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Capítulo 11


1993

Helena


Al día siguiente, no planeaba levantarme de mi cama. May lo intentó ideando planes para evitar ver a Jean a la cara, pero no solo lo quería evitar a él, sino a toda la escuela.

Quería dormir hasta las vacaciones de navidad para irme a Long Beach.

May se rindió y salió a desayunar con Malika para iniciar las clases. No me costó volver a quedarme dormida.

El sonido de la puerta me despertó más tarde. No respondí, esperando que quien quiera que sea, se rindiera y se fuera.

Siguió tocando.

—¿Helena? —identifiqué la voz de Alek—. Venga, sé que estás ahí. May dijo que no querías salir.

No respondí.

—Te traje un poco de comida. No te quiero llevar a clases, ¿vale? Yo entiendo... e-es decir... no es como que haya ocurrido algo que entender, porque... porque no ocurrió nada...

Se calló de manera apresurada después de sus torpes palabras. Había dejado claro que el chisme se había corrido como el fuego por toda la escuela.

—Vale, soy idiota. Te dejo la magdalena aquí en el pasillo por si te apete...

Abrí la puerta antes de que terminara la frase.

—Gracias —dije sin levantar el rostro.

Tomé la magdalena.

—Te ves bien.

—Ni siquiera lo intentes... eres el peor mintiendo.

Se encogió de hombros con una media sonrisa.

—¿Puedo pasar?

Escéptica, alcé ambas cejas.

—Sabes que no puedes estar aquí... te costará un acta.

—Si ese es el precio por hacerte sentir mejor, no me parece tan grave.

Sentí los ojos acuosos y me lancé a abrazarlo dejando rodar las lágrimas. Me acarició la espalda en círculos, y carraspeó la garganta.

—Venga Helena, vamos adentro que aquí sí que puede verme tu asesora.

Entramos a la habitación cerrando la puerta. Le conté todo lo sucedido entre sollozos. Él mantenía un semblante tenso y una mirada con recelo, nada propio en mi amigo, el más alegre del grupo.

Cuando terminé la historia, se acomodó las gafas y negó con la cabeza de manera inconforme.

—Eso fue demasiado bajo, hasta para un imbécil del calibre de Hedric.

—Jamás volveré a hablarle, Alek, jamás. Lo juro. Aunque sea lo último que haga.

—Jean es un cobarde.

Di un respingo, porque no estaba para nada de acuerdo con eso. Alek notó de inmediato mi desacuerdo en la mirada, y se adelantó antes de que pudiera decir algo.

—Lo fue Helena... si hubiera sido yo, me hubiera parado a callar a ese bruto de un tortazo. Pero no hizo un carajo.

—Lo más seguro es que no sabía que se trataba de él —defendí.

—Sabía de qué se trataba, por algo corrió a la oficina del director a buscarte...

—No sabemos a qué iba.

—Vale, defiéndelo todo lo que quieras. Pero no te merece, ni como amiga, ni como nada. Es un cobarde.

Chasqueé la lengua. Seguía sin estar de acuerdo.

Alek lucía enojado. No supe qué más decir, y en realidad, ya no quería decir nada.

—¿De verdad no vas a clases hoy?

Negué con la cabeza.

—Yo puedo acompañarte todo el día, si quieres. Así que si Hedric intenta algo, siquiera acercarse, lo mato.

Ahogué una risa.

—¿Qué? Lo digo en serio.

—Alek, te saca una cabeza de altura.

—Mi ego Helena, mi ego... además, es tan delgado que su altura no cuenta. Una de mis piernas es su cadera. Podría usarlo de palillo en los dientes.

Esta vez sí me reí porque tenía razón. Alek no era un chico relleno, sino más bien ancho. Y a pesar de ser el más bajo de los chicos, era el de brazos más gruesos y estructura tosca.

Al imaginarlo peleando me estremecí. No valía la pena una pelea, y ahora que lo razonaba, tampoco valía darle esa importancia.

—Es darle mucha importancia... —dijo Alek, como si acabara de leerme la mente—. No ir a clases también.

—Pues es que es importante...

—¿Vas a darle el gusto a Hedric? Eso era lo que él quería... romperte. Y vas a dejar que gane.

Suspiré con fuerza. Verles las caras era algo que no quería, pero Alek había metido esa espina en mi cabeza que no me dejaría tranquila.

Si lo que quería Hedric era verme mal, no iba a dejar que lo tuviera.

—Vale.

Alek dio un sobresalto impresionado.

—¿De verdad?

—Vale —dije con molestia de tener que repetir la respuesta.

Necesitaba salir rápido de ahí antes de que me arrepintiera.

—¡Genial! Y mira que May no creyó en mí...

Dijo casi inaudible, pero al escucharlo lo fulminé con la mirada.

—Los odio.

Alek cumplió lo que dijo, y al sonar el timbre de cada clase, él ya estaba afuera de mi salón esperando junto a May para llevarme a la siguiente clase. Malika estuvo sentada conmigo todo el tiempo, y cuando escuchábamos que alguien murmuraba algo respecto al tema, ella rápidamente sacaba conversación para que no me diera cuenta. Claro que me di cuenta de todas las veces qué pasó, pero prefería fingir que no.

Mi ánimo empezó a mejorar al darme cuenta de que tenía a los mejores amigos a mi lado, no se habían separado de mí en toda la mañana, eso era lo que debía importarme y me lo estaba repitiendo todas las veces que podía en la cabeza.

La hora de la comida llegó, y sabía que tendría que ver a Jean en el comedor, por lo que los nervios comenzaban a carcomerme por dentro. Tenía ganas de llorar, de tener que humillarme de nuevo, cuando alguien llamó a mi nombre. Me giré y era Hedric, llevaba una magdalena en las manos, y eran las magdalenas que más me gustaban de la cafetería: las de pan de mantequilla con glaseado de limón.

Alek dio un paso al frente alzando el mentón de modo desafiante. Recargué mi mano en su hombro indicando que podía bajar la guardia, que yo me encontraba bien para defenderme a mí misma.

Hedric puso la magdalena frente a mí, y sin verme a los ojos me dijo:

—Te quiero pedir perdón...

Alek y May voltearon a verse sorprendidos, yo también lo estaba. Para nada en todos los escenarios que había imaginado de este día, me plantee una disculpa de su parte. Pero mi enojo era tan grande que me nublaba el juicio, por lo que, sin mirarlo, seguí caminando.

Escuché que me llamó por mi nombre después de un par de pasos dados, pero yo seguí mi curso y mis amigos me siguieron.

Nos sentamos en nuestra mesa habitual.

Vi cuando entraron Jean y Steve junto a Hedric. Steve nos saludó con la mano, Jean apenas volteó a verme, pero se arrepintió al momento que coincidieron nuestras miradas.

Alek murmuró cobarde tan bajo, que preferí hacer como que no lo había escuchado. Hedric pasó de largo directo a la única mesa vacía del lugar.

—Al menos algo bueno salió de todo esto... —dijo Beth, reafirmando que detestaba coincidir con su hermano en las comidas.

Era hora de la clase de violín. Iba caminando confiada para entrar en el aula, pero Inna me detuvo con su mano.

—Señorita Franco, ¿viene a disculparse? Porque de otra manera no va a poder tomar un lugar en mi clase.

—¿Qué? ¿Hedric también va a dar una disculpa, supongo?

—No es de su incumbencia el castigo que haya decidido para el señor Myers.

Sentí las mejillas ardiendo de coraje. Como si el día anterior no hubiera sido demasiado humillante, ahora tenía que disculparme ante toda la clase.

Ni en sueños.

No-oh.

Jamás.

Me di media vuelta para irme.

—Helena, ¿Qué carajo haces? —riñó May.

—No me voy a disculpar May, no si no se lo exigen a Hedric. Él empezó todo, ¿y a mí me castigan?

—¡Que importa! No puedes perderte clases porque si... van a levantarte un acta, y ya tienes una. Solo hazlo, por favor.

Me encogí de hombros restándole importancia a la situación y me fui bufando de ahí.

Una semana pasó exactamente igual. Alek, May y Malika no me dejaban sola, tanto para acompañarme a mis clases, como para rogarme que me disculpara frente a Inna y su estúpida clase.

Hedric trataba de disculparse todos los días con un soborno diferente. Después de la magdalena, fue un pastelito de queso, luego unos chupetines, también unas flores mal cortadas del jardín, y por último unos chocolates, que dudé de donde los había sacado, o si había sobornado de alguna forma a las cocineras del lugar, que parecía ser el único método de convencimiento que conocía.

No me importó. Todas y cada una de las veces, lo ignoré como si fuera un objeto inanimado más del lugar, sin hablarle y mucho menos mirarle.

Jean no me podía retener la mirada más de dos segundos, y había notado un par de veces su incomodidad por mi cercanía. Traté de dirigirle la palabra en más de una ocasión haciendo preguntas de cortesía, esperando su respuesta, pero solo obtuve palabras monosilábicas.

Los tres seguían comiendo en una mesa apartada de la nuestra.

Era un sábado por la mañana, cuando el director Thomas me mandó llamar a su oficina mientras desayunábamos, por lo que todos se percataron del llamado. Me puse de pie indiferente y le seguí el paso.

—Helena, tienes que asistir a clase de Inna el lunes o tendré que levantarte otra acta... Has llegado al límite de inasistencia este ciclo.

—Pero maestro... ella es la que no me deja entrar, quiere que...

Me interrumpió alzando su mano.

—Estoy al tanto de la situación, querida. Y me parece una buena situación perfecta para que demuestres tu valía. Debes trabajar en tus errores sin que los de los demás te importen o te nublen el juicio. Discúlpate ante la clase, demuestra que disculparse es algo que no te cuesta trabajo.

—Pero...

—Yo sé que eres una niña de carácter, Helena. Pero el carácter debe de estar siempre presente, y no solo para las cosas negativas. El ego es algo que no cualquiera puede vencer.

Finalizó su riña guiñandome un ojo.

El director Thomas era un señor de indudable nobleza, todos lo queríamos mucho, especialmente yo. Decepcionarlo era algo casi tan malo como la humillación que había vivido días atrás. Pero el disculparme frente a todos, incluida Angie y su amiga hueca Pam, me carcomía por dentro como un ácido en mi estómago.

Se interrumpieron mis pensamientos por la entrada de alguien a la oficina.

—Maestro... Yo soy quien debe disculparse —dijo Hedric con decisión.

—Niño, esos modales, se toca antes.

—Perdón... pero no podía esperar. Hable con la maestra Inna, y dígale que yo soy quien debe disculparse. Se lo pido por favor. Helena no tuvo la culpa de lo que pasó.

El maestro Thomas nos dedicó una tierna sonrisa llena de cariño.

—Vaya, vaya. Miren quien se está convirtiendo en un caballerito —dijo acomodando sus gafas—. Valoro tu valor Hedric, pero como ya lo había hablado con Helena, ella es la única responsable de sus actos. Tú no tomaste su mano para golpearte a ti mismo, ¿o sí?

Hedric negó inseguro con la cabeza cabizbaja.

—Vale. Entonces entiendes la situación —dirigió su mirada hacia mí—. Y tú también querida. Espero que hagas lo correcto.

Me encogí de hombros y asentí no muy conforme, pero decepcionar al director Thomas me torturaba tanto como disculparme.

—Vale. Entonces vayan a disfrutar del día, chicos.

Me encaminé para volver a la cafetería con mis amigos, pero Hedric me llamó al salir de la oficina. Me giré para verlo, y advertí que Jean estaba a un lado de él. Lo había estado esperando afuera.

—Helena... Por favor perdóname ya. Haré lo que sea... Tus tareas, por un mes, un año. Te daré mis postres, limpiaré tu cuarto... Lo que sea, pero por favor... Perdóname. Quiero que las cosas sean como antes.

Estaba anonadada ante la perseverancia de Hedric. Y a decir verdad, era la primera vez que lo veía tan vulnerable. Sentí un poco de pena por él y el corazón se me ablandó.

Pero mi orgullo a mi juramento de no volverle a hablar fue más grande.

En aquellos días, yo realmente creía que mantener lo que decía era tener unos principios inquebrantables, cuando en realidad, era terquedad y orgullo disfrazados de decisión.

Me di la vuelta para seguir mi camino, ignorándolo una vez más.

—Helena...

Di un sobresalto ante la voz que llevaba varios días sin oír. Escucharlo de nuevo me recordó lo rápido que mi cuerpo se vencía ante él, recorriéndome con una descarga eléctrica y ablandando cada músculo del cuerpo.

Tragué saliva con dificultad y voltee a verlo.

—¿Qué te pasa? —preguntó molesto—. Tú no eres así. ¿No ves que lo intenta?

No supe qué decir. Respiraba con dificultad y de repente me sentí tan vulnerable y avergonzada.

—No hace falta, Jean —añadió Hedric en un hilo.

—Todos cometemos errores, Helena. No podemos sepultar a alguien por un error, y de verdad lo está intentando.

Hedric se notaba nervioso, con la mirada desviada hacia la pared.

—Vaya... Creí que ya no tenías voz... —reclamé sarcástica.

Entornó los ojos. Vi en su mirada divagar la respuesta, y tensar la mandíbula.

—No es como que me llamaras para algo... Te habría respondido.

Alcé las cejas, sorprendida, ya que nunca antes necesité hablarle para esperar que dijera algo. Al parecer, ahora nuestra amistad había pasado de largas conversaciones a solo esperar respuestas de su parte.

Me sentí ofendida, triste. No quise continuar la conversación porque sabía que terminaría llorando. La garganta ya me vibraba, y mis lagrimales también.

—Vale —dije sin levantar la mirada del suelo, con tal de darle la respuesta que quería y terminar esta maldita discusión.

—¿Vale? —preguntó Jean.

—Vale. Pero quiero todos tus postres —amenacé con el dedo a Hedric.

Él me sonrió. Y me di cuenta, que no recordaba haber visto su sonrisa nunca antes.

—¡Claro! Los que quieras.

Me encogí de hombros y me di la vuelta para irme.

—Gracias...—se apresuró a decir—. Por dejarme ser tu amigo.

Di un respingo, y negué con la cabeza.

—No somos amigos, Hedric —dije tajante—. Solo voy a dejar de ignorarte, pero yo no confiaría en ti ni en un millón de años.

Comencé a alejarme cuando recordé algo que dijo minutos antes, y giré medio cuerpo.

—Ah... y las cosas jamás serán como antes.

Hice un énfasis, y a pesar de que se lo dije a Hedric, miraba a Jean, que con su mirada desencajada, me dejó claro que captaba el mensaje.

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