Capítulo 34
2004
Helena
Llegué acelerada al departamento. Cerrando la puerta de golpe y arrastrando una silla del comedor para atascar la puerta.
Mi respiración estaba agitada, y comencé a dar vueltas por todo el departamento
¿Qué carajos había pasado? Me llevé ambas manos a la cabeza desesperada por respuestas, pero di un brinco al sentir mojado mi cabello. Observé la palma y estaba pintada de rojo. Di un chillido espantada y cerré los párpados con fuerza.
Flashazos de lo que había pasado aparecían: recordé el golpazo que me di en la acera cuando el cerdo asqueroso me tiró, cayéndome encima. Los recuerdos comenzaron a llegar, sin orden, atacándome por todas partes, todo comenzó a darme vueltas, la acidez del estómago se volvió incontenible.
Corrí al retrete y lo devolví todo. Vomité un par de veces cuando la campanilla del teléfono rosonó en el departamento y me hizo salir del trance.
Mi mano temblaba dificultando el enfoque de la llamada. Mi día parecía tan irreal, que ver su nombre en la pantalla me hizo replantearme si esto no era un sueño, o más bien una pesadilla.
Dejó de parpadear su nombre. Resoplé aliviada. Todavía no terminaba de comprender y unir las piezas de la caótica noche como para poder entablar una conversación. En la pantalla había cinco llamadas perdidas, sin embargo, solo me percaté de esta última.
Pensé que tal vez él estuvo llamando mientras todo ocurría, pero con mi teléfono muerto y él a kilómetros, no había mucho que hubiera podido hacer.
Conecté el móvil a la energía, encendío y un mensaje apareció en la pantalla.
"Llamé a Kim y dijo que te fuiste sola de la fiesta. Llámame en cuanto veas este mensaje, por favor. Estoy preocupado."
Carajo.
Recordé las palabras de May, "... tan sometida".
Odiaba la debilidad de mis decisiones cuando se trataba de él, pero la verdad era, que estaba a punto de romperme asimilando lo sucedido, y necesitaba a alguien con quien poder desarmarme.
Así que presioné su nombre.
—¿Helena? Joder. ¿Por qué no respondes? ¡Estaba preocupado! ¿Por qué te fuist...
Interrumpió su regaño al escuchar mi llanto, y es que en cuanto oí su voz, todo mi mundo se vino abajo: la tragedia que acababa de suceder, la adicción que me rehusaba a aceptar y que casi provoca mi propia violación, y su ausencia. Joder, su ausencia.
—Hellie, ¿Qué pasa? Háblame, por favor. ¿Estás bien?
Yo no dejaba de berrear. Los sollozos, el agua saliendo sin control por mis ojos, y el dolor en mi pecho, me incapacitaron de poder coordinar mi lengua para articular un sonido a conciencia.
Escuché que su respiración comenzaba agitarse desesperada, chasqueó su lengua de manera ruidosa.
—Joder... ¡Helena, por favor! Dime algo, lo que sea. ¿Está Jazmin o Kim? Pásame a alguien.
Tragué una bocanada de aire intentando juntarlo para poder contestar algo.
—N-No... —contesté en un hilo de voz tembloroso.
—¿No? ¿No, qué? ¿Estás sola?
Asentí con un sonido gutural.
—La gran puta. ¿Estás bien?
Hice el mismo sonido.
—Qué pregunta tan idiota he hecho. Claro que no estás bien, ¿por qué lloras? ¿Puedes acceder a tu computador? Quiero verte.
Poco a poco, mi respiración se regulaba y los sollozos comenzaban a menguar.
—No —respondí menos temblorosa que mi anterior respuesta.
—¿No estás en casa? —preguntó confundido.
—Sí...
—¿No quieres verme?
No respondí. Ni siquiera yo me había visto todavía, aún no tenía claro de cuánta evidencia había de lo sucedido en mi rostro, y tampoco estaba lista para enfrentarlo, ni a él, ni a mí misma.
—Am... yo... estoy cansada, vale. Mañana podemos hablar.
—No —dijo tajante—. ¡Quiero saber por qué lloras ahora! Te lo ruego, Helena. La preocupación me está matando... Por favor, cariño... Por favor... Háblame.
Un estremecimiento me recorrió al escuchar su voz quebrada rogando, llamándome así.
"... tan sometida", resonó en mi mente.
«Vete al carajo, May.»
El temor que me recorría se envolvió en una sensación cálida, como si el teléfono de pronto desapareciera y él estuviera ahí a mi lado, cobijándome entre sus brazos.
—Y-Yo... creo que maté a un hombre.
Un silencio se alargó en la llamada.
—Joder, que cosa estás diciendo, ¿Cuánto has bebido?
—Jean...
Dije deteniendo sus palabras. Su respiración profunda me llegaba hasta las entrañas.
El decirlo en voz alta me daba la impresión de estar contando un sueño, esto no podía estar pasando, no de verdad. Ojalá todo hubiera sido producto de las drogas, podría internarme en un maldito centro de rehabilitación y olvidarlo todo.
