Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3


1991

Jean


Mi gran día había llegado. Todo el verano conté los días, las horas, y los segundos para venir aquí.

Fui el tercer hijo de un matrimonio de edad avanzada que claramente no tenían planeada mi llegada a la familia, por lo que, en lugar de ellos adaptarse a mí, me adaptaron a su ritmo de vida, motivo por el que una escuela convencional no se acomodaba a su sistema. Pasé toda mi vida con maestras personales en casa, tanto de mi educación tradicional como de la música, por lo que no tenía muchos amigos.

Ningún amigo, de hecho.

A veces mis padres visitaban unos viejos amigos suyos que tenían un hijo, un año más grande que yo, tenía un ligero grado de autismo y su nivel social era todavía más triste que el mío, por lo que nuestras conversaciones, o mejor dicho, sus respuestas, solo se remitían a monosílabas; si, no.

Esas eran todas mis habilidades sociales.

Por lo que ir al internado en Londres, junto a otros chicos de mi edad por días y noches, me tenía totalmente eufórico.

La música no era precisamente de mi total agrado, lo hacía por exigencia de mis padres, pero al recibir la noticia del internado y mi probable salida de casa, de pronto le tomé amor a la materia.

Mis padres no pudieron llevarme al instituto el primer día, lo que era de esperarse. Pagaron horas extras a una niñera para que me llevara a la entrada de la escuela. Me levanté temprano para llegar, o más bien, ni siquiera dormí. Porque yo sabía, que mientras más pronto empezara el ciclo escolar, más pronto llegaría mi felicidad.

No solo llegué temprano, sino que fui el primero.

Me presenté ante mi asesor: un ruso de extrema delgadez, piel pálida, pronunciada nariz, y ojos pequeños adornados con gafas de armazón negro. Al no haber nadie más en la escuela se tomó el tiempo de llevarme a mi habitación y darme un recorrido por las instalaciones.

¡La escuela lo tenía todo! Mesas de ajedrez, futbolito, ping pong, libros de todo tipo, una cancha de soccer, jardines, y hasta una televisión. En casa ni siquiera me habían permitido verla.

Después de recorrerlo todo, me quedé en mi habitación a ordenar mis cosas y a esperar a que mi compañero de cuarto llegara, lo cual me tenía muy entusiasmado. Deseaba con todo mi ser, que nos lleváramos bien y hacer por primera vez un amigo de verdad.

Un par de horas después, una discusión en el pasillo me alertó.

—¡Siempre complicas todo Lou! —gritó un chico de tez pálida, peinado punk y semblante tenso.

—Madura, enano. Organízate con Beth.

El otro chico era rubio y años mayor que él. Le dio la espalda, e hizo una seña de despedida con la mano. Se retiró hacia el otro lado del pasillo, donde estaban los dormitorios de los más grandes.

El chico del peinado punk le levantó el dedo medio mientras el otro caminaba de espaldas.

—Idiota... —dijo entre dientes mientras se giraba hacia mi habitación—. ¿Qué tal? —saludó sin interés y aún molesto por la situación.

Se metió en mi cuarto, lanzó una mochila en la cama vacía, y rodó la maleta por debajo de ella. Se dejó caer de sentón y se peinó el cabello con un movimiento brusco de cabeza.

—Perdona la escena... Mi hermano es un imbécil —dijo, extendiéndome la mano—. Me llamo Hedric.

—Jean —respondí, estrechando su mano.

—Jean, ¿eh? ¿Francés?

—Así es. ¿Y tú?

—Soy de la ciudad.

—¿De Londres? —pregunté, y él asintió.

—¿Qué instrumento tocas "Jean"? —dijo haciendo un ademán en mi nombre con tono presuntuoso.

—Soy segundo violín.

—Cool... Yo soy primero.

—¡¿De verdad?! ¡Increíble! ¿Qué edad tienes?

—Doce.

—Vaya, también yo. Ahora me siento miserable.

Hedric hizo una media sonrisa.

—No te sientas. Este internado era más o menos mi boleto de salida.

Alcé ambas cejas, sorprendido.

—Pues tenemos algo en común...

Asintió una vez con la cabeza sonriendo con los labios fruncidos.

—Bueno, Jean de segundo violín, debo ir a buscar a mi hermana. Te veo después, ¿vale?

Y se retiró de la habitación con la misma seña con la que su hermano se había despedido antes. Eran el agua y el aceite físicamente, pero compartían varios ademanes que delataban su parentesco. Me sorprendía como él era capaz de sonreír y lucir molesto al mismo tiempo. Como si su sonrisa no estuviera conectada a sus cejas que siempre estaban ceñidas.

Me repetí a mí mismo que todo había ido bien, que seguramente esas cejas eran parte de él y no de un sentimiento real, que al final del día, mi compañero y yo nos llevaríamos bien.

Pero por ahora, se había ido y yo ya tenía horas en el cuarto, por lo que decidí tomar mi violín e ir a tocar un rato a falta de tener con quien conversar.

Me coloqué en el último cubículo y decidí tocar la misma melodía con la que había hecho mi audición para el internado. Estaba muy concentrado en lo mío cuando sentí un cosquilleo en la nuca que me hizo parar de tocar, y me di cuenta, de que alguien me observaba desde la ventanilla de la puerta.

Era una pequeñita de cabello castaño lacio, piel clara y unos ojos grandes de forma almendrada, adornados con unas pestañas largas y rizadas. Tenía una mirada dulce, con un brillo singular, curioso y divertido. Estaba pensando en salir a saludar e intentar hacer una nueva amiga, cuando nuestras miradas se cruzaron y yo le sonreí amistoso.

Pero entonces la chica desorbitó la mirada horrorizada, y huyó del lugar.

De prisa, guardé el violín en mi estuche y salí para tratar de alcanzarla.

Ya no estaba en el pasillo, por lo que continué hasta el área común y la vi conversando con otras dos niñas. Estaba inseguro, no sabía si era la misma, ya que estaba de espaldas. La chica asiática con la que conversaba y daba de frente a mí, me vio con incertidumbre alzando una ceja. Su mirada prejuiciosa me puso temeroso y eliminó cualquier intención de acercarme.

Sonaron las campanadas que anunciaban la hora de la bienvenida, y vi que se marcharon las tres junto a otro chico de rubia y lacia melena. Me sentí decepcionado de no haberla alcanzado, y ver esa escena, me hizo sentirlo aún más, ya que parecía ser amigable rodeada de tantos niños, y tal vez, una amistad con ella sería más sencilla que con Hedric y sus señales contrariadas.

—Jean —me llamó una voz familiar de mi compañero de cuarto.

—¿Qué tal?

—Venga, vamos al comedor —ordenó sin mirarme.

Caminamos juntos hacia el comedor y al llegar, comencé a buscar en cada mesa a la niña de los ojos almendrados. Inmediatamente, sentí su mirada y la vi. Le sonreí de nuevo, pero justo al momento en que lo hice, ella se giró de prisa hacia el otro lado sin percatarse de mi gesto. Hice una mueca de decepción, y noté que su amiga de rasgos asiáticos me juzgaba con los ojos entrecerrados.

—Jean, esta es Bethany, mi hermana.

Me giré para saludar, y vi a la pequeña rubia de nariz respingada que me transmitía aires de un elfo mágico, pero en el buen sentido de la comparación.

—Beth —dijo ella con presunción.

—Mucho gusto, Beth.

Asintió con la cabeza sin decir palabra, como una reverencia, y me pareció notar, que se sonrojaba. Ella y el otro chico mayor eran idénticos físicamente, pero su semblante engreído era muy similar al de mi compañero de cuarto.

La velada pasó y yo me giraba para ver ocasionalmente la mesa de la niña de ojos almendrados, y parecía que se divertían mucho. De repente veía a la pequeña hacer gestos y movimientos con las manos de manera exagerada que me parecían graciosos. Haciéndome quedar en la ridícula necesidad de tensar los labios, conteniendo una sonrisa. Y aunque estaba a bastantes metros de distancia, hubo tres cosas que noté de ella: que sonreía mucho, que sonreía bonito, y que en su mentón, un hematoma apenas perceptible se pintaba en su cuello. Igual al que tengo yo, al que tiene Hedric, y al de casi cualquier violinista.

Sonreí satisfecho de saber que al menos, compartiríamos esa clase todos los días. Su amiga de ojos rasgados notó mi interés un par de veces, y pude ver que no era de su total agrado por el ceño fruncido que me dirigía.

En cambio, mi mesa no eran más que peleas entre Beth y Hedric. Él la molestaba por cualquier mínimo motivo y ella chillaba en defensa.


—Dame tu pastelillo —ordenó Hedric.

—Serás idiota, ve a conseguir el tuyo.

—Ya se acabaron, boba. Venga ya, solo una probada.

—Que no, quítate. ¡Te apesta la boca!

Beth se torció al lado contrario de su hermano para evitar que se lo quitara. Este lanzó un escupitajo que cayó justo en el betún del pastelillo, y se partió de risa en cuanto vio el logro de su puntería.

—¡Puaj, qué asco Hedric!... Hasta para ti fue demasiado bajo.

Beth aventó el pastelillo al suelo y lo pisó.

—¡¡NO!!

—Te lo mereces por cerdo.

No pude ocultar mi cara de desagrado hacia mi nuevo amigo.

—¿Qué? ¿No tienes hermanos acaso? —preguntó él con la boca llena de comida.

—Sí... Pero no nos escupimos la comida.

Hedric sonrió con orgullo.

—¿Mayores o menores?

—Mayores... Cam es veintidós años más grande que yo, y Henry veinte.

—¡¿Qué?! No mi hermano, ¡esos no cuentan! Hasta podrían ser tus padres.

Me encogí de hombros, ya que en realidad, eso lo sabía muy bien.

Terminamos de comer y nos pusimos de pie para pasar al salón de estudio con nuestro asesor. Nos hizo presentarnos a otros dos chicos que estaban a su cargo y nos entregó lo que la directora había mencionado en los avisos. Antes de ponernos de pie, vi que la niña de ojos curiosos estaba en el segundo piso de camino a los dormitorios de las chicas, noté que se giró para buscar algo... o alguien. Por su expresión, comprendí que no encontró lo que buscaba.

La fugaz idea de que quizá me buscaba a mí, se esfumó al segundo en que llegó, sintiéndome un idiota por siquiera considerarlo.

Hedric y yo nos fuimos a los dormitorios en compañía de los otros dos chicos con el mismo asesor.

Y esa noche me fue difícil conciliar el sueño. Estaba extasiado de felicidad. En una escuela con chicos de mi edad, con un nuevo amigo y apenas era el primer día. La ansiedad por el día de mañana, me tuvo toda la noche revolviéndome entre las sábanas, porque tomaría clases por primera vez en mi vida con otros niños, y además, que los temas de conversación no serían una preocupación para socializar, ya que todos aquí eran músicos, y por lo visto, había más como yo que eran forzados de alguna manera a serlo.

A la mañana siguiente intenté por todos los medios despertar a mi compañero, pero estaba completamente dormido, desparramado en su cama, la cual era un desastre de sábanas y ropa.

Después de media hora de intentos, por fin abrió un ojo.

—¿Qué quieres? —dijo amodorrado.

—Venga Hedric... Son las siete treinta, vamos a llegar tarde —dije preocupado.

—¿Siete treinta? Diablos.

Se sentó con los ojos aún cerrados, levantó el pantalón del día anterior y se lo puso, tomó la primera playera arrugada que encontró del uniforme, se sacudió el cabello y se puso de pie.

Lo vi confundido, y él, al ver mi expresión, alzó ambas manos en ademán de pregunta.

—¿No vienes?

—¿En serio vas a usar el mismo pantalón?

Hedric alzó una ceja.

—Joder, creí que había dejado a mi madre en casa...

Sonreí con desgano ante su sarcasmo.

Ambos salimos del cuarto y caminamos hacia la cafetería para desayunar. Al llegar, advertí que Bethany estaba sentada en la mesa de la niña de ojos almendrados, junto con el resto de niños que estaban con ella el día de ayer.

Sonreí ante la repentina oportunidad de poder tomar lugar con ellos.

—¡Mira! Ahí está Beth, vamos con ella... —señalé con la cabeza.

—¿Qué dices? ¿Con ese grupo de niños? No, hermano... —dijo con desprecio—. Mejor con ellos.

Seguí su mirada y vi que los dos chicos que compartían asesor con nosotros, estaban sentados en una mesa alejada de mi objetivo. Uno de ellos, el de rizos rubios, Steven, nos saludó con la mano.

—Nosotros también somos niños Hedric —dije en una queja.

—Sí, pero no tan niños.

Y se sentó frente a Steven, el cual abrió conversación de inmediato.

—¿A qué grado van?

—Octavo, ¿y ustedes? —respondí.

—¡Qué bien! También yo, pero él va a séptimo.

Desayunamos conversando todos juntos, excepto Hedric, quien parecía que no podía comer y hablar al mismo tiempo.

La mañana transcurrió rápidamente entre clases y presentaciones repetitivas que pronto me cansaron.

Éramos un grupo grande, y Steven, quien prefería que le dijéramos Steve, era el tío más agradable que había conocido en mi vida. Lamentaba que no tocara también violín para tomar la clase juntos. ¡Qué va! que ni siquiera estaba entre las cuerdas, por lo que incluso en los ensayos con la orquesta, estaría del otro lado del salón. Junto a los de su instrumento: el clarinete bajo.

Tomábamos la última clase de la mañana, el reloj marcaba poco más de la una, Steve y yo nos sentamos juntos, y Hedric, en el asiento de enfrente con las piernas apoyadas sobre la silla de al lado para evitar que alguien se sentara junto a él. Estaba recargado en la pared con los brazos cruzados sobre la cabeza mientras esperábamos que el profesor llegara, cuando Beth abrió la puerta.

El salón entero se calló para prestarle atención a ella, quien de inmediato se cohibió.

—Chst... —llamó a Hedric, quien volteó a verla de manera indiferente.

—¿Qué?

Beth le hizo un gesto con la cabeza avisando que la siguiera. Él, de mala gana, se puso de pie y la siguió.

—Si el maestro llega y me pone inasistencia por tu culpa, ya verás como me las pagarás...

Ambos salieron por la puerta cerrándola a sus espaldas.

En ese momento, dos compañeras tomaron las sillas de la mesa de Hedric de manera apresurada.

La chica delgada, de ojos saltones y cabello largo, que según había escuchado en la lista, se llamaba Angie, se giró hacia nosotros.

—Hola chicos —dijo con coquetería.

—¿Qué hay? —saludó Steve, alzando una ceja de manera arbitraria.

—¿Tú eres compañero de cuarto de Myers, cierto? Bueno, si es que ese es su apellido... —usó un tono prejuicioso que no me causó mucho agrado.

—¿Hedric?

La chica asintió con la cabeza entornando los ojos.

—No te sigo... —reprochó Steve.

—¿No conocen su historia?... Su hermana y su hermano son hijos de Jack y Eleanor Myers —alzó ambas cejas, como si la información que estaba soltando fuera asombrosa.

Noté que Steve rebuscaba en su cabeza los nombres, golpeando con su índice el mentón, de manera analítica.

—Oh, sí... Los principales de piano y violín de la filarmónica. Son famosos aquí —me explicó.

—Eso explica por qué los tres son tan talentosos —añadí.

Angie negó con el dedo apretando los labios.

—Su amigo no. Él ni siquiera es hijo de Jack. Qué escándalo ¿no? De seguro, Eleanor usó sus influencias para darle el lugar a su hijo y que no hubiera diferencia entre sus hermanos. Bueno... Otra diferencia.

Hablaba con un desagradable tono lleno de desprecio.

—De por sí ya iban a cotillear por ser un hijo bastardo, imagínate darles otro motivo... —añadió la otra chica, Pam.

La conversación comenzaba a molestarme. Analicé a la de ojos saltones, y aunque no era típico de mi juzgar a alguien por su apariencia, ella me parecía muy tonta a la vista, probablemente por la sarta de cosas que acababa de decir.

Me percaté de su moretón en la mandíbula, muy común en violinistas y violistas. Por probabilidad, me arriesgué a decir lo que dije, y sin querer, acerté.

—Déjame adivinar... eres segundo instrumento y ¿estás celosa de que Hedric se quedara en primero?

Angie alzó ambas cejas y abrió la boca ofendida. Steve soltó una carcajada.

—No, hermano, creo que es tercero —dijo entre risas. E inadvertidamente, acertó también.

Angie ahora estaba realmente molesta. Claro que a mí eso de los grados en instrumentos me importaba un carajo, pero para una chica juzgona como ella, sí que era un tema de importancia, y de status, sobre todo.

—Ustedes tampoco son primer instrumento —dijo en reproche.

Y justo en ese momento, entró el profesor apurando a Hedric para que tomara su asiento.

—Venga ya niño, que ya va tarde la clase.

Mi compañero vio con hostilidad a Angie, quien rápidamente volvía a su lugar, y puse un semblante tenso hacia él, que me cuestionaba con la mirada.

—¿Qué hacía esa en mi lugar? —preguntó.

—Amm... nada... —dijo Steve nervioso—. Nos pidió la tarea.

Voltee a verlo con mis cejas arqueadas de preocupación, ¿de verdad no encontró una peor mentira?

—Es el primer día, nadie deja tarea —reprochó Hedric.

—Sí, claro. Eso fue lo que yo le dije... —corrigió, tropezando las palabras.

Nos vió con los ojos entrecerrados dudando de nuestra respuesta tonta.

La clase terminó sin más incidentes y nos dirigimos a comer como el trío que ya habíamos formado.

Devoré mi comida a prisa, como si el acto de comer más rápido, pudiera acelerar el tiempo para que comenzara mi siguiente clase: la de violín, que tomaba junto a Hedric y junto a ella, la niña de los ojos almendrados.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro