❛ 002 ─ The wolf and the sheep ❜
〝 Reencuentro 〞
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Comienzo de la danza de dragones.
Rhaelys había sufrido demasiadas consecuencias. Lo que alguna vez fue un acuerdo prometedor con Daeron se desmoronó tan rápido como la noticia de que Aegon II Targaryen había sido coronado rey de los Siete Reinos. La traición había sido tan inesperada como devastadora, y Rhaenyra, su madre, respondió de la única manera que sabía: con furia. El conflicto contra su medio hermano estalló como una tormenta descontrolada, arrasando con todo a su paso.
Para Rhaelys, la ruptura de su matrimonio no le importaba, había perdido mucho más que un compromiso matrimonial. Lucerys
Ahora, toda su energía estaba dedicada a prepararse para la guerra que se avecinaba. Cada mañana, montaba a su dragón y sobrevolaba los vastos cielos, vigilando cualquier movimiento inusual, cualquier señal de peligro. Los vuelos la dejaban exhausta, pero no se permitía descansar. La fatiga era un precio pequeño comparado con el alivio de saber que sus enemigos aún no la habían encontrado.
Sus días se habían vuelto monótonos, cada uno repitiendo el mismo patrón de vigilancia y aislamiento. Su interacción con la familia se limitaba a breves momentos durante la cena o el almuerzo, cuando se veía obligada a sentarse junto a ellos. Era un intento fallido de mantener las apariencias, de fingir que la guerra no los había separado por completo.
Pero lo que realmente la atormentaba era la última carta que había recibido.
Firmada por gwayne, con palabras que rezumaban veneno.
“repugnancia es lo que me provocas, traidora. Espero que tengas una muerte indigna de alguien como tú.”
El insulto no era lo que más dolía, sino la fría certeza de que aquellos con los que alguna vez compartió vínculos ahora la deseaban muerta. Esa noche, Rhaelys había leído la carta repetidamente, tratando de comprender cómo se había llegado a ese punto. ¿En qué momento exacto el mundo se había vuelto tan oscuro y traicionero?
Los días pasaron, necesitaba un respiro, un momento de paz entre tanto caos. Encontró a Joffrey, su hermano que siempre lograba arrancarle una sonrisa a pesar de todo, y lo invitó a jugar. El niño se abalanzó sobre su regazo, llenando el vacío en su pecho con una calidez que rara vez sentía.
──Dime, Joffrey.── comenzó, tratando de disfrazar su tristeza con una sonrisa.──¿quién es el más lindo de Dragonstone?
El pequeño no dudó en señalarse a sí mismo, su sonrisa era amplia y orgullosa.
──Así es, tú lo eres.──respondió ella, riendo suavemente mientras le hacía cosquillas en los costados. Por un momento, se permitió olvidar el peso de la guerra, de la traición, y simplemente disfrutó de la risa contagiosa de Joffrey.
──Pensé que te habías ido a volar.── dijo una voz familiar, interrumpiendo el momento. Era Jacearys, que se acercaba a ellos con una expresión inquisitiva.
Rhaelys levantó la vista, encontrándose con los ojos de su hermano. Había una mezcla de preocupación y curiosidad en su mirada.
──Aún no.── respondió con un tono más serio.──Pretendo hacerlo mañana.
Jacearys asintió, aunque su ceño fruncido revelaba que no estaba del todo conforme.
──Joffrey, madre te busca, ve.── dijo suavemente, dirigiendo su atención al niño, que soltó un suspiro de resignación.
──Ve, luego jugaremos.──añadió Rhaelys, liberando al niño de su regazo y observando cómo se alejaba. ──Lo extrañaré mucho cuando se vaya.── murmuró, casi para sí misma, con una delicadeza que pocas veces se permitía.
Jacearys, siempre observador, captó el matiz en su voz.
──Yo también.──confesó, aunque su mirada se desvió hacia el rostro de ella, como si buscara respuestas entre sus rasgos.──¿No crees que estás saliendo demasiado? Saliste ayer y ahora pretendes salir mañana.──dijo finalmente, su tono oscilando entre la preocupación y la reprimenda. Había un eco de temor en sus palabras, como si supiera que algo más se escondía detrás de esas constantes salidas.
Rhaelys lo miró fijamente, su expresión endurecida.
──Debo vigilar nuestros alrededores.── replicó con firmeza, como si eso fuera suficiente para acallar las dudas de Jacearys.
──Lo sé.── admitió él, su voz bajando un tono.──pero lo haces como si estuvieras buscando algo… o a alguien. Como si no te cansaras de buscarlo hasta encontrarlo.
Las palabras de Jacearys golpearon un nervio, y Rhaelys sintió un calor incómodo subiendo por su garganta. Rodó los ojos, intentando desviar la conversación.
──Es mi problema, Jacearys. No pretendo quedarme aquí encerrada mientras una guerra se avecina.
Se levantó bruscamente, sintiendo la necesidad de moverse, de hacer algo que no fuera enfrentarse a sus propios sentimientos. Tomó la daga que había dejado en la mesa cuando jugaba con Joffrey y la aseguró en su cintura, ocultándola bajo su ropa. Sabía que Jacearys tenía razón, pero no estaba lista para admitirlo. No a él, y mucho menos a sí misma.
Aunque no se lo dijera, Jacearys estaba en lo cierto.
Rhaelys estaba buscando algo, o más bien, a alguien. Y no se detendría hasta encontrar esa presencia que anhelaba ver una vez más.
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El dragón Moonfyre surcaba el cielo, desplegando sus medianas alas teñidas de un plateado y violeta que brillaban bajo la luz del sol. Era considerado el segundo dragón más hermoso después de Sunfyre, pero su belleza escondía una naturaleza tan volátil y caprichosa como la de su jinete.
Ambos, tanto criatura como amazona, compartían una misma esencia de violencia contenida, lista para desatarse en cualquier momento.
Moonfyre, con su aguda percepción, escudriñaba los alrededores con una mirada cargada de determinación. Su jinete, Rhaelys, se mantenía firme sobre su lomo, atenta a cada detalle. Había estado esperando la compañía de Baela, pero esta había decidido seguir otra ruta, dejándola sola en su vigilancia. De repente, los ojos del dragón se entrecerraron, su atención captada por algo en la distancia,un grupo de figuras montadas a caballo se movía en la lejanía.
Rhaelys notó el cambio en la actitud de su dragón y frunció levemente el ceño, agudizando su propia mirada para identificar mejor lo que Moonfyre había visto. Sin decir palabra, el dragón comenzó a descender lentamente, permitiéndole a Rhaelys observar con más claridad.
Sus ojos se abrieron en una mezcla de sorpresa y excitación al reconocer los estandartes de los soldados de Aegon II Targaryen. Aunque la distancia impedía que los viera con detalle, su corazón latía con una esperanza insensata.
¿Podría ser que entre esos hombres estuviera Gwayne Hightower? Aquel por quien su mente, y quizá su alma, se había consumido en una oscura obsesión.
Apretó las riendas, y Moonfyre gruñó suavemente en respuesta, sintiendo la tensión de su jinete. Sin más dilación, el dragón comenzó a descender en picado hacia los soldados, sus garras afiladas preparándose para rasgar el suelo.
Los hombres alzaron la vista, sus rostros palideciendo de terror al ver a la majestuosa y temible bestia acercándose a ellos. Desesperados, tiraron de las riendas de sus caballos, obligándolos a galopar en una frenética huida. Moonfyre se acercaba cada vez más, con sus garras rozando las copas de los árboles, pero Rhaelys no estaba dispuesta a atacarlos tan pronto.
──¡Vēzot! (¡Arriba!).── su voz cortó el aire, firme y clara.
Moonfyre obedeció al instante, remontando vuelo nuevamente, sus alas batiendo con fuerza para elevarlos por encima de los árboles.
Gwayne Hightower, que había permanecido en la retaguardia, sintió su corazón martilleando en su pecho. Su respiración se tornó pesada, casi dolorosa, mientras dirigía su caballo hacia el espesor del bosque.
Alzó la mirada una vez más, temblando ante la visión del dragón volando en círculos sobre las copas de los árboles. El plateado y violeta de sus escamas relucían a la luz que se filtraba entre las ramas. Solo había visto a ese dragón una vez antes, cuando la princesa Rhaelys llegó a Oldtown montada en él.
Apretó las riendas, sus manos temblorosas traicionando su miedo. No podía creer que se encontraría nuevamente con ella, y mucho menos bajo estas circunstancias.
Mientras tanto, Rhaelys fruncía el ceño, frustrada porque los árboles le impedían ver claramente a los soldados. Su mente bullía con una mezcla de furia y desesperación.
──A la mierda con la precaución.── murmuró, sus palabras cargadas de una resolución fría y peligrosa.──¡Ninkiot! (¡Aterrizar!).── ordenó, su voz ahora teñida de una extraña fascinación.
Moonfyre soltó un gruñido bajo, mostrando su descontento con la orden, pero la obedeció sin rechistar. Sus alas se plegaron y, con un retumbar ensordecedor, el dragón aterrizó bruscamente en el suelo, levantando una nube de polvo y hojas a su alrededor.
Los soldados, que se encontraban a unos metros de distancia, luchaban por controlar a sus caballos, que relinchaban y se encabritaban, sintiendo el terror que emanaba de la imponente bestia. El dragón no necesitaba hacer mucho para intimidarlos; su mera presencia bastaba para helar la sangre en sus venas.
Rhaelys, con su corazón latiendo con una mezcla de adrenalina y expectación, observaba a cada uno de los hombres, buscando ansiosamente una cara entre ellos. Finalmente, sus ojos se posaron en una figura que parecía estar destacando entre el resto.
El dragón, sintiendo la atención de su jinete, no perdió tiempo y se lanzó hacia la dirección que ella había señalado. Gwayne, viendo la inminente amenaza, tiró desesperadamente de las riendas, obligando a su caballo a adentrarse aún más en el bosque, tratando de escapar de la criatura que lo perseguía.
Ser Criston, que había estado observando la situación con creciente pánico, no pudo evitar gritar.
──¡Vamos! ¡No podemos dejarlo solo!
Sin embargo, los soldados estaban paralizados por el miedo, incapaces de moverse para ayudar al Hightower. En cuestión de segundos, la figura de Gwayne y la del dragón desaparecieron en la densa espesura del bosque.
──He dicho que vamos.── insistió Criston, su voz llena de orden. Al fin, uno de los soldados reaccionó y se acercó a él.
──Iré yo.──declaró con determinación, espoleando su caballo hacia la misma dirección que había tomado Gwayne, esperando alcanzar al lord antes de que fuera demasiado tarde.
Mientras tanto, Gwayne sentía que el miedo le oprimía el pecho. Sabía que escapar del dragón era imposible, pero no podía detenerse. Las patas de su caballo seguían corriendo, impulsadas tanto por el miedo del jinete como por el propio instinto de supervivencia del animal.
Era imposible escapar de Rhaelys Targaryen, y ese pensamiento se repetía en su mente, una y otra vez, mientras la desesperación lo envolvía por completo.
En un instante, el dragón Moonfyre alzó sus patas delanteras y aterrizó con un golpe seco frente a Gwayne, bloqueando su camino. Sus ojos grises se fijaron en el rostro asustado del lord, como si intentaran perforar su alma.
El rugido de Moonfyre resonó como un trueno, sacudiendo el aire alrededor, y los ojos de la bestia se clavaron en Gwayne con una intensidad que lo paralizó. El lord, que había mantenido su compostura frente a otros peligros, sintió cómo un sudor frío le recorría la espalda.
Rhaelys soltó las riendas con un movimiento fluido, descendiendo de la montura con la misma gracia que un felino al acecho. Gwayne, presa del pánico, tiró de las riendas, haciendo que su caballo retrocediera nerviosamente.
El caballo de Gwayne, sintiendo el peligro inminente, resopló inquieto, sus ojos rodando en sus órbitas mientras trataba de alejarse del monstruoso dragón. El lord, con manos temblorosas, intentó calmar a su montura, pero era evidente que él mismo estaba al borde del pánico. El sonido del viento siendo cortado por las alas del dragón sólo intensificó su miedo, haciendo que su respiración se volviera más errática.
El rostro de la princesa estaba marcado por una determinación inquebrantable, reflejando la resolución de quien ya ha tomado una decisión irrevocable.
Rhaelys, con una serenidad casi escalofriante, avanzó hacia él, su expresión inmutable, como si el caos y el miedo que la rodeaban no fueran más que una ilusión. Sus ojos, tan fríos como el acero, se posaron en Gwayne.
──Cuánto tiempo, Lord Gwayne.──pronunció con una calma que contrastaba con la tensión del momento mientras avanzaba lentamente hacia él──. Baje del caballo.──ordenó, esta vez con una firmeza que no admitía réplica.
La voz de Rhaelys cortó el aire como un cuchillo, fría y autoritaria. No era una simple petición, era una orden que llevaba el peso de la certeza absoluta, de alguien que estaba acostumbrada a que sus palabras fueran obedecidas sin cuestionamientos. Sus ojos se entrecerraron levemente, estudiando cada gesto de Gwayne, buscando el más mínimo indicio de desafío.
Gwayne tragó saliva, su garganta seca y apretada por la mezcla de miedo y desconcierto. La imagen de Rhaelys, imponente y con una autoridad inquebrantable, era muy diferente de la joven que recordaba. Había una dureza en ella que nunca había visto antes, y aunque su instinto le gritaba que huyera, sus piernas se negaban a moverse.
Gwayne la observó, su rostro mostrando una mezcla de inquietud y temor. A pesar de ello, no se movió.
──Rhaelys...──su voz salió en un susurro quebrado, como si decir su nombre fuera un esfuerzo titánico.──no tienes que hacer esto. No somos enemigos, tú lo sabes.
Rhaelys arqueó una ceja, un gesto que indicaba tanto sorpresa como desdén. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.
──¿No somos enemigos?.──repitió con incredulidad, sus palabras cargadas de ironía──. ¿Crees que puedes decir eso después de lo que tu hermana hizo? ¿Después de traicionar a mí madre y a todo lo que una vez significó algo para mí?
El caballo dio un paso atrás,gwayne sacudido por la acusación, pero las palabras de Rhaelys lo dejaron sin respuesta.
──Le dije que bajara ahora mismo, a menos que quiera que mi dragón lo mate en este mismo momento.──Rhaelys añadió, su voz cargada de una amenaza velada. No estaba dispuesta a soportar la terquedad del hombre.
Gwayne parpadeó, tratando de procesar la amenaza implícita en sus palabras. Moonfyre, detrás de ella, emitió un gruñido bajo, como si estuviera de acuerdo con la advertencia de su jinete, y Gwayne sintió cómo una nueva ola de pánico lo invadía. Su corazón latía desbocado, golpeando con fuerza en su pecho, y supo que no tenía más opción que obedecer.
Gwayne dejó escapar un suspiro tembloroso y, con cuidado, se deslizó del caballo, aunque mantuvo una postura defensiva cuando sintió a la princesa acercarse.
──Siempre fuiste testaruda.──murmuró Gwayne mientras bajaba del caballo, su voz impregnada de un intento desesperado de recuperar el control──. Pero esto... esto es una locura, Rhaelys. No tiene que ser así. Podemos hablar, resolver esto de otra manera.
Rhaelys no hizo caso a sus palabras, su enfoque era absoluto, y cada paso que daba hacia él era una declaración de su intención. Su mirada nunca se apartó de la de Gwayne, como si estuviera decidida a ver hasta el último rincón de su alma.
──Nunca creí que nos encontraríamos en esta situación, ambos en bandos opuestos.──dijo Gwayne, tratando de ocultar su nerviosismo bajo una fachada de firmeza.
──¿En bandos opuestos?.──repitió Rhaelys, como si saboreara la frase en su boca──. No hay bandos aquí, Gwayne. Hay traidores y hay justicia. Y tú has elegido tu lugar.
Gwayne sintió cómo un escalofrío recorría su columna vertebral. La frialdad en su voz era más cortante que cualquier hoja, y supo, sin lugar a dudas, que la mujer que tenía frente a él no era la misma que una vez había conocido. La guerra la había cambiado, endurecido, y ahora él estaba viendo el resultado de esa transformación.
Rhaelys hizo un gesto hacia Moonfyre, indicándole que se retirara un poco para no intimidar tanto a su presa.
──No quiero que mi dragón tenga que intervenir en esto, Gwayne.──dijo Rhaelys, su tono casi afable, aunque lleno de la misma amenaza──. Estoy segura de que podemos resolver esto entre nosotros... como adultos.
──Lo mismo digo.
──¿Qué pasó? ¿Pensó que ya estaba muerta?.──preguntó, desafiándolo con la mirada.── ¿Cree que no leí su última carta?──Lo miró fijamente, sus ojos ardían con una mezcla de furia y desprecio.
Gwayne sintió que la sangre le abandonaba el rostro al escuchar esas palabras. La última carta... pensó que nunca llegaría a sus manos, que el viento de la traición la habría hecho desaparecer. Se encontró de nuevo con la mirada de Rhaelys y vio en sus ojos el fuego de una furia contenida, un odio que él mismo había alimentado con su silencio y sus decisiones.
Rhaelys no le dio tiempo para pensar.
──repugnancia es lo que me provocas, traidora. Espero que tengas una muerte indigna de alguien como tú.──repitió Rhaelys con una precisión escalofriante, mientras acortaba la distancia entre ambos.
El eco de sus propias palabras, aquellas que él mismo había escrito en un momento de desprecio, resonaron en el aire, cargadas de veneno. Gwayne se estremeció, el peso de su crueldad le cayó encima como una losa. ¿Cómo había sido tan ciego? ¿Cómo había podido subestimar tanto el poder de sus palabras?
Gwayne dio un paso atrás, el color abandonando su rostro.
El miedo lo invadía por completo ahora, una fuerza imparable que lo empujaba hacia atrás, alejándolo de ella, pero Rhaelys no le daba tregua. Cada paso que él retrocedía, ella lo seguía, su sombra alargándose sobre él como la de un verdugo dispuesto a cumplir su sentencia.
──¿Y bien? ¿Qué espera?── Gwayne le increpó con una voz llena de molestia──. Máteme. Yo no puedo hacer nada. Máteme y dale un logro a tu reina.
Gwayne sabía que estaba atrapado. La mirada en los ojos de Rhaelys, la frialdad de su voz, todo indicaba que no tenía escapatoria. Aun así, trató de aferrarse a lo que quedaba de su orgullo, enfrentándola con la mirada, aunque en su interior supiera que era un hombre derrotado.
──Si esto es lo que quieres, si esto es lo que te da paz, entonces hazlo.──dijo, tratando de mantener la firmeza en su voz, pero el temblor lo delataba.
Rhaelys sonrió con desprecio ante las palabras de Gwayne, sus labios curvándose en una mueca que denotaba más lástima que verdadero odio.
Sabía que las emociones que bullían en su interior eran mucho más complejas que el simple deseo de venganza, y decidió tomar un respiro antes de continuar.
──No voy a matarlo.──dijo, permitiendo que su tono se suavizara, aunque sus ojos seguían fijos en los de Gwayne, como si intentara leer más allá de su fachada──. Pero sí he venido a hacerle una propuesta.
Gwayne frunció el ceño, la confusión mezclándose con una creciente desconfianza. No esperaba esto de ella. En su mente, ya había asumido que su destino estaba sellado, y la idea de una propuesta lo descolocaba por completo.
──¿Una propuesta?.──repitió, como si la palabra en sí le resultara extraña viniendo de los labios de Rhaelys.
Rhaelys se tomó un momento, midiendo sus palabras con cuidado, como si cada una fuera una piedra en un delicado puente que estaba a punto de construir.
──He pasado toda mi vida en soledad, sin la presencia de un esposo como quiere mi madre.──comenzó, y aunque su voz se mantuvo suave, el veneno en sus palabras era innegable──. No ha habido un maldito día en que no me recuerde que no tengo a un esposo, que no soy más que una sombra de lo que se espera de mí.
Gwayne la miró fijamente, tratando de descifrar lo que realmente significaba. Sabía que ella tenía razones para odiarlo, pero lo que no podía entender era por qué estaba compartiendo esto con él ahora. Sin embargo, la semilla de la curiosidad fue suficiente para mantenerlo escuchando.
──No entiendo.──respondió, sus palabras más un reflejo de su desconcierto que una verdadera demanda de explicación.
Rhaelys dio un paso más cerca de él, su presencia imponente y magnética. Había una vulnerabilidad en su tono que rara vez se escuchaba, pero también una fuerza inquebrantable que no dejaba lugar a dudas sobre quién tenía el control.
──Desde el día en que te conocí, no he dejado de pensar en ti.──confesó, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara para que Gwayne captara cada palabra.
Su rostro era una máscara de contención, pero los destellos en sus ojos delataban las tormentas que rugían en su interior.
──Sé que es una locura, porque eres un maldito Hightower, pero no voy a mentirte, te necesito, Gwayne. Te necesito porque en ti veo algo más que una simple pieza en este juego de poder.
El ceño de Gwayne se frunció aún más, ahora lleno de enojo y confusión.
En un movimiento rápido, desenfundó su espada, su filo brillando amenazante bajo la luz del día, y la apuntó directamente hacia el pecho de Rhaelys.
──Cuide sus palabras, princesa.──advirtió, su voz tensa, cargada de una furia contenida que apenas lograba mantener bajo control──. ¿Tiene idea de con quién está hablando? Soy el hermano de la reina viuda, y nunca estaré del lado de esa "reina" que defiendes. ¿Te atreves a sugerir que podría traicionar mi propia sangre?
Rhaelys no retrocedió ni un centímetro, su mueca se tornó en una leve sonrisa que bordeaba la burla. La espada apuntada hacia ella no la intimidaba. sabía que Gwayne no tenía el valor de atravesarla. Su calma, incluso en medio de la amenaza, era perturbadora.
──Ven conmigo y te prometo que te protegeré de todos.──murmuró en valyrio, su voz suave y seductora, palabras que eran más una plegaria que una súplica.
Sabía que él no podría entenderlas, pero en ese idioma, podía expresar sus verdaderos sentimientos, sin las ataduras del odio y la traición que definían su relación.
Gwayne la miró, sus ojos llenos de desconcierto. No comprendía las palabras, pero el tono, la forma en que Rhaelys lo miraba, lo hacían sentir como si estuviera frente a una fiera a punto de lanzarse sobre él.
──¿Qué demonios estás diciendo?.──balbuceó, su mente intentando procesar lo que acababa de oír.
Para él, la princesa estaba completamente loca. No había otra explicación para lo que acababa de escuchar. ¿Protegerlo? ¿Ella?
Estaba a punto de responder, de decirle lo equivocada que estaba, cuando de repente, la tensión del momento fue cortada por una voz que irrumpió desde el bosque.
──¡Lord!.──gritó un soldado que emergía de entre los árboles, el mismo que había ido en busca de Gwayne. La voz del hombre resonó como una campana de alarma, rompiendo el extraño hechizo que se había tejido entre ellos.
Rhaelys reaccionó al instante, la tranquilidad desapareciendo de su rostro, reemplazada por una fría determinación.
Con un movimiento rápido, su mano voló hacia la daga que llevaba en la cintura. Sin dudarlo, lanzó la hoja con una precisión letal, atravesando el aire con un silbido mortal antes de clavarse profundamente en el pecho del soldado.
El impacto fue tan repentino que el hombre no tuvo tiempo de reaccionar, cayó del caballo con un grito ahogado, mientras la bestia, asustada, huía al galope.
Rhaelys se acercó hacia al cuerpo para quitarle daga de su pecho.
Gwayne observó la escena con los ojos desorbitados, el horror mezclándose con una creciente sensación de peligro. La brutalidad de Rhaelys lo había dejado paralizado, pero al mismo tiempo, sabía que esta era su oportunidad. Con el soldado caído y la princesa ocupada, se movió hacia ella por detrás, la espada aún en su mano, dispuesto a acabar con todo de una vez.
Pero Rhaelys, siempre alerta, se giró en el último segundo, su daga en mano, lista para defenderse. Sin embargo, la velocidad de Gwayne fue mayor, y antes de que pudiera reaccionar por completo, él la empujó con fuerza al suelo, aprovechando su ventaja momentánea. Sintió las manos frías de Gwayne rodear su cuello, apretando con una fuerza que le cortaba la respiración.
Ella luchó por respirar, cada segundo que pasaba sentía cómo la vida se le escapaba lentamente, pero también cómo la furia y la desesperación crecían dentro de ella.
No iba a morir así, no por las manos de un hombre como él. Con las pocas fuerzas que le quedaban, movió su mano con la daga y la clavó en el cuello de Gwayne, sintiendo cómo el filo atravesaba la carne y la sangre brotaba caliente sobre su piel.
El hombre soltó un quejido, su fuerza menguando lo suficiente como para que Rhaelys lo empujara bruscamente, alejándolo de ella. Se arrastró por el suelo, tosiendo mientras su respiración comenzaba a estabilizarse. Sus ojos, brillando con una intensidad casi antinatural, no eran lágrimas de tristeza, sino de una furia contenida que ahora la dominaba por completo.
Con esfuerzo, se levantó del suelo, ignorando el dolor y la debilidad que sentía. Miró a Gwayne, viendo cómo la sangre brotaba del fino y largo corte que le había dejado en el cuello. Sabía que no era una herida mortal, pero sí suficiente para recordarle quién era la verdadera amenaza.
──Intente atacarme de nuevo, y será usted quien tenga el peor destino.──advirtió, su voz rasposa y débil, pero cargada de una amenaza que no admitía réplica.
Gwayne la miró de reojo, su respiración agitada, ambos cruzaron miradas de fría hostilidad. Sabía que esta no sería la última vez que sus caminos se cruzarían, y el odio que ardía en sus venas prometía un próximo encuentro aún más brutal.
──No crea que lo dejaré en paz. No está a salvo de mí.──dijo Rhaelys con determinación, su tono mortalmente serio mientras comenzaba a alejarse. No le ofreció una última mirada, no había necesidad. Sabía que sus palabras habían penetrado profundamente──. Lo estaré vigilando...
Gwayne la observó mientras ella se acercaba a su dragón, montando con la misma gracia y determinación que siempre la habían caracterizado. En un instante, Moonfyre batió sus alas con un rugido ensordecedor, levantando un fuerte viento que hizo que Gwayne cubriera su rostro con un brazo. Para cuando volvió a mirar, ambos habían desaparecido en el cielo, dejando tras de sí solo el eco de la promesa de Rhaelys, una promesa que él sabía que no debía tomar a la ligera.
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Como había dicho en mi muro que este iba a ser un enemies to lovers pero de los fuertes jajaja.
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