Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1 | Hannah

-Hannah-

Más de un día y medio.

Cuarenta horas. Dos mil cuatrocientos minutos. Ciento cuarenta y cuatro mil segundos, sentada sobre el desgastado cuero del asiento de mi viejo Chevelle.

Estoy furiosa, asustada y cansada. He cruzado el país entero para llegar hasta aquí, y no puedo creer que tenga la mala suerte de haberme quedado varada en medio de una tormenta, justo en la entrada del puente Brooklyn.

 La tormenta es tan intensa que casi no pasan coches y, cuando lo hacen, ninguno se detiene.

Estoy casi a media calle, agitando mis manos como idiota para que alguien me ayude, pero no tengo éxito alguno. Estoy empapada hasta la médula, mis dientes castañean por el frío que me envuelve y maldigo en voz baja.

¿Por qué no me quedé en Los Ángeles?...

Gruño con frustración y arrastro mis pies hasta mi coche. — ¿Qué te he hecho yo para que me hagas esto? —gimoteo palmeando el capo.

Un juego de luces me hace girar el rostro hacia la carretera y las farolas de un auto me ciegan por completo. Cubro mi rostro con una mano, intentando protegerme de las luces. Un trueno ruge a mis espaldas iluminando el cielo y las luces disminuyen. Un auto se ha detenido y la emoción y el miedo se apoderan de mi cuerpo.

He oído horribles historias sobre asaltos, robos, violaciones y asesinatos en ésta enorme ciudad así que decido no arriesgarme y abro la puerta del copiloto, tomando el bate de beisbol que llevo conmigo, sólo por protección.

La puerta del conductor se abre y observo cómo una figura sale.

Me toma completamente desprevenida el hecho de que la persona que se ha detenido, es un chico. Un chico que fácilmente tiene mi edad. Su cabello, ni muy largo ni muy corto, cae sobre su frente y gotea por el torrente de agua que se precipita del cielo.

— ¿Necesitas ayuda? —grita para hacerse oír sobre el rugido de la tormenta. Su voz es ronca y serena. Tranquila…

Me abrazo a mí misma y lo observo. Es más alto que yo, sin embargo, no es el chico más alto que he visto. Su piel blanca es casi mortecina y tiene la sombra de un moretón sobre el pómulo izquierdo.

Sus ojos son azul grisáceo y son enmarcados por un par de cejas tan oscuras como su cabello. Sus labios están sonrosados por el frío y un estúpido pensamiento cruza por mi mente:

“Es el chico más guapo que he visto en mi vida.”

Sus cejas se alzan y carraspea. — ¿Hola?, estoy mojándome aquí —dice con diversión.

—Realmente necesito una mano aquí —digo finalmente.

Una media sonrisa torcida e infantil se desliza por sus labios, y avanza hacia mí. De cerca, soy capaz de ver su mandíbula angulosa y su nuez de Adán, subiendo y bajando mientras traga saliva. Sus pestañas largas retienen las gotas de lluvia unos segundos y cuando parpadea, caen sobre sus mejillas, como si fueran lágrimas. Sus facciones son infantiles y, al mismo tiempo, varoniles.

Me apresuro hasta el asiento del conductor y tiro de la palanca que sostiene el capo.

Él abre lo abre y lo único que puedo ver es su mano, sosteniendo el metal pesado. 

— ¿No enciende? —grita.

— ¡No!, ¡Se apagó de pronto!

— ¿Estás segura de que tenía gasolina? —pregunta y ruedo los ojos.

—No soy idiota. ¡Vamos!, soy una chica, pero sé cuando el tanque marca vacío —la irritación se mezcla en el tono de mi voz.

Creo que escucho una risa ronca, pero es tan breve, que no puedo apostar. Sobre todo cuando el cielo ruge con una fuerza impresionante.

—Creo que lo tengo —grita y luego gruñe un par de veces—. Intenta encenderlo.

Hago lo que me indica y el motor salta a la vida. — ¡¿Cómo hiciste eso?! —chillo sin reprimir una sonrisa.

El capo se cierra y yo salgo del auto sin dejar de sonreír.

—Los autos viejos tienen una especie de mecanismo de defensa, si quieres llamarlo así. Cuando se sobrecalientan, botan la batería y se apagan. ¿Cuánto tiempo has conducido en él? —apoya sus manos en sus caderas. Lleva unos vaqueros entallados y una sudadera que le queda grande.

—Lo traje desde Los Ángeles —sonrío aún más.

— ¿Los Ángeles? —Sus cejas se alzan con incredulidad—, has tenido suerte de que no te haya dejado votada por ahí. Cruzaste el país entero. ¿Estás aquí para trabajar?

—Estudiar —asiento con una sonrisa amable—. Filosofía y letras.

— ¿En serio?, ¿Irás a la UNY? —una sonrisa se filtra por sus labios—, yo estudio periodismo.

Mi boca se abre con sorpresa. Estudia en la misma universidad en la que me he matriculado. —Supongo que te veré por ahí, entonces —digo. No me importa estar mojándome.

—Eso parece —sonríe y echa una mirada rápida a toda mi extensión. Siento el rubor subiendo por mis mejillas, pero me obligo a mantenerme tranquila—. Soy Logan Lerman.

—Yo soy Hannah. Hannah Wickham.

—Hannah Wickham —prueba mi nombre en sus labios y mi estómago se encoge en respuesta. Me observa con curiosidad—. Dime, Hannah, ¿Qué clase de chica eres?

Mi ceño se frunce ligeramente. — ¿De qué hablas?

— ¿Zorra o virgen? —una sonrisa burlona se desliza por sus labios y todas mis expectativas decaen. ¿Qué esperaba de un chico tan atractivo como él?

Hago una mueca de incomodidad y entro al auto, indignada. Él ríe a carcajada limpia y lo observo apartarse del camino para inclinarse, apoyando las manos en la ventanilla. Está esperando una respuesta.

Lo miro fijamente y levanto el mentón. —No voy a responder eso —espeto.

Él chasquea su lengua y hace una mueca de pesar —Virgen. Completamente virgen —se encoge de hombros, apartándose de la ventanilla—. Es una lástima, Han. Nos habríamos divertido demasiado —el agua golpea su rostro, pero no parece inmutarse—. Te veré por ahí.

Piso el acelerador, furiosa, decepcionada e indignada. No sé qué esperaba de él, pero definitivamente no era eso. ¿Es mi culpa sentirme de ésta forma?, ¿Soy demasiado sentimental?, ¿Soy demasiado cursi?, ¿Espero demasiado de los chicos?...

Aprieto mis manos contra el volante. “Algún día encontraré a alguien que valga la pena.” Me repito una y otra vez. Tiene que ser así.

Cuando llego al campus, busco el edificio donde he rentado una habitación. Tengo una compañera de cuarto, su nombre es Steph. No he charlado con ella en persona, sin embargo, compartimos varias horas de chat por internet hace un par de semanas y es una chica agradable.

Bajo mi pesada maleta y la subo a cuestas por las escaleras. Al llegar al cuarto piso, busco el número trescientos cuarenta y dos y toco la puerta. Ruego al cielo que Steph no se haya ido a la cama aún y, cuando abre, suspiro de alivio.

—Te esperaba hace una hora —dice la chica delante de mí, alzando una ceja con arrogancia mientras me sonríe. 

Le devuelvo la sonrisa y extiendo mis manos, mostrándole mi cuerpo y ropa mojada. —Tuve un pequeño accidente.

Ella me hace espacio y entro. La habitación no es muy grande, apenas caben un par de camas y un escritorio junto a la ventana. Al fondo, hay una pequeña puerta que creo que es el baño. Una de las paredes está decorada con cientos de fotografías encimadas y toda la habitación huele a incienso.

Me giro para observar a Steph. Su cabello está teñido de rubio muy claro, y cae rizado y alborotado por sus hombros. Lleva pequeños y delicados tatuajes intrincados que van desde la muñeca hasta el codo. Lleva un par de expansiones en las orejas donde, fácilmente, podría caber mi dedo meñique.

—Soy Hannah Wickham —extiendo mi mano en su dirección.

—Stephanie Miller —dice y aprieta mi mano—. Ahora ve a tomar un baño o va a darte pulmonía.

Yo río y camino hacia el baño después de tomar mi toalla y mi pijama.

Paso parte de la noche charlando con Steph acerca de mi vida en Los Ángeles. Ella va un par de semestres arriba que yo y me cuenta cómo ha sido su vida desde que se mudó a Nueva York. Dice que su familia no sabe que se ha tatuado, dice que su mamá va a morir de un ataque cuando la vea, y no puedo evitar sonreír. Es una chica bastante agradable.

A la mañana siguiente, el aroma a café me despierta. Steph está sentada en la silla del escritorio tecleando en su portátil. 

 — ¿Qué hora es? —mi voz suena ronca a mis oídos. 

—Siete y media —responde sin mirarme—. Tengo café en la cafetera junto a mi cama. Sírvete un poco.

—No tomo café, pero gracias —digo, incorporándome. Tengo mi primera clase en treinta minutos.

—Deberías empezar a hacerlo, mujer. Será tu mejor aliado en éste lugar.

Una sonrisa boba me asalta y me enfundo en mis vaqueros favoritos. Trato de lucir casual, pero estoy aterrada. Es mi primer día en la universidad, lejos de casa, en una ciudad que no conozco; no puedo evitar sentirme intimidada.

— ¿Nerviosa? —Steph se gira en la silla del escritorio y me dedica una sonrisa burlona.

—Como no tienes idea —digo, poniéndome una blusa sencilla de color blanco.

—Todo irá bien. Sólo mantente alejada del ojo de los del comité de estudiantes y serás feliz —me instruye y yo sonrío.

— ¿Algún otro consejo útil? —pregunto enfundando mis viejas botas de combate dentro de mis pies.

—Puedo darte mil, cariño, pero creo que sabrás arreglártelas sola. Es por eso que te elegí como compañera de cuarto—me guiña un ojo.

— ¿No tienes clase pronto? —pregunto amarrando mi cabello en un moño despeinado. No soy el tipo de chica que se arregla demasiado. Me gusta la practicidad y, cualquier cosa que pueda reducir el tiempo que paso arreglándome, es bienvenida.

—En diez minutos —se encoge de hombros y veo, con disimulo, su cuerpo enfundado en un pijama morado.

Sonrío con incredulidad y pinto mis pestañas con máscara, para después pasar un bálsamo sobre mis labios. — ¿Vienes? —Digo tomando mi vieja mochila, colgándola sobre mi hombro—, un poco de orientación en éste momento, no me vendría nada mal.

—Dame tres minutos —dice. Y, efectivamente, le toma tres minutos enfundarse en unos vaqueros y una bonita blusa de encaje, delinear sus ojos y domar su melena en un moño despeinado.

Salimos del edificio y nos encaminamos hasta el campus. Cientos de jóvenes corren de un lado a otro. Un puñado de parejas se comen a besos, otras parecen estar a punto de tener sexo sobre los capos de los autos de moda. Chicas se abrazan y sonríen. Otras cuchichean mirando en dirección a otros chicos.

Unos tipos en patineta hacen trucos impresionantes en las escaleras del edificio principal y puedo identificar fácilmente a las porristas. Todas son altas, con cuerpos espectaculares y bronceados perfectos.

—Aléjate de ellas. No quieres estar cerca de ellas. Yo sé lo que te digo —dice Steph y yo sonrío.

—Nunca he sido del tipo porrista —admito.

— ¡Oh, cariño!, cada vez me agradas más —me pasa un brazo por los hombros y yo río. Su mirada se fija en un punto a mi derecha—. ¡Oh, Dios mío!, ¡Cada vez está más caliente!

Yo sigo la dirección de su mirada y el corazón me da un vuelco al mirarlo. Logan, el chico de anoche, camina hacia la entrada principal con andar despreocupado y una sonrisa fácil pintada en el rostro. Sabe que acapara varias miradas. Su playera azul marino de mangas largas está arrugada hasta sus codos y sus vaqueros se ciñen a sus piernas.

—Si no fuera tan jodidamente escalofriante, estaría todo el tiempo sobre él —gimotea Steph a mi lado y me giro para mirarla.

— ¿Escalofriante?, a mi más bien me parece un imbécil —digo encogiéndome de hombros.

Steph me mira con incredulidad y abre la boca con asombro — ¿Lo conoces? —su voz es casi un grito y yo ruedo mis ojos al cielo.

—Anoche me ayudó a encender mi auto. Nada fuera del otro mundo.

— ¡Oh, Dios mío!, ¿estás bien?, ¿no te hizo daño? —la alarma en su voz me hace fruncir el ceño.

—No. Estoy bien. No me hizo nada, ¿qué pasa? —no comprendo su reacción.

—Hannah, por lo que más quieras, mantente alejada de Logan Lerman. Por tu bien, mantente lejos.

— ¿Qué?, ¿porqué? —me parece ridícula su reacción.

—Logan es un chico peligroso, Hannah. Prométeme que si se te acerca, vas a ignorarlo. Tienes que alejarte de él. Promételo.

— ¡De acuerdo!, ¡está bien!, ¡lo prometo!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro