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Capítulo 8

Holaaa amores
Espero puedan disfrutar este cap, por favor no dejen de darle a la estrellita y comentar. Es muyyyy importante para mí y me motiva a actualizar con más regularidad 🤗

Reina


—Debo salir de aquí—le digo a Mía sin despegar la vista de la escena que está frente a mí.

Las dos chicas le golpean con tanta agresividad que Stassy termina con un mechón menos de cabello.

Lo digo en serio.

Se revuelcan por el piso y se pegan como si la vida se le fuera en ello.

—Dios, por suerte no nos perdimos de este espectáculo—dice Roy divertido dándole un trago a su tercer chupito de la noche.

—Tienes las manos sudadas y estás temblando, ven—Mía me guía por el complejo hasta una esquina donde reposa un bebedero. En una copa deposita agua y me lo da—Tómate esto. Calmará tus nervios.

Me bebo el agua lo más rápido posible sintiendo como refresca mi garganta y sorpresivamente también me va tranquilizando.

—Gracias, pero en serio, sácame de aquí. No tolero la violencia y mucho menos este alboroto. Fue una mala idea venir—miro a todo el mundo y me froto los brazos cuando un escalofrío sube por mi espina dorsal.

Siento una mirada penetrante e intensa en mí y me giro para ver si él es el que me está mirando.

Pero él ya está separando a las dos chicas luego de mirarlas sin ningún interés.

«¿Entonces quién es?»

Barro el lugar una vez más y trago saliva.

No conozco a nadie que esté lo suficientemente interesado en mí cómo para mirarme obsesivamente.

No es la primera vez que siento este tipo de sensación.

Dejo escapar el aire y tiro esos pensamientos de que es posible que me estén acosando al fondo de mi mente.

—Puedo irme sola—le insisto. Esta noche Héctor la invitó a una cita para mañana y han estado compartiendo miradas desde entonces. Me asustaría por ella porque no le desearía a nadie que uno de los trillizos del infierno se enamore de ella o él, claro está. Sin embargo, sé que Marcus lo mataría si le rompiera el corazón a su hermana—No tienes que dejar de divertirte por mis niñerías.

Niega con la cabeza teca como siempre y me aprieta la mano.

—Iré por nuestras pertenencias y le avisaré a Roy que nos vamos. Él decidirá si nos lleva o tenernos que llamar a un taxi—dice y no me deja responder porque avanza a la habitación donde dejamos nuestras cosas.

El complejo es una mansión que se usan para diferentes actividades. Al igual que la escuela está equipada de lo mejor. Si no fuera por la fiesta que se lleva a cabo me sentiría cómoda porque sorprendentemente no le falta el toque de hogareña.

Siento como si fuera a vomitar lo poco que he tomado y que Mía de fue hace más de una hora.

La pelea sigue a pesar de que varias personas se arremolinan para apartarlas y los espectadores gritan alentando para que se pegue más fuerte.

Sintiéndome más sofocada salgo corriendo y avanzo por las calles desoladas.

El cielo está nublado y no tarda en llover.

—Maldita noche—digo para misma.

Sigo corriendo hasta que la noche oscura me envuelve, el lodo me salpica y el bosque es mi compañía sin ninguna farola de por medio. Creo que debí pensarlo mejor antes de salir como una desquiciada. El caso es que desde los 9 años no me gusta nada que represente violencia.

Me da un ataque de pánico y si no tengo al lado a alguien termino haciendo una locura. Como esta. Una vez rompí todo el lava vajillas de mamá que papá le regaló en navidad porque no sabía que hacer y me entraron ganas de estallar algo. De alguna manera escuchar el cristal romperse me era reconfortante.

Con la respiración acelerada sigo avanzando porque antes muerta que devolverme o detenerme a qué alguien pase. El agua empapa mi ropa y me replanteo una vez más mi juicio. Tendré que hablar con mi psicólogo el lunes sobre esto.

De seguro me dirá que tengo que cambiar mis medicamentos y que es posible que para los treinta ya esté en un loquero dónde encuentrare a especialistas que se identificarán mejor con mi caso y yo le diré que se valla a la mierda y que se despida del gran sueldo que le pago cada mes sin falta.

Una fuerte luz blanca ilumina el camino y siento como mis huesos se enfrían aún más. La mansión está ubicada fuera de la ciudad en un terreno donado por el generoso y temerario William Winston.

No sé cómo se le ocurrió al consejo construir este lugar donde posiblemente puedan haber escenas de suicidio y lo más probable dado el caso, homicidio. Corro alejándome del auto que se acerca a toda velocidad y maldito mil veces cuando mis tacones se hunden en el lodo.

No puedo estar más maldita. Sin verlo venir el auto hace un giro inesperado y se detiene justamente frente a mí bloqueándome la salida del terreno. Trago saliva pesadamente por millonésima vez en la noche y miro al bosque considerando perderme en él.

Es mejor que morir en manos del psicópata que posiblemente sea mi acosador o de cualquiera en realidad.

Dios, me van a torturar.

Vender mis órganos.

Borrar mis huellas para que nadie sepa que estuve aquí y...

—¿Te llevo?—pregunta una voz ronca y con cierto toque de oscuridad familiar.

Abro un ojo dándome cuenta de que los había cerrado y me enderezo en mi lugar.

—No sé porque me estás hablando, pero permíteme negarme, aunque tu propuesta es generosa. No quiero ir en un mismo auto contigo—le doy una falsa sonrisa y cambio mi expresión para, más que verme abatida y como alguien que por un momento vio su corta vida pasar por sus ojos, verme como la Reina poco amigable e inquebrantable que mantengo a flote frente a todos—Puedes seguir tu camino.

Enarca ambas cejas y me mira como si estuviera demente.

«No está tan equivocado»

Mira que rechazar la oferta de huir con vida de aquí no es para alguien que esté consciente del peligro que puede estar corriendo.

La cosa es que él también podría estar pintándose de amigable para llevarme a un lugar recóndito y matarme. En caso de que no sea así y me mente me esté jugando chueco, de todas maneras tampoco somos amigos.

—Deja de pintar en tu mente que te mataré porque no lo deseo—dice y me reprendo por ser tan expresiva. Me da una pequeña sonrisa come mierda y abre la puerta del copiloto desde su asiento—Por ahora.

Entrecierro los ojos y medito está última palabra. Sí que es el más retorcidamente amigable de todos. Miro hacia atrás para ver el camino que he recorrido sin darme cuenta y avanzo hacia el auto.

Suspiro y por un momento me quito mi capa de orgullo al entrar.

—Está bien. Pero no creas que te regodearás de esto para joderme después con esto porque yo seré muy dura contigo y mira que estoy cambiando para ser una mejor persona—le advierto.

—Sí, lo que digas—responde sin mucha cosa.

Sale del camino terroso y se abre paso en la autopista mostrándome todo lo que tenía que recorrer si seguía de tonta.

Lo miro por el rabillo del ojo y me cruzo de brazos.

A pesar de no tener la armadura de guerra todavía sigue viéndose como si perderá el control en cualquier momento y acabará con la paz mundial.

—Ya deja de mirarme que no te haré nada—dice y rueda los ojos.

No respondo.

Solamente dejo que me lleve a mi casa y le doy vueltas a todo lo que se me viene mañana con Roy y Mía cuando llegue al colegio.

De ese molesto regaño no me salva nadie.

Estoy muy agotada mentalmente para evitarlos y es por eso que no ideo una manera de hacerlo.

—Hemos llegado—anuncia el chico que durante todo el camino estuve callado.

Parpadeo varias veces y miro el portón de mi casa sin poderme creer que llegamos en tan poco tiempo. Cuando miro el reloj del auto me doy cuenta de que ha pasado media hora desde que salimos de allí.

—Gracias—murmuro de mala gana por tener que agradecerle a él.

Me encamino a la entrada de mi casa pero un carraspeo que viene de atrás me detiene.

—Una última cosa—dice y me giro para mirar su cara seria. Está neutro pero de alguna manera sus ojos verdes lo delatan—Aléjate de él si quieres seguir conservando esta vida de normalidad que llevas. Todo lo que él toca lo destruye y tú no serás la excepción por más que quieras creer que sí.

Sin más acelera y se pierde al final de la calle.

Joder.

Este ultimátum sí que me dejó fuera de mi papel. La cosa es que no lo hace más que el ya conocido escalofrío cada vez que siento la mirada intensa de alguien en mí. Miro las calles desoladas y no veo a nadie. Sin embargo, eso no evita que sienta que en algún lado escondido alguien me está mirando.

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