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Capítulo 8. Pasado

Los guardianes se encontraban reunidos alrededor de una pequeña fogata que habían creado para tratar de pasar la noche lluviosa sin mucho problema. 

A la media hora de conversación con el caído, Hariks, Kelso se dirigió a sus compañeros guardianes para aunque sea adquirir algo de calor. Lo suficiente como para caer dormido sin el temor de no despertar.

—Los Caídos van a refugiarse en los túneles subterráneos que hay en la Zona Muerta —anunció con Eros y la espectro desamparada apenas acercándose —. Nosotros seguiremos explorando esa misma zona en busca de más sobrevivientes.

—¿Desde cuándo somos amigos de los Caídos? —aludió Narah.

—¿Somos? Suena a manada —Kelso se encorvó más al frente para hacer su comentario.

El espectro de Warlock algo tímido se aproximó a ellos.

—Estuve hablando con mi guardián, creemos que los Fragmentos del Viajero de alguna manera nos puedan devolver la Luz... o algo de ella —indicó volviendo a su guardián lo más rápido que pudo.

—¡Es Luz corrupta! —renegó nuevamente Narah.

—Sigue siendo Luz —Wesk apoyó la idea del hechicero.

Félix se les unió, sujetando en su mano normal a su querido espectro.

—Es mejor no correr riesgos al intentar aferrarse a lo único que conocen: la inmortalidad —habló guardando a su espectro en uno de sus bolsillos.

—Tiene razón.

Los guardianes llevaron su atención en la hechicera que aguardaba en la oscuridad. Los sensores oculares de color azul se hacían notar incluso a través del visor oscuro de su casco.

—Morirán de hambre antes de siquiera llegar. Además, hay Caídos merodeando —la hechicera extendió su brazo, apareciendo de inmediato a su espectro —. Según Rin, allí habitan más de cinco docenas. Los suficientes para que cada uno muera a manos de al menos ocho de ellos.

Rin proyecto el mapa de todo lo que pudo recorrer, así como los puntos donde se había encontrado a todos los Caídos. Kelso se levantó de su lugar, de inmediato señalando a la hechicera y sus intenciones de que alguno de ellos se arriesgara a conseguir aquella Luz.

—No la escuchen, ella quiere llegar a la Luz, como todos ustedes, pero con la diferencia de que no piensa perder nada.

Vraliks rió, ocultando a su espectro segundos después de la acusación para nada errónea del cazador.

—Veo que no somos tan diferentes en cuanto a nuestros métodos de conseguir lo que queremos —susurró, luego aclarando su garganta para seguir explicando —. Claro que quiero pero también les expongo los pros y contras de nuestra intención.

El cazador negó rotundamente con la cabeza llevando su atención en los demás guardianes que llevaban esperando por algo que hacer en contra de la Legión roja, o en su mayoría.

—Pensemos en grande, por favor —habló caminando de un lugar a otro —. Es demasiado riesgoso, incluso para nosotros seis juntos. Ayudamos al Viajero más vivos que muertos.

—Podemos entrar eliminando a unos cuantos sin tener que alarmar a todos y llegar sin mucha oposición a los fragmentos —Wesk comenzó a trazar el plan aunque algunos aún no estuvieran de acuerdo —. Narah y Kelso nos cuidarán las espaldas, mientras que Warlock, la hechicera, nuestro amistoso titán y yo nos abrimos paso.

—No puedo creer que le estés confiando tu seguridad a ese...

—Es por eso que necesito que tú también vayas —reiteró no pudiendo ser más claro en su petición —. Yo confío en ti.

Narah realizó un suspiro de un notable disgusto. El cazador encogió los hombros, aceptando lo que el titán decía para posteriormente buscar donde poder apoyar su cabeza y descansar un poco. Eros le acompañó, incluso evaluando dónde podría descansar mejor y en qué postura.

—Sé que necesitas descansar pero, ¿podríamos hablar un poco de lo que estabas discutiendo con Hariks? —pidió de la manera más amable posible.

—Con el tiempo lo sabrás, lo juro —Kelso colocó sus dos manos en la nuca —. Despiertame al alba.

Eros hizo un leve asentimiento con todo su diminuto cuerpo.

 
 
 
 
 
 

El grupo de sobrevivientes, más que nada peregrinos, dormían placenteramente dentro de los derruidos edificios que encontraron en su camino. Kelso vigilaba por una de las ventanas las olvidadas calles y vehículos abandonados, esperando no encontrar ningún enemigo. El chillido de un bebé le hizo abandonar su puesto por unos momentos y tomar al niño de un año entre sus brazos. Lo arrulló y lo volvió a dejar a un lado de su madre.

—Les prometo que llegarán a un lugar seguro —susurró quitándose la chaqueta que tenía y usarla para abrigar a las personas que amaba con toda su alma —. Uno de verdad.

Un hombre de tez oscura se asomó por la puerta de aquella habitación en busca de Kelso. Por lo agitado que se veía al momento de encontrarlo, Kelso pudo adivinar que al menos otras cinco personas habían sido convocados por él mismo.

—Encontramos algo que necesitas ver —dijo éste, rápidamente caminando en dirección a la sala de estar que estaba conectada con otros dos edificios.

Kelso lo siguió, llegando en menos de dos minutos a la sala. Aproximadamente se encontraban quince personas alrededor de una gran mesa que apenas y se mantenía estable gracias a bloques de concreto que habían colocado donde antes se encontraban sus patas. Cuando todos vieron a Kelso llegar, siguieron en silencio. Se les había pedido a todos que se mantuvieran así hasta revelar lo que habían encontrado en una manta colgada en las cercanías.

—Ya es hora de que enseñes lo que encontraste —ordenó un viejo hombre, dirigiéndose a uno más joven que él por casi treinta años.

El joven explorador desenvolvió la manta, mostrando en tres idiomas diferentes una simple indicación escrita en ella: "Sigue las flores azules a la ciudad. Y recuerda que incluso si la sembradora está muerta, te cuidan".

La discusión no se hizo esperar. Sabían que los Caídos no pudieron escribir algo así por tanto empeño que le pusieran, lo que sólo les dejaba la conclusión de que era obra de más humanos, y muchos de los presentes desconfiaban de ello debido a que podría tratarse de saqueadores que se aprovechan de grupos como ellos para subsistir en ese cruel mundo.

—¿Ya ven? —clamó una mujer anciana armada con un rifle de francotirador en su espalda —. Si la ciudad existe, también deben de hacerlo soldados que protejan a su gente.

—¿Y si es una trampa? —Kelso dudó de la veracidad del hecho de que finalmente toda aquella pesadilla del miedo a morir de hambre o a manos de un alien por fin acabaran —. Tal vez no de humanos pero sí de algún Caído. Seguir un solo camino es como si nos entregaramos en bandeja de plata para esas criaturas.

—No tenemos ninguna otra forma de averiguarlo más que llegar allá —dictó el líder de todo el grupo de sobrevivientes de atuendo militar y una larga barba oscura —. Despierten a todos y asegúrense de que sus armas estén preparadas para cualquier inconveniente.

Aún había gente que no creía que finalmente una cosa en sus vidas sería fácil. Algunas de ellas alegando y otras en silencio.

—Nada de esto entra a discusión —indicó Orson con aquella voz imponente —. Hemos pasado por mucho para llegar hasta aquí. No es momento de echarnos para atrás.

Todos comenzaron a retirarse para realizar la orden de Orson, empezando por Kelso. Despertó con cuidado a su mujer y la ayudo a empacar lo poco que cargaban con ellos.

—¿Qué pasa? —preguntó algo preocupada.

Kelso se giró a ella con una muy bien fingida sonrisa. Sabía que cualquier cosa que tuviera ver con su único destino era suficiente para motivar a su mujer y mantener sus esperanzas en alto.

—Es real. La Última ciudad existe, tal y como tú dijiste —respondió colocándose una mochila negra en su espalda —. Uno de los exploradores encontró un camino para allá.

Gala sonrió dejando atrás aquella preocupación de lado para luego acercarse a Kelso y juntar sus frentes, ambos con la mejor vista de todas: su hijo con un nuevo futuro por delante.

Tras media hora en lo que se reunía a todas las personas, finalmente marcharon rumbo al lugar donde el explorador había encontrado la manta, encontrando desde pequeñas hasta las más grandes flores azules que los guiaron a las montañas.

Los vientos comenzaron a ser más fuertes y fríos, más aún así las flores se mantenían intactas. Como si una fuerza sobrenatural las mantuviera tan vivas y coloridas.

Subieron una pesada colina y en la cima de esta lograron ver por primera vez al Viajero en la lejanía. La euforia no se hizo esperar en aquel grupo. La esperanza había incrementado y la moral de sus defensores se encontraba más alto que nunca.

Al descender para proseguir su camino, se adentraron en un bosque de altos pinos y bellas vistas de las montañas a sus espaldas. En el momento de rodear otra colina y tomar una carretera que apenas conservaba gran parte de ella lejos de la maleza. Los cinco exploradores que iban a más de quince metros más adelante que el grupo, se detuvieron y dispararon sus armas, obtuviendo como respuesta una ráfaga de energía por parte de otros Caídos que acampaban en el área.

—Más sucios Caídos —Orson a regañadientes sujetó su arma y llevó la mira al primer Escoria que se lