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Capítulo 18


1997

Helena

Enero


La mitad del ciclo ya se había recorrido, con más o menos la misma cotidianidad de cada año. Salvo por la novedad de que Nadya y Jean habían hecho oficial su relación, como si no hubiéramos sabido ya todos que era un hecho desde hace mucho, y que ambos lucían como una jodida pareja perfecta de revista.

Acabábamos de regresar de las vacaciones de invierno y al entrar en el internado, ya sentía en el aire una amargura difícil de respirar. En las dos semanas que estuve en Long Beach no recibí una sola carta de Alek, estaba realmente preocupada, no era algo que él haría sin una buena razón. Tenía un corazón tan noble y servicial, que siempre pensaba en el bienestar de los demás antes que en el suyo.

Me escabullí a los dormitorios de los chicos buscándole. Hedric me informó que aún no había llegado, y al fondo de su habitación alcancé a divisar a Jean sentado en su cama con las piernas de Nadya sobre su regazo. «Qué despreocupadas se han vuelto con las reglas», pensé a mis adentros. Le agradecí y seguí buscando por el resto del campus sin éxito.

Volví a mi habitación, y pensando que aún estaba vacía al igual que cuando me fui a buscar a mi novio, abrí la puerta de golpe, encontrando a Beth y Steve sentados en la cama de mi compañera con los labios pegados, que de un sobresalto se alejaron rápidamente el uno del otro.

—¡Dios mío!

—¡Helena! ¿¡Por qué coño no tocas!? —gritó Beth espantada.

—¡Porque es mi jodido cuarto! ¿¡Qué demonios!?

—T-Te lo iba a contar...

Beth tartamudeaba y tenía el rostro colorado como un tomate. Steve soltó una carcajada y yo le lancé una almohada.

—¿¡Qué!? —reclamé.

—¡Nada! Es gracioso, ¿no?

—¿Todo para ti tiene que ser un chiste?

Él se encogió de hombros y abrazó a Beth por los hombros.

—Ella no —dijo con coquetería.

Fingí una arcada.

—Por Dios... No tengo tiempo para esto, ¿Han visto a Alek?

Ambos negaron con la cabeza. Me dispuse a irme, pero me detuve en el arco, incapaz de dejar ir la idea en mi cabeza.

—¿Steve? ¿En serio Bethany?

Ella se tapó la sonrisa y lo vio avergonzada. Ambos se rieron como dos idiotas enamorados.

—Qué horror... Estoy segura de que no le hará la misma gracia a Hedric.

Palidecieron y tensaron el rostro en sincronía.

—Tranquilos... Por mí no lo sabrá. Pero se los ruego, cuando vayan a decírselo, dejen que yo esté ahí. Ese cabronazo me debe varias y voy a disfrutarlo como a un show de marionetas.

May interrumpió la plática asomándose por el pasillo hacia nuestra habitación.

—Helena, Alek preguntaba por ti, está en la oficina del director Thomas.

Una sonrisa se dibujó involuntariamente por mis músculos, que rápidamente se desvaneció ante las probabilidades. ¿La oficina del director? ¿Por qué Alek estaría ahí?

May observó a Beth y Steve sentados en la cama de mi compañera, con sus cuerpos demasiado cerca el uno del otro. Me miró con extrañeza.

—¿Qué está pasando?

—No quieres saber —respondí irónica.

Salí pitando de ahí en busca de mi novio, mientras escuchaba las risitas de Beth y Steve a mis espaldas.

Llegué a paso apresurado a la oficina del director. Alek estaba ahí, saliendo junto a un hombre mayor con el que tenía un increíble parecido físico, supuse que era su padre. Tragué saliva con dificultad y me acerqué a ellos.

—Helena —llamó Alek con un hilo de voz tan poco expresivo y raro en él.

—Alek... ¿Estás bien?

Lucía extremadamente cansado. Dos enormes semicírculos morados estaban pintados debajo de sus ojos. Incluso me parecía más delgado que la última vez que lo vi.

—Sí, linda. Solo un poco cansado... Papá ella es Helena.

El señor de cabello canoso y gafas estiró la mano e inmediatamente la estreché.

—Un gusto señor —dije con timidez.

—Un gusto, querida... Los dejo solos para que hablen —dijo su padre con semblante serio, y continuó caminando hacia la sección de archivos.

—¿Qué está pasando Alek?

Mi voz sonó temblorosa. Me era imposible disimular mi preocupación ante el chico que quería con una expresión tan ausente y tan ajena a él.

—Ven... Vamos al jardín.

Tomó mi mano con suavidad, se la llevó a los labios y la besó.

Llevábamos caminando un par de minutos sin decir una sola palabra. La mirada de Alek estaba perdida en el horizonte, y notaba como se mordía los labios por dentro ansioso. La situación me estaba carcomiendo como un ácido en la boca del estómago.

Tomé aire con determinación y abrí la boca para emitir palabra, pero él se adelantó.

—Le han detectado cáncer a mi madre —dijo directo, tajante, sin titubear, solo como él sabía hacer las cosas.

Sus palabras fueron un balde de agua fría. Tragaba saliva intentando digerir las palabras que acababa de aventarme, mi mente iba de un lado a otro, tratando de ordenar las cosas y darle un sentido a todo para poder responder algo, en lugar de quedarme estática como una idiota.

—Está muy mal... Se ha pasado todas las vacaciones sin dormir, devolviendo el estómago y con muchas fiebres. Está en los huesos.

Terminó la frase con un leve temblor en la voz. Se paró en seco, cerrando los ojos.

—Perdóname... Sé que no es pretexto por no haberte escrito ni una sola vez, pero es que joder, no puedo Helena, te lo juro que no puedo... Me está superando.

Su respiración era agitada y los ojos se le pusieron acuosos.

Me lancé y lo abracé con todas mis fuerzas. De repente sentí que tenía enfrente al pequeño niño de once años que había conocido el primer día que llegué aquí: tan puro, inocente, e indefenso.

—Lo siento muchísimo.

Notaba que respiraba con fuerza aguantando el llanto. Se desprendió de mi abrazo con brusquedad y tomó mi rostro entre sus manos.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Helena... Lo mejor.

Bajó la mirada, apretó los ojos y también sus dedos en mis mejillas.

—Vas a irte, ¿cierto? —dije con un hilo de voz.

Tenía que escucharlo de mi propia voz para poder lograr asimilar lo que estaba sucediendo. Él asintió una sola vez con la cabeza, alzó la mirada y una lágrima le corrió por la mejilla.

Mis lagrimales empezaron a llenarse también como respuesta.

—Perdóname. Perdóname de verdad. No tengo opción... Me necesita.

Asentí y nos abrazamos con toda la fuerza que nuestros brazos nos permitieron dar. Apretaba tanto que se empezaron a entumir mis extremidades. Sentía que, quizá si seguía apretando lograría entumir también el corazón.

Después de lo que se sintió una eternidad en un abrazo, nos separamos con delicadeza. Él dejó caer sus brazos acariciando los míos y terminando en mis manos, las acarició con sus pulgares y dio una media sonrisa con la cabeza cabizbaja.

—Te he traído algo...

Lo miré confusa, mientras él metió su mano en un bolsillo del pantalón y sacó un anillo trenzado en finos hilos plateados. Lo colocó frente a ambos.

—Sé que no es el "tipo" de anillo, pero es algo simbólico... Al menos en lo que consigo plata para uno de verdad.

Solté una risa nerviosa llena de miedo.

—Alek, solo tengo quince años.

Él soltó una carcajada nerviosa.

—Ya lo sé boba.

Deslizó el anillo por mi dedo con suavidad, y sonrió al darse cuenta de que me quedaba perfecto.

—Pero yo ya no puedo imaginarme una vida sin ti... Es una promesa de que volveré. No sé cuando, linda. Pero volveré por ti y nos casaremos, así tenga que llevarte a rastras al altar.

—En ese caso... —dije entre risas—. Acepto.

Ambos nos sonreímos y esta vez la de Alek era totalmente sincera y entera. Me acercó a él con sus manos en mi cadera y nos besamos.

Nos separamos y acarició mi mejilla con el pulgar, con la melancolía pintada en cada poro de su rostro.

—Helena... No puedo pedirte una relación si yo no sé cuando volveré... O si lo haré algún día siquie...

Coloqué mi dedo índice en sus labios para hacerlo callar.

—Esa decisión es mía... Además, estoy segura de que tus padres tienen uno de esos teléfonos portátiles nuevos. Y yo siempre estaré aquí, ya conoces los horarios de llamadas. ¡Podemos enviarnos cartas! Y tú puedes enviarme fotos, o alguno de los dulces finlandeses de los que siempre hablas.

Él sonrió ante mi emoción.

—Yo no quiero una relación... —dije tajante—. Te quiero a ti.

—Y me tienes... Todo el tiempo que así me lo permitas.

Nos volvimos a besar, pero al desprendernos, vimos a su padre en el arco del jardín observándonos, no dijo nada, pero ambos supimos que era el momento de despedirnos. Alek puso su semblante serio y las manos le empezaron a temblar, bajó la mirada y acarició el anillo en mi dedo.

—Es una promesa —dijo.

—Es una promesa. Yo seré fuerte por los dos.

Levantó la mirada y me regaló una de sus enormes sonrisas con hoyuelos que tanto me gustaban. Se hincó de un salto y besó mi mano.

—Y algún día, tú serás mi esposa Helena Franco.

Dijo en un tono tan alto que algunos compañeros nos voltearon a ver. Sentí la sangre subir de golpe a mi cara, y le di un golpecito en el hombro.

—Baja la voz bobo.

Soltó una carcajada ante mi vergüenza. Me abrazó, me levantó entre sus brazos y dio dos vueltas conmigo en el aire.

—¡Te quiero!

Ambos partimos a reír. Con Alek, era fácil convertir cualquier situación en nuestra alegría.

Antes de irse, las chicas lo despidieron con fuertes abrazos, promesas y planes futuros que jamás llegaron a concretarse. Empezando porque él nunca volvió a cursar la escuela, aunque sí que lo volví a ver. Pero siendo totalmente honesta, desearía que las cosas hubieran terminado ese día, lleno de promesas sin cumplir, pero con las ilusiones intactas, al igual que nuestros corazones.

Dos semanas habían pasado desde la despedida de Alek, dos cartas habían llegado ya, seis largas llamadas y ni una sola lágrima. A decir verdad, me encontraba de maravilla. Cosa que mis amigas no pasaban por alto y yo no dejaba de notar su preocupación por mí.

—Está bien estar mal Helena —dijo May.

—Pero no lo estoy chicas, en serio.

—Tal vez no lo querías tanto —recriminó Beth.

—Quiero, Beth, en presente. Sigue siendo mi novio.

Se vieron entre ellas, no muy convencidas de mis palabras, y yo entorné los ojos.

—Ya sé lo que piensan... pero yo de verdad siento que vamos a funcionar. No solo estamos saliendo, también somos mejores amigos. Esa es la fórmula para el éxito..

—Si tú lo dices —respondió Beth con un tono subestimado que me molestó.

—Vamos a funcionar —repetí en un hilo de voz inaudible para mis compañeros, pero retumbante para mí.

Necesitaba creérmelo y me lo repetía más veces de las que debería.

Alek y yo habíamos quedado de hablar ese día, por lo que estaba en la cabina telefónica escuchando su teléfono sonar sin obtener respuesta.

Una, dos, tres veces. Nada.

El chico de afuera que esperaba el teléfono, me tocó la puerta. Estaba desesperado por hacer una llamada. Di un largo resoplido y me rendí, colgando el aparato.

«Su madre tiene cáncer Helena, tú no eres su prioridad ahora.» Me lo repetí. Pero el temblor de mi corazón, no cedió. Pensé que, tal vez no medimos la dimensión de la situación, tal vez si funcionaremos a la distancia de ser otra circunstancia, pero él tenía que estar completamente comprometido con su familia ahora. Al fin y al cabo, que sabrían dos críos sobre el cáncer y lo duro que podría llegar a ser.

«Relájate por favor, solo es una llamada, no dramatices». De repente y sin aviso, sentí el llanto contenido de las últimas dos semanas venir a mí. Sentía una bomba subir de lo más interno de mi cuerpo hacia mis ojos. Los ojos y los labios comenzaron a temblarme, apreté los párpados y eché a correr, porque no quería que nadie me viera así.

Me metí en el primer cubículo que vi con la puerta abierta y cerré la puerta de golpe. Dejé correr toda el agua contenida como un río en su cauce sin control. Me abracé a mí misma y empecé a sollozar recargada en la puerta.

—Ahem...

Di un salto del susto ante el carraspeo de garganta. Hedric estaba en la esquina del cubículo con cara de espanto, y parecía que estaba acomodando sus cosas. Me incorporé rápidamente y sequé mis lágrimas de prisa.

—¡Por dios, Hedric! ¿Por qué cojones no cierras la puerta?

—Apenas iba a hacerlo... Acabo de llegar.

Respiré profundo para calmarme del llanto y del susto. Di una bocanada de aire mientras tallaba acelerada mis mejillas húmedas. Él me veía con los ojos abiertos como dos platos, y por su cara, pude intuir que la mía lucía como la mierda.

—¿Estás bien? ¿Quieres hablar? —tartamudeó.

Lo fulminé con la mirada.

—¿Y que te mofes de mí? Paso.

Se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—No deberías de llorar así... Ni siquiera entiendo cómo fue que saliste con él en primer lugar si estabas enamorada de alguien más.

Me sorbí la nariz y recapitulé las cosas, analizando mi respuesta.

—Lo pidió de una manera muy linda.

Él alzó ambas cejas escéptico.

—O sea que si yo te lo hubiera pedido de una manera "linda", ¿habrías salido conmigo?

Lo miré confundida, con el ceño fruncido. Comenzaba a molestarme qué tal vez sólo estuviera burlándose, como era típico en él.

—Voy a contarte un secreto —dijo con misterio, mientras tomaba asiento en el suelo.

Dio unas palmadas a su lado indicando que lo siguiera. No lo seguí, me quedé parada junto a la puerta lista para huir a la primera mofa que salga de esa gran bocota.

—Hace unos años, me gustabas mucho.

Ahora era yo la que tenía cara de espanto.

—¿¡Gustar!?... ¿Cómo gustar? Te gustaba torturarme, querrás decir.

Él soltó una risita divertida y negó con la cabeza.

—No... gustar de verdad

Torcí las cejas completamente confundida.

—¡Pero si desde el día uno has hecho mi vida imposible!

Él se encogió de hombros.

—No es ningún misterio que no soy bueno tratando con la gente.

—Eso no te lo puedo negar.

Me senté a su lado. Y por primera vez desde que le conocí, sentía que habíamos conectado en una conversación como dos personas civilizadas. Hedric sonrió de lado.

—¿Y qué pasó? Entonces, tú también sales con alguien de quien no estabas enamorado en primer lugar —enfrenté.

—Wow, tranquila... Nadie dijo nada de amor. Solo me "cautivó" la manera en que enfrentabas a Angie, y a cualquiera que se metiera contigo o tus amigos. Y que a pesar de que yo no era parte de ese grupo, lo hiciste.

—Nadie tiene el derecho de hacer sentir mal a los demás... ni siquiera a ti, que por cierto, no eras parte del grupo porque no querías... Siempre estabas ahí pero nunca quisiste participar en nada.

—Para mí, el solo estar ahí es participar.

Alcé una ceja.

—Como dije... No soy bueno tratando con la gente.

Vi al techo aclarando mis ideas y repasando lo dicho.

—Pues a mí también solo me gustaba la nobleza de Jean... —defendí.

Él soltó una carcajada tan exagerada que me ofendió.

—¿Qué?

—Helena leí tu diario, por favor. Enamorada es poco.

—Fue hace años. Y da igual en realidad. No llegue a ningún lado.

—Ya que nos estamos confesando... —dijo con inseguridad—. Creo que tal vez fue mi culpa que fuera así.

—¡No! —exclamé con sarcasmo—. ¿Tú crees?

Exclamé rememorando el incidente con el diario. Él contuvo la risa.

—No me refiero a eso...

Lo miré con extrañeza.

—Creo que... en realidad Jean si tenía sentimientos por ti.

Sentí el pellizco en el corazón y di un respingo. Lo miré completamente perpleja.

—Nunca lo dijo... —aclaró—. Pero lo conozco... Y yo expresé mis sentimientos hacia ti... un poco a propósito.

—¿De qué hablas?

—Y-Yo me adelanté a decir que me gustabas, para evitar que él intentara algo. Estaba cabreado por tu rechazo en clase de Inna, así que lo hice para evitar que salieras con él. Fue... Fue algo así como una venganza.

Su confesión me había dejado sin aire. Sentía el estómago revuelto y las ideas apretadas.

Nos quedamos unos minutos en silencio, viendo hacia la pared. Rompí la tensión soltando el aire de manera estrepitosa.

—Ya no importa, no decidiste por él... Además, ahora está con señorita perfecta —dije con sarcasmo.

—Sí que importa. No deberías sufrir por un chico que no te mueve de verdad.

—¿A ti que te mueve Karen?

Lo vi tragar saliva.

—Bueno, ella hizo todo... Es decir, se acercó a mí, dio el paso, me besó. Hizo que todo fuera sencillo.

—Entonces vas a entender que las personas te pueden mover de muchas maneras. No hay un solo tipo de amor.

Él asintió con la cabeza inseguro. Después de un minuto de silencio, preguntó:

—¿Acabaron mal?

Voltee a verlo sorprendida.

—¿Hedric Myers está de cotilla?

—No, no, nada que ver... Es solo que, para que se haya ido de la escuela...

—No se ha ido por mí. Su madre ha enfermado. Además, seguimos saliendo... en teoría.

Me miró incrédulo.

—¿Sabes que no va a funcionar, cierto?

—Queda intentarlo...

No dijo nada y se puso de pie, y empezó a recoger sus cosas.

—¿Ya te vas? —pregunté.

Por extraño que me parecía, estaba disfrutando de la conversación.

—Necesito estudiar, y en vista de que necesitas este cubículo, iré a buscar otro.

—No... Am... Quédate. Yo ya me desahogué...

Él asintió con la cabeza. Me encaminé hacia la puerta, pero una pregunta apareció en mi cabeza.

—¿Por qué has decidido contarme esto Hedric?

Él me miró a los ojos y sonrió.

—Te veías muy miserable llorando por un ex amor, que me pareció que recordarte otro peor te haría aún más desdichada.

Lo fulminé con la mirada.

—Eres insufrible.

—Lo sé —respondió divertido.

Comencé a cerrar la puerta cuando decidí decir algo más que me cosquilleaba en la garganta.

—Hedric... Siempre has sido parte del grupo.

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