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Capítulo 16

Holaaa, Feliz sábado amores.

Este cap es una montaña rusa de emociones. Me encantó corregirlo y recordar cositas que había escrito hace mucho 🤭

Por fis no olviden darle a la estrellita, comentar y compartir. ¡Es indispensable!

Reina

Unos tacones resuenan en el espacio, sacándome de mi sueño reparador. Gruño internamente, preparándome para el bochorno que seguramente vendrá a continuación por parte de la segunda más gruñona de las Müller. En primer lugar, me encuentro yo.

Hago como si no me diera cuenta de su presencia y permanezco lo más firme posible para que no note que ya estoy consciente. Es una técnica que he perfeccionado desde que Renata me despertaba para ir al colegio, especialmente cuando no estaba de humor para levantarme.

-¿Estuvo buena la fuga de anoche? -escucho la voz furibunda de Florencia mientras abre las cortinas, dejando entrar la molesta luz de las ventanas.

De nada sirve fingir con esta mujer.

-Cierra eso -me quejo, tapándome la cara con la almohada.

-No estás en posición de exigir nada, muchachita -responde, quitándome la sábana que cubre mi cuerpo. Luego me señala con su dedo índice-. Tú y yo tenemos que hablar. No puedes hacer estas tonterías siempre que te dé la gana, Reina.

-¿De qué estás hablando? -pregunto, fingiendo ignorancia.

-Sabes perfectamente de qué hablo. No te hagas la niña buena; eso puede funcionar con Morel, pero no conmigo -dice furiosa.

-No estoy fingiendo ser idiota. No es mi estilo.

-¿Quieres que le diga a tu abuelo sobre tus andanzas para que te ilumine esa cabecita? -coloca las manos en su cadera-. Ya te digo yo que se te espabila.

-Tía querida, no hay necesidad de llegar a esos términos -me siento en la cama, frotándome los ojos-. Ya recuerdo.

Me levanto arrastrando los pies hacia el ventanal de esta inmensa habitación que mi abuelo adaptó para que pareciera el aposento de una princesa. La vista es hermosa.

Hoy es una mañana completamente despejada.

Perfecta para salir a correr y no ir al colegio.

-Eres una malagradecida -dice, indignada-. Te cubro con el niño ese y te atreves a irte sin avisar. Te pudo haber pasado cualquier cosa, y nosotros nunca habríamos sabido dónde estabas o quién te sacó de la cama a esa hora, porque tú ni siquiera eres capaz de dejarme una nota.

Me giro y la encuentro con los brazos cruzados.

-Estabas... triste. Pensé que no era el momento para molestarte.

Levanta la barbilla, mostrándome esa mirada que usa para hacer negocios y verse más poderosa de lo que ya es.

-¿De qué tristeza hablas? -pregunta-. Lo que no querías era que supiera que te escapaste otra vez.

Sonrío y vuelvo a la cama, acostándome boca arriba. Miro el techo, preparándome para lo que diré a continuación.

-Besé a Marcus.

El silencio que sigue es sepulcral.

Por primera vez en mi vida temo ver su expresión. Florencia siempre ha sido la tía en la que podía confiar cuando mamá me reprochaba y yo escapaba enfadada.

Miro hacia ella y me desconcierto al ver que no tiene ninguna expresión.

-¿Qué has dicho?

-He dicho que besé a Marcus -repito en un susurro.

Niega con la cabeza, lanzándome dagas con la mirada.

-¿Te has vuelto loca?

Parpadeo, confundida. He hecho cosas peores que besar a un chico, pero su respuesta me deja con un mal sabor de boca.

-¿Por lo menos sabes en lo que te has metido? -gruñe-. Solo te advierto, esto no terminará bien. Enamorarte de un maldito Winston no hará que te den una carita feliz en la mejilla, Reina.

-¿Pero qué te pasa? -me levanto, indignada al ver su postura alterada-. No es nada que no sepa ya.

-Parece que no lo haces -cruza los brazos y se inclina hacia adelante-. Te estás dejando embobar por sus idioteces y te lo prohíbo.

-¿Qué dices? -niego con la cabeza-. Este comportamiento no es propio de ti.

-Mírame a los ojos y dime que no estás enamorada de Marcus Winston, Reina Müller -ordena, cruzada de brazos.

Miro hacia la puerta, esperando que a Morel no se le ocurra subir ahora.

-Cállate, mi abuelo puede escucharte.

Me pongo frente a ella, imitando su posición.

Sabía que no se lo tomaría con agrado, pero no tolero que me reprochen. Eso me pone a la defensiva, y ella lo sabe. Desde pequeña he mostrado que no soy cualquier persona, y ser hija única ayudó a que mis padres se esforzaran en convertirme en una mujer fuerte e inteligente.

-¡Pues que me escuche! -grita, histérica-. ¡Dime que no estás enamorada de él!

Ese es el detonador de las palabras más dolorosas que he dicho en mi vida.

-¡Sí lo estoy o no, no es tu problema porque no eres mi mamá! ¡Date cuenta de una maldita vez!


Da un paso atrás como si, en vez de decirle que no es mi madre, le hubiese dado un puñetazo. Yo fui quien dirigió esas palabras a ella y, aun así, siento como si tuviera la boca llena de gravilla y el corazón herido.

