Capítulo 10 | Logan
-Logan-
Estamos sentados en la acera.
Hannah lleva puesta mi chaqueta y una pequeña sonrisa que dibuja una linda curva en sus labios. Ha dejado de llover hace casi una hora y no hemos dejado de hablar en todo ese tiempo.
Me ha contado acerca de su familia en Los Ángeles. De su hermano mayor, Michael, de su abuela Eve, de su mamá, Cecile y de la ridícula cantidad de mascotas que tienen: tres perros, un gato y cuatro loros.
— Siento que te estoy aburriendo con todas mis ridículas historias —dice tras un silencio cómodo.
—Me gusta escucharte —la miro y sonrío, olvidando cuánto me duele el rostro cuando lo hago. Ésta vez me han golpeado bastante duro.
—Deberías hablarme sobre ti, para así yo dejar de aburrirte —dice y una risa ronca brota de mi garganta.
—No hay mucho que contar acerca de mí —digo, encogiéndome de hombros.
— ¡Oh, vamos!, yo pude hablar una hora sin parar, tú puedes hacer lo mismo —me incita dándome un pequeño empujón con el hombro.
Niego con la cabeza y sonrío, mirando un punto fijo en la acera. —Crecí en una familia bastante unida. Cada fin de semana era ir a fiestas familiares, comidas, cumpleaños o celebraciones sin motivo alguno —digo, recordando—. Nunca he sido una persona muy abierta. Solía ser el primo callado que veía a todos charlar y reír, y sólo se reía para él mismo.
— ¿Callado?, ¿tú? —la miro con irritación y noto cómo sonríe, divertida.
—Soy callado —replico, medio sonriendo.
—Sí, claro.
— ¡Lo soy!, tienes suerte de que sea abierto contigo.
— ¿Y entonces? —Me incita a seguir—, háblame de tu familia directa.
—De pronto me siento como en un deja vú —digo haciendo una mueca, recordando mis sesiones con el psicólogo—. Escuché eso muchas veces en el pasado.
Su ceño se frunce en confusión. — ¿Cómo…?
—En el psicólogo —ruedo los ojos al cielo y ella asiente—. No hay mucho que contar sobre mi familia. Tengo dos hermanos mayores. Lucas y Lindsey. Lindsey me odia por haber ahuyentado a sus novios durante toda la pubertad. Lucas… Lucas es muy diferente a mí —admito.
— ¿Diferente en qué sentido? —tengo toda su atención. Está mirándome a detalle y, por primera vez, siento como si alguien de verdad estuviera escuchándome.
—Yo soy impulsivo y terco —explico—. Él siempre analiza todo antes de actuar. Sabe jugar muy bien sus fichas. Yo me guío más por mi instinto. Nunca habíamos tenido diferencias hasta… —me congelo en el instante. No estoy listo para contárselo. No aún—. Hasta que comencé la universidad —me corrijo antes de hablar de más—. Ahora ni siquiera nos hablamos.
Hannah me mira un segundo antes de regalarme una sonrisa triste. —Estoy segura de que pronto arreglarán sus diferencias.
Me encojo de hombros. —Lo dudo —trato de lucir indiferente, pero odio el hecho de que se haya alejado de mí. Sobre todo, cuando era la persona que más me defendía cuando decían que estaba enfermo.
No hablo con Lucas desde que golpeé a Thomas Green hasta dejarlo en el hospital. No hablo con Lucas desde que le dije que no me arrepentía de haber hecho lo que hice.
Estaba mintiendo. Estaba enojado, decepcionado, frustrado… No me arrepentía de haberlo golpeado. Ahora lo hago. No era consciente de las consecuencias de mis actos. No fui consciente de ellas hasta que fueron inevitables. Hasta que Thomas cayó en coma.
—Vuelve aquí… —la voz de Hannah me hace salir de mi ensimismamiento. La miro, aturdido, y me sonríe suavemente.
—Sigo aquí —intento sonreírle, pero la sombra de los recuerdos sigue latente en mis pensamientos.
—No, no lo estás —es como si supiera en lo que estoy pensando y no puedo evitar sentirme horrorizado ante la idea de que lo sepa—. Vuelve aquí.
Estiro mi mano hasta que tomo la suya, recargada sobre su rodilla, y la atraigo, comenzando a juguetear con sus dedos. — ¿Vamos a cenar mañana? —pregunto sin mirarla directamente.
—Sólo si es mexicano —dice y entrelaza nuestros dedos. Apretando su pequeña palma contra la mía.
—Mexicano suena bien —alzo la vista para mirarla y me encuentro con sus ojos castaños, clavados en mí. Quiero besarla. ¡Dios mío!, ¡Quiero besarla!
Me acerco un poco en su dirección y siento su mano apretando la mía. Recorro mi cuerpo un poco, para quedar más cerca. Ella se tensa en respuesta y yo tiro de su mano en mi dirección, recorriéndola un poco. Estamos muy cerca ahora. Tan cerca, que su aroma me golpea con brutalidad.
Miro sus labios entreabiertos y luego, miro sus ojos. Está mirando mis labios y quiero gritar de la emoción. Quiere besarme. Ella quiere besarme.
Acerco mi rostro al suyo un poco más y puedo sentir su nariz fría contra la mía. Con mi mano libre, trazo la curva de su mandíbula. Mis dedos apenas rozan su rostro y contiene el aliento. Sus párpados revolotean, amenazando con cerrarse.
Mi corazón da un vuelco dentro de mi pecho cuando humedece sus labios con la punta de su lengua. Tomo un mechón de su cabello y lo pongo detrás de su oreja con suavidad. Absorbiendo su expresión ruborizada y anhelante.
—Eres hermosa —susurro y soy consciente de que es la primera vez que lo digo en voz alta. Sus ojos se iluminan con una emoción que no soy capaz de descifrar, y mi corazón comienza a latir a una velocidad impresionante cuando me dedica una tímida sonrisa.
Quiero pintar esa sonrisa en sus labios muchas veces. Quiero que lleve esa sonrisa a todos lados. Quiero que esa sonrisa sea por mí. Sólo por mí…
Aliento caliente golpea mis labios y sé que estoy tan cerca, que sólo necesito acercarme un poco para cerrar la distancia entre nosotros. Deseo tanto que sea ella quien lo haga. Deseo tanto que sea ella quien acorte la distancia que nos separa.
—Eres tan hermosa… —susurro y siento su mano temblando, enredada en la mía.
— ¡Oh, Dios mío! —la expresión asombrada me hace dar un salto en mi lugar. Me giro con irritación y veo a Steph, la amiga de Hannah, tomada de la mano de Colton. Ambos nos miran de hito en hito y quiero golpearlos por imprudentes. ¿Por qué demonios tenían que aparecer en éste momento?...
Steph comienza a reírse a carcajada abierta y no puedo evitar sonreír con irritación. ¡Maldita sea!
— ¡No puedo creerlo!, ¡Oh, Dios!, ¡¿iban a besarse?! —chilla entre carcajadas y siento el rubor instalarse en mi cara.
— ¿Estás borracha? —Han se sale por la tangente y lo agradezco.
— ¡Oh, cariño, lo borracha no me hace ciega! —Se burla—, ustedes sigan en lo suyo. Nosotros nos vamos a la habitación.
— ¡De ninguna manera! —Hannah se pone de pie de un salto, sin soltar mi mano—, ¡no van a tener…, lo que sea que van a tener en la habitación!, ¡no pienso dormir en el auto!
— ¡Oh, vamos, Han! —se queja Steph y noto cómo Colton se ruboriza por completo. Está avergonzado.
— ¡No! —chilla ella y noto cómo reprime una sonrisa.
—Será mejor que me vaya —digo, poniéndome de pie.
Hannah me mira y noto un destello de decepción en su mirada. Quiero pedirle que nos veamos mañana, pero una parte de mí me grita que debo dejar que sea ella quien decida eso.
Beso el dorso de su mano, tomándome mi tiempo sintiendo la piel bajo mis labios.
—Buenas noches —susurro apretando su mano.
— ¿Te veré mañana? —pregunta abruptamente y reprimo una sonrisa eufórica.
—Si lo deseas, sí —cada vez me cuesta más trabajo reprimir mi sonrisa.
—Si —dice con un hilo de voz—. Quiero verte mañana.
—De acuerdo —le sonrío—. Te veré mañana.
Una sonrisa aliviada se dibuja en sus labios y beso su mejilla antes de echarme a andar en dirección a mi auto. De pronto, me detengo en seco y me giro sobre mis talones. — ¡Si me das tu teléfono, estaría más que feliz de llamarte! —grito en su dirección.
Una risa alegre brota de su garganta y grita—: ¡¿Tienes dónde anotar?!
Saco mi móvil del bolsillo trasero de mis pantalones. — ¡Sí!
Grita su número telefónico y yo lo tecleo en mi teléfono, guardándolo de inmediato. Levanto un pulgar en su dirección y ella sonríe radiante. — ¿Me llamarás? —dice cruzándose de brazos y mi sonrisa se ensancha al notar que sigue llevando mi chamarra. No voy a pedírsela. Quiero que la tenga.
— ¡Mañana a primera hora! —le guiño un ojo.
— ¡Lo esperaré con ansias!
Entonces, me echo a andar.
~*~
Cuando llego al gimnasio a entrenar esa tarde, todos me miran con horror, y no es para menos. Mi ojo está casi negro. No duele tanto como parece, pero luce espeluznante. Tengo la nariz hinchada y los tintes morados tiñen los costados. El corte de mi labio inferior se abre cuando hablo, manchándome de sangre cada pocos minutos, y el corte de mi ceja luce profundo debido a la oscuridad de la sangre coagulada.
— ¡¿Qué demonios te pasó?! —Exclama el entrenador cuando me ve llegar—, ¡cómo te hayas metido en una pelea, Lerman, te suspendo una semana!
—Me asaltaron —miento con naturalidad. No puedo permitirme el lujo de entrenar sin supervisión una semana. No cuando tengo mi próxima pelea en dos semanas.
—Y parece que te negaste a entregar tus pertenencias —espeta el entrenador, con expresión reprobatoria.
—No podía dejar que se fueran así. Creí que podría con ellos —digo, encogiéndome de hombros.
—Qué te sirva de lección —se burla y una sonrisa idiota se pinta en mis labios. Es un idiota.
— ¿Qué hay que hacer hoy? —pregunto, inexpresivo.
— Carga dura. Cancela todo lo que tengas para ésta noche. Necesitamos aumentar la velocidad de tus movimientos. Estás quedándote lento.
—No voy a cancelar mis planes —mi ceño se frunce—. Mañana trabajo el doble, pero hoy no cancelo nada.
—No te estoy preguntando si vas a cancelarlos. Estoy ordenándotelo.
—Y yo no te estoy pidiendo que me dejes salir ésta noche. Mi entrenamiento termina a las ocho y no voy a quedarme ni un minuto más—el coraje se filtra en el tono de mi voz.
—Así no vas a llegar a ningún lado. Se trata de constancia —odio cuando el entrenador se pone de ésta manera.
—Soy constante —replico—. No voy a quedarme más tiempo del que me toca. No hoy. No pasará nada por un día que no me quede a hacer carga pesada.
—Por eso siempre eres segundo —el desdén en el tono de su voz hace que la ira se encienda dentro de mí, como pólvora.
Aprieto los puños con fuerza y tomo una inspiración profunda. —Vete a la mierda —espeto y me echo a andar rumbo a los vestidores. No soy un maldito inconstante. No soy mediocre. No voy a salir ésta noche y voy a demostrarle a ese hijo de puta que puedo patear el trasero de quien me venga en gana.
Tomo mi móvil y tecleo furiosamente:
“Te veo después.
Logan xx.”
Entonces, lo envío a Hannah.
Antes de que pueda darme la oportunidad de arrepentirme, apago el teléfono y comienzo a alistarme para mi entrenamiento.
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