Capítulo 9:|La sospecha|
—¡Soy Julián! Vine porque tengo que mostrarte algo —insistió.—¡No puedes asustarme de esa manera! Pensé que eras un delincuente. —Luego recapacité ylo interrogué—: ¿Cómo entraste a mi casa? ¿Cómo hiciste...?—Te llamé durante horas, allí afuera. En un momento, una brisa sopló y la puerta se abrió.Ingresé a tu casa y tú dormías. Esta vez la suerte estuvo de tu lado.—Olvidé la puerta sin llave —dije llevándome la mano hacia la cabeza—. Disculpa por noatenderte antes, estaba demasiado cansada y no te escuché. Me cambio de ropa y te acompaño.Finalmente, después de aquella situación, fuimos hasta un parque. En aquel lugar, luego detantas horas de caminata, llegamos hasta un árbol que tenía su tronco extremadamente ancho ysu copa que nos cubría en una gran totalidad de oscuridad.Recorrimos el mismo durante horas. Hasta que Julián paró en seco y comenzó a excavar en latierra con sus propias manos. Allí, pudo destapar las bolsas de consorcio negras que cubrían loscadáveres de las posibles y mismas personas que llevaban Alessia y la otra chica. Llegamos a laconclusión de que esos cuerpos eran de Silvia y de Lucas.En ese momento, un dolor en el pecho se hizo presente y se apoderó de mí, dejándomecompletamente herida.Ahora, ¿qué seguía? Habíamos encontrado sus cuerpos en el medio del parque y ya teníamosalgunas pruebas que podríamos presentarle a la policía. Así que la única manera de que esto sesolucionara era ir hasta allí, pero primero quería que Alessia me dijera la verdad para noapresurarme en acusarla.Antes de irnos del parque, dejamos los cadáveres a cargo de un amigo de Lían que vino abuscarlos en una camioneta para darles un digno entierro, ya que no se merecían esto yverdaderamente daba pena verlo.—¿En qué piensas? —me preguntó, mientras les daba una despedida a mis seres queridos,por última vez.—Si tuvieron el valor de traer los cuerpos hasta aquí, estoy segura de que fue Alessia, porquees la única que vimos ese día. Sus pasos no salieron como los planeó. Además, una buenacómplice esconde bien a sus víctimas y siempre que algo sale mal, es una ventaja para nosotros.—¿Y cuál es esa ventaja?—La ventaja es que siempre se les puede caer algo, incluso, perder algo por el camino. —Volvía la supuesta escena del entierro y luego recogí algo del suelo—. Por ejemplo... —contestélevantando un collar con una figura de un corazón con una fecha por detrás, en la esquina de esemismo árbol, colocándoselo enfrente de sus ojos.—¡Qué inteligente!—Gracias.Julián me llevó a donde vivía la médica forense, cerca del mediodía. El trayecto hasta estar enla puerta de su casa fue incómodo. ¿Cómo había hecho él para averiguar la dirección?—¡Alessia, abra la puerta!—¿Qué quiere, Eva? Estoy ocupada, no puedo atenderla ahora, regrese mañana.—Creo que ya estuvo ocupada por demasiado tiempo con los cuerpos de Silvia y Lucas. Asíque, ¿no piensa que eso ya fue suficiente? —Ella permaneció callada—. Será mejor que me abrala puerta, porque estoy segura de que a su jefe no le gustará mucho la idea de que sus queridasmédicas forenses estén escondiendo cuerpos de personas inocentes en los parques. Todossabemos perfectamente que nadie se salva del trabajo sucio que uno hace.—¡No sé de qué está hablando! Será mejor que se vaya de inmediato o llamaré a la policía y lediré que está invadiendo propiedad privada.—Está bien, hoy ganó. Sin embargo, le aseguro que esto no quedará así. —Julián me tomó porlos brazos e intentó frenarme, al ver que, por poco, decido tirar la puerta abajo.—Tranquila, vamos a casa... —me contestó Lían, mientras salíamos del lugar y tomábamos untaxi.Mientras regresaba a mi domicilio, me di cuenta de que siempre tuve esa duda, siempre habíasospechado de Alessia. Desde un principio supe que algo escondía con el caso de Silvia y Lucas.Además, nunca me cayó bien.Mis ojos comenzaron a ponerse algo brillosos, durante el trayecto que aún realizábamos en eltaxi. Sí, estaba por llorar, ya que no quería más estar en esta situación. Quería que fuera unsimple sueño. Quería volver a mi antigua vida, donde yo era feliz junto con ellos. Pero eso no ibaa ser posible. Además, dolía no tener a nadie con quien compartir mi dolor, que me diera unabrazo muy fuerte, sentir esa sensación que me alivie.Mis pensamientos, por un momento, lograron volverse confusos. Ahora, estaba viendo elreflejo de Gabriel en el espejo del taxi. Un cosquilleo comenzó en mi cuello y finalizó en la mejilla,como si se tratara de una diminuta caricia suya en la distancia.Dejé mi mano apoyada a un lado del asiento, aun pensando en el rostro de Gabriel o de...¿Lucas? La verdad, ya no sé a quién estaba viendo en ese espejo, la imagen empezó adistorsionarse. Lían vio la oportunidad en ese momento y tomó mi mano con delicadeza.Reaccioné demasiado rápido y deslicé mi mano con un poco de brusquedad. El trabajo y laamistad se estaban confundiendo, a tal punto que su rostro se llenó de desilusión.—¿Señor, puede dejarme aquí?—Pero, Eva, ¿qué haces?—Ya fue suficiente por hoy, me iré a pie las últimas cuadras que faltan y no te preocupes,estará todo bien.—No, yo te acompaño —indicó bajándose a la par conmigo.Me acompañó, tal y como lo había previsto, el chico no se iba a rendir. Obtuve el instanteexacto en donde conseguí llegar a la esquina de mi casa. Fue entonces que casi pierdo lapaciencia.—Bueno, muchas gracias por acompañarme, pero puedo ir sola hasta la puerta, no creo quesea tan capaz de perderme.—No sería justo de mi parte que te dejara ir sola.—Sí, bueno, pero ya casi estoy en la puerta de mi casa. De verdad que te agradezco poracompañarme y demás, pero hasta acá quiero que me acompañes —le ordené.—Pero ¿por qué?—¡Porque yo lo digo, Julián! —Sin darme cuenta había levantado el tono de mi voz.—Lo siento. —Me abrazó para luego retirarse, ya que de esa manera nos saludábamos.Luego, al darme cuenta de que no me soltaba, me despegué de él con fuerza.—No es que me molesten los abrazos, pero es mejor que no te confundas.—Eva... yo...Antes de que pudiera agregar algo, fue interrumpido. Una voz de una silueta oscura proveníadel árbol que daba a mi casa.—Eva tiene razón. No la molestes, ella está bien.—¡Sal de ahí y ven a enfrentarme, aberración de la naturaleza! —le dijo Lían.—Disculpa, pero no quiero derramar sangre en tu camisa blanca —comentó el chico de lasilueta—. Además, no vienes preparado para un combate.—¡Ven aquí o eres un cobarde! —protestó el cazador enojado.Estos dos comenzaron a pelear. Yo me quedé boquiabierta ante la situación. Por unossegundos, dudé mucho en poder moverme o correr a mi casa que solo estaba a un paso. Mesentía amarrada con cuerdas en las manos y en los pies. Una voz nuevamente resonó en micabeza, haciéndome reaccionar.—¡Corre, Eva, corre! ¡No dejes que te atrape, corre! —comunicó el chico, esperando que memoviera.—¿Gabriel, eres tú? —lo interrogué.—Sí —afirmó.—¡Basta ya, tienen que parar los dos! —grité.Pararon la pelea. Ambos quedaron sorprendidos por mi reacción.—¡Quiero que los dos se vayan y dejen de pelear! ¡Julián, vete por favor!—¿Y esperas que te deje con él?—¡Vete! —repliqué.Él se fue del lugar. La cara de Gabriel se llenó de felicidad, porque creyó que había ganado labatalla—No creas que, porque eché a Julián, no te echaré a ti. Pues ¿te digo algo? Estás muyequivocado. ¡Adiós! —finalicé, cerrándole la puerta en la cara.
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