Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2 - Manchas

No sabía cómo había llegado allí. Años renegando sobre la hipocresía de la iglesia y el altar era el primer lugar donde se me ocurría esconderme. Me concentré en el imperante silencio del gran espacio vacío, intentando aclarar mi mente y calmar los temblores, convencerme de que había alucinado.

—Dejá de llamarme, mirá lo que lograste —me había dicho hacía no más de una hora—. No pongas esa cara, es realmente molesto.

Se sacudió teatralmente sus ropajes oscuros, esparciendo una nube de polvo. La claridad se colaba por el agujero, ganando cada vez más territorio. Fue imposible apartar la mirada. Lo único que podía pensar era que quería que se robara todo y desapareciera. Sin embargo, el instinto me decía otra cosa, me advertía que debía salir corriendo como fuera.

—Vamos Hana, pronunciá mi nombre, vos me hiciste esto.

Lo que me pedía carecía de sentido.

—Por favor, andate —dije con dificultad—. Llevate todo si querés, pero dejame salir.

—Me temo que no es la codicia lo que me impulsa esta vez —sus ojos grises destellaron y sus labios delinearon la sonrisa cómplice que tanto conocía—. Por desgracia para ambos, fuiste asignada a mí; te compadezco. Te dejo adivinar el porqué, ¿dale?

No me moví; con la rapidez del fluir del aire, cada célula se petrificó.

—Bien, es una lástima que empecemos así, te lo advierto. Vos me trajiste, deberías comportarte como una buena anfitriona. Hace meses me atrapaste en ese muro, me deseaste con más fuerza cada vez y te las ingeniaste para descubrir mi nombre. Finalmente lo pronunciaste despierta. ¿Te gustaron los sueños? Me esforcé para que los gozaras. Y ahora te avergüenza —rió con ganas—. Esto va a ser desopilante. Le agradezco al Hijo su ingenuidad.

Tomó mi rostro y rozó sus labios apenas con los míos; sin apartarse de mi piel, salvó la distancia hasta mi oreja. Me susurró con un cosquilleo.

—Pronunciá mi nombre, Hana.

El ensimismamiento sucumbió ante el temblor. La violencia y el fuego de su voz fueron tal que creí que una grieta iba a partirme al medio.

—Sé que lo sabés —lamió la extensión de mi cuello.

Los espasmos se hacían cada vez más intensos. Era como si algo me desgarrara por dentro y oprimiera mis pulmones, mi estómago y corazón.

—Glenn —escapó de mis labios involuntariamente.

Él se agitó y sus ondas rojo oscuro revolotearon por toda su cabeza. Apretó súbitamente mi cuello. Todo alrededor se alteró, se salió de lugar tras levantarse un viento helado y abrasador a la vez. Los escombros y el polvo volaban. Mi pecho era oprimido por alguna fuerza invisible. Oí golpearse las puertas y ventanas y el estruendo de los muebles cayendo. Comenzó a faltarme el aire. Moví las manos desesperadamente y lo rasguñé por donde pude.

—¡Qué bien se siente! —exclamó eufórico.

Veía todo borroso, las ráfagas de múltiples remolinos taponaban mis oídos. Me soltó. Caí de rodillas y la inercia me desparramó. Glenn me agarró del brazo, levantándome cual trozo de basura.

—No vayas a lastimarte, te necesito viva.

«Viva». Me invadió la adrenalina y me deshice de su mano, corrí precipitadamente hacia la puerta, localicé las llaves entre los escombros y salí sin preguntarme por qué no me había detenido.

Entré en una iglesia que estaba a pocas cuadras de casa. Avanzaba movida por una emoción ciega, dominada por el pánico irracional. ¿Qué era él? ¿Qué tenía que ver conmigo? ¡Había destruido mi casa! Poco a poco, el frío del mármol me serenaba. Veía a un enorme Jesús crucificado alzarse imponente desde mi posición. Mártir de los mártires, suplicaba nuevamente por su ayuda.

—¿Qué hacés acá, nena? ¿Cómo entraste? Largo, que ya va siendo hora de la misa —protestaba una voz chillona y vieja.

¿No que la iglesia albergaba a las almas necesitadas? ¿No pregonaban, acaso, la ayuda al prójimo, al hermano?

—Disculpe —dije todavía temblorosa, saliendo de debajo del altar—. Necesito quedarme, hay alguien que me está amenazando.

—Oh, no mientas —la oscura figura de pelo sangre se materializó a mi lado y me acarició el hombro—. Todavía no llegué a hacer eso, recién me estoy presentando.

—¿Quién te amenaza? —inquirió el cura, frunciendo el ceño.

¿Es que no lo veía?

—Un hombre, entró a mi casa y me está siguiendo.

—¿Entró a tu casa? ¿Solo o lo dejaste? Mirá, nena —exhaló visiblemente irritado—, Dios ayuda a quien lo necesita, si andás metiendo tipos a tu casa, después no te quejes. Las mujeres deberían pensar en sus acciones también. ¿Sabés cuántas vienen como vos a quejarse de lo mismo? Hay que cuidar lo que uno siembra, para no cosechar un disgusto; si no querés que te acose, no le des motivos. Ahora, por favor retirate, hay cosas que hacer.

—Viejo misógino —escupí las palabras con un rencor inmenso. Debí haber esperado una reacción como esa antes de entrar a ese lugar "tan sagrado"—, espero que nunca necesite de una mujer en su vida.

Miré a Glenn con un torbellino de emociones interiores. La duda se apoderó de mí, quizá estaba loca.

—Bueno, Glenn, creo que no existís. Si sólo estás en mi cabeza, no veo por qué debería preocuparme.

Me dolió cuando tragué saliva, vi los moretones en mis brazos, me costaba creer que se trataba de mi imaginación. ¿Cuántas probabilidades había de que me hubiera autolesionado?

—Creeme, no soy una alucinación —rió él—, por mucho que eso te encantaría. Decime, sé que querés darle una lección a este viejo retrógrada, puedo ayudarte. Y convencerte, de paso, de que soy real.

—¿Qué cosa? ¿A quién le hablás?

—Bien, acepto.

El cura profirió un grito ahogado, retrocedió con torpeza, se tropezó y terminó sentado en la sede*.

—Buen día, Horacio, mi nombre es Glenn —hizo una reverencia—. El ascetismo de los curas siempre me pareció una increíble farsa; tiene restos de semen en sus manos. Usted es un sucio, o tal vez olvidó que por ese pasillo está el baño.

—¿Quién sos? —la voz le temblaba.

—Glenn, creí que se lo había dicho.

—¿De dónde saliste?

Se llevó la mano al mentón y caviló unos momentos.

—Es una larga historia, me da pereza contársela a usted. Siempre he dicho que son una vergüenza, no es de mi agrado alargar esta conversación mucho más.

Avanzó hacia la silla principal.

—¡Alejate, cosa del demonio! Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre... —una y otra vez se persignó.

—¡Viste que sabés de dónde vengo! —Glenn rió audiblemente— Le pido que, por favor, no se mueva mucho.

—¡No! ¿Qué hacés? ¡¡¡No!!! ¡Ayuda! Hacé algo —me miraba con los ojos desorbitados.

Glenn lo tomó por la cabeza y lo levantó. La cara del hombre se volvía más y más roja. En el aire, le bajó los pantalones, tomó su miembro y lo arrancó de cuajo. El grito del cura me hirió los tímpanos. Lo volvió a sentar, colocando el falo en su regazo. La sangre empezó a inundar el suelo a su alrededor. El demonio —ya no cabía duda— hundió su dedo en la piel de la frente del anciano, éste chilló aún peor, desgarrando toda voluntad. Finalmente completó el dibujo de una cruz con la figura de Cristo en ella. Dejó de aullar. La cabeza era de un bordó impecable; tenía la boca abierta y le chorreaba la sangre. No se movía.

—Voy a tener que desinfectarme la mano, me da asco tenerla puesta —Glenn miraba su extremidad gravemente. Se le prendió fuego, las llamas azuladas—. ¿Debería metérselo en la boca? No, mejor no, no quiero volver a tocar eso.

—¿Qué hiciste? —pregunté sin apenas mover los labios.

—Una cuarta parte de lo que se merece. Lo maté rápido porque no quise darte mucha impresión. ¿Vamos a casa? Me gustaría usar tu bañera.

—Vos y yo no vamos a ningún lado. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡Mataste a un cura!

—Sobre eso, te recomiendo que vengas conmigo o te van a involucrar.

—¿Cómo es que aún no vino nadie después de semejante escándalo?

—Sos un poco lenta, pero te entiendo. Nadie sabe lo que pasó, yo sellé el lugar. Cuando me vaya, voy a quitar el sello para que encuentren el cuerpo. No hay rastros tuyos, tranquila. Ahora, ¿nos vamos?

¿Cuántas opciones tenía? Accedí a regañadientes.

—¡Ah! Lo olvidaba, esto cuenta como un favor personal que se irá anotando a tu lista. Tené cuidado con lo que deseás.

Entramos por el agujero del techo; me soltó sin miramientos a unos metros del suelo. Afortunadamente, mis reflejos habían vuelto y caí de cuclillas. Caminé hacia el comedor, conteniendo el nudo en la garganta a medida que esquivaba los escombros y sorteaba ramas de árboles. ¿De dónde habían salido? Los muebles estaban volcados en su mayoría, sólo uno se apoyaba contra la esquina de la pared. Los platos y vasos, en pedazos dispersos. La cafetera la levanté del otro extremo de la cocina. El reloj de pared que me había relegado mi madre, tenía el vidrio destrozado. ¡Y la heladera! Ubiqué una silla, la puse de pie frente a la mesa y me desplomé en ella. Hundí la cara en el hueco de mis brazos, esforzándome por no liberar el grito infernal que crecía en mis entrañas. Me entraron ganas de seguir destrozándolo todo. ¿Cuánto iba a costarme aquello?

—Arreglame el techo —exigí—. Estoy segura de que podés hacerlo.

—¿Me estás pidiendo otro favor?

—¿Favor? ¿Quién te mandó a entrar así? ¿Querías presentarte? ¡Estaba abriendo la puerta!

Glenn desvió la mirada, compuso un gesto de asco.

—Todo favor que te haga tiene un precio.

—No, no, no —reí sarcásticamente—. Esto es culpa tuya, me lo debés.

Se dio la vuelta, observó el lugar. No dijo nada.

—Andate.

—Quiero usar tu baño.

—Seguro conseguís otro. Fuera de mi casa, tengo demasiado que hacer —«Y tenerte acá me desespera».

—De acuerdo —me tomó por el mentón y elevó mi rostro—. Muy pronto, vos sola vas a pedirme que me quede; vas a desearlo —susurró.

Rodeó mi cintura, acercó nuestros cuerpos. Acarició mi mejilla y me tomó por la nuca.

—Esto va por cuenta mía —habló sobre mi boca.

Sus labios abrieron los míos, se movieron con delicadeza. Me estrechó contra él con cierta dulzura, algo en mí se agitó. Sentí la brisa entremezclarse con mi pelo y entre mis ropas. Tan agradable. Había un ligero aroma a pasto recién cortado. ¿Por qué me estaba dejando besar por él, en primer lugar?

—Esto va a gustarme —dijo con una gran e indescifrable sonrisa cuando se apartó unos centímetros.

Me deshice de su agarre y observé incrédula el comedor. Todo en su lugar, incluso el vidrio del reloj. Tras la isla, la heladera volvía a estar de pie, su puerta colocada, los cajones adentro. Le agradecí, no muy convencida de estarlo.

—Me gustaría estar sola y pensar. ¿Podés irte?, por favor.

—Claro —rió y me guiñó un ojo—. Pero que no puedas verme, no significa que no esté, no lo olvides.

Y se desvaneció.

Recorrí mi casa de punta a punta. Ni siquiera había polvo. Lo siguiente que hice fue encerrarme en el baño. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Quién carajo era Glenn? ¿Cómo era posible que yo supiera su nombre como si se tratara de una verdad absoluta? Temblaba tanto que abrir la ducha fue una tarea colosal. Su aura le provocaba a mi cuerpo la desesperada necesidad de huir. Haber utilizado tanta energía en mantener la compostura me había dejado exhausta. La sal se filtró por mis labios, mezclándose con el agua dulce de la ducha; no pude retenerlas por más tiempo. Había presenciado el asesinato de un hombre y no había hecho nada para detenerlo. Una gran parte de mí no sólo lo deseaba sino que quería ver más. Hizo fuego con sus manos, me había traído a casa en un parpadeo, había desaparecido. ¿Qué era? Observé los moretones en mis brazos, descubrí más en mis costillas. ¿Cómo podía asegurarme que no estaba imaginando todo? Si al menos el agujero del techo permaneciera, tendría alguna prueba. Ni siquiera eso. Sí, perfectamente podría haberme lastimado sola, nada me lo impedía. «Que no puedas verme, no significa que no esté». Maldito. ¿Quería decir que podía verme? La idea de que estuviera conmigo en el baño en ese momento se me antojó espeluznante. Me envolví en la toalla y salí enseguida.

¡El trabajo! Nunca llegué. Maldición, tenía que idear algo. ¿Cuánto había pasado ya? Me senté a la mesa con pesadez y prendí la tele. Encontré inmediatamente lo que buscaba, sin esfuerzo. «Monstruoso asesinato a un cura», titulaba el zócalo del noticiero. Móvil directo desde el lugar. Hablaba una monja que no paraba de llorar.

—... —tuve que concentrarme para entender qué decía—... on nadie. N-no, no, no me explico.

—¿Fue usted la que encontró el cuerpo? ¿Cómo fue?

—Que sí, ya le dije a la policía lo mismo. Ahora se lo llevaron. Era casi la hora de la misa y no lo encontraba por ningún lado. Cuando entré a la iglesia, lo vi desvanecido en la sede episcopal, había tanta sangre... —la monja se tapó la boca y siguió llorando.

—Una de las hipótesis que maneja la policía es que podría ser un ajuste de cuentas, por el estado del cuerpo.

—Que él no tenía problemas con nadie.

—¿Es cierto que tenía una cruz dibuj...

—Ya basta, no diga eso. No sabemos quién fue, la policía no encuentra rastros de nadie, es lo único que me dijeron.

Cada vez tenía que hacer más fuerza para captar algo. ¡El trabajo! Marqué el número antes de olvidarlo de nuevo. Carla me atendió enseguida.

—Lamento no haber llamado antes... no me siento bien.

—Lo noto, te escucho terrible, Hana. ¿Qué tenés?

—Siento como si me estuvieran robando la energía.

—¿Comiste?

—Aún no —la vista comenzó a nublarse.

—Procurá hacerlo entonces, después acostate. Paso a visitarte cuando salga.

—No hace falta, Carla. Sólo avisale a Esteban que no estoy bien.

—Eso ya está resuelto. Acá Fede me dice que él también va a ir. Más te vale abrirnos.

—Bien —suspiré.

Pude cortar cuando logré convencerla de que haría todo por mejorarme... si podía moverme. ¿Acaso se debía a todo el estrés que había pasado? El cuerpo me pesaba; cada vez costaba más mantener los párpados abiertos. Fui cayendo, más hondo y lento. No distinguía si todo era blanco o estaba obnubilada. ¿Flotaba? Oía la melodiosa y relajante voz de una mujer arrullarme. Giré sobre mí misma; mis pies buscaron el suelo instintivamente. A lo lejos divisé un pequeñísimo punto negro. Lo único, además de mí, en medio de la nada. No dudé. Perdí la noción del tiempo y la distancia; el puntito se iba volviendo mancha. Cada vez más grande, hasta que noté la bruma roja. A medida que me acercaba, distinguía las vendas que lo cubrían, su pálida piel, el lunar sobre su boca. Ese rostro que tan bien conocía. Abrazaba sus rodillas, tenía el mentón apoyado en ellas y la mirada gacha. Me incliné frente a él. Lucía tan triste.

—Fuiste vos, ¿verdad? —hablé muy bajito, me daba miedo romper tal sofocante silencio.

Sus ojos grises me enfocaron, acuosos. Tan frágil.

—Tenía que traerte.

—¿Adónde?

—Tu cabeza. ¿Dónde creés que estamos?

Me sentí insultada.

—¿Se supone que estoy soñando?

—Así era como nos veíamos, ¿ya lo olvidaste?

—¿Por qué estás acá?

—Decí mi nombre, Hana —susurró con voz rota.

Me invadió el pánico... y la urgencia. Luché contra el impulso.

—¿Por qué?

—Necesito escucharlo, por favor.

Su figura se hacía más y más tenue. El blanco se comía el espacio. Estiré la mano, él la tomó con apremio. Estaba helado. Poco a poco mis fuerzas retornaban. El gris, apagado y suplicante.

—Llamá mi nombre.

Mis labios se entreabrieron, la lengua quería moverse, el diafragma se agitó, las cuerdas vocales se incendiaron. La gravedad oprimía mi pecho y el aire se me escapaba.

—Glenn —deslicé lentamente.

El peso del mundo se descargó sobre mí. Su pelo ardió y el rojo rodeó la ceniza de sus ojos. Esbozó una sonrisa insinuante y malévola. Se me tiró encima y besó mi pecho. Me sacó la toalla. Entonces sentí el frío del suelo, vi el techo de mi casa, el reloj de la pared, su cuerpo contra el mío. Y... dos grandes manchas de oscuridad detrás de su espalda.

----------------------------------------

*Es la silla más grande que está en el presbiterio (espacio que precede al altar mayor). En ella se sienta quien preside la celebración de la misa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro