
Samuel
Estaba destrozado.
Había dado cada segundo de su vida por aquel carismático chico que tanto le gustaba.
Hizo cosas malas.
Muy malas.
Acabo con muchas personas.
Pero todo lo hizo por él.
George.
Jamás volvería a escuchar su risa infantil, o lo volvería a ver bailar.
George ya no respiraba.
Estaba muerto.
Y nunca podría visitar, al menos, su tumba.
Tuvo suerte que alguien reclamara el cuerpo y lo enterraran.
No tenía la valentía de acabar con su vida.
Prefería seguir vivo en agonía.
Se dedicó a profesar la palabra de Dios en la cárcel.
¿Qué más le quedaba?
Hablar de aquél ser místico le hacía sentir cerca de George.
Pero.
Alguien había asesinado a Samuel.
Y los crimínales no tienen derecho a justicia.
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