Pero el dolor en los morados que comenzaban a aparecer, mi cabeza punzante, los dedos de su toque pintados en mi alma, y la humedad en el pelo me indican la muy existente realidad de lo que había sucedido.
—Explícate mejor —exigió.
—Y-Yo... —el llanto volvió, por lo que continúe hablando entre sollozos—. No pasaban taxis y tuve que caminar varias calles...
—¿Sola?
Asentí con un sonido.
—Y... U-Un hombre venía siguiéndome, él intentó... intentó...
—No... —dijo ahogando un grito.
—Estoy bien... —interrumpí tropezando las palabras—. Algo así. Yo no sé cómo pude... No entiendo todavía, pero logré escapar... creo que le he golpeado la garganta, y él se ahogaba o algo parecido, y tropezó, y se golpeó, y no se movía, y yo no supe qué hacer, y... y... —el llanto ahogó mis palabras.
Cubrí mi boca oprimiendo un sollozo. Pareció que la llamada se hubiera cortado, no se oía nada más que mis sollozos, las manos me temblaban y el dolor punzante en el pecho se conectaba al de mi cabeza.
—Oh, cariño... no, no... ¿Estás segura de que estás bien? No temas de lo que yo pueda pensar, pero necesito saber si de verdad estás bien. Si ese grandísimo hijo de puta... —resopló con coraje—. Debes ir a un hospital. Yo no puedo llegar esta misma noche, pero seguro que mañana encuentro un vuelo.
—No —adelanté—. Estoy bien, solo un poco golpeada.
—Entonces si debes ir a un hospital, Hellie.
—No puedo, Jean... —sollocé—. ¡Si ese hombre está muerto puedo ir a la cárcel!
—Ojalá que esté muerto. Y si no lo está, te aseguro que yo mismo lo mato.
Seguí llorando.
—Vale, pero tienes razón. Lo mejor será que no digas nada de lo que ha pasado, las leyes en este jodido país no ayudan a nadie... Aun así, necesitas un médico.
—Iré por la mañana, no soporto más este día.
—Espera, no vayas a colgar la llamada, por favor. Me siento una mierda de no poder estar contigo en este momento tan jodido, deja que aunque sea pueda acompañarte con la voz.
—La verdad, Jean... No sé si quiero seguir hablando.
—No hables, mi vida. Tengo una idea, aguanta un poco.
Escuché que dejó el teléfono en alguna superficie, sus pasos yendo y viniendo, y el movimiento de objetos que movía. Lo escuché cerca de la bocina y al escuchar las cuerdas rechinar, supe de inmediato que se traía entre manos.
—Vale, no he tocado mi violín desde que salí del internado, así que no me juzgues muy duro. Necesito que te relajes, cariño.
Sonreí amargamente, y después de escuchar un par de trémolos que dio afinando el instrumento, comenzó a tocar.
Identifiqué la melodía que me inundó de recuerdos, calidez, de infancia. Nuestro encuentro, la calma de conocerlo como amigo, y más tarde como amante: el Canon de Pachelbel.
Me recosté en el suelo, ya que sentía el cuerpo demasiado sucio como para tocar cualquier superficie del departamento. Mi llanto cesó poco a poco, la respiración se tranquilizó, y comenzaba a parpadear de manera lenta e inconsciente, conciliando el sueño.
—¿¡Helena!? —exclamó en tono alto la voz de May desde la entrada.
Me giré de golpe sorprendida.
—¡No has echado llave a la entrada! Esa puñetera silla no detiene ni a una hormiga. ¿En dónde coño tienes la cabez...?
Sus ojos fueron a mi cabeza y la expresión desencajada que puso me indicó que la sangre que sabía que estaba ahí, era más escandalosa de lo que pensaba.
—¿¡Pero qué carajo!?
—¡Helena! ¡Helena! —llamaba Jean desde el móvil.
Confundida y adormilada lo cogí entre manos.
—¿Llegó May? —preguntó.
—¿La has llamado?
May se adelantó y retiró el teléfono de mis manos de un jalón.
—Sí, ya estoy aquí. Ya me encargo yo de esto a partir de ahora. Buenas noches, Jean.
Escuché que respondió molesto replicando, pero ella colgó la llamada de un arrebato.
—¡Qué mierda Helena! ¿¡Te atropelló un camión!?
Me encogí de hombros. Ella me tomó del brazo apoyándome a levantarme.
—Un camión y todo el puñetero tráfico de la ciudad —dijo mientras me inspeccionaba—. Esta sangre ya está seca, necesitas un baño ahora mismo para lograr ver la magnitud del daño.
—Un baño me vendría bien —dije desganada.
Me metí en la ducha y comencé a analizar mi cuerpo: los brazos llenos de rasguños, los morados comenzando a brotar en las costillas, las piernas. Mis uñas hechas trizas y con una línea negra de mugre dentro.
Comencé a recordar, sus asquerosas manos recorriéndome, las piernas, el abdomen, los pechos.
Contuve una arcada, pero terminé sacando la cabeza al retrete para vomitar de nuevo.
Tallaba con fuerza, la piel lucía enrojecida de la potencia con la que restregaba el estropajo, y es que por más que tallaba seguía sintiendo su porquería en la piel.
Tallaba, lloraba y enjuagaba.
Me sentía tan miserable, humillada. Como si mi cuerpo hubiera sido destruido, y el desgraciado lo hubiera marcado con sus repugnantes manos. Unas marcas imposibles de limpiar y que ahora todo el mundo podría ver. Todo el mundo y especialmente Jean.
¿Por qué carajo le había contado? Él jamás podría volver a verme igual de nuevo.
Sollocé con más fuerza.
May tocó a la puerta.
—¿Todo bien, Helena? Ya llevas demasiado tiempo ahí.
—Ya salgo.
Cerré la llave y me envolví en la toalla. Salí con mi amiga siguiendo mis pasos hacia mi habitación, me senté en la cama de manera ausente y ella comenzó a revisar cada parte de mi cuerpo.
—Vale, parece que el golpe de la cabeza lucía más estrepitoso de lo que en realidad es. Creo que no necesitarás puntos.
—May yo...
—No es necesario que me cuentes nada ahora. Hay que dormir ya, es muy tarde y necesitas descansar... Mañana con más calma podrás contármelo, si quieres.
Asentí con la cabeza.
Y con solo tocar la almohada, caí en un sueño profundo.
Al día siguiente, cada golpe, cada rasguño y cada herida, bramaban por ser reconocidos en dolores punzantes y fervientes. Me dolía todo, cada músculo como si hubiera ido diez horas seguidas a ejercitarme en un gimnasio. Hasta el atropello de un camión hubiera dolido menos.
May ayudó a ponerme de pie en la cama, preparó el desayuno, el cual no pude ni probar y me limité a revolver la comida con el cubierto.
Durante el desayuno, comenzó a hacer preguntas. A diferencia de ayer, mi mente ya estaba un poco más clara sobre lo sucedido. Expliqué lo mismo que a Jean, mientras ella negaba con la cabeza y apretaba el puño alrededor de la oreja de la taza.
—Grandísimo pendejo. ¡Por eso siempre debes traer un arma contigo!
Alzó el pie sobre la mesa y levantó sus jeans dejando ver un puñal sujeto a su tobillo por un cintillo de piel un poco gastado.
La vi sorprendida de ver el arma.
—Pareces personaje de un videojuego de zombies —dije con voz rasposa.
—Ese es tu problema, Helena. Eres muy inocente. Los Ángeles siempre ha sido una ciudad insegura, cualquiera lo sabe.
—Sí lo sabía, pero... no lo sé. Supongo que jamás me había pasado.
—Claro... Hay que esperar a tener la muerte de frente para actuar, ¿no? —dijo riñendo—. ¿Cómo se te ha ocurrido caminar sola tantas calles? ¡De noche!
Negaba con la cabeza molesta. Me encogí de hombros.
—Déjame adivinar... No ibas en tus cabales, ¿cierto? No, no. Corrijo. No ibas sobria.
—¿Me estás culpando de lo ocurrido? —dije ofendida.
—Tú no tienes la culpa de que el mundo esté lleno de cerdos... Pero sí la tienes por descuidarte así —dijo con voz fracturada—. Si los perros tienen hambre, no aparezcas envuelta en tocino frente a ellos, ¡coño! Todo este tiempo he culpado a Jean de tu miseria, pero me doy cuenta de que el problema tal vez seas tú.
Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, su mirada acongojada también liberó una lágrima que rápidamente limpió con la palma, como si fuera un pecado verla llorar.
—Vale, lo siento. Tienes razón... No es el momento de hablar de esto. Es solo... Me preocupas, Helena.
May intentó distraerse con el periódico que llevaba en las manos. Sus ojos se abrieron como dos platos y su piel palideció.
—¿Qué?
Pasó saliva de manera ruidosa.
—Creo que el misterio está resuelto.
Me entregó el periódico con la hoja que leía al frente.
"Hombre encontrado muerto en la 43", decía el encabezado, con una foto debajo del mismo hombre y en la misma posición que yo lo había dejado tirado el día anterior.
La sangre se me fue del cuerpo, y comenzaba a hiperventilar.
—Sigue leyendo —ordenó.
"... la policía encontró que el hombre llevaba varias denuncias por robos y violaciones en la zona, logrando salir impune por medio de fianza..."
"... se cree que se trató de un homicidio por motivo de venganza a las acciones cometidas anteriormente..."
—Al menos salió algo bueno de todo esto... Acabaste con una escoria de la sociedad. Tipa ruda, ¿eh? —dijo bromeando, pero me fue imposible sonreír, y en cambio, corrí al fregadero de la cocina para devolver el estómago.
Todo se volvió tan crudo, tan real de un golpe. Un chapuzón de agua congelada en las entrañas. Las perlas de sudor frío en mi piel me picaban como púas en la piel.
May se apresuró a colocarse por un lado mío.
—Helena... creo que deberías volver a casa de tus padres por un tiempo.
Y fue lo más sensato que dijo desde que había llegado.
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