvo hace dos años. Me mordía la lengua evitando romper la compostura.

Ella apretó los ojos con fuerza y a su vez apretó los puños apoyados en sus rodillas. Alek tomó la iniciativa y la besó. Me pareció que duraron horas pegados, tanto que alcancé a percibir detalles, como que Helena relajó sus manos, su rostro... sus labios.

Aparté la mirada y entonces era yo el que apretaba los puños. No podía evitar respirar con fuerza y tener una lucha en mi garganta para lograr pasar saliva, que la sentía gruesa, amarga, echa un puño de arena.

—¡Bien! —dijo Steve con gracia y aplaudiendo—. Eso ha sido todo por esta noche mis queridos compañeros.

El bullicio en el lugar se hizo sonar y yo no podía relajar mi postura, me sentía incómodo, ansioso... furioso.

—¡Hermano! —me llamó Steve interrumpiendo mis pensamientos.

—Déjalo, está cabreado —burló Hedric.

Lo fulminé con la mirada.

—Jean, te envidio, hermano —dijo poniendo de manera tosca su brazo sobre mi espalda—. ¡Has besado a la chica más guapa de aquí!

Adornó su comentario dándome unos codazos con picardía, a los cuales respondí con una media sonrisa, ya que de pronto, yo no coincidía por completo con su afirmación.

Intenté hacer contacto visual con Helena, pero solo conseguí que me viera de reojo y rápidamente desviara la mirada. La vi retirarse a los dormitorios junto a May.

Y esa noche, me costó un carajo poder dormir.

Steve tenía razón, era afortunado de dar mi primer beso con una chica tan guapa, pero algo en mi pecho no me dejaba disfrutarlo como suponía que debía. Sentía un enojo hacia Alek que no me podía explicar. No era su culpa el resultado de las cosas, tampoco habíamos tenido una situación incómoda entre nosotros, sino todo lo contrario. El tío era un pan bendito con todos, y no tenía motivos para odiarlo. Pero lo hacía, y de una manera descomunal. De pronto su cara, su humor, cualquier recuerdo de él me parecía soso e irritante.

Pensé, que quizá Hedric tenía razón y si me gustaba Helena, porque repetía su beso en mi cabeza y sentía un desagradable temblor en todo el cuerpo, atirantaba cada uno de mis músculos, mi boca se ponía pastosa, la garganta estrecha, y mi mandíbula se tensaba tanto que me costaba moverla.

Eran demasiadas emociones entremezcladas que no sabía gestionar. Las tenía por todo el cuerpo, y no lograba identificar de donde salía cada una porque todas volaban filosas en diferentes direcciones.

A diferencia de una que no. Esa no volaba, no se movía. Esa se sentía siempre en el mismo lugar, palpitante, cálida, y profunda. La sentía en el pecho y llevaba el nombre de Helena.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro