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Capítulo 2:|El pasado|

Me arreglé, para dejar de discutir con mi madre, salí de la casa y fui a lo de Gisela. Esa mismísima tarde, estaba tan adolo-rida que hasta el mismo cielo podía decirlo, aun así, sin palabras:
“Al parecer, pronto habrá una tormenta”.

* * *

Dos años antes

¡Eva, cariño, ya vamos en camino en el auto con tu herma-na! No te enojes, pero tuvimos un pequeño retraso. Estábamos en la terminal aún, después de subir su equipaje al auto, y a ella se le ocurrió que compráramos algo por el camino para merendar juntos. Definitivamente, el viaje de vuelta la había agotado demasiado, pero asimismo no se rendía. En conclusión, luego de ese retraso, ya estamos en camino.

Me burlé de él por un rato, mientras me seguía contando por teléfono. Silvia, después de mucho tiempo, estaba de regreso y vendría a visitarme.

Tranquilo, no hay problema, solo vengan rápido. Ya estoy an-siosa por reencontrarme con mi hermana.

De acuerdo. Hoy hay mucho tránsito, yo calculo que dentro de una hora llegaremos, así que yo diría que comiences a calentar el agua para tomar el té —contestó.

¡Sí, aquí los esperaré con las tazas de té! —expresé.

Unos minutos más tarde, 5:00 p. m.

¡Eva, no sabes lo que acaba de pasar! Íbamos por la ruta, ya casi estábamos por llegar, pero algo nos detuvo, un fenómeno o algo no humano. No sabía qué pasaba. El semáforo estaba en rojo, luego en amarillo, verde y cambiaba todo el tiempo. Algo o alguien nos estaba persiguiendo, pasaba muy rápido ante nuestros ojos. Comencé a avanzar, sin darle importancia a estas dos cosas que lo impedían.
Y en cuestión de segundos chocamos contra un árbol. El auto quedó desecho. Silvia está grave. Creo que no podré salvarla a tiempo ni llegar al hospital, tiene heridas muy graves y está perdiendo mucha sangre... ¡Unos animales la atacan!

¡No! Pero ¿cómo? —expresé.

Sé que dirás que soy un cobarde por abandonar a tu herma-na, en el medio de la carretera y que me odiarás para toda la vida. Pero ellos también me persiguen. ¡Quieren matarme! No sé quiénes son. Ahora nos están atacando y no puedo más —respondió, de-jando un silencio entre medio. Más tarde volvía a indicar entre lágrimas—. Solo quiero decirte que, si me llega a pasar algo, eres la mejor persona que conocí y no importa lo que pasé, tú seguirás con tu vida. ¡Te amo!

La llamada se cortó.

¡No, no, no! ¡Lucas Austin, no me dejes! —chillé en el teléfo-no, pero ya era demasiado tarde para mis súplicas.

* * *

—Eh… Eva. ¿Estás bien? —pregunta Gisela.

—Sí, ¿cuánto ha pasado desde que llegué? —agregué echando un vistazo a ambos lados de la casa.

—Creo que hace algunas horas —dudó—. Al parecer, estabas pérdida en tus pensamientos, que no te diste cuenta cuando lle-gaste. ¿Quieres pasar o prefieres quedarte allí?

—Sí, por favor —dije.

Gisela García es alta, tiene un cuerpo perfecto y curvilíneo, su cabello es liso y negro, sus ojos son cafés oscuros y le encanta llevar un labial rojo para resaltar tanto su cara como sus demás facciones. Ella fue mi mejor amiga desde los cinco años o, mejor dicho, durante toda la vida. Pero, con el paso del tiempo, nos fuimos separando. Quién sabe por qué, a veces solían ser muy pocos los momentos que pasábamos juntas, tal vez fue más por su egoísmo. Además, supongo que fue porque comencé a crecer y quise ser una chica más independiente. Aunque yo siempre estuve sola, porque no tenía muchos amigos y tampoco veía la necesidad de que sean divulgados mis problemas por la ciudad o por la escuela. Me distingo por ser una persona a la cual le gusta resolver sus problemas por sí sola y que los demás no se encar-guen de ellos.

Ella era todo lo contrario. Era una chica tan especial; al menos cuando la conocí. La que ayuda a los demás, la que está en esos momentos difíciles, la que aconsejaba, la que apoyaba en todo, etc. etc. Gisela era y es desde entonces, de esas amistades que nunca se conformaba con nada. Definitivamente, ha cambiado.

A veces se fastidiaba y les comentaba a otros compañeros de nuestra misma escuela todo lo que le sofocaba de mí con una gran cantidad de antipatía que cargaba en ella. Al parecer, se podría asimilar a un vaso de agua medio lleno a punto de llegar a su tope. Mentiría si dijera que competíamos para tratar de ver quien era la mejor, lo que hizo que su odio creciera cada vez más hacia mí. Y bueno, luego te termina dejando sola, cambiándose de instituto, al igual que yo hice con ella.

Ella siempre exhibía que lo tenía todo, pero yo no le hacía caso y eso le molestaba. Sin embargo, dicen que con el tiempo las personas cambian y creía que era momento de que ambas exigié-ramos una disculpa y darnos otra oportunidad. Confesaré que a mí también, después de que pasara esto, me llenaron la cabeza de cuentos y sucesos. Aquello lo hizo un nuevo grupito de amigas que no solo me llevó por un mal camino, sino que también me hacía pensar lo peor de ella.

—Perdón, lo siento tanto. He reflexionado sobre nuestro pa-sado y supongo que podríamos arreglarlo, sería una muy buena forma de volver a empezar con esto —expliqué.

—No negaré que no tenía la culpa, pero tú también fuiste cómplice del malvado juego mental. De igual modo, me doy cuenta de que las dos hemos cometido errores. Así que considé-ralo como mi disculpa de todos modos.

—¿Lo dices en serio?

—Sí —contestó con una forzada sonrisa mientras nos abrazamos.

—¿Qué te parece ayudarme a resolver un misterio? —dije burlona.

—De acuerdo… —contestó dudosa.

—Me alegra volver a compartir momentos así contigo —su-surré en su oreja.

Aunque pareció ignorar mis últimas palabras, agregó, cam-biando de tema:

—¡Tengo una idea! Iremos a pasar la tarde en la playa y lue-go iremos por unas pizzas que tanto nos gustan, te quedaras en mi casa a dormir y mañana comenzaremos con la investigación.
¿Qué te parece?

—¡Me encanta la idea, vamos! —finalicé.

Pasamos la tarde en la playa y la tormenta desapareció. Al pa-recer, ya no iba a llover. Así que aproveché y le conté a Gisela cada detalle que tenía acerca de las muertes, mientras nos divertíamos.

Sin dudas, este podría ser un nuevo comienzo.

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