Capítulo 22 - Espejo
(Narra Hana)
Había visitado a mis padres, a mis amigos, comido lasagna, helado y bebido cerveza. Estaba saboreando un chocolate, luego de haberme secado el pelo y vestido con mi ropa favorita. Durante esa semana, me había puesto al día con las series que me debía y terminado de leer los libros que había empezado. Dibujé, lo que me propuse y mi inconsciente quiso; la mayoría repetía, en interminables variantes, el ya conocido patrón de sombras despejándose y caras suplicantes oscilando en las ramas de los árboles. Decir que zanjaba mi vida en esos pequeños hábitos hubiese sido una vil crueldad, pero no me animaba a irme sin repetirlos una vez más. Aun así, restaba un pendiente que no sabía si tendría el placer de probar.
Sonó el timbre, debía ser Gonza. El sol matutino entraba por los vidrios de las ventanas y las rendijas de las puertas, rebotaba en el piso y las paredes y lo aclaraba todo un poco más. Una mano tomó la mía mientras agarraba las llaves y me tironeó.
—Sé que dije que iba a ayudarte y lo sostengo —posó su otra mano en mi hombro y me giró ligeramente, obligándome a enfrentarlo—, pero necesito pedirte que no lo hagas. El viejo no es como lo pintan, de verdad podría no dejarte volver.
—Eso lo sé, pero necesito hacer esto. Soy una obstinada de mierda, qué se le va a hacer.
Volvió a tironearme y esta vez me envolvió en un abrazo que me hizo temblar. Si alguien lo hubiera visto desde afuera, podría incluso haberse conmovido por tal dramática escena: un joven preocupado por la imprudencia de la chica, intentando retenerla antes de sufrir su pérdida. Y no. Lo que yo veía era un demonio perturbado y no terminaba de creerme que realmente le importara hasta tal punto. ¿De qué tenía miedo? ¿De acabar su trabajo en la Tierra y ser enviado al cielo? ¿De volver al infierno? ¿De perder la oportunidad de pudrir mi alma y devorarla? ¿Qué quería yo que él sintiera?
—Sí que lo sos —sentenció en un susurro y me alejó.
Torcí el picaporte y abrí la puerta. Gonza ingresó rodeado de luz, las pequeñísimas motas de polvo se iluminaban y resplandecían tranquilamente alrededor, resaltando su mirada ámbar y palideciendo su piel como si se tratara de porcelana. Como siempre, lo flanquearon sus ángeles, rompiendo el encanto que me provocaba su visión. Se lanzó hacia mí antes de que hubiera exhalado el aire que había inhalado; me envolvió en su cuerpo y obligó a mis rodillas a dar contra el suelo.
—No te vayas —se le quebró la voz en el intento—, por favor. ¿Qué voy a hacer si no vuelvo a verte?
—Voy a regresar.
—¿Dónde iría a buscarte? Sos todo lo que me completa, todo lo que necesito.
Sentí el húmedo calor resbalar por la piel de mi cuello, su agarre se hizo más fuerte.
—Gonza, basta...
—No puedo... Hana, de verdad no quiero. Quedate conmigo, vivamos juntos hasta envejecer; puedo ayudarte a luchar contra tu oscuridad, a lidiar con ella. Quiero cuidarte y que puedas ser un poco más feliz. Qué importa lo que otros quieran de nosotros, no le debemos nada a nadie.
—Pero hay alguien que me debe algo a mí y voy a reclamarlo. Hay cosas que quiero saber, lo hago por mí. Voy a estar bien —lo aparté para poder observarlo, para que me mirara—. Y si no llegara a volver, entonces vas a tener que seguir solo.
—No me hagas esto —las lágrimas le caían una tras otra, ya no intentaba disimularlo.
—Vos también sos mi otra mitad y, aun así, somos libres. Sabés muy bien que podés vivir sin mí, aunque te duela. Sólo te pido que no me olvides y que no dejes de amarme, pase lo que pase, porque yo siempre voy a amarte en todas tus formas. Y ahora sí —me sequé los ojos traicioneros—, confiá un poco más en mí, todavía no pienso dejar de molestarte.
Con las rodillas me impulsé hacia arriba, tomé su mano para incorporarlo también. Incliné un poco la cabeza y elevé mi mirada para volver a encararlo.
—Vamos, que me estoy impacientando —intenté sonar jocosa—. ¿Quién va a ser mi guía?
—Ántar; me lo dijo en un sueño —aclaró rápidamente.
Agradecí que fuera ella, hubiera muerto de pura amargura si hubiera sido el odioso de Rasnok.
—Acá no —Glenn se interpuso entre los ángeles y yo, tomándome por el hombro—. La cantidad de energía que va a generarse puede atraer a los demonios que nos buscan, y aún no quiero dejar esta casa.
El frío se hizo dueño de mis extremidades y se implantó en mi pecho.
—¿Podemos escondernos donde no nos encuentren? —la voz me tembló, no contaba con eso.
Se quedó en silencio y esbozó una amarga media sonrisa.
—Si están pendientes de nosotros, no. Y si mis sospechas son ciertas, dondequiera que nos descuidemos, allí van a ir. Aún podés desistir —sonrió completamente, como quien se sabe condenado.
Esta vez fui yo la que no dijo nada. Tantas dudas, tanto miedo que imponían, cada vez menos faltaba para vulnerar mi resolución.
—Bien, llegados a este punto —me rodeó con un brazo, a mi hermano con el otro—, no importa dónde vayamos.
Y saltó. Tan, tan alto que no supe decidir cuándo terminaba el impulso; me di cuenta, en cierto momento, que volábamos. Gonza había ahogado el sobresalto y yo una tenue carcajada; qué incompetentes sus guías si Glenn lo había arrebatado de sus narices más de una vez. Mi otra mitad y yo nos encontrábamos casi acurrucados el uno con el otro; el viento en la cara y el pelo, se colaba por la ropa y llegaba a la piel. Por si no volvía a sentirlo.
Aterrizamos en el comedor de mi antiguo hogar. Sin mesa, ni sillas ni sillones o tazas ni nada que fuese mío, solo una lampara. El vacío dolía, penetraba por los poros y se adhería cual moho, depositando millones de pequeñas partículas contaminadas de nostalgia y anhelo, tejiendo raíces que encadenaban el cuerpo y lo consumían.
—¿Por qué volvemos al lugar del que nos sacaron? Debe ser el primero en la lista.
—No hay nadie ni remotamente cerca de los alrededores. Pero eso no importa, ya te dije que van a encontrarnos donde sea que huyamos.
—¿Y qué vamos a hacer?
Glenn enarcó las cejas, todo su rostro se colmó de suficiencia.
—¿Acaso querés escucharlo de mi boca? ¿Va a cambiar en algo tu decisión? Vamos a esperarlos acá y voy a asesinarlos en masa, no hay más plan que ese.
En ese momento entraron Rasnok y Ántar a la habitación, ambos visiblemente molestos. Yo sentía cómo mis cejas se arrugaban en una inevitable expresión de estupefacción. «¿Vos solo? ¿A cuántos?», quise preguntar, pero preferí ahorrarme el mal trago.
—¿Podemos comenzar? Me complacería enormemente sacarme este tema de encima y no verte nunca más —cortó Rasnok.
—Alejate un poco de ellos y respirá hondo —ordenó Ántar.
«¿Qué? ¿Ya? ¿Tan fácil?».
Intenté hacerle caso, inhalé lo más profundo que pude; exhalé. Inhalé... Exhalé. Logré que al menos mis manos y piernas temblaran un poco menos.
—Esto va a ser rápido —dijo Rasnok, tomándome bruscamente por la frente y llevando su mano a la empuñadura.
Inhalé... Exhalé... Inha...
Mis ojos captaron el inmediato momento en que el ángel me apuñalaba. Dejé de respirar por la violencia del golpe, sentí el filo atravesarme y un grave reclamo de fondo. Me pareció que mis manos alcanzaron mi estómago y el equilibrio me falló. Ántar me enfrentó o eso creí, posó ambos pulgares en mis párpados y presionó. ¿Qué carajo me estaban haciendo? Presionó aún más. ¡Aquello dolía! Mis rodillas golpearon el suelo y me sentí caer... a ningún lado.
Si me hundía o me elevaba no podía decidirlo; no podía ver nada, aún me tomaban por los ojos y sostenían mi cabeza. Algo sentía en todo el cuerpo, una extraña velocidad, un viento fugaz que me despojaba de todo. Se incrementaba, me ahogaba, envolvía y me aplastaba. Hasta que nada más pasó.
...
...
—...
«...».
Debía escuchar algo, debía entender algo. ¿No había más presión? ¿Flotaba? ¿Me hundía? ¿Permanecía? ¿Acaso existía?
...
Sí. Algo había, tironeaba de mí hacia alguna dirección. ¿Por dónde me tomaba? No podría decir cuándo o cómo, pero en cierto momento un zumbido me atravesó el cerebro e hizo eco en todo mi ser. Dibujó formas redondeadas en mi visión hasta que pude encontrar mis ojos y abrirlos, al menos eso quería creer. El contacto se hizo más contundente y algo me frenó, alguna especie de barrera que parecían querer atravesar conmigo. Tanta fuerza dolió y me invitó a pensar que moriría aplastada por pura inercia, hasta que finalmente cedió. Si no me arrancó la piel, entonces la había incendiado. Ardían extremidades que ya no sentía.
—Leith... Hana Leith —susurró una voz en algún lado.
Empecé a ver formas cada vez más definidas y la figura conocida de Ántar.
—¿Estás acá? ¿Podés escucharme?
Tardé un poco en darme cuenta que podía formular mi voz.
—Ántar —dije lentamente, con cierta dificultad.
—¡Bien! Estamos en el mismo plano; ahora, quedate conmigo. No sueltes mi mano.
Sentí que me tironeaban de vuelta, bajé la vista y ahí estaban mis brazos y piernas. Algo dentro se calmó y mis pensamientos se aclararon. Moví el pie derecho y encontré una pequeña resistencia, oí un chapoteo al dar el otro paso. Agua, en todo el piso, no había otra cosa. Tan cristalina como el mismo aire, reflejaba el anaranjado del cielo cual espejo.
...
¿Cielo? ¿Existía un cielo allí? ¿Dónde se suponía que estaba? Había condensaciones parecidas a las nubes que sugerían paisajes por doquier, podía verse a través de ellos al pasar cerca. No supe qué era, pero hubiera jurado que estaba en contacto con mi alma; su calidez reconfortaba, resultaba inmensamente hermosa y nostálgica.
A medida que dejábamos camino atrás el paisaje mutaba: se volvía tormentoso, más nublado, más oscuro, en otros momentos regresaba al suave y calmo crepúsculo. Adónde íbamos no siempre era fácil de recordar. Cuando la noche y el viento incrementaban, las ganas de huir y ocultarse turbaban la memoria; cuando el reflejo de la luz envolvía mi rostro, el anhelo me cegaba. Si no hubiera sido por la mano de Ántar, allí me habría estancado.
Después de mucho o tal vez infinitamente poco, creí divisar algo más que una figura condensada. Pasó tan fugazmente que apenas capté su reflejo. Más seguido que antes los contornos se solidificaban; luego de algunos kilómetros podía verlos parados como si estuvieran al costado de una ruta. Me frené en seco e hice trastabillar a Ántar cuando creí descubrirme desdoblada.
No, no lo estaba imaginando, era yo.
—¡No te acerques! —advirtió contundentemente la guía.
Recién entones noté que había empezado a caminar.
—¿Por qué no? ¿Qué significa que me vea a mí misma?
—Es raro que no lo hayas notado antes, aquí estás por todos lados.
Di un paso más, enfoqué mi atención, había algo ligeramente diferente en ella.
—¿Qué son?
—Tus vidas pasadas, todas forman parte de tu alma.
—¿Por qué no puedo tocarla?
—La perturbarías.
—Ella... Yo... me veo tan en paz.
—Sigamos, Hana, aún nos queda un largo tramo.
—Tengo curiosidad, ¿en qué sentido estamos caminando? ¿Vamos hacia arriba, hacia abajo, en horizontal?
—No existe nada como eso acá, el espacio no está predefinido.
—¿Cómo sabés dónde vamos entonces?
—Porque esa es mi función, siempre encuentro el camino a casa.
Y continuamos, hacia adelante o hacia atrás o quizás nunca nos movimos, pero seguimos. Atravesamos una y otra vez la tormenta y la serenidad, comencé a verme en cada uno de los estadios y llegué a notar un patrón: cada vez, mi otra yo se sentía diferente; cuanto más oscuro y tormentoso era, más perturbada estaba; cuanto más claro el crepúsculo y más ligero el aire, más tranquila se volvía. Si cada una era un fragmento de mi alma en el pasado, ¿entonces, el ambiente reflejaba el estado de esa alma?
Oí un gemido lejano, al instante siguiente me hallaba tumbada en el agua y algo me desgarraba.
—¡Hana, levántate rápido! ¡Hana!
Me habían tomado por la nuca y hundían mi cara en el líquido. No había arena, tierra ni sólido alguno. Abrí los ojos y lo que vi fue el celeste del cielo con alargadas nubes blancas, cúmulos y nimbos. Y mi vida. Como en millares de escenas, toda junta; la mía y la de alguien más, muchas más. Demasiadas historias que no me pertenecían pero conocía, historias encantadoras, felices y de lo más escalofriantes, horrendas. Aquello que había hecho y que me habían hecho, aquello que provoqué y que había recibido. Espeluznante.
¿Ya había dejado de respirar?
No, aún ardía. Devolvieron mi cabeza a la superficie y aspiré tanto aire como pude, por nariz y boca.
—¡Defendete! —creí escuchar la voz grave de Glenn, pero pronto adquirió el timbre de la guía.
Una chica en extremo parecida a mí me rasguñaba el cuello mientras intentaba comprimirlo. ¿Acaso debía golpearme? ¿Debía empujarme, patearme, quitarme de encima? Ese podría ser el momento de ajustar cuentas conmigo misma, salvo por un pequeño detalle: ya lo estaba haciendo. Mi vida pasada le daba su merecido a su yo presente.
—¡Dejá de arruinarme! —me gritaba como si fuera su garganta la que estaba siendo desgarrada— Todo lo que logré hasta ahora, tanto esfuerzo, ¡mirá lo que estás haciendo!
Sus ojos medio anaranjados adquirían un espeluznante brillo rojizo y sus facciones se desfiguraban encolerizadas.
—¡Dejá de arruinarnos! —escuché en estéreo. Otra yo; sus labios un poco más finos, sus manos más afiladas se empeñaban en rasgar mis brazos. Parecía tratar de hundirme de nuevo en el agua.
Empecé a resistirme física y mentalmente a sus reclamos. Ambas señalaban un camino más adelante cuando me regañaban. Estaba muy oscuro y se perfilaba el reflejo de algún relámpago aislado, el sonido del viento nos alcanzaba si prestábamos un poco de atención. Cuando volví la vista, tenía tres más tironeando de mí. Maldición. Sentía el calor húmedo de la sangre recorriendo mi piel —si es que acaso tenía carne y huesos—, tiñendo el agua. Y no importaba cuánto intentara sacármelas de encima, seguían viniendo, me seguían golpeando, rasgando, gritando, reclamando. Mi pasado se creía con el derecho de reprocharme el presente, querían asegurar su futuro; y no era capaz de hacerle frente. Lo que había hecho no podía ser tocado.
—Lo que construimos...
—¡No sigas!
Conque siempre había sido así. Yo, en todas sus formas: las que se habían sacrificado, las que habían vivido en tranquilidad, las que habían sufrido, las que habían seguido el camino a pesar de todo y las que no lo habían logrado. Todas se comportaban igual ante la amenaza, querían destruirme. ¿Qué clase de alma elevada era?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro