Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16 - Traidor

(Narra Glenn)

Sus pupilas del tamaño del iris; una palidez que lo hacía parecer enfermo. Otros dos se colaron por la maltrecha puerta y quisieron pasar de mí. Lo primero que hice fue colocar una barrera que cubriera el vestíbulo y parte de la calle. Debía controlar mi estupefacción inicial, la incredulidad que me paralizaba. Desde el inicio estaban conectados, no había forma de escapar de la trampa; tanto si aún vivía el humano como si lo hubiera matado; daba igual que el demonio existiera o lo hubiera borrado. Si seguía vivo, transmitiría el mensaje; si moría, su falta alertaría al resto y rastrearían sus últimos movimientos. Todo los conducía a esta casa, una estrategia en conjunto. ¿Qué hacía? Si los mataba, si alguien más sabía que estos chicos vendrían, comprometería más a Hana. No había pruebas en su contra, sólo la creencia de estos muchachos y una posible confesión si Cristian despertaba con las neuronas medio funcionando. Pero, ¿cómo se explicarían estas muertes? Debía actuar rápido, no pensar en ello. Si Hana se veía involucrada, sólo tendría que intervenir en la policía, en sus vecinos, en cualquiera que quisiera acusarla de algo. Nadie, absolutamente nadie más que nosotros, sería testigo de lo que ocurriera esta noche. Una vez dentro de mi perímetro, mejor les convenía rezar para salir con vida.

Alejo dio un paso, disparó un revólver. Un movimiento de mis garras y su cabeza estaba rodando hacia uno de los extremos de la barrera; otro y ya no podía sostener el arma.

—¿¡Qué hacés!? —vociferó Rasnok— ¡Sólo está poseído, no hace falta que mates al humano!

—Sé lo que hace falta; si no vas a ayudar, no estorbes.

La sangre salía como agua a presión de una fuente, por los orificios expuestos en las venas y arterias; las gotas caían de los bordes de la carne lacerada. Las manos se crisparon violentas hacia mí. Santiago embistió sosteniendo un fierro; lo golpeé en la boca del estómago, haciéndolo retroceder unos metros. Me concentré en Alejo; enterré mi extremidad en medio de su pecho, entre el corazón y el diafragma. Los vasos sanguíneos a la vista se tiñeron negros y comenzó a escaparse la baba oscura; el maldito estaba agarrado cual sanguijuela. Gritaba, se retorcía, forcejeaba y resistía. Sólo había llegado a extraer la mitad cuando Santiago volvió a abalanzarse sobre mí. Tomé el fierro con el que iba a golpearme, con un movimiento del brazo lo desarmé y me hice con él; aprovechando la inercia, lo clavé en su abdomen y lo incrusté en el piso. Envolví los cuerpos de Alejo y del demonio en mi ala derecha y me arrojé sobre aquel que intentaba liberarse de la improvisada arma. Miré a mi alrededor para comprobar que los dos ángeles se encargaban muy ligeramente del tercero, procurando no dañar el recipiente humano. Nuevamente hundí mi mano en el lugar donde converge la parte más asible del alma y la vida. Arranqué al intruso de un tirón, confiriéndole a mi agarre y al impulso la fuerza suficiente para no perder más tiempo que el estrictamente necesario. Desenterré el fierro y volví a clavarlo, esta vez en el delgado escurridizo. Lo tomé por el cuello y le arranqué un brazo; profirió un chillido metálico. Me miraba aturdido, profundas ojeras bordeaban un par de ojos ligeramente ámbar que procuré no me recordaran en absoluto a los de Hana.

—¿Quién los manda? Respondeme porque ya no tengo paciencia.

—¿Qué importa eso? —habló en lengua infernal— No hay piedad para los traidores.

—¿Traidor? —le respondí en mismo idioma— Se están equivocando, ¿quién de Los Tres dio la orden?

Podía sospecharlo.

—Estás perdido, Glenn, ahora todos saben dónde te escondés.

—¿Qué está diciendo, Asderel, de qué están hablando?

—¿Asderel? —reí frustrado— Creí que para ustedes no era digno de ese nombre luego del exilio, me lo dejaron muy claro.

—No te burles, te hablo en serio y la situación es urgente. ¿Qué-te-está-diciendo? —puso énfasis en cada palabra como si intentara que un sordo le leyera los labios.

—Que ya me encontraron y me consideran un traidor —me volví hacia el demonio—. Ustedes no van a salir de acá.

—Contá bien, vendido, somos tres.

No respiré. Tres, más el muerto, cuatro; cinco eran los jóvenes que vinieron aquella noche a defender a Cristian. Apreté su cuello y estampé la cabeza contra el piso. Se rompió, sangró; segregó un líquido de apariencia amarillenta.

—Podés hacer con nosotros lo que quieras, pero es demasiado tarde. Todos están muy ansiosos por probar el sabor de la humana por la cual nos traicionaste.

No supe si ceder ante la emoción violenta o enfriar mi cabeza y pensar una mejor forma de utilizarlo. Al momento, no veía que me sirviera de nada más que para estorbarme. ¿Astaroth? ¿Belcebú? Me costaba creer que Lucifer estuviera involucrado en mi cacería. El intruso tenía razón, poco importaba saberlo, lo que había dicho me alcanzaba: me buscaban y Hana era su objetivo.

—¿Cuánto hace que están detrás de mí? ¿Cuándo desaparecí?

—No hay piedad para los traidores.

Terminé de aplastar su cabeza. Incineré su cuerpo hasta que de él no quedó nada; con innecesario ímpetu, dejando que mi frustración lo devorase. Liberé al otro de mi ala; acurrucado cual niño entre sus rodillas, con los ojos idos.

—¿Tenés algo que agregar? —le pregunté, más llevado por la cortesía que por genuino interés.

—No hay pied...

Le rebané el maxilar inferior con un revés de mis garras. Y lo corté. Me tomé mi tiempo; en pedazos muy chicos; dejé la cabeza y los órganos vitales para el final. Se retorcía, convulsionaba desesperado, quería huir pero ya me había encargado de sus extremidades. Salpiqué todo el piso del vestíbulo y las pareces, mi cara, sentía la mirada de ambos ángeles taladrándome la sien. Hice un amasijo de sus vísceras y, finalmente, también aplasté lo que le quedaba de cráneo. Me incorporé con los brazos manchados hasta por encima de los codos, lamí la sangre saboreando la atmósfera que acababa de sembrar. Caminé hasta enfrentar a los celestiales y me dispuse a cargarme al que faltaba; inconsciente ya, libre del demonio que lo había poseído; muerto, este último, de forma limpia y rápida. Se interpusieron, impidiéndome por completo el paso, levantando sus espadas contra mí.

—No te permitimos matar al humano —espetó Ántar, amenazante.

—Ya es suficiente, ellos no tienen la culpa de tus desgracias.

—Ustedes no lo entienden, estos chicos son una puerta abierta. Se dejaron poseer, están por completo a merced de que vuelvan a hacerlo, demonios más fuertes incluso. Y saben que funcionaron, saben que pueden guiarlos hacia mí, las probabilidades de que vuelvan a usarlos son demasiado altas y ponen en peligro muchas otras vidas humanas que se crucen en su camino.

No hubo razón que valiera, simplemente no iban a dejarme. Necesitaban una excusa, cualquiera fuera, para enfrentarse a mí, limpiarme de forma menos prolija y rápida. Y yo también andaba buscando una, desde que pusieron sus pies en esta casa. Si era considerado un traidor, se lo debía al viejo y a los de su séquito de fanáticos; era un indeseado en el cielo y, ahora también y gracias a ellos, en el infierno. Debía volver a equilibrar la balanza.

Un paso y comenzó. La danza que bailaba la muerte y a mí me fascinaba disfrutar.

Los dos se precipitaron sobre mí, ambos intentando asestar una estocada en mi cuello. Con mi ala izquierda me cubrí del ataque de Ántar y con la derecha empujé a Rasnok; que utilizó las suyas para frenar su trayectoria y no destruir la pared. Necesitaba más espacio, los muros y la barrera que bloqueaba el acceso a la casa nos dejaban con pocos metros cuadrados de maniobra. Extendí mi mano hacia la construcción que, todavía en pie, bordeaba el agujero dejado por los restos de la puerta. Dirigí hacia allí la energía suficiente para derribarla; una pequeña explosión, técnica que había aprendido en Gehena para no utilizar mi fuego, menos desgastante. Ántar aprovechó el momento para embestirme, nuevamente me cubrí con mi ala. Resistentes a casi cualquier cosa, el filo cortaba y penetraba las plumas, pero no llegaba a tocarme. Ignoré la aflicción que aquello provocaba. Las armas de Dios, forjadas de Sol, habían sido creadas y utilizadas únicamente contra nosotros. Y no todos los ángeles eran merecedores de ellas, sólo aquellos que rodeaban al creador o quienes desempeñaban tareas en el plano medio; aún así, todos estaban entrenados para utilizarlas. Otra estocada de Rasnok. Lo esquivé y acometí con el ala derecha, cortando allí donde había logrado una abertura. Iban sin armaduras, vestidos con prendas similares a las de Gonzalo, lo que hacía más fácil infligirles daño.

—Vamos, Glenn, dejá de esconderte y atacá de una vez —bramó.

—Estás sangrando, por si no lo notaste.

—Desvelá tu arma. No nos son desconocidas tus proezas, los estragos que causás son sabidos por todos, no pierdas tu tiempo ocultándola.

—No oculto nada, deberían sentirse dichosos de oponerse a mis alas. Son suficientes.

—Condenadas fueron junto con tu alma. Resplandecían como el mismísimo cielo, hechas de luz celestial; gran estima te tuvo la creación, favorito de muchos. Fuiste manchado, envilecido...

—¿Terminaste? —interrumpí— No me subestimes. No eran dignos de presenciar mis plumas antes y menos lo son ahora. No se "mancharon", como decís, cambiaron. Afortunados son quienes las contemplan, mucho más hermosas hoy de lo que una vez fueron. No necesito más que ellas para acabar con ustedes.

—Sos vos quien nos está tomando a la ligera.

Me abalancé sobre él, la guardiana quiso entrar por mi costado; volví a cubrirme. El filo se incrustó en la coraza, con un movimiento brusco logré que soltara su espada y la arrojé al otro extremo del lugar. Tendría que pasar de mí si quería recuperarla. El ángel seguía apuñalando mi resistencia cuando no era abatido por ella. Mientras Ántar empuñaba rápidamente el repuesto y volvía a acometer, yo incendiaba las plumas de su compañero, que defendían su cuerpo. Me preguntaba cuánto me tomaría incinerarlo y qué pasaría si decidía matarlo. Eran los ángeles de su hermano, ella me aborrecería. Rasnok evitaba el fuego y hacía fintas para crear aberturas, bloqueaba y contraatacaba. Se cubrían cuando intentaba cortarlos con un golpe de las alas, los bombardeaba con flamas solidificadas que los atravesaban con más éxito y los hacían tambalear. Pero no lograba mi cometido, no se separaban del humano inconsciente, no dejaban hueco que pudiera aprovechar. Cedí un pequeño espacio que daba acceso a mi costado izquierdo, mientras pretendía defenderme de un ataque del guía. Ántar enseguida notó la apertura y la aprovechó para hundir su espada, perforándome el bazo. En ese instante, la envolví con mi ala. Rasnok se paralizó unos segundos, utilicé la brecha creada para calcinar el cuerpo humano. Comenzó a gritarme, a amenazarme para que soltara al ángel, dejó de atacar. Retiré el arma de mi carne y la blandí hacia él, recubierta de azul.

—¡¿Qué le hacés?! ¡Soltala! —repetía una y otra vez, mientras se defendía.

—La estoy dejando probar el abismo, si luego puede hablar quizá te cuenta a qué sabe. Querías que te hiciera frente con otra arma, no deberías quitar tus ojos de mí.

Bramó furioso, asió su espada de repuesto y me apuntó con ambas. Sin ningún cuerpo por el cual velar, aprovechó el espacio que yo había abierto. Me rodeaba con gran velocidad, sus ataques eran mucho más feroces y precisos. Por fin podía hacer uso de todo el escenario, aunque mi movilidad se veía reducida al cargar a otro ser conmigo. Frenar sus ataques se hacía más difícil. La oscuridad que era mi escudo seguía bloqueando tantas estocadas como podía y era penetrada por otras muchas. Alcé la hoja y traté de traspasar su defensa, pero a él no le hacía el mismo daño que a mí, salvo por el fuego. Percibí el tacto de su piel apoyarse en la barrera, oí la melodía de su voz alarmada pronunciando mi nombre.

—Tal parece que han venido a salvarte —se burló el ángel.

Mis ganas de asesinarlo se multiplicaron por mil. Solté el cuerpo inconsciente de la guía, mi peso se aligeró. Cubrí de azul la espada y me lancé nuevamente hacia él. Una puntada en el bazo me recordó que moverse no sería indoloro. Mi puño golpeó contra la coraza de sus alas, lo incendié y seguí empujando; ya notaba la textura suave de las plumas. Más fuerza, él comenzó a empujar también y endurecerlas; si no las atravesaba, la espada no le haría nada. Aprovechando su concentración lo envolví con las mías, mucho más largas, y apuñalé su espalda descubierta. Cedió un poco, mi mano entró encendida, pero tuve que quitarla demasiado pronto. Tiempo suficiente para dejarme propinarle una estocada con la otra. Respondió con una feroz seguidilla, valiéndose de ambos filos; me cubrí tan pronto como pude con la espada y me impulsé de un salto hacia atrás. Rasnok venía de vuelta. Ya maltrechas, recurrí al mismo truco; si él se daba cuenta, parecía no tener otra opción en mente. Clavó el arma en mi ala. Con fuerza, de un sólo tirón, ahogué el daño que aquello me producía y la lancé lejos.

—¡Glenn! —me llamaba, quería saber qué sucedía en su casa, completamente fuera de su vista. Se oía molesta, no habían pasado muchas horas desde la última vez que quiso acceder a mí.

Ahora estábamos en igualdad de condiciones, uno contra uno. Él embistió. Respiré hondo, relajé mis hombros y no lo perdí de vista. Se acercó extremadamente rápido, maniático reprimido del combate cuerpo a cuerpo. Aferró la espada con ambas palmas, directo a mi corazón. Hana iba a matarme. Lo detuve. Su mano continuaba unida a su brazo —a mi pesar—, el filo al costado de mi extremidad derecha. Había desviado el trayecto en el momento justo con un contundente golpe de la espada robada a la guía, el tiempo y la inercia continuaron hasta que la suya se incrustó nuevamente en el abismo nacido en mi espalda. Mis dedos, hundidos completamente en su pecho, acariciaban sus pulmones y corazón, indecisos. Se abrieron camino hasta su bazo.

—¿Te parece si compenso un poco las cosas? —le sonreí angélicamente, me animaría a decir.

—Te equivocás si pensás que podés acabarme con eso.

Removió su arma en mi ala, intentando sacarla, no lo dejé.

—Oh, Hana... mira lo que he encontrado en la mugre...

—¿Te volviste loco?

Pinché su bazo y retiré rápidamente mi mano, sacudiéndome la sangre.

—Soltalo, Glenn.

Tiré la espada. Elevé los brazos a la altura de mi cabeza y le mostré que nada estaba agarrando. Sus ojos recorrieron erráticos mi persona, deteniéndote en el objeto que tenía clavado. Rasnok corrió hacia Ántar y la acurrucó contra su pecho, ella no hacía más que llorar y balbucear incoherencias. Iba a darle un premio si lograba transmitir correctamente lo que había vivido en la nada.

—Estás herido...

Retiré el elemento punzante de mi cuerpo y lo dejé caer a mis pies, seguido por un hilo de sangre.

—¿Estás bien?

—Sí.

—¿Qué pasó acá? ¿Qué es todo esto?

—Tu demonio mató a todos esos humanos —vociferó colérico el ángel.

Hana miró a su alrededor con la preocupación y el reproche grabados a fuego en sus preciosos ojos. Se volvió hacia mí, parecía buscar las palabras, juraría que en ese momento algo se debatía a muerte en su interior.

—Estaban poseídos, ¿verdad? ¿Por qué los mataste? —detuvo el escrutinio por detrás de mí; esbozó un gesto de asco y se tapó la boca— Maldición, Glenn, esa es la cabeza de Alejo.

—Nos encontraron, todo fue parte del plan —empecé yo calmadamente.

—¿Qué? —apenas dejó escapar de sus labios.

—Comenzó con Cristian, los demonios que poseyeron a sus amigos esperaban su retorno. Rastrearon los últimos lugares en los que había estado y las personas que había visto, estos mismos chicos te conocían a vos y a mí, fue fácil dar con nosotros. Uno de ellos se fue a tiempo para transmitir el mensaje. Los maté porque no había forma de que no volvieran a utilizar sus cuerpos, eran un peligro para todos los que los rodean. Estos chicos, por su sola utilidad, ya eran el blanco de otros demonios, su vida como humanos estaba acabada.

—¿Qué le hiciste a Ántar? Está fuera de sí.

—La envolví en mi ala.

—¿Nada más?

—Nada.

—Se sintió muy bien esa vez —musitó pensativa.

Extendió su mano y la posó sobre la superficie que me había protegido. Las acarició con cuidado, con una expresión que delataba que su mente se encontraba en otro sitio. Volvió a la realidad cuando dejó de tocarme y observó que mi sangre la estaba manchando; esbozó un gesto afligido. Me costaba creer que aquello era pena por mi persona, quizá estaba meditando su situación actual.

—Tenemos que irnos, Hana, no podemos quedarnos acá.

Se sobresaltó, irguió su postura y se puso firme.

—Saben dónde estamos —continué antes de que empezara a negarse—. En este momento corremos peligro, nos quieren a los dos. Cuanto más demoremos, más ventaja les damos.

—Estoy hecha un lío, debe haber otras opciones. Yo no puedo mudarme, no cuento con ese dinero...

—Eso no es problema, puedo conseguirnos un castillo si así lo deseás. Pero, por lo que más quieras, haceme caso en esto.

Miró a los dos ángeles y se acercó a ellos; se acuclilló para quedar a la altura de la guía.

—¿Ustedes están bien?

—Yo sí —dijo Rasnok—, pero ella...

—Sólo necesita descansar —intervine—, no tiene nada.

—Convencé a tu hermano para que se vaya de acá —siguió él—. Si los demonios te están siguiendo, que sea tu problema, a él no lo involucres.

—No pienso involucrarlo; antes muerta a que le hagan algo por mi culpa. Además, cuanto antes deje de verlos a ustedes, mejor para mí —sentenció, completamente ofendida.

Se incorporó y caminó hacia mí.

—Arreglá todo esto y vení a mi cuarto, quiero que hablemos a solas.

Estuve tentado a responderle con alguna ocurrencia, y lo hubiera hecho si su fría reacción no me hubiese dejado en shock. Hana no se impresionaba precisamente ante las situaciones horrorosas que había vivido desde que llegué a ella, pero el completo desapego que mostraba ante los cadáveres humanos desperdigados por su casa... Parecía molestarle más la destrucción de sus paredes y las manchas por doquier que las muertes de jóvenes que, mal que bien, conocía.

Suspiré; me dolía todo. Reuní mis fuerzas, localicé cada uno de los escombros, hierros y maderas. Analicé y entendí su composición, la esencia de sus partículas y la energía que los rodeaba. Los moví, de nuevo a lo que una vez fueron, cada pieza en su lugar, tal era la naturaleza de las cosas. Ángeles y demonios podíamos hacer lo mismo con nuestros cuerpos siempre que la herida no nos matara antes, a los humanos les gustaba llamarlo regeneración. Deshice la barrera. Pasé al lado de los guías, sus ropas tan estropeadas como las mías, ambos cubiertos de cortes y golpes. A medida que avanzaba iba dejando un importante rastro de sangre y plumas; las heridas infligidas por las armas de Sol tardaban en sanar más de lo que me hubiese gustado. Había arreglado su vestíbulo, pero limpiarlo era otro tema. Gonzalo estaba sentado en el sillón bordó del living; se puso de pie cuando quité la barrera y caminó casi hasta sus ángeles, pasándome por al lado.

—¿Qué es toda esta sangre? —lo escuché susurrar.

Se quedó allí, oteando el lugar, no detuvo su atención en nada particular. Subí hasta la habitación de Hana. No estaba. Me concentré y la ubiqué en el baño. Una descarga eléctrica me recorrió de extremo a extremo, dándome otro tirón en el bazo. Cerré la puerta y me giré hacia el nuevo destino; mi mano temblaba cuando agarré el picaporte y maldije al viejo por ello. La chica terminó de abrir por mí, me tomó del brazo y me jaló para adentro.

—Como lo sospeché, seguís sangrando. Cuando te atravesaste con tus garras te curaste en el momento, algo cambió. Tus alas son demasiado enormes, no sé si va a alcanzarme todo el desinfectante que tengo.

—No hace falta...

—Decime cómo te ayudo.

—Yéndonos de acá.

Una mueca contrariada, estaba a punto de rebatirme.

—Necesito descansar, nada más —suspiré—. Pero ahora debemos irnos.

—Quiero hablar primero, en privado.

Enarqué las cejas fingiendo sorpresa. ¿Hasta dónde había averiguado? ¿Cuánto llevaba maquinando su respuesta?

—No te hagas el tonto, hace unas horas acaba de quedarme muy claro que te metés dentro de mi cabeza. Eso explica el sueño del otro día... O de la madrugada, estoy confundida.

—¿Qué sueño? Hace rato no interfiero en ellos.

—¡Lo ves! Lo sabía.

Inhalé profundo y exhalé muy lentamente.

—No sé qué habrás soñado. Hablás del miércoles a la noche, luego de que nos besamos y yo te cubrí con mis alas, ¿verdad?

«Frená ahí». No me convenía nada que recordara mi momento de debilidad, era mejor que pensara que esa parte la había imaginado ella. Su cara se puso roja, muy roja. Desvió la mirada y quiso ocultar su cabeza en el pecho, deseaba que un agujero se abriera a su lado y desaparecer en él, podía apostarlo.

—En ese momento me metí en tu cabeza cuando te quedaste dormida, pero no tuve nada que ver con lo que pudiste haber soñado. Sólo necesitaba recuperar mis energías, liberarse del Sanctus Dominus no es tarea fácil.

—Entiendo, pero podés hacerlo, podemos hablar ahí.

—No. Yo no puedo hacer nada cuando estoy ahí, sólo ver; reglas del viejo, en situaciones normales podría poseer tu cuerpo. La única manera de comunicarnos es creando un sueño para vos.

—Eso hacías cuando aún estabas atrapado en el muro, ¿no?

Asentí.

—Hacelo entonces, no quiero que los ángeles de mi hermano ni nadie se enteren de lo que ambos hablamos.

Eso me puso extrañamente nervioso. Finalmente estaba logrando que ella me concediera permisos, que quisiera quedarse conmigo. El plan original comenzaba a dar frutos de una manera peculiar. ¿Por qué aquello me provocaba ligeros espasmos?

—Vas a quedarte dormida —le advertí en voz baja.

—Vamos al cuarto entonces, sería menos sospechoso si me hallan durmiendo en la cama. ¿Podés vigilar lo que sucede afuera?

—Puedo desdoblar mi atención, sí.

Entonces entramos al cuarto y ella se sentó sobre las sábanas; seguí dejando un camino de sangre a mi paso. Me disculpé por eso, la voz me tembló. ¿Qué era esa ansiedad? Su cabello chocolate cayendo en cascada, sentí la necesidad de correrlo y apreciar las líneas de su cuello, sus clavículas. Estaba acariciando su hombro cuando quise darme cuenta; el bretel de su camisón se deslizó por su brazo tras mi roce. El pulso se me aceleraba, debía controlar la respiración o su aroma me haría perder la cordura. Innecesario, todo aquello, sólo debía desaparecer en su mente. Su pecho ascendía y descendía cada vez que llenaba de aire sus pulmones. Ninguno decía nada, el silencio sólo era perturbado por los suspiros. Tomé su cara entre mis manos y la miré directo a los ojos. Sus mejillas ardían, sus labios teñidos de sangre, el ámbar era puro fuego ardiendo. ¿Innecesario? Llevé mi boca a su oído, aspirando lentamente, disfrutando su temblor que correspondía al mío, regodeándome ante su contacto, la calidez. La certeza de saber que ella me deseaba.

—¿Matarías para salvar una vida? —le susurré apenas.

—¿Realmente me querés... —respondió ella, dejándome helado— muerta o viva para torturarme por mis pecados?*

Apoyé tenuemente mis labios en la comisura de los suyos y me escabullí dentro de su alma. Se sentía tan bien, tan reconfortante... Mi lacerado cuerpo anhelaba la unión con su ser; era como bailar la narcótica danza de la perdición, fundirme en ella. ¿Quién estaba corrompiendo a quién?

---------------------------------------------
*Están haciendo referencia a la canción que Hana tenía en la cabeza en el capítulo 14: Hurricane, de Thirty Seconds To Mars.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro