Capítulo 25: |No tengo argumentos para justificar lo que hice|
—Narra Egan:
Estaba enojado. Muy enojado. Me senté cerca de la zona de tragos y ordené uno. El efecto del alcohol no me haría nada, pero seguramente me quitaría o borraría la amargura que sentía. Me pedí otro, volteé a ver la puerta del baño y lo acabé. Me fui por el tercero. Scott apareció, me quitó el vaso y lo depositó bruscamente sobre la mesa.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada —conteste e intente beber de nuevo.
Golpeó la mesa con la palma de su mano, el vaso temblequeo y unas cuantas gotas se desperdiciaron saliendo fuera de este.
—Te lo preguntaré otra vez, Egan. ¿Qué ha ocurrido?
—Te dije que nada —Miré al de la barra y volví a pedirme otro trago—. No me saques de mis casillas, Scott, porque esto se va a poner peor y más en el estado que estoy. Te recomiendo que vuelvas con tu familia e invitados, te olvides de esto y disfrutes tu noche.
—¿En serio, Egan? ¿Actuarás así? No me iré hasta que me expliques por qué Eva Martínez dejó una gran mancha en el suelo haciendo que mis invitados y familia queden alterados, incluyendo la tuya. Me invadieron con preguntas y ustedes invadieron el baño corriendo detrás de ella.
—No tengo porqué darte explicaciones —Me levanté de mi lugar con la intención de irme.
—Limpia esta basura, Egan, por favor. No olvides que no es solo mi fiesta, también es la de tu hermano.
Fui hasta la mesa a buscar quien sabe que y en eso, me crucé con Eva. Aquella apenas me dirigió la mirada, ni siquiera las palabras, ahora simplemente me ignoraba. Buscó rodearme, pero la tomé del brazo. Hice que extendiera su mano hacia mí, mientras sus ojos me demostraban frialdad y rechazo, saque la cura de mi bolsillo y se la di. Iba a apoyar mi frente sobre la suya, unir nuestros labios en un último beso y aun así no lo hice, solo le susurre en el oído antes de marcharme.
—Sabes que te amo y es lo único que diré, porque no tengo argumentos para justificar lo que hice.
El chofer que nos había traído, me llevo de regreso a casa y cuando estuve ahí, solo y con mucho sentir, tomé las llaves del auto y fui hasta un bar. Este era pequeño, con luces amarillas, paredes rojas de madera, con cuadros torcidos, con mucha gente y algunos de ellos con grandes vasos de cerveza, un mar de olores y vómitos por todas partes, y una hermosa mujer de cabellera rojiza en la barra, moviendo en círculos su copa de vino tinto.
Me tomé la molestia de ocupar uno de los asientos disponibles a su lado y pedí lo mismo. No notó mi presencia ni mis movimientos, ni mucho menos que me había pedido su trago, porque su mirada estaba muy centrada en las llamadas perdidas de su celular. De un momento a otro, lo apagó y lo dejó con la pantalla boca abajo. Seguidamente, un sorbo de su copa le basta para darse cuenta de que tiene compañía.
—Oh, lo siento, tuve algunos problemas. Hiciste bien en venir —Comentó con tranquilidad y me sentí aún más confundido, porque de seguro me pareceré a alguien que ella conoce—. ¿Amias, no?
—No, no soy Amias.
Frunció el ceño, apretó sus labios y quedó pensativa. No tardó en mirar a su alrededor y agregar:
—¿No eres…? Pero hiciste lo que arreglamos, me buscaste, ocupaste el asiento de la izquierda, pediste el vino tinto que estoy tomando y… —se detuvo, pero luego comenzó a alarmarse y me tomó del cuello de la camisa, asustada— ¿Quién eres? ¿Quién te mandó? ¿Fue él, no? ¿Acaso fue ella? Esto no tiene que estar pasando.
—Ok, ok, ok, tranquila. No soy quien crees quien soy, tampoco a quién buscas. No nos conocemos, de hecho, no te conozco. Solo estoy de paso —expresé y la alejé de mí—. Me llamo Egan.
Sus ojos verdes oscuros estaban brillosos. Tomó la copa de vino y se la acabó.
—Disculpa, no suelo tratar a las personas así —rió nerviosa.
—¿De quién escapas? Insinuando por tu reacción no debe ser nada fácil tratar con él o ella, bueno, quien sea.
—No puedo darte esa información. Eres un desconocido.
—Entonces, permítame invitarla a otra ronda de tragos y conocernos.
La pelirroja aceptó. Entre bebida y bebida, fue tomándome confianza como si fuese un viejo amigo y me lo contó. Me dijo que estaba aterrada de que la encontraran. Este chico Amias es quien aún la mantiene a salvo, ya que corre un gran peligro, pero habían perdido contacto y hoy al fin se encontrarían para traerle información. Ella vino con el pretexto de ahogar sus penas, porque había discutido fuertemente con su pretendiente, cosa que se asimilaba en algún punto a lo que yo había venido a hacer aquí.
Después de eso, no podría explicar qué fue lo que exactamente sucedió. Todo estaba demasiado bien, nos divertimos un buen rato, seguimos bebiendo, para que de un segundo a otro los recuerdos se vuelvan borrosos y oscuros. Cuando desperté entré en pánico, la cabeza me dolía, las manos me temblaban y estaban cubiertas de sangre, porque sobre mi regazo se hallaba el cuerpo inerte de la chica. Me desconocía a mí mismo en ese callejón, estaba a unos cuantos pasos del bar que ni siquiera sé cómo fue posible que terminemos de esta forma.
Fue tan imponente lo que mis ojos veían que no pude evitar llorar. Su cabello cubría cierta parte de su rostro, sus ojos aún seguían abiertos, un corte demasiado largo y profundo iba desde su pecho hasta el final de su estómago, tenía cortadas en la garganta y una mordida en el cuello. Lo siguiente y lo más estremecedor, fue escuchar el ruido de la sirena mientras gente desconocida se atropellaba para ver la escena del crimen. Busqué mi celular en mis pantalones para llamar a Eva o algunos de mis hermanos y pedir ayuda, pero no lo encontré y ya era muy tarde.
No lo procesaba. No podía creer lo que había hecho. Yo la mate. Mate a Minerva Emerson. Sin dudas, ya no había vuelta atrás.
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