Y, por primera vez, herí a una de las personas que más amo.

-Retráctate.

-No -respondo-. No eres mi mamá y nunca lo serás. Ya va siendo hora de que lo entiendas.

Sonríe con amargura, y una solitaria lágrima rueda por sus mejillas.

-Eso lo sé desde el principio -dice con la voz entrecortada-. Perdón por tomarme atribuciones que no me correspondían.

A paso rápido, se dirige a la puerta y la cierra de un portazo que resuena en mis huesos y en mi corazón magullado.

Caigo al suelo de rodillas y mi cuerpo se sacude del llanto.

-Cariño, ¿por qué...? -las palabras del abuelo se quedan a medias cuando ve la posición en la que me encuentro.

-La he cagado con ella, abuelo.

-Oh, santo cielo. Temía que algún día esto pasaría -me envuelve en sus brazos, como años atrás lo hizo cuando me dio la mala noticia de que mis papás habían muerto.

-No me querrá hablar nunca más.

-No digas eso -limpia mis lágrimas, pero es en vano, ya que más se derraman-. Ella te ama. Eres su adorada niña.

Niego con la cabeza, mirando a través del ventanal frente a mí.

-Le dije que no es mi madre y que nunca lo será -me abrazo las piernas y apoyo la barbilla en éstas-. Me odia.

-Pues sí que la has cagado -concuerda, haciendo que me aflija aún más-. Sin embargo, Florencia nunca sería capaz de odiar a la persona que llenó de luz su vida luego de que le dijeran que no podía tener hijos.

Levanto la mirada al escuchar lo último, y él se acomoda a mi lado.

-El mismo día de la tragedia... -hace una pausa y suspira pesadamente-. Florencia fue al médico porque quería hacerse una inseminación. Ya sabes, eso de enamorarse y formar una familia. Los doctores le hicieron dos exámenes antes de decirle que no podía tener hijos. Eso le rompió el corazón -la tristeza en su voz es muy notable-. Era su sueño, a pesar de su carácter tan fuerte y su poca tolerancia a las jugarretas que implica tener un hijo. Cualquiera diría que detesta a los niños. Cuando se enteró de que habías quedado huérfana, se tomó la tarea de cuidarte y darte el amor que ya no podrías recibir por parte de Renata.

-¿No podía tomar tratamiento?

-No, fue lo primero que se le dijo. Por alguna razón, su útero quedó inutilizado después de un aborto en la adolescencia. Con solo veintiún años le fue arrebatado su mayor sueño. Ahora, con veintisiete, la única persona por la que puede velar eres tú. Eres su mayor prioridad. ¿O por qué crees que me regaña tanto cada vez que te mimo más de la cuenta? Quiere que seas una mujer hecha y derecha, no una mimada incapaz de ganarse su lugar en la sociedad. Quiere que seas fuerte como ella.

-Todo este tiempo nunca quiso que fuese una pija sin cerebro -murmuro para mí misma.

-Nada que ver -confirma cuando me escucha-. Lo que ella y Svetlana quieren es que seas como ellas: con temple, que no sea el apellido lo que te dé poder, sino tu intelecto. La belleza está incluida, y es lo que, lamentablemente, más atrae. Pero solo es un complemento, porque ustedes son hermosas tal y como son.

-Lo sé -respondo, asintiendo con la cabeza.

-Esa es mi chica -dicen, y miro a la mujer que está parada en la puerta.

Corro a sus brazos, y ella me recibe gustosa.

-Perdón, fui una estúpida contigo.

-No seas tan dura contigo misma -dice y luego ríe-. Bueno, sí que fuiste una estúpida. Mira que rechazarme como madre es una completa desfachatez.

Lo dice en broma, pero sé cuánto le afectaron aquellas palabras sin sentido alguno. Mis tías siempre han sido indispensables para mí, y, luego de la pérdida de mis padres, nos convertimos en inseparables.

Mi familia es completamente indispensable.

-Nada de lo que dije es cierto -la miro con ojos de cachorrito, causando que ella ruede los ojos. Sonrío al lograr mi cometido-. Luego de Renata, eres mi madre soñada. Por primera vez puedo decir que fui una ingrata. Perdón.

-¿Y yo qué? -preguntan detrás.

Svetlana Volkova, que ya no lleva el apellido paterno porque adoptó el de su esposo, Mijaíl Volkov, hace su entrada, y mi sonrisa no puede ser más grande. Estas personas son el motivo de que la expresión en mi cara surja cada vez que quieren.

-No te quedas atrás -me encojo de hombros, y ella enarca una ceja.

-Niña, no cambias.

Le tiendo una mano, y, luego de mirarla con dudas por un momento, se une al abrazo. Tampoco es muy romántica, que digamos. Esta familia aprendió el significado de cariño por mi difunta abuela; de lo contrario, sería algo completamente bizarro.

-Ven aquí, viejo -llama Sveta a su padre-. No me soportas, pero no lo hagas tan evidente.

El abuelo hace una mueca y luego finge que viene de mala gana.

-Ese es mi chico -digo, y las hermanas Müller explotan en carcajadas.

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