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Capítulo 9

—¡(Y/N)!, ¡(Y/N)! — Oigo nuevamente el llamado de Shisuka, pero esta vez, se encuentra sentada en la alfombra.

— ¿Qué ocurre? — Pregunto con algo de hastío.

— No quiero estar sola, ven, quédate conmigo — Sigue en un evidente estado de ebriedad, pero esta vez un poco somnolienta.

— Bien, me quedaré solo un rato.

Me siento en el suave tapiz con el mayor sigilo posible para no despetar a Takagi.

Me sorprende que no haya despertado con los gritos de Shisuka.

La mujer, al verme sentado recuesta su cabeza en mi regazo. Sus ojos me miran con tranquilidad y calidez.

— Acaríciame — Toma mi mano izquierda y la lleva a su frente — Te amo...

Me avergüenzo por eso último. Sé que mañana no recordará nada de esto producto de su embriaguez, pero aún así me siento extraño al escucharlo de todos modos.

Deslizo mis dedos por su frente con mucha suavidad, su piel lisa me facilita mucho el trabajo.

Sus leves suspiros me tranquilizan por alguna razón.

Miro con disimulo su cuerpo semidesnudo, sé que ella es una mujer y yo un estudiante de secundaria, pero al saber que puedo interactuar de esta manera con una mujer diez años mayor me inquieta un poco.

Pero...todo ha cambiado, nuestros valores, nuestra visión de la vida, y los tabús ya no serán como solíamos conocerlos.

Para bien o para mal, todo ha cambiado.

"¡Ni siquiera puedes demostrar afecto por alguien que no seas tú!, ¡Nunca haz valorado lo que otros hacen por tí! ¡Eres un maldito egocéntrico (Y/N)!

Como una jaqueca, otra vez vienen a mí más recuerdos de aquella discusión que creía olvidar.

Las palabras de mi madre me dolieron bastante aquella vez.

Pero la respuesta que le di, fue el punto de inflexión para que ellos decidieran marcharse a China y dejarme solo en Japón:

¡Nadie ha hecho nada por mí que no sea yo! ¡He vivido solo por 18 años!, ¡No necesito a nadie!...¡NO LOS NECESITO!

Pero...

Al estar junto a Shisuka, me doy cuenta que tal vez Mamá tenía algo de razón, nunca fui capaz de demostrar afecto por alguien, pero francamente nunca estuvo en mis planes pasar tiempo con otro ser humano y necesitar algo de esa persona.

Pero ahora que estoy con la señorita Marikawa, me doy cuenta que fui injusto con ella, nunca pude agradecerle por curar mis heridas las veces que fui a la enfermería de la escuela.

Espero que al estar con ella, acariciando su frente con tranquilidad y dedicación pueda devolver un poco lo que ha hecho por mí...

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— Esta es la segunda vez que vienes aquí esta semana (Y/N) — Comentaba la rubia Enfermera mientras curaba algunos golpes en mi rostro — Y ya estamos a miércoles.

— Solo estoy aquí por que los maestros me lo piden — Le dije con indiferencia — No quieren que el Director vea a un estudiante con heridas en su clase.

— Pasas más tiempo aquí que en tu salón — Liberó una tímida sonrisa.

— ¡Auch! — Solté un quejido luego de que la señorita Marikawa  tocara una herida en mi rostro que me había tratado antes.

— Todavía sigue sensible ésta área, deberé aplicar un poco de ungüento.

Se dirigió a una mesa en donde habían muchas cremas.

Posteriormente aplicó un poco de ese ungüento en mi herida.

— ¡Ya está! — Me dijo — Puedes irte, espero que no vuelvas a meterte en problemas, ¿Si?

— No prometo nada — Me puse de pie y fui a la salida — Al fin y al cabo ellos se lo merecen.

Cerré la puerta y caminé con calma por el vacío pasillo de la escuela.

Todos los estudiantes del Instituto estaban en clases a esa hora, ni siquiera era mediodía.

Recuerdo que fui a la biblioteca, como solía hacerlo desde hace ya seis meses desde que me habían aceptado.

Recorrí las estanterías y tomé un libro de Nietzche.

Estuve en ese lugar leyendo hasta la hora del almuerzo.

Lo que menos quería era entrar a clases.

En esos días, luego de una extensa jornada en la cual debía regresar al salón después de la hora de almuerzo, no regresaba a casa temprano, ni era miembro de ningún club.

Me dedicaba a vagar por la zona céntrica de la ciudad, allí ya no estaba bajo el amparo de la escuela, ya era un hombre libre y podía hacer lo que se me diera la gana.

En aquel entonces decidí dar un giro radical a mi vida, luego de leer a Kafka y aprender acerca del existencialismo del mundo occidental, pretendí  buscar mi propio camino dentro de toda la oscuridad que me rodeaba.

Para ello, las normas convencionales de la sociedad japonesa no me servían en lo absoluto, ni la influencia de las religiones sobre el bien y el camino de la bondad no me llenaban.

La única alternativa era encontrar la forma de corromper mi alma y destruir todo en lo que alguna vez creí, para tratar así de alcanzar la iluminación y el conocimiento que el ser humano tanto anhela conocer.

Para lograr ese objetivo, me sumergí en el mundo de la delincuencia, en el consumo de drogas y solía infligirme heridas para sentirme vivo.

Ya era considerado como un chico malo en la escuela, e incluso una paria, por lo que tenía la vía libre para actuar como se me diera la gana y hundirme mucho más para renacer de las cenizas como un ave fénix.

Aún recuerdo el primer delito que cometí, mis manos temblaban y la adrenalina de ser detenido y llevado por la policía. 

Ahí estaba, mirando a través de la ventana como un hombre de negocios bebía un sorbo de sake. Él ya parecía ebrio de tanto beber y beber que en cualquier momento caería desmayado por sus niveles de alcohol.

Por suerte para mí, ese hombre salió del bar cuando el reloj marcaba las 12 de la noche. 

Yo lo seguí a una distancia razonable, a la espera de que bajase su guardia para atacar.

Posteriormente se dirigió a un callejón oscuro que había en esa zona céntrica, con tantas luces y personas transitando de un lugar a otro a pesar de ser un día de semana.

Con algo de prisa, caminé hasta ese callejón para alcanzarlo.

Para mi desagrado, el hombre al que seguía estaba vomitando todo el licor que había ingerido. Fue una escena bastante asquerosa, pero allí estaba él, intentaba mantenerse de pie mientras vomitaba.

Para alguien con una moral muy alta, atacarlo hubiera sido el peor de las bajezas que inclusive podría tratarse de un pecado según la religión cristiana.

Por lo que era el momento ideal para atacar.

Di unos cuantos pasos y sin titubear le di una patada tan fuerte en su estómago que su cuerpo cayó estrepitosamente en unos contenedores de basura.

— Por favor...ayúdame... — Me dijo con su voz temblorosa.

En ese entonces quise detenerme, ese no era yo, utilizaba la violencia para el bien y no para el mal.

Pero necesitaba de ello, necesitaba encontrarme a mí mismo y encontrar la luz. Si no lo golpeaba, me habría arrepentido de no hacerlo.

Sin misericordia, lo golpeé un par de veces.

Golpe tras golpe sentía los quejidos de un borracho lamentarse.

Luego de dejarlo en un estado de inconsciencia, le quité su billetera.

Pero luego la arrojé muy lejos de mí, no me interesaba para nada el dinero, solo quería vivir la experiencia de ser un matón.

Luego de aquella paliza fui a casa para descansar.

Como era de costumbre, al llegar a mi hogar no había nadie.

Ni Papá, ni Mamá estaban allí.

Siempre hacían lo mismo, su trabajo les consumía la mayor parte del tiempo y de sus vidas, lo único que les interesaba era producir y generar ganancias en la empresa que administraban. Ellos solo iban a casa los fines de semana, en una familia normal, los padres pasan tiempo con sus hijos, pero en este caso no, Mamá y Papá estaban mucho más preocupados de pasar tiempo de calidad entre ellos que me ignoraban a propósito.

Y con calidad, me refiero a estar preocupados de sus negocios.

Con el pasar de los días, durante las tardes, mi actividad delictual fue aumentando, ya no me conformaba con golpear a personas aleatorias en las calles. Ahora robaba vehículos, desde motocicletas hasta camionetas de gran potencia, me gustaba tomarlos y luego abandonarlos en algún sitio eriazo fuera de la ciudad.

Así fue como aprendí a manejar.

También solía visitar tiendas de armas ilegales, allí adquirí mis nudilleras y compré algunos cuchillos de cacería.

¿Cómo podía financiar todo eso?, pues el dinero no era problema para mí. Mis padres solían dejarme dinero en un sobre todas las semanas. Era la única vez que demostraban algo de "afecto" y "preocupación" por mí, claro, para ellos todo se solucionaba con dinero.

Gasté mucho dinero en armas y en estupefacientes para realizar mis actividades delictuales.

Confieso que en muchas ocasiones la policía me detuvo, fui al calabozo en reiteradas veces por golpizas y por estar in fraganti robando vehículos.

Siempre que iba al calabozo salía de allí luego de dos horas. Era muy extraño que nunca fuera procesado por esos delitos como lo harían con cualquier ciudadano japonés.

Algo me decía que Mamá y Papá sabían acerca de mis andanzas, ellos tenían una amplia red de contactos dentro de la ciudad.

Nunca me atreví a preguntarles, hacerlo sería caer en su trampa y delatarme a mí mismo.

Otra cosa que nunca pude explicar fue como la escuela jamás decidió expulsarme como lo hicieron las otras a las que asistí.

Aunque no debía sorprenderme de eso, sabía que en aquel Instituto habían estudiantes que provenían de familias ricas e influyentes, de seguro que con algún tipo de soborno dejaban pasar muchas cosas que en otra escuela seria motivo de expulsión.

Pues como siempre, al fín y al cabo, todo se soluciona con dinero.

En aquel año, fui empeorando mi actuar cada vez más, falté a clases en muchas ocasiones para buscarme a mí mismo y degenerar mi propia alma.

Recurrí muchas veces al mercado clandestino de drogas. Consumí todo lo que podía adquirir, desde marihuana, hasta dappo habu, unas cápsulas sintéticas que producen un efecto similar a la cocaína.

En un punto, tuve que encontrar un equilibrio entre mi vida delictual y la estudiantil. Uno de mis objetivos era aprobar el año, y para ello debía concentrarme en mis estudios también.

La idea de repetir el año me inquietaba, no era un estudiante de notas sobresalientes, pero aún así, sabía que era mejor que mis compañeros de clase, no pasar a segundo año les daría la razón a aquellos que me menospreciaban.

Cuando los exámenes finales se acercaban, pasé mucho tiempo estudiando en la biblioteca bajo los efectos del dappo habu.

Además, hacía ejercicio en un parque cerca de la escuela para mantener mi estado físico al máximo durante las noches.

Pero nunca dejé de golpear a personas inocentes ni de robar esporádicamente. Aquel lado de mí, surgía durante los fines de semana en periodo de exámenes.

Era una suerte de una válvula de escape que necesitaba liberar.

Eso me mantenía irónicamente vivo, mientras me autodestruía por completo.

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