Capítulo 36
2004
Jean
Yo sabía que Julieta sentía más que admiración por mí, me daba cuenta por su mirada, y porque Luke no dejaba de echarme joda con eso. Era una chica mona, no se ponía en duda, y también era lista, amable, y tenía una risa melodiosa. No tenía ningún pero que ponerle, según mis compañeros, pero para quien no ha vivido la experiencia de un jodido huracán, cualquier chubasco los refresca.
No sé si podría decir que éramos amigos, ya que nuestras conversaciones, si bien eran cordiales, siempre eran respuestas a sus preguntas. Marcaba distancia, no porque no me agradara, sino porque temía ilusionarla.
En realidad, me agradaba bastante. Estaba seguro que de no ser porque mi corazón ya llevaba un nombre, hubiera salido con ella el primer día que la conocí.
El día que Helena me preguntó si salía con alguien me tomó completamente por sorpresa. Había decidido tomar distancia desde que había hablado con May y tomado la decisión de dejarla ir. No tuve el valor de mentirle que salía con alguien, así que culpé al trabajo para excusarme cada vez que ella intentaba entablar conversaciones más íntimas.
Pero cuando preguntó, directa a matar, tardé en recomponerme y encontrar una respuesta. Y estaba ahí, la oportunidad de decirle que salía con alguien como había sugerido May. Corrijo, la oportunidad de mentirle.
Tomé una bocanada de aire y le respondí que sí.
Lo hice. Le dije que salía con alguien más, y jamás me plantee el escenario que en realidad se presentó. Porque lo tomó bien... demasiado bien.
Helena: ¿Eres feliz?
Jean: Es mi turno...
Helena: Para poder responderte necesito esa respuesta.
Joder. Como la quería. ¿Cómo podía ser tan altruista?
Yo me sentía incapaz de sentirme feliz solo de imaginarla con alguien más. Ni siquiera pude serlo cuando estaba con Alek, y sabía que era un buen tipo. Pero a ella no le importaba absolutamente nada más que mi felicidad.
Deshice la tensión acariciando mi sien con las yemas. May tenía toda la razón. Tenía que mantenerme firme en mi mentira, dejarla crecer por sí sola, y que intentara ser feliz. Si de verdad la quería, debía imitar su actitud por una maldita vez. Pero lo haría después de nuestra videollamada, porque quería verla aunque sea una vez más.
Fue gracias a ella que pudimos ser realmente amigos, gracias a su nobleza. Y aunque me encantaba que nuestras conversaciones volvieran de manera más habitual, odiaba que me preguntara por Julieta.
Al principio, la mentira, y el verla tan cómoda con la idea, me provocaba una incomodidad tan palpable que me tensaba los hombros. Pero con el tiempo, me fue saliendo de manera más natural hablar de mi relación ficticia.
Diciembre
—Deberías invitarla a salir —dijo Luke con la boca llena de pizza.
—¿Qué no escuchaste nada de lo que dije?
—Me parece que eres tú el que no se escucha.
Negué con la cabeza por su absurdo consejo.
—Tú mismo dijiste que te agrada. Y si Helena está cómoda con la idea de que salgas con otras, ¿por qué no?
—¿Por qué sería mentirle a Julieta? —dije con sarcasmo.
—¿Mentirle en qué sentido?
—En salir con ella cuando yo ya estoy... bueno, tú sabes.
—En realidad no, Jean, no lo sé. Llevas mucho soltero, ella está en otro país sin boleto de regreso, y tú estás estancado aquí con nosotros. No veo tu compromiso por ningún lado.
—Tal vez no de manera oficial, pero todavía la quiero.
—¡Pues síguela queriendo! Salir con Julieta no significa que te enamores hoy y te cases mañana... Relájate señor intenso.
—No he dicho eso.
—Estoy de lado de Luke, hasta él tiene novia —expresó Donovan, quien cada vez tomaba más el rol de mediador en nuestras discusiones—. Creo que deberías salir con otras personas, me parece incluso sano.
—¡Sí, eso! Sano. Nos interesa tu salud, Jean.
Lo fulminé con la mirada.
—El viernes habíamos quedado de ir en parejas al concierto de jazz del bar que está en la esquina de la trece y la cuarenta y dos. ¿Por qué no te unes con Julieta? —sugirió Don.
—¡Es perfecto!
—Claro que no —respondí tajante—. Ustedes van con sus novias, y si la invito podría confundir mis intenciones.
—¿Las intenciones de salir? Suenas como un imbécil. Solo invitala y ya, no le estás pidiendo que viva contigo.
Roté los ojos.
Y al final si tuve el valor de invitarla. La sonrisa y mirada llena de una luz ilusionada que me dio me hizo sentir un sinvergüenza. Aunque también sabía que nada de eso era cierto, y que seguramente era una exageración de mi parte, como decían mis socios.
Pasé por ella el viernes a las siete y nos fuimos directo al bar donde ya nos esperaban los chicos. El ambiente durante el trayecto fue tenso, ella hacía preguntas de cortesía, y yo apenas si respondía. La sensación de estar traicionando a Helena y engañando a Julieta me tenía la garganta cerrada de tensión.
—¡Eh, han venido! —celebró Luke.
—Claro, te dije que venía.
—Vengan, tomen asiento. El grupo aún no ha empezado a tocar —invitó Donovan.
Para mi sorpresa, la noche fue buena, a pesar de que mis participaciones eran escasas. Parecía que Julieta la pasaba bien con los chicos, hablaron de trabajo, bromeaban, y en ningún momento intentó forzarme a participar, lo que me agradó bastante. Parecía comprender que el estar ahí, representaba un esfuerzo para mí. No hizo preguntas, suposiciones, ni lanzó alguna indirecta. Se limitó a respetar mi espacio y dejarme andar a mi ritmo, lo que para el final de la noche, me ayudó a soltarme un poco más e incluso bromear también con el grupo.
Volví a casa feliz, divertido. Había sido muy refrescante hacer algo más que trabajar. Me sentía un chiquillo que acababa de salir por primera vez a un bar a descubrir el alcohol y lo mucho que podías divertirte con él. Estaba emocionado y quería expresarlo.
Quería contárselo, decirle que era feliz, que esta noche lo era en serio y no una mentira. Que por fin me sentía auténtico, que todo lo que venía contando estos meses por fin se sintió realidad y el sentimiento de ser una estafa comenzaba a desaparecer. Claro que no podía darle tantos detalles, pero solo faltaba ella para que esta noche fuera perfecta.
El universo actuó a mi favor, y al abrir Messenger su nombre apareció Conectado.
Jean: ¡Hola!
Helena: Cuanta euforia. ¿Cómo estás?
Jean: ¡Excelente! He pasado una muy buena noche.
Helena: ¿En serio? ¡Me da mucho gusto! ¿A qué se debe tanta alegría?
Jean: Una gran cita.
Helena: Me alegra mucho saberlo, Jean.
Completó con un emoticón alegre.
Jean: ¿Tú cómo estás, Hellie?
Helena: ¡Increíble! Chile es precioso. Vengo de una cita también.
Un golpe en el estómago. Se me agarrotaron los dedos tensos por unos segundos.
Jean: ¿Una cita?
Helena: Nada serio, solo salimos a un bar que es famoso en la ciudad.
Jean: Oh, ya. ¿Te divertiste?
Helena: Sí, la música era buena. Incluso entendí la mayoría de canciones, mi español ha mejorado mucho.
Jean: ¿Y el chico?
Helena: Se llama Thiago. Solo alguien que viaja igual que yo y me ha hecho compañía estos días.
La alegría que sentía se acababa de esfumar. Me sentía irritado. La imaginé saliendo de fiesta con un tipo esperando aprovecharse del exceso de alcohol en su sangre.
Helena: Creo que volveré a Long Beach iniciando el año.
Jean: ¿En serio?
Helena: Sí. Llevo cuatro meses fuera y la verdad es que la vida de nómada ha comenzado a cansarme.
Jean: ¿Y ya pensaste que harás cuando vuelvas?
Helena: La verdad que no, pero empecé a estudiar ilustración durante el viaje y me ha gustado mucho. Supongo que podría dedicarme a estudiarlo, de verdad, en una universidad.
Un cosquilleo esperanzador me recorrió cada centímetro de piel, porque de pensarlo bien, realmente no tenía razones para volver a Long Beach, no tenía nada allí. Podía cambiar de residencia sin que algo la detenga. Mudarse a cualquier lugar del mundo que quisiera... como México, por ejemplo.
Jean: Suena increíble, Hellie, siempre te gustó dibujar. ¿Ya has decidido universidad?
Helena: Para nada, ni siquiera he investigado.
Jean: Sabes, conozco varias universidades en México...
No respondió, pero seguía apareciendo el agobiante texto Conectado debajo de su nombre.
Jean: Podrías considerarlo, es un país hermoso, y caluroso.
Helena: ¿Alejarme de toda mi familia y amigos? No sé si estar sola sea lo ideal.
Jean: Pero no estarías sola, yo estaría contigo. Somos amigos, ¿no?
Es curioso recapitular tu vida y darte cuenta de que las oportunidades se presentaron tantas veces y tú ni te enteraste, cometiendo una estupidez tras otra. Porque ese era el momento justo que la vida misma había puesto ante mí para que le dijera que aún la quería, que todo el tema de Julieta era una maldita farsa, y que por lo que más quisiera, se fuera a vivir conmigo.
Pero no, reafirmé nuestra amistad como el idiota que soy. Una amistad que a veces me parecía todavía más falsa que mi relación inexistente.
Helena: Ya... Lo pensaré, ¿vale?
Jean: Vale.
Y por supuesto, no lo pensó.
Helena
No acababa de decirme que había tenido la mejor noche de su vida, ¿Y ahora dice que vaya a vivir a México? Vale, puede que esté alterando un poco sus palabras, pero el punto es el mismo.
Amigos. Bufé. Si claro, y estarle viendo darse mimos con Julieta. Como si no hubiera vivido ya esta historia con la jodida pelirroja. Ni de joda.
El hombre a mi costado se movió acomodando su postura en la cama. Se destapó las piernas con el movimiento y con una mano la acomodé cubriéndolo de nuevo. Hice una mueca llena de culpa. Quizá había minimizado un poco las cosas sobre Thiago. Quizá era un poco más que un chico que solo me hacía compañía.
Lo había conocido casi al inicio de mi viaje. Era un colombiano intentando unir los pedazos caídos de una catástrofe, al igual que yo.
Estaba sentado en la orilla de un arroyo, al cual llegué por casualidad desobedeciendo las instrucciones del guía.
Era moreno, musculoso, de labios carnosos. Su cabello era rizado y oscuro, aunque apenas si se le notaban los rizos con el corte militarizado que llevaba. Tenía los ojos cerrados y abrazaba sus rodillas con una paz tan envidiable que me sentí atraída, como un llamado a optar la misma pose y esperar por la misma calma que a él le inundaba.
Caminé con aguda precaución intentando pasar desapercibida, una hoja seca me traicionó resonando como un jodido trueno debajo de mi zapato al momento de pisarla. Abrió los ojos de golpe y clavó su mirada en la mía. Me encogí de hombros apenada por la interrupción. Sus ojos grandes, caídos y cautivadores me miraron confundido con el ceño fruncido por la fracción de un segundo, y después volvieron a su posición inicial, ignorándome por completo.
Confiada por su indiferencia, seguí su ejemplo y me coloqué a un par de metros de distancia de él. Con los ojos cerrados, la barbilla en mis rodillas, y los oídos atentos, me dejé inundar por el canto del arroyo que acariciaba las piedrecillas en una melodía, y sonreí serena.
Me mantuve así por varios minutos, con la mente en blanco y el corazón pausado.
Abrí los ojos entre varios parpadeos adormilados, el cielo había cambiado de azul a un naranja rojizo anunciando el anochecer. La agudeza de su mirada me llamó. Giré la cabeza y me observaba con sus cejas largas, pobladas y oscuras, fruncidas. Parecía casi molesto.
Espabilé sacudiendo la cabeza.
—Te has quedado dormida —dijo tajante, con la voz grave, áspera y filosa.
¿Me había quedado dormida? Pero si sentía que solo habían pasado un par de minutos. Pero ver el cielo en ese color le daba toda la razón.
Pasé saliva con dificultad asimilando la situación.
—Lo bueno es que no fui la única que decidió desobedecer al guía y perderse en el bosque —dije con una media sonrisa intentando bromear.
—¿Perderse? Yo sé perfectamente en dónde estoy —respondió de manera soberbia.
—Vale, también yo.
Arqueó una ceja escéptico.
—En Chile —completé con sarcasmo.
Soltó un bufido y comenzó a ponerse de pie.
—En ese caso... Indícame la salida.
—Fácil —respondí convencida mientras me paraba también—. He venido por allá.
Señalé a mis espaldas y él apretó los labios conteniendo una risa.
—¿Qué?
—O sea que, ¿te has quedado dormida a lado de un extraño en un bosque del que no tienes idea de como salir?
Soltó una carcajada y comenzó a caminar hacia el lado contrario que yo había señalado. La confianza de su voz me hizo dudar de mi respuesta, y es que el sentido de la ubicación nunca ha sido algo que domine, o que siquiera se me dé mínimamente bien.
Apresuré el paso de manera torpe y lo alcancé.
—¿A dónde vas?
—No se tú, pero yo no planeo dormir en el bosque, no es seguro.
—¿Entonces por qué esperaste hasta el atardecer? —pregunté sarcástica, pero entonces mi propia pregunta me hizo dar un respingo de realidad—. ¿Tú me... esperabas a mí?
Contrajo los hombros.
—No iba a dejar sola a una chica dormida en medio del bosque. Que tal y eres una de esas con la enfermedad de quedarse tumbados en cualquier momento. Ahí no iba a encontrarte nadie.
Solté una carcajada.
—No sé qué me ha pasado, pero no tengo ninguna enfermedad.
Observé su perfil con detenimiento. Tenía el cutis más terso que había visto, los pómulos pronunciados, la mandíbula afilada y decorada por la sombra de una barba, los labios carnosos y delineados en una forma tan envidiable que me provocó lamerme los míos.
Volteó a verme con los ojos entrecerrados, desconfiado. Desvié la mirada y tomé una bocanada de aire ante mi imprudente estudio de su rostro.
—Gracias —dije temblorosa.
—Todavía no agradezcas, falta mucho para salir del bosque... Aún me queda tiempo para asesinarte.
Mi respiración se cortó del sobresalto, él volteó a verme, y por primera vez desde que le vi, sus cejas se relajaron y me sonrió mostrando la perfecta forma de sus dientes y labios, mis ojos se dirigieron a su mejilla izquierda, donde un hoyuelo coqueto se hundió en él.
Respondí sonriendo con timidez, cohibida ante el calor que se había disparado en mi pecho.
Llegamos a la entrada del bosque con los cielos completamente oscuros, las luces de la ciudad asomándose en el horizonte, nuestros cuerpos derrotados, y los estómagos rezongando de manera escandalosa.
—Conozco un lugar cerca para cenar —dijo mientras abría la puerta del copiloto de un auto.
Yo lo observé recelosa buscando un pretexto para huir, él se rió y acomodó su mano en la cadera.
—¿Ahora te pones desconfiada? Si hubiera querido matarte lo habría hecho en el arroyo, sin testigos. No aquí en medio de la carretera. Anda, no seas terca —dijo señalando de nuevo el asiento.
Supongo que tenía razón. Me preguntaba cómo era que después de lo que había vivido en aquella calle oscura, volví a cometer semejante imprudencia de bajar la guardia frente a un fornido extraño. El tamaño de su brazo era del grosor de mi muslo, envuelto en venas infladas y músculos marcados. El tipo podía levantarme con un dedo si lo quería, y aplastar mi cabeza de un aplauso. Sin embargo, había algo en él, en su mirada, en el contraste de sus ojos caídos y sus cejas arqueadas de aire feroz, ambicioso y seguro, que me llenaba el corazón de una sensación familiar y cálida.
No discutí y me senté en el copiloto, y nos fuimos en silencio. Me llevó a un restaurante sencillo, para nada sofisticado, sino todo lo contrario, a la orilla de la carretera, lleno de choferes de tráileres engullendo comida grasienta de aromas fuertes. Pidió una hamburguesa y yo repetí su pedido.
Me veía con los ojos entrecerrados conteniendo una sonrisa. Era fácil saber que se moría por sonreír, ya que el hoyuelo de su mejilla amenazaba por aparecer.
Se presentó como Thiago Santos, era americano, pero sus padres eran inmigrantes de Barranquilla, Colombia. Llevaba poco menos de un año viajando, y a diferencia de mí, era un experto en el tema.
Era un militar que después de que su flotilla sufriera un terrible accidente en medio de un combate donde perdieron la vida tres compañeros, les dieron un año sabático de descanso como terapia. Por lo que su sentido de la ubicación, campismo y supervivencia eran temas completamente dominados.
A diferencia de la actitud que había tomado en el arroyo, la plática en el restaurante había resultado de lo más acogedora. Era un tío divertido, lo que era encantador sumado a la bonita sonrisa que adornaba cada una de sus bromas.
Y el hoyuelo, ese jodido hoyuelo que imantaba mi mirada cada vez que aparecía.
Estaba roto, igual que yo. Pero su historia me hacía sentir como una idiota. ¿Qué se comparaba lo mío con Jean con la pérdida de tres compañeros y amigos? Me estremecí al pensar en perder a mis amigas más queridas. Esas cosas eran realmente importantes, no las tonterías que me tenían agobiada, tan frívolas.
Thiago y yo nos dimos cuenta esa noche que una pieza rota puede encontrar otra igual para formar un entero.
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