Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25 - Diferencia

(Narra Glenn)

Removí a Siral de la carne del último maldito que había quedado cerca de mí. No podía afirmar con completa seguridad que ya había acabado, a duras penas podía mantener los ojos abiertos. Tuve que parpadear varias veces para diluir un poco el sudor y la sangre que se filtraban por mis pestañas. El equilibrio me falló en ese momento y recargué precipitadamente mi peso en la empuñadura de la katana; me iba de lado. Oteé una vez más el lugar, nada se movía. Obligué a mis piernas a arrastrar mi pesado ser hasta la esquina de la pared en la que Gonzalo se acurrucaba con Hana; Rasnok permanecía de pie justo allí. Me desplomé junto al chico ni bien logré alcanzarlos. Mis alas, tan entumecidas que el sencillo gesto de guardarlas implicaba un cruel suplicio, ocupaban más espacio del que me habría gustado; noté que parte de ellas reposaba en el costado de Gonza cuando éste, disimuladamente, se movió un poco para dejarme lugar. Recosté mi cabeza sobre la superficie fría y algo húmeda de la cerámica.

Un sonido metálico trazó una línea en el piso y lo sentí despegarse lentamente de él. Abrí los ojos lo justo para confirmar mi sospecha: el ángel apuntaba directamente a mi cara, escasos centímetros me separaban del extremo de su espada.

—¿Cuán cobarde podés ser? Realmente te esforzás por superar mis expectativas.

Me sostuvo la mirada, luego a su humano y alrededor.

—¿Qué sucede, Glenn? —inquirió el chico, con la voz temblorosa.

—Me cercioraba de que tu boca aún funcionara —dijo el guía y enfundó el filo.

Un impacto contundente antecedió unas lentas pero fuertes pisadas. El andar se detuvo a corta distancia; no necesité abrir los ojos, la esencia del sol lo delataba. También el chasquido de su pistola al quitarle el seguro; sabía perfectamente dónde la dirigía.

—¿Qué estás haciendo? —bramó el muchacho y me sobresaltó.

Había interpuesto su cuerpo entre el mío y el del exorcista cuando pude levantar mis párpados, mantenía sus brazos extendidos.

—Glenn tiene razón, esto es un acto sumamente cobarde. Apuntás tu arma contra alguien que no puede defenderse en lo absoluto, después de que puso su vida en peligro para protegerme a mí y a mi hermana, para deshacerse de cualquier cantidad de demonios que podrían haber matado a cientos de humanos. ¿Acaso sos tan débil que no podés hacerle frente de otra forma?

—Mi trabajo es eliminarlo, poco me importa qué puedas pensar al respecto.

—Ansgar —intervino Rasnok—, ahora no. Por más que también me encantaría eliminarlo, Dios le asignó una tarea y hoy no hizo más que cumplirla. Si lo matás sin razón, me temo que seas vos quien acabe siendo castigado.

—Puedo soportar cualquier cosa, con tal de tener el placer de borrarlo de la existencia.

—Hoy no, Ansgar, no me hagas volver a repetirlo. Echá un vistazo a este cementerio de demonios, realmente obró a nuestro favor, nada bueno resultará si te dejás llevar.

—Bien —acató resoplando. Guardó el arma, se dio la vuelta y emprendió la marcha hacia la salida.

Gonza se dejó caer de rodillas delante de mí, lanzó un largo suspiro. Precipitadamente, respingó su espalda y se arrojó sobre Hana. Me incorporé lo más rápido que pude y atiné a moverme en su dirección, pero sólo la volvió a tomar entre sus brazos y se recostó contra la pared. Lo maldije internamente, mientras obligaba a mi corazón, respiración y el resto de mis funciones a acompasarse otra vez. La visión se me nubló y un pitido ensordeció mis oídos; sentía el paupérrimo nivel de consciencia abandonarme.

—Ey, Asderel, me debés un enorme favor por esta. Y voy a cobrármelo personalmente...

Fue lo último que escuché, la insoportable voz de Rasnok.

Aún podía sentir cómo intentaban trepar por mis piernas, clavando sus garras como si de ratas se tratase. Se aferraban, rasguñaban, estropeaban. Uno detrás del otro, no importaba que acabara de librarme de una decena, no importaba que hubiera impedido el paso a más de una fila, siempre encontraban la manera de prenderse de mi carne. Entre el ferviente tumulto, mis iris creyeron enfocar una figura más que conocida, entrañable. Estuve a punto de alimentar a Siral con sus vísceras y espíritu, absolutamente confiado de que no podía tratarse más que de una alucinación. Su voz, su cabello, sus facciones y el recuerdo de su contacto me hicieron frenar a tiempo.

—¡Glenn —me gritaba desesperado, pero firme—, por favor escuchame!

—Astis —un siseo escapó de mis labios.

—Tenés que escucharme, no tengo mucho tiempo.

—¿Qué hacés acá? ¿Te volviste loco? —apenas susurré.

Qué grande estaba. Sus vivaces ojos de niño tenían la absoluta determinación y astucia de un muchacho. ¿Cuánto había pasado...?

—No te detengas, no puedo llamar la atención. Fue la única forma que encontré de advertirte —se aferró a los restos de mi remera y habló en voz muy baja—. Confiá en mí. En Gehena están armando pequeños ejércitos para cazarte; se comenta que te aliaste al viejo, que hacés tratos con ángeles y te volviste contra nosotros.

—No es verdad.

—Yo te creo, pero el resto no, cada vez son más los demonios que piensan de la misma forma.

—¿Quién está a cargo?

—...

¿Qué? No podía escucharlo, sus palabras se escurrían de mis recuerdos. ¿Realmente había sucedido o era un conveniente sueño? El sabor amargo de la incredulidad y la confirmación de la sospecha se esparcían a sus anchas, felices de impregnarlo todo.

—Regresá ahora mismo con Flerbor. ¿Cómo voy a saber que estás bien? ¿No te dije, acaso, que nadie podía descubrir tu existencia?

—Que confíes en mí, Glenn, no voy a dejar que nada malo me ocurra. Te lo prometí.

Se deslizó entre mis brazos hasta el suelo; con total pericia se desplazó velozmente entre el tumulto, sin que nadie reparara en él. Me corría la sensación de que no podía permitir que absolutamente ningún posible testigo quedara con vida. Si antes tenía la obligación de asesinar a todo aquel que osara acercarse a Hana, ahora debía exterminarlos a todos.

...

«¿Quién está a cargo?».

...

Conocía el sonido que producía esa palabra al componerse, aquel nombre al recitarse. El rostro de su dueño al surcarse por una vil y falsa sonrisa.

«...». Eso era todo. Mi inconsciente me impedía acceder más allá, protegía al responsable. Cuanta más fuerza hacía para adivinarlo, más se alejaba, más me sentía hundir en la maldita niebla. Más me olvidaba... de la manera correcta de existir.

—¡No!

Un grito que parecía provenir de muy lejos, llegaba a mí luego de atravesar pesadas masas de resistencia. Las vibraciones del sonido eran captadas de a poco y las reconocía como un mandato irrefutable, como un preciado tesoro. Una cara distinta comenzó a dibujarse en la intemperie de mis pensamientos; sus delicados rasgos se compungían recelosos, urgentes, sus labios se movían en silencio.

Abrí los ojos sobresaltado tras sentir en mi piel una presión anhelada.

—¡Glenn! —ese sonido encantador que pronunciaba mi nombre con exquisita desesperación— ¿Estás bien? Por favor, decime algo.

Había vuelto, seguía viva.

—Estoy bien, ya dejá de tironearme —suspiré pesadamente—. Tardaste mucho.

—Lo sé, me parecieron meses, ¿cuánto pasó?

—Ya es bien entrada la noche, supongo. ¿Y? ¿Qué te pareció el viejo? —pregunté con un poco de soberbia, aunque tenía que esforzarme para mantener la visión enfocada en ella.

—Ahora no quiero hablar de eso. Más importante...

Sucedía otra vez, no podía escuchar correctamente. Muy pronto, incluso su imagen se tornó borrosa y dejé de ver.

—... con ellos? ¿Estás segura? —el eco de la voz de Gonzalo brotaba desde alguna parte.

—Ántar está exhausta, pero aún puede volar. Rasnok se ofrece a llevarte.

—Si accede a tomar contacto conmigo, según creo, por primera vez en mi vida, entonces todavía estamos en gran peligro. No pienso abandonarte acá, Glenn ni siquiera puede mantenerse consciente.

—Así que podés verlo.

—Él decidió mostrarse, sigo sin poder ver a mis ángeles.

—Rasnok dice que no percibe demonios cerca, sólo quiere tomar precauciones. Hacele caso, me quedaría más tranquila.

—¿Vos cómo vas a volver?

—No lo sé, quizás lo más conveniente sea que Glenn recupere un poco de fuerzas.

—No hables por mí —intervine cuando me di cuenta de que podía controlar mis funciones.

—¿Podés moverte?

—Puedo llevarnos a casa.

Hana torció el gesto. Seguí el trayecto de sus ojos, escaneaba velozmente mi figura, sus labios componían una melancólica mueca.

—¿Cuán seguro estás de que no vas a desplomarte en el camino?

—No me subestimes —dije bruscamente, intentando ocultar mi incertidumbre.

Cuando me di cuenta de que mis pensamientos flotaban en una nebulosa completamente amorfa, volví a abrir los ojos, cada vez más pesados. Nadie había a mi alrededor, salvo el peso de un cuerpo recostado ligeramente sobre el mío. Se me cortó la respiración cuando la vi a Hana, acurrucada en mi costado, rodeándome con su brazo. Se hallaba profundamente dormida. Su pelo largo, del color del chocolate, se extendía cubriéndole parte del rostro; la temperatura de su piel templaba la mía. Su contacto tranquilizaba mis terminales nerviosas, relajaba mis músculos y reconfortaba mi espíritu. Me maldije tajantemente por sentir todo aquello; estaba hundido hasta el cuello. ¿Eso me hacía feliz, ahora? ¿Cambiaba en algo las cosas? ¿Facilitaba mi decisión? No, sólo me jodía infinitamente más.

La moví suavemente, reaccionó enseguida.

—Hana, vamos a casa —le susurré.

Insistió unos momentos en que debía recuperar, medianamente, el control de mi cuerpo. La tomé sin más, atravesé el techo y salimos al despejado y cálido cielo. El viaje no estuvo libre de ciertos inconvenientes. No iba ni por asomo lo rápido que me hubiese gustado, me costaba un esfuerzo horroroso tanto respirar, como mantener la consciencia, enfocar la visión, ordenarle a mis brazos que sostuvieran el peso, conseguir que mis perjudicadas alas se movieran. Perdí altura unas cuantas veces, lo que llevó a Hana a prenderse de mí y contener los gritos que le siguieron al primero. Me pidió una infinidad de veces que descendiéramos pero no hubo caso, no iba a ceder. Concentré mi absoluta atención en mantener el vuelo a una altura suficiente para no chocar con las casas ni los postes ni los cables en las calles. Luego de seis eternidades, reconocí nuestro ansiado destino. Cada vez se volvía más difícil respirar, ni hablar de lo acelerado del bombear de mi corazón. Focalicé la última gota de cordura en procurarnos atravesar el concreto de la techumbre. Caí de bruces al segundo siguiente, intentando proteger a Hana lo más que me fue posible. No supe si llegamos al suelo. Todo se volvió tan negro, como si hubiese sido tragado por la parte más muerta del abismo en mis alas.

Cuando pude ver algo, fue demasiado tarde. Estaba en un lugar que me era absolutamente familiar, tan acogedor. Notaba en mis brazos y el frente de mi cuerpo la ligera presión de un adorado ser. Tan pequeño, tan indefenso, tan cálido. El cabello de Astis me cosquilleaba el cuello, su respiración en mi pecho, sus costillas se elevaban y descendían tras cada acompasada inhalación y exhalación. Aquello que debía proteger, allí donde debía estar; mi anhelado hogar. Una punzada en mi costado, luego más arriba, también en el otro, en la cara, en las piernas, el estómago, parecía que me estaba incendiando, como si quieran arrancarme la piel.

Reaccioné alarmado cuando sentí que algo atravesó mi carne.

—¿Qué estás haciendo? —dije mientras quité bruscamente la mano de Hana de encima de mí; la sostuve a una prudente distancia.

—Definitivamente no puedo dejarte así, por más inconsciente que estés, te vas a desangrar. Tenés heridas demasiado profundas.

Recién ahí me percaté de que había una aguja clavada en lado izquierdo de mi abdomen.

—Ya van a sanar.

—No lo parece.

—No voy a desangrarme, estás exagerando. Casi ninguna fue causada por un arma de Sol, sólo algunos disparos del maldito exorcista. Un vendaje con buena presión debería bastar.

Devolví su mano a mi cuerpo.

—Por favor, quitame la aguja, realmente no hace falta.

Súbitamente surcó mi memoria el recuerdo de la reciente caída. Atiné a incorporarme, ningún músculo me respondió.

—¿Estás bien? —me había agitado en cuestión de segundos— Perdí la consciencia cuando entramos, ¿te lastimé?

—No me pasó nada..., de alguna forma, quedaste abajo mío. Glenn... me preocupan tus alas —se calló unos momentos; torció el gesto y pareció dudar—. Sinceramente están arruinadas, muy maltrechas, las plumas dejan entrever la carne en algunos sectores, no paran de sangrar.

Suspiré.

—Lo sé, duelen tanto que ya no las siento. Van a tardar un tiempo en recuperarse del todo.

Miré a mi alrededor por primera vez. Había recipientes con agua repartidos por... la habitación de Hana; definitivamente nos encontrábamos allí. El agua de la mayoría era de color rojo; había gasas, vendas, yodo, toallas, plumas negras por donde alcanzaba la vista. Mis heridas estaban limpias, volvían a llenarse de sangre lentamente.

—Siento haberte despertado —dijo ella mientras desclavaba la aguja y cortaba el hilo; presionó el hondo tajo con un apósito—, volvé a dormirte, necesitás descansar.

Casi no hacía falta que me lo pidiera, a duras penas podía mantener esa conversación.

—Voy a vendarte las heridas, primero, te pido que colabores con eso. Luego, sos libre de dormir por el resto de la eternidad.

Y con ayudarla quiso decir que dejara de entorpecer la labor que ya venía desarrollando hasta que mi consciencia la interrumpió. Tuve que moverme un par de veces, pero nada más. Fue bastante rápido, no me sujetó lo suficientemente fuerte, no me quejé. Le supliqué que no tocara mis alas más de lo que ya lo había hecho; eso sí iba a llevar no menos de una hora y yo no tenía tanto tiempo. Nuevamente no supe en qué momento me abandonó el pensamiento y me transportó a otro sitio, esta vez en compañía de nadie, me abracé a la soledad.

Dos ojos de anaranjado fuego me abrasaron y redujeron mi voluntad a cenizas, mas algo había en ellos que era diferente. Desde que volvieron a enfocarme a su regreso, algo estaba roto. Su mirada lo era todo menos franca, recelosos, reflejaban un vacío indisimulable. Eso era lo que me perturbaba, lo que no lograba acallar; Hana había traído con ella la cruel máscara de la insensibilidad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro