Capítulo 24 - Resistir
(Narra Hana)
—Aquí estamos —dijo una voz encantadora.
No podía ver nada, había tanta luz, demasiada para mis retinas. Siendo más justa, debía ser mi alma la que no lo soportaba.
—Aún es demasiada, ¿verdad? Luego de un tiempo te acostumbrarás, pero tenés prisa. Vamos a acelerar un poco las cosas, Hana.
Su voz era de las experiencias más reconfortantes que había tenido en la vida. Un tono femenino y melodioso, extremadamente familiar a mis sentidos. Posó suavemente sus manos sobre mi cara, la sentí en mis mejillas, mis sienes, mis párpados.
—Ya podés abrir los ojos, poco a poco deberían captarlo todo.
Descubrí, entonces, que sí era capaz de controlarlos y pestañeé algunas veces. La luz comenzó a componer figuras cada vez más definidas. Frente a mí, una silueta alta y delgada se contorneaba, sus extremidades eran largas, de tez morena; vestía una túnica ajustada que exponía sus piernas, su rostro era infinitamente bello y plácido, sus labios ligeramente carnosos y el pelo ondulado, negro como la noche. Sus ojos grandes, del color del sol, atraían perturbadoramente la atención del universo. Me sonrió y elevó un poco el mentón, como reclamando la puesta en orden de todas mis ideas.
—Bien, ¿por dónde empezamos?
Ella, una mujer de mediana edad.
—¿Dios? —pregunté y automáticamente me sentí el ser más estúpido de toda la creación.
—Así me dicen.
Wow, wow, wow. Hablando de llegar lejos. Debía relajarme, comenzar por respirar, al menos. ¿Realmente necesitaba el oxígeno allí? ¿Estaba haciendo algo como inhalar y exhalar?
—Hola..., mi nombre es Hana —le tendí la mano—. Aunque eso ya lo sabías.
Había caminado quién sabía cuánto tiempo, me había desprendido de mi cuerpo, había luchado conmigo misma, probablemente Glenn y mi hermano estarían lidiando con decenas de demonios. Todo para que yo tuviera mi audiencia con Dios y me quedaba sin habla, sin una pizca de coherencia. ¡Qué valiente era!
—¿Cuál es... tu plan?
«¿Así sin más? ¿No había más cosas que quisiera preguntar?».
—Me refiero a tu idea para mí, para Glenn, ¿por qué me elegiste?
Vino a mi mente el recuerdo de una de mis primeras charlas con Glenn. Él se reía porque le preguntaba exactamente eso: "¿por qué yo?", y me decía que sólo debía resignarme y aceptarlo. Luego de verbalizarlo sonaba tan injusto el cuestionamiento, con una respuesta tan obvia.
—Porque sos uno de los pocos casos. El egoísta de Glenn cree que sólo se trata de él, no está siendo capaz de ver más allá.
—¿Pocos casos de qué?
—Siempre tan directa, mi dulce Hana. A pesar de tus impulsos, has logrado llegar tan lejos. Volviste una y otra vez, hasta que llegamos a una conclusión que tus últimos recipientes supieron acatar. Y nuevamente te estás torciendo. Sin embargo, adquiriste un conocimiento tal que a tu cuerpo le es difícil contener.
—¿Es alguna especie de prueba de rectitud? Si la paso, voy al cielo y, si no, al infierno, ¿de eso se trata?
—No todo es tan lineal.
—No lo estás negando.
—¿Cambiarías algo? Vamos, Hana, ¿viniste hasta acá sólo por eso?
—¿Por qué estás usándome para castigar a Glenn? ¿Te divierte arruinarme la vida?
—Ahí va mejor, aunque seguís algo tímida —sonrió.
—¿Vas a responderme?
Ella rió como si su pecho se llenara de orgullo.
—Porque no sirve de nada si solo lo traigo conmigo. ¿Acaso te contó por qué lo castigué?
—Se niega a hablar de eso.
—Mentís. Nunca se lo preguntaste y no voy a perder el tiempo con asuntos que él mismo puede responderte.
«¿No lo hice? Algo tan íntimo y relevante, ¿nunca me había interesado?».
—En absoluto —la voz de la mujer, de Dios, interrumpió mis cavilaciones—, nunca te importó saber más allá del por qué lo crucé en tu camino. Es lo que te trajo hasta aquí, incluso.
—¿Cómo debo llamarte? ¿Dios? ¿Ese es tu nombre?
—Ya me hiciste esa pregunta.
—¿Cuál es tu nombre? —inquirí a la defensiva.
—¡Qué fácil es olvidar! También se lo podés preguntar a Asderel.
—Algo me dice que estás evadiendo todas las respuestas. Si vine hasta acá, es porque quiero escucharlo de tu boca.
—¿Cómo te trata ese instinto suicida? —desafió.
—¿Dónde están mis ángeles?
—¿Siquiera recordás sus nombres? —carcajeó.
—¿Cuál es el tuyo?
Estalló en risas; tan fuertes, tan melodiosas y perturbadoras que sentí mi alma deshacerse.
—Abraxas me han nombrado desde el mismo momento de mi concepción, querida Hana. Espero que no vuelvas a olvidarlo o conocerás en carne propia el motivo del castigo de Asderel. Me pregunto si es por tu prisa, que tu espíritu no se acostumbra del todo a la luz y sigue amnésico. Finalmente has concedido quitarte el velo de sombras; decime, ¿cuánto más pensás acobardarte?
—Voy a enfrentarlo.
—Ansío ver de qué forma. Has demostrado que no precisás de mi intervención para arruinar tu vida.
—¿Dónde están mis ángeles?
—Te esperan afuera, te acompañaron hasta acá; aunque me temo que seguirás incapaz de reconocerlos. ¡Cuánto les apena!
—¿Por qué?
—Es parte de la prueba.
—¿Cuál de todas?
—Es una sola, mi preciosa Hana.
«¡Agh!». Respiré hondo, tantas veces como me fue necesario para relajar un poco el ritmo cardíaco. Me senté cruzando las piernas y volví a hacerle frente.
—Es muy cómico ser testigo de todas tus reacciones, te agradezco el momento.
—Comprendo, el castigo de Glenn y mi prueba son la misma cosa, estás matando dos pájaros de un tiro.
—Hablando de eso, tus acciones recientes no estuvieron bien y no percibo ningún tipo de arrepentimiento.
—No estoy segura de que busques precisamente eso.
—¿Qué estoy buscando, entonces? ¿De repente lo tenés claro?
—No lo sé, ¿por qué querías hablar conmigo?
—Vos querías eso.
—Me dejaste llegar hasta acá. ¿Qué planeás, Abraxas?
—Como si fuera a contártelo. Esto no nos está llevado a ningún lado; entiendo que quieras pasar la eternidad a mi lado.
«El viejo no es cómo lo pintan, de verdad podría no dejarte volver».
—Sabias palabras; es por esa astucia que Asderel supo ser el favorito de muchos.
El favorito...
—¿De quién?
—De la creación, en primer lugar; le dio las alas más hermosas, del color del mismo cielo. Incluso ahora siguen siendo magníficas. El segundo lugar fue disputado durante muchísimo tiempo; aunque me animo a decir que, a pesar de todo, aún no se resuelve.
—¿Qué hizo para dejar de ser un ángel?
—Te repito que él mismo puede contártelo con lujo de detalle.
—¿Cómo sé que no va a mentirme?
—No tiene por qué hacerlo, ¿cómo sabés que yo no te miento?
—Puedo ponerlos a prueba.
Nuevamente rió, tan melodiosa y amenazante que me estremeció.
—Es mi turno, ¿a qué le tenés miedo, Hana? Viniste hasta acá porque nuevamente te perturban los rostros de los que van a morir. ¿Todavía no podés con ellos? ¿Te preocupa volver a perderte?
—¿Por qué esa pregunta, si lo sabés todo?
Canturreó ligeramente y me observó complacida.
—¿No fuiste vos quien me dio esta habilidad?
—Para nada, es parte del desarrollo de tu alma, ya te lo dije; el recipiente no puede contenerlo y se filtran ciertos detalles.
—¿Cuándo empezó todo esto? Creí que había olvidado a mis ángeles cuando bloqueé mi capacidad de ver los rostros, pero acabás de decir que era parte de la prueba. Estoy demasiado confundida.
—Ya veo, el problema radica en que creés que todo comenzó cuando Glenn se apareció en tu casa, pero no. Esto inició desde el primer día que lo viste y atrapaste en ese muro, fue el momento en que empezaste a perder el control de tu don. Y tu recipiente era tan pequeño e inocente. ¿No lo recordás? Seguro que Gonza te lo puede explicar muy bien. Mi pobre niño, va a estar tan triste si no lo lográs. ¿Te das una idea de cuánto llevan juntos? Sus almas se eligieron prácticamente al nacer.
—Lo que me decís no me ayuda en nada.
—No pretendo hacerlo.
—¿Qué tiene que ver mi hermano?
—Todo, son almas gemelas.
—¿Cuándo empezó todo?
—¿No te basta con lo que te dije?
—Glenn cree que estuvo algunas semanas atrapado, tiene derecho a saber la verdad.
—¡Cuánta ternura! Ni él debe recordar la última vez que alguien se preocupó así por su persona —volvió a reír—. ¿Qué tanto te importa?
—¡Por el amor de Dios! ¿Bajo esta lógica escudriñás el mundo?
—No pido que entiendas mis métodos.
—¿Cuánto tiempo? —exigí.
—¿Te das cuenta de que tu pregunta está absolutamente ligada a tu humanidad? Tenías cuatro años.
—¿Cuándo olvidé a mis ángeles?
—Ya sabés eso. ¿Se te ofrece algo más?
—¿Sólo estás castigando a Glenn? Me refiero, no es el único que cayó.
—Sólo a él.
Enarqué las cejas, ¿acaso iba a responder lo justo y necesario?
—¿Por qué?
—Porque no lo condené para que disfrutara en Gehena. Tengo mis asuntos personales con él, no sólo me dolió a mí lo que me hizo. Le habría dado el mundo, pero lo traicionó.
—¿A quién? ¿Quién lo consideraba su favorito?
—Mis propios adorados; yo aún debato qué lugar ocupa en mí. ¡Qué noble de tu parte, interesarte tanto por Asderel! Permitime a mí, ahora, hacerte otra pregunta —se acercó e inclinó hasta quedar a mi altura—. ¿Lo querés? ¿Lo odiás? ¿Lo deseás? ¿Le temés? ¿Qué sentimientos te inspira?
Oí un lamento desgarrador a mis espaldas; me incorporé de un salto cuando reconocí la voz de Glenn. No me creía lo que estaba viendo. El demonio pelirrojo era sometido por un grupo de ángeles que lo obligaban a permanecer arrodillado, con la cabeza gacha. Estaba envuelto por esas vendas negras que había llamado Sanctus Dominus y sangraba por todas partes, formando rápidamente un charco a su alrededor; se retorcía.
—¿Qué le estás haciendo? —espeté mientras me acercaba a él. Lo tomé por los hombros, pero se rehusaba a mirarme.
—¿Qué te pasa, viejo de mierda, qué asuntos tenés conmigo? Devolveme a casa, tengo que regresar.
—¿Qué es todo esto? —susurré.
—Dudo que vuelvas en un buen tiempo —canturreó Abraxas.
—¿Dónde está Ningal? Dejame verla.
—¿Ella está acá? —pregunté— ¡Glenn! ¿Qué ocurrió en casa, qué pasó con Gonza?
La sola posibilidad de que le hubieran hecho daño a él también me desesperaba. El demonio seguía sin responderme. Sus ojos recorrían erráticos el espacio, se detenían breves segundos en todos lados, menos en mí.
—Él aún no te conoce —aclaró Abraxas, con sosegada voz.
—Quiero ver a Ningal, viejo. ¿Acaso no me escuchaste? Si me vas a tener acá... ¡Agh!
Su cuerpo se estremeció abruptamente. El sudor que le corría por la frente se mezclaba con su sangre; sombras oscuras surcaban sus ojos, estaba más pálido de lo normal y se notaba el esfuerzo que le suponía respirar. ¿A qué se refería con que aún no me conocía? ¿Era posible que me estuviera mostrando...?
—Parece que tiene asuntos pendientes con la plateada diosa, ¿no es cierto, Hana? ¿No querés saber qué pasó entre ellos? —interrumpió— ¿Y si te digo que Asderel sabe perfectamente quién sos pero, dada su oportunidad, tiene otros apremiantes deseos?
—Luce preocupado, ¿qué le hiciste a Ningal?
—No finjas que no te importa lo que te pregunté. Y no le haría nada a Ningal, aquí no soy justamente el problema. Asderel se metió él solo en un buen lío con Nannar; podría haberlo ayudado, pero el tema de su traición tenía mi atención un tanto ocupada.
—Lo estás torturando...
—Decime, Hana, ¿qué harías si él lastimara a quien más amás? ¿Qué harías para quedarte a Glenn sólo para vos?
Asió mi cuello con ambas manos y comenzó a asfixiarme. Intenté zafarme, absolutamente en vano. Cuánto dolía, la visión se borroneaba y el equilibrio fallaba; al parecer, sí necesitaba el oxígeno allí.
—¿Te cuento un pequeño secreto? Sí te dejé entrar por una razón. Por culpa de nuestro preciado Glenn, mi hijo desapareció. ¿Qué te parece si equilibramos un poco las cosas?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro