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Capítulo 30 | Logan

-Logan-

El sonido de la música se filtra entre la bruma de mi sueño. Una balada resuena a través de mi estado de semiinconsciencia. Hundo la cara contra la almohada y el aroma a frutas me golpea, trayendo a mi mente cientos de pequeños recuerdos.

Todos, recuerdos de Hannah. De la primera vez que aspiré su particular loción, de la primera vez que besé su mejilla, la primera vez que entrelacé nuestros dedos. La primera vez que toqué su cabello. La primera vez que la besé…

Gruño con frustración. No puedo creer que esté haciéndome esto. No puedo creer que esté reviviendo todo esto ahora. No necesito torturarme.

Siento cómo la cama se hunde bajo el peso ligero de alguien; levanto la cabeza y lo miro… Un pequeño gato negro está sentado junto a mis pies, mirándome con la cabeza ligeramente inclinada. Sus ojos amarillos me escudriñan y por nanosegundo, creo que está estudiándome.

Me levanto, dispuesto a espantar al animal, pero éste se queda quieto en su lugar.

Paseo la mirada por toda la habitación y me siento como un intruso. Siento como si estuviese irrumpiendo en un lugar sagrado. Se siente como si estuviese alterando en sus memorias.

Luces navideñas cuelgan desde la parte más alta de las paredes. La cortina delgada ondea con la suave corriente de aire helado que se filtra de la ventana entreabierta. Hay un pequeño escritorio justo frente a la ventana. No me sorprende ni un poco. Hannah es libre. Le gusta sentirse en libertad, así esté sentada frente a un escritorio.

El edredón es anaranjado; no es de ningún color cursi o femenino… Tampoco me sorprende. Hannah no es una chica que vista de rosa sólo porque si. Hay fotografías pegadas en una de las paredes blancas; la mayoría de ellas, son de ciudades famosas. El aroma a perfume frutal se encuentra impregnado en todos lados, y no puedo evitar sonreír como imbécil.

Anoche, Hannah notó cómo estaba a punto de caer dormido en su sala y me obligó a subir hasta aquí. En el momento en el que mi cabeza tocó la almohada, no supe de mí.

Me enfundo mis viejos vans y me encamino fuera de la habitación. La escalera cruje un poco bajo mi peso, haciendo más ruido del que debería. Tres gatitos más se asoman desde la planta baja, mirándome con curiosidad y cautela. Al llegar a la sala, me topo con la imagen de Hannah vistiendo unos vaqueros limpios y un suéter tejido. Su cabello cae húmedo por su espalda y hombros. Su mirada encuentra la mía y me regala una sonrisa dulce.

Está ofreciéndole algo a un par de pericos enormes. Están gritando su nombre en una cantaleta incesante.

—Buenos días —me saluda.

—Buenos días —le regalo un media sonrisa, pero no puedo evitar sentirme sucio. He estado dos días enteros sin ducharme y ella luce tan fresca, que ni siquiera quiero acercarme. Temo oler a sudor y mugre.

— ¿Quieres tomar un baño? —me ofrece, como si estuviera leyéndome la mente.

— ¿Tan mal huelo? —bromeo, alzando las cejas con indignación fingida.

— ¿Qué?, ¡No! —chilla. El rubor inunda su rostro y no puedo evitar soltarme a reír.

—Estoy bromeando, Hannah —la tranquilizo y el rubor se profundiza.

—No tienes que ducharte si no quieres —noto cómo juguetea con el dobladillo de su suéter.

—Una ducha me vendría de maravilla.

—Oh —Hannah avanza, pasándome de largo—. Ven, te diré dónde está el baño.

Subimos por las escaleras y nos detenemos en una puerta al final del pasillo. Hannah la abre y mete la cabeza, inspeccionando el interior. —Mike suele dejar su ropa interior colgada por aquí. Es bastante asqueroso, si me lo preguntas —dice, echando una última mirada.

Una risa entre dientes se escapa de mí y la veo morderse el labio inferior. Está intentando reprimir una sonrisa, pero le sale terrible. —La caliente es la de la izquierda. Hay toallas limpias en las gavetas de ahí arriba —apunta con un dedo—. Si necesitas algo, no dudes en llamar.

—Estaré bien —le guiño un ojo, en un gesto juguetón—. Puedo ducharme sin sufrir ningún accidente.

—Me preocupa que quieras golpear la regadera por algún motivo tonto —su ceño se frunce y una carcajada brota de mi garganta.

—No soy un animal —me defiendo, fingiendo indignación.

—Sólo estoy bromeando, Logan —se para sobre sus puntas y deposita un beso en mi mejilla. Todo mi cuerpo reacciona ante su fugaz gesto.

Algo ruge dentro de mi pecho. Quiero envolver mis brazos en su cintura y apretarla contra mí. Quiero hundir mi cabeza en su cuello y quedarme ahí el resto de mis días, pero me limito a quedarme quieto. Ella parece notar lo que acaba de hacer, ya que la siento tensarse. Se desliza un paso lejos de mí y toda la electricidad que fluyó por mi cuerpo, desaparece de golpe; dejando un horrible vacío dentro de mi pecho.

Se aclara la garganta y coloca un mechón de cabello detrás de su oreja. —I-Iré a darles de comer a los perros. Lamento que haya tantos animales en casa. Seguramente has visto el puñado de gatitos —está divagando. Está nerviosa. Lo sé porque está hablando sólo por hablar—; no sabía que mamá había recogido otro gato. Al parecer se metió con la gata que teníamos y nos hemos llenado de…

—Está bien —la interrumpo. Mi voz es tan ronca, que me cuesta reconocerla—. No me incomodan los animales.

Asiente. Abre la boca para decir algo, pero lo piensa mejor y se queda callada. Sin decir más, avanza, pasándome de largo.

Me quedo ahí hasta que desaparece por las escaleras. Quiero ir tras ella. Quiero besarla…

Niego con la cabeza y entro al cuarto de baño. Me desnudo metódicamente, abriendo el grifo del agua caliente. Mis músculos agradecen el contacto con el calor y estiro mis ligamentos. Me ducho lo más rápido que puedo. No quiero que piensen que soy un aprovechado que va a acabarse el agua caliente de una sentada.

Al salir, envuelvo una toalla en mi cintura y salgo casi corriendo, encerrándome en la habitación de Hannah, donde he dejado mi maleta. Me enfundo unos vaqueros, una playera de mangas largas y un suéter tejido. Bajo las escaleras rápidamente y me topo de frente con Michael, el hermano de Hannah. Su mirada me recorre de pies a cabeza y me dedica una sonrisa, pero sé que está estudiándome a detalle.

—Soy Michael —extiende su mano en mi dirección. Yo la estrecho. No voy a dejarme intimidar. Es claramente más alto que yo, pero su masa muscular dista de llegar a ser como la mía. Es más bien del tipo escuálido.

—Logan —me presento.

— ¿Dónde conociste a Hannah? —pregunta sin rodeos.

—En la universidad —resuelvo, porque es cierto. No voy a decirle que prácticamente le ofrecí sexo la primer noche que la vi.

Asiente. — ¿Qué crees que estás haciendo, Michael Stephen Wickham? —la voz de Cecile, la mamá de Hannah, me hace girar sobre mi cuerpo.

— ¡Sólo estoy saludando al invitado!

— ¡Escuché lo que le preguntaste!, ¡no te metas donde no te llaman! —lo reprime la señora. Estoy intentando no sonreír.

—Podría romper tu cara —la familiar voz de Hannah me hace mirar más allá de su madre—. Es boxeador profesional.

Ésta vez, sonrío. Hannah me está mirando. Hay calidez en su expresión. —Mentira. Estás fanfarroneando, Hannah —dice Michael a mis espaldas.

—Compruébalo cuando te rompa la nariz en dos partes —Hannah se encoge de hombros. ¿Es mi imaginación o hay orgullo en el tono de su voz?...

—En realidad no voy a golpearte —mascullo, dirigiéndome hacia Michael.

Él se aclara la garganta. —Como sea… Iré a hacer las compras navideñas.

—Puedo ir contigo, si quieres —me ofrezco. No quiero que piense que soy un jodido imbécil.

Duda un momento, pero termina asintiendo. Me despido de todo el mundo con una torpe inclinación de cabeza y salgo detrás de Michael.

Me trepo al auto del chico, un viejo Camaro de color rojo. Enciende la radio y tengo la ligera sospecha de que es porque no quiere hablar conmigo. Conduce hasta un gran supermercado y baja del coche sin siquiera mirarme.

Lo sigo a través de los pasillos del establecimiento, sintiéndome incómodo y torpe. Mi mirada viaja por todo el lugar, mientras él hace como si no estuviese ahí. Un par de salsas son introducidas en el carrito que empuja, y se detiene unos minutos más de lo esperado en la sección de los congelados.

— ¿Estás saliendo con mi hermana? —escupe, de pronto.

Su pregunta me toma por sorpresa, pero me las arreglo para sonar tranquilo y casual. —No.

—Pero te gusta… —es una afirmación, no una pregunta.

— No —me apresuro a responder.

— ¡Oh, por el amor de Dios!, ¡Vi como la mirabas!

Aprieto la mandíbula con fuerza. No sabía era tan obvio. —Yo…

—Te lo advierto, podrás ser boxeador, karateca, fisicoculturista o lo que sea que se te ocurra, y aún así defenderé a mi hermana —me interrumpe—. Soy completamente capaz de pegarte un puñetazo.

—Tu hermana ni siquiera me mira —suelto. Estamos caminando a la par, así que tiene la oportunidad de mirarme por el rabillo del ojo. Intento verme casual, es por eso que paseo la mirada por  las distintas marcas de chícharos congelados.

—Entonces si te gusta…

Me encojo de hombros. — ¿Importa acaso?, no me mira de esa manera.

—Importa porque si te mira de esa manera —dice entre dientes—. Conozco esa mirada. La última vez que tuvo esa mirada en el rostro, estuvo casi un mes encerrada en su habitación llorando por un imbécil. Tengo que cuidar de ella.

—No quiero hacerle daño —las palabras salen de mis labios a borbotones. No puedo detenerlas—. Sé que no le convengo. Soy inestable en muchas formas, y es por eso que estoy manteniéndome al margen. No quiero lastimarla.

Nos quedamos en silencio mientras Michael se limita a introducir cosas en el carrito de supermercado. Me adelanto a hacer fila mientras él va al área de carnes a elegir una pierna de res. Pone mala cara cuando pago la cuenta de las compras. —No es necesario que hagas eso —masculla mientras embolsan nuestras compras.

—Irrumpí en una casa que no es mía, voy a pasar navidad con una familia que ni siquiera sabe de mi existencia, voy a comerme su comida… Es lo menos que puedo hacer —digo sin mirarlo.

Llevamos las compras hasta el auto y trepamos en él. Conduce por las grandes avenidas sin dirigirme la palabra. Veinte minutos más tarde, las calles comienzan a ser familiares.

— ¿A qué te refieres con que eres inestable? —pregunta, finalmente.

Aprieto los puños. No puedo decirle que soy violento. Si se lo digo, va a juzgarme; sobre todo teniendo en cuenta que su papá era un hombre violento. —N-No sé lo que quiero —improviso. Sé que es la peor de las excusas, pero no tengo nada más que decir.

Sus cejas se alzan con incredulidad y me mira por el rabillo del ojo. — ¿Y porque no sabes lo que quieres, no estás intentando nada con ella?

—No quiero lastimarla —digo, porque es cierto—. Hannah es una de esas chicas a las que conoces una vez en la vida. Es de esas chicas que de verdad valen la pena y…, detestaría hacerle daño.

No sé de dónde demonios ha salido eso, pero sé que es cierto. La he lastimado lo suficiente. No quiero hacerlo nunca más. —Te trajo a casa… —observa—, Hannah jamás había traído a casa a ningún chico. Creo que, hagas lo que hagas, sea intencional o no, vas a lastimarla. Hannah te quiere, y se nota a kilómetros que tú la quieres también.

Mi corazón se salta un latido. Abro la boca para replicar, pero no tengo nada qué decir. El auto se detiene y me doy cuenta de que hemos llegado. Me precipito fuera y me congelo al mirarla.

Está ahí, sonriéndole a una chica rubia. Luce animada, feliz, radiante… Quiero verla así todo el tiempo. Cuando estaba conmigo no era así de feliz. Un nudo se instala en la boca de mi estómago ante ésta revelación. Ella no era feliz conmigo.

Su mirada encuentra la mía y le regalo una sonrisa forzada. Su ceño se frunce ligeramente, pero me obligo a desviar la vista y concentrarme en la tarea de bajar las bolsas del supermercado. Avanzamos hasta el pórtico, pasando de largo a Hannah y a su compañía femenina.

—Hola, Michael —dice una voz desconocida a mis espaldas—. ¿No vas a presentarme a tu amigo?

Me congelo de inmediato, miro por encima del hombro y noto cómo la chica rubia está mirándome fijamente. Mi vista se vuelca en Hannah casi por inercia. Ella está mirándome también. El color se ha drenado de su rostro y abre la boca para responder, pero Michael la ataja primero—: Viene con Hannah, Layla.

Las cejas de la chica se alzan y mira a Hannah con reproche. — ¡¿Por qué no me dijiste que tienes novio?! —chilla. Aprieto los puños con fuerza. No quiero quedarme a escucharla decir que no somos nada, así que les regalo una sonrisa llena de cortesía antes de desaparecer por la entrada principal.

—Mantente alejado de Layla —dice Michael—. No vas a quitártela de encima si te muestras agradable.

Una sonrisa suave se dibuja en mi boca. Entramos a la pequeña cocina sólo para encontrar a Cecile, enfrascada en una acalorada discusión con su madre. Sonrío cuando noto lo mucho que ella y su hija se parecen. Hannah luce más inocente, pero comparten muchas facciones.

— ¡Oh, han llegado! —exclama con una sonrisa radiante—. Logan, cariño, ni siquiera has almorzado. Déjame prepararte algo.

—Me encuentro bien, señora —sonrío—. De verdad, no se preocupe.

— ¡Por supuesto que me preocupo!, en ésta casa acostumbramos a tratar bien a nuestra visita. ¿Descansaste un poco?

—Tomando en cuenta que me levanté hace una hora y que son casi las cinco de la tarde, si —sonrío. La mujer ríe un poco mientras revolotea por la cocina, sacando y guardando ingredientes.

Me hace preguntas triviales, como mi edad, de dónde soy, a qué me dedico y muchas cosas más. Cuando me doy cuenta, ya me ha preparado un enorme sándwich de pavo. Hannah se cuela en la cocina, sonriendo ante los comentarios irreverentes de su madre.

Ni siquiera soy capaz de notar la cicatriz de la que Hannah me habló. Es una mujer hermosa. Es una familia bastante agradable. Puedo entender porqué Hannah es como es.

— ¿Tienes un momento? —dice. Su tono es suave. Está hablando casi en un susurro, para que solo yo pueda escucharla.

—Claro —respondo, levantándome de la silla. No sé en qué momento me senté a conversar.

Avanzamos por la casa hasta que salimos. El aire helado azota mi rostro y me encojo, intentando mantener algo de calor conmigo. — ¿Michael se portó mal contigo? —pregunta. Noto la preocupación en su voz. Salimos a la calle y caminamos sin un rumbo fijo.

—No —afirmo—. Fue bastante amable. Todos han sido muy amables conmigo. Gracias por invitarme, Han.

No se me escapa el suspiro aliviado que brota de sus labios. —Lamento no haberte presentado con Layla, es sólo que… —niega con la cabeza—. Olvídalo.

—Dime —le doy un suave empujón, invitándola a hablar.

Una sonrisa triste se filtra en sus labios. — ¿Recuerdas del chico que te hablé?, ¿ese que me engañó?

—Si —odio que me hable de otros chicos. Lo odio.

—Fue con ella —dice—. Con ella fue con quien me engañó. Intento no pensar mucho en eso, pero…, pero no la considero mi amiga. Es por eso que…

—Hannah, tranquila —la interrumpo—. No tienes que explicarme nada. Lo entiendo.

—N-No quiero que pienses que me da pena decir que vienes conmigo o…

—Hannah, lo sé. No tienes nada qué explicar.

Caminamos en silencio un par de calles antes de que me atreva a hablar de nuevo. — ¿A dónde vamos?...

No responde de inmediato, así que la observo. Está abrazándose a sí misma. Su espalda está ligeramente inclinada hacia adelante y su cabeza está gacha. — ¿Hannah?...

—V-Voy a llevarte con mi papá… —su voz suena ronca y temblorosa.

Toda la sangre se drena de mi rostro y aprieto la mandíbula. No quiero conocerlo. No quiero ver a ése malnacido hijo de puta.

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