Capítulo 17 - Evanescente
(Narra Hana)
No sentí nada más que el ligero roce de sus labios en la comisura de los míos. Cerré los ojos por instinto, intentando controlar los espasmos involuntarios. Cuando volví a abrirlos, seguía en mi cuarto; Glenn en frente, apoyando su palma en mi mejilla.
—¿Hiciste algo? —pregunté.
—Estoy en tu mente, acabo de crear un sueño para vos.
Recién entonces noté que la sangre se había ido, sus ropas estaban sanas y sus alas escondidas.
—Bien, ¿de qué querés hablar?
Lo que más me apremiaba era descubrir cómo funcionaba eso de meterse en mi cabeza. Aterrador, ni siquiera era capaz de darme cuenta.
—¿Qué es lo que hiciste? ¿Por qué nos persiguen?
—Me acusan de traición, creen que me uní al viejo, quieren vengarse y limpiarme.
—Se equivocan...
—No es como si les interesara una explicación de mi parte.
—¿No hay otra forma, sólo huir? ¿No podemos enfrentarlos?
Él torció el gesto y se encogió de hombros, negó con la cabeza.
—Puedo encargarme de varias decenas, pero lo más probable es que vengan a atacarnos cientos. No podemos correr el riego de que nos atrapen acá.
—Estás diciendo que preferís escapar incluso antes de saber cuántos pueden ser nuestros enemigos —solté incrédula.
—No puedo arriesgarme a que te maten, Hana, mi obligación es protegerte. Por mucho que sepas defenderte, no podés hacer nada si se trata de demonios. Entonces, no sólo debo luchar por mi vida, sino que debo dividir mi atención para cuidar la tuya. Más nos conviene irnos antes que probar cómo nos matan —dijo casi agresivo. Exhaló todo el aire y relajó los hombros—. Además, necesito descansar, si nos atacan ahora nuestras posibilidades se reducen. Y no te lo estoy consultando, nos vamos de acá ahora mismo.
Quise oponerme, contradecirlo, pero bien sabía que era inútil. Por más que odiara admitirlo, Glenn tenía razón.
Los rostros.
Otra vez. Volvían por mí. Me gritaban desde la calle, zamarreaban mi puerta, querían que los mirara, que los descubriera. Eran las sombras, ellas querían irse, querían mostrármelo. Y yo no. Y lo sabía, lo había sabido desde que gritaron que yo tenía la culpa.
«No sigas, no les hagas caso».
«Do we need it? Do we see it? Is it really there?».
La habitación era iluminada por una luz tenue, más baja que la real, ese detalle acababa de llegar a mi cerebro. El placard estaba en su lugar, igual que la mesa de luz y la ropa en la silla junto a mi escritorio. En el piso, el piyama medio sudado que me había cambiado antes de acostarme en los brazos de mi hermano, ya sin fuerzas. No había más que el silencio de nuestras respiraciones y el tironeo de la verdad si le daba la oportunidad.
«1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23»...
—Hana, vos... ¿Acaso vos..., vos sabías...
—Nada, yo no sabía nada, yo no sé nada.
Me miró con el ceño fruncido eternos segundos, como si estuviera tratando de descifrar dónde iba un demonio cuando moría.
—Bien —continuó—, ahora que llegamos a un acuerdo...
—Yo no dije nada —lo interrumpí.
—No hace falta, estoy en tu mente, unido a tu alma, sé muy bien todo lo que pensás y sentís.
Una descarga eléctrica se apoderó de mí, haciéndome temblar, llevándome lejos de mis tinieblas. Confirmar que esa situación era peor que estar desnuda era de lo más desagradable. Mentir, cuidar mis pensamientos, no era una opción.
Glenn se acercó y volvió a posar su mano en mi mejilla. Patético, mi pulso se descontroló y se me erizó la piel. Deseé tocar su cuerpo y lo lamenté; sabía muy bien lo que hacía, se estaba cerciorando de que yo lo deseara. Maldito. Que me provocara eso y encima lo supiera.
—Es divertido —susurró.
—No, no lo es.
—Decilo, quiero escucharlo de tus labios.
Dudé. No, no era una opción.
—¿Esto es real? —aventuré casi tímida— Porque se siente como si lo fuera.
—Por supuesto que lo es. Ya te lo había dicho, que suceda en tu mente no lo hace menos verdadero.
—Pero este no es mi cuerpo, ¿o sí?
—Es tu esencia, tu alma, estoy tocando tu más primigenio ser.
Cada vez más nerviosa. Su mano recorría la extensión de mi piel, acariciaba mi hombro y descendía por el brazo. Intentaba contener mi respiración, las ganas de tenerlo más cerca.
—No es lo mismo —musité.
—¿Acaso querés...
—¿Qué voy a hacer con mi hermano? —decidí que lo mejor sería ir por el siguiente tema más apremiante— ¿Qué le digo? ¿Cómo lo saco de acá?
—No voy a obligarte a mentirle.
—Como si te importara —se me escapó.
—Eso es cierto —sonrió con soberbia—, pero él no parece estúpido y acaba de encontrarse con tres cadáveres en tu entrada.
Mis dedos se extendieron hasta alcanzar su arrogante figura. Inexplicable; una a una mis fibras se relajaron. Vi el rojo en mi mano, en mis brazos, en él. Sus alas volvían a aparecer, la negrura visiblemente herida. La luz de la habitación parpadeó y todo alrededor tembló. Las ropas del demonio comenzaron a rasgarse; su aspecto agotado, asomaban ojeras debajo del gris de sus ojos. Durante un segundo todo se borró y perdí el equilibrio, algo parecía querer arrastrarme. Me incorporé como pude y me aferré a los brazos de Glenn. La fuerza que me tironeaba era cada vez más irresistible, fundía mis rodillas con el suelo.
—¿Qué está pasando?
Lo miré apremiante, él me sostuvo.
—Te estás despertando —habló muy tranquilo.
Noté el horror surcar mis facciones, quise acercarme, buscar el lugar seguro. ¿Desde cuándo despertar se había vuelto tan aterrador? Me estaban tragando, la gravedad quería devorarme, alejarme de Glenn. Él se agachó y acarició mi cabeza, me sonrió.
—Tranquila. Sólo abrí los ojos.
Me soltó.
La boca oscura me engulló sin piedad y me arrojó al abismo. Quería gritar, pero no podía; agarrarme de lo que fuera, pero nada había. No pude evitarlo, sencillamente me rompí. El impacto fue demasiado, dolió, la consciencia comenzó a abandonarme. ¿Qué habría sido primero? ¿Los huesos, la cabeza, tendría el cerebro contenido en mi cráneo? ¿Por qué me soltó? ¿No se jactaba de que debía protegerme? Mentiroso. Se había deshecho de mí, me había abandonado, ya no tendría problemas. Morirían conmigo. Eso fue peor que un azote, me dolió más que el cuerpo..., antes de apagarme.
Fui sacudida. Los gritos penetraban por mis oídos y los perforaban, resquebrajaban la paz de la inconsciencia. Trabajan en conjunto con las sombras para velar un rostro que, estaba segura, era el mío. Mi nombre, eso aullaban. Como un terremoto machacando mis restos maltrechos, otra fuerza me obligó a abrir los ojos, enfrentarme al pesar de la consciencia. Dos fuegos me observaban, un espejo de mí misma; me apremiaba, demandaba. La luz me ofuscaba, parecía un ciego enfrentando su primer amanecer. Algo me dolía en el alma.
—¡Hana!
Me había abandonado...
«Enjoy the fall».
Mi cuerpo se sobresaltó, era difícil asumir que yo lo controlaba.
—Estás cubierta de sangre... —musitó— ¿Estás herida? —comenzó a revisar mis extremidades, el cuello, el rostro, la cabeza, el abdomen— Explicame qué es todo esto. ¿Por qué hay pedazos de cadáveres en el vestíbulo? ¿Por qué todo está lleno de sangre? ¿Por qué hay un camino de sangre que termina a los pies de tu cama? ¿Qué pasó allá después de que bajamos? ¡Desapareciste! —su tono adquiría un tinte cada vez más urgente— ¿Qué pasó con nuestros ángeles? No te atrevas a mentirme. Había una concentración espantosa de oscuridad en la entrada.
Reconocí mi cuarto, mi cama, a Gonzalo, mis cosas, el piso, el techo, mis brazos. Mi cabeza sana, los huesos en el lugar. Vivía.
—Despacio... Te lo voy a contar todo, sólo dame un segundo.
Me había despertado, ahora y antes. Era él quien constantemente parecía obligarme a enfrentar la retirada del velo. Me había arrancado del profundo confort de su contacto porque aseguraba que algo estaba sucediendo en mi casa; me había arrancado para que presenciara el derrumbe de las sombras.
Me palpé las piernas, el estómago, el cuello; seguía luchando contra el sabor amargo. ¿Por dónde empezar?
«Can we face it? Can we shape it? Can we really die?».
Tomé aire, valor, lo largué.
—Mis ángeles no están, fueron reemplazados por un demonio.
El pánico desfiguró momentáneamente sus delicados rasgos; la incredulidad, el estupor.
—¿Me estás diciendo que en este momento hay un demonio con nosotros? —espetó casi iracundo— ¡Qué fue lo que hiciste, Hana!
—Fue Dios, yo no tengo nada que ver — repuse a la defensiva—. Él lo castigó, lo asignó como mi guía y reemplazó a mis ángeles hace meses. Fue cosa suya.
—No lo entiendo...
—Esos cadáveres —empecé.
—Los chicos que corrí de tu puerta hace horas —me interrumpió.
—Los mismos. Estaban poseídos por demonios que buscaban a Glenn.
—¿Así se llama?
Asentí. El ángel entró cargando en brazos a la guía y se colocó detrás de mi hermano.
—Lo acusan de traición, piensan que se vendió a Dios y ahora nos persiguen. A mi también, quieren castigarme. Debemos irnos de acá, no pueden encontrarnos.
Mi visión volvió a oscurecerse por unos segundos, más árboles tupidos de sombra me cercaron. En sus ramas colgaban cabezas difuminadas, veladas. Veía sus cabellos, las formas, facciones poco definidas. Cada vez más claro.
«1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15»...
«I am watching resurrection start to crawl».
«16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30»...
—¿Qué estás diciendo?
—Esos chicos eran carnadas —volví a respirar—; nos encontraron y saben dónde estamos. Tus ángeles están bien, de hecho, acaban de entrar. Intentaron impedir que Glenn matara a los posesos y se enfrentaron entre ellos.
—No lo justifiques —bramó el ángel—. ¡Mirá cómo dejó a Ántar!
La guardiana estaba consciente y me miraba, pero ningún gesto se escapaba de su cara.
—Toda esa sangre... Eso que sentí entonces... ¿Estás diciendo que tu demonio casi mata a mis ángeles?
—¿Desde cuándo sacás conclusiones tan apresuradas? Glenn también está herido.
—Debería morir —espetó el guía.
—¡Ya cerrá tu puta boca! —le grité yo.
—¿A mí? —preguntó Gonza entre incrédulo y ofendido.
—Le estoy hablando a tu ángel. Esto es un lío —me desplomé en la cama y sostuve mi cabeza entre las manos, presionando las sienes.
En las ramas, los rostros cada vez menos difusos. Querían que los mirara a los ojos; esos agujeros tan vacíos que parecían conducir a la nada, al infinito. Ni siquiera el infierno debía de ser tan oscuro, tan muerto.
«31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45».
«Just close your eyes».
«46, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 60».
Suspiré; un nudo de frustración formándose en mi garganta. Esto no estaba funcionando, sentía mi vida cargase triplicada en los hombros. Lentamente, un peso distinto comenzó a rodearme. Muy pronto mi cuerpo fue apresado por un par de brazos, una exhalación cerca de mi mejilla; un contacto que odiaba admitir reconfortante.
—No te abandoné —susurró en mi oído.
«Enjoy the fall».
—No entiendo cómo te dejás tocar por él.
—¿Cuáles son sus nombres, Glenn?
—Rasnok y Ántar.
—Podés preguntármelo directamente a mí —siseó Rasnok.
—No confío en ustedes.
—¿Le estás hablando a mi ángel?
—Sí.
—Yo sé sus nombres, fuiste vos la que nos presentó cuando éramos niños.
—Por alguna razón mi mente los bloquea.
—Se llaman Rasnok y Ántar.
—¿Sabés el nombre de los míos? —-inquirí con urgencia.
Gonza lo pensó, Rasnok rió.
—Lo sabía, tanto como el mío o el tuyo. Pero no están —dio unos pasos hacia atrás, hasta chocar su espalda contra la pared—, es como si se hubiesen borrado.
—Ustedes saben algo, Rasnok, hablá.
—A mí no me das órdenes. Al final no pudiste cambiar nada, sería mejor que progresivamente tu hermano se olvidara de vos también.
Mejor sería dejar el tema ahí. Me puse de pie, tomé una mochila y empecé a guardar ropa mía y de Glenn.
—Como sea, tenemos que irnos, Gonza.
—¿Vas a irte con Glenn? Si es así, entonces voy con ustedes, no pienso dejarte sola.
—Y yo no pienso dejarte acá, pero hace meses que estoy sola con él y sigo viva.
—No me refiero a eso; nuevamente hay oscuridad en vos.
Otra vez con eso. Odiaba ese lado suyo extremadamente perceptivo, odiaba que me leyera tan fácil, odiaba confirmar lo que me venía atormentando.
—Tus ángeles no te quieren cerca de mí —le dije y de inmediato enfrenté a Rasnok—. Imagino que lo van a sacar de acá, ¿verdad? ¿O vas a seguir cargando a la guía?
—No podemos interferir de esa forma en su vida, así como hace tu demonio —fue su fría respuesta.
«Mí demonio», sonreí abiertamente ante esa idea. Estaba convencida de que Glenn preferiría amputarse sus alas antes de someterse a mí.
—Entiendo —fui hasta al baño a agarrar los cepillos de dientes, desodorantes, shampoo y acondicionador—. Tus ángeles dicen que prefieren dejarte acá para ser comida de espectros antes que intervenir y tomar contacto con vos —dije mientras ubiqué el armatoste de la mochila en mis hombros.
Salvé los escasos pasos que nos separaban y lo abracé con fuerza, casi enredando mi cuerpo al suyo.
—Glenn —ordené.
Tan pronto como mis labios delinearon su nombre, la oscuridad y el viento nos devoraron. La velocidad recorrió todo lo largo de mi ser; surcaba el vasto cielo cuando abrí los ojos, que lagrimeaban de a ratos por el viento. De vez en vez, era salpicada por gotitas rojas.
—¿Es así de fácil? —suspiró mi hermano— ¿Los demonios te encuentran y te dejan escapar como si nada?
—Eso espero. ¿Vos estás bien, Glenn?
—Sí, estoy aprovechando que las heridas no sanan para dejar mi rastro por todas partes. Cuando lo crea conveniente, bajo a dejar a tu hermano.
—De acuerdo.
—Mejor no te digo lo loco que es todo esto —continuó Gonza—. ¡Estoy volando! ¡Y no tengo idea de cómo!
Reí con júbilo, con verdadero gozo despreocupado, ya no recordaba la última vez que lo había hecho. La adrenalina de la velocidad y el vértigo en el espacio era más efectiva que cualquier borrachera. La brisa nocturna se filtraba en mi sistema, perfumándolo todo de humedad y nubes. Las atravesábamos, el rocío se depositaba en nuestros poros, inundaba mis fosas nasales; la calidez de la noche primaveral volvía a cobijarnos cuando el manto nos devolvía al exterior.
—Claro —dije cuando pude controlar la risa—, vos no podés ver a Glenn.
—No, pero me está manchando con su sangre y eso me confunde.
—Es porque deja de ser parte de mí cuerpo y entra en contacto con el suyo.
—Glenn dice que es porque su sangre deja de estar en su cuerpo y entra en contacto con el tuyo.
Gonza me miró unos momentos.
—Hana, sé que no vas a dejar que me quede tu lado, así que sólo te voy a pedir una cosa. No me alejes, no me dejes atrás. Literalmente sos todo lo que me hace falta, todo lo que me completa. Sin vos soy solo la mitad de un cascarón vacío. Involucrame todo lo que necesites y no te arrepientas de nada.
—Si algo llegara a pasarte por mi culpa, no podría perdonarme.
—Dejate de frases hechas, vos harías exactamente lo mismo que yo.
—Algo le pasa y vamos a hacer que te arrepientas por toda la eternidad —vociferó Rasnok a varios metros de distancia.
Glenn comenzó a aminorar la altura y velocidad; paulatinamente descendió.
—¿Sabés llegar desde acá?
—Por supuesto, voy en colectivo.
—Perfecto —enfrenté a sus ángeles—. Imagino que van a protegerlo; si tienen que intervenir, lo hacen; si tienen que tocarlo, lo tocan. Déjense de estupideces. Algo le pasa y les juro que voy a hacer que se arrepientan por toda la eternidad.
—Me pregunto qué te hicieron para que te enojaras tanto con ellos —sonrió—. Te aviso cuando llego y te llamo cualquier cosa.
—Por favor.
Ni bien mi hermano se subió al colectivo, Glenn volvió a tomarme y reanudar la carrera por el firmamento. Por momentos, debía obligarme a repetir la secuencia numérica, cerrar los ojos con fuerza para no caer en mi perdición. Me alejaba, sin embrago, no sabía si alegrarme o espantarme, una perdición distinta me ayudaba a no pensar.
«Is there any chance in hell? Any chance at all?».
El demonio dio unas cuantas vueltas más, se paró en distintos techos y calles y terminamos en una habitación del Hilton en Puerto Madero. Se dio el lujo de elegir una con cama doble y baño espacioso.
—Durante nuestra estadía aquí, tu nombre es Josefina Rosenthal, sos quien hizo la reserva.
—Esto es innecesario.
—No puedo acondicionar una casa y mudar tus cosas en mi estado actual. Si debo recuperarme, que sea en un lugar medianamente decente. Andá a ducharte así comemos algo.
Los cortes en sus brazos, sus plumas maltrechas, el aspecto cansado; su figura andrajosa desentonaba por completo con el brillo y fausto del lugar.
—Deberías entrar primero, sos quien más lo necesita.
—Justamente por eso, soy el que más va a demorar. A no ser que quieras que nos bañemos juntos.
—Por el amor de Dios, Glenn —di media vuelta y encaré para el baño.
—¡Sabés que te morís de ganas! Y no invoques al viejo tan cerca de mi nombre, me da escalofríos.
Cerré la puerta de un golpazo. Abrí el agua caliente y dejé que el vapor inundara el aire y colmara mis pulmones.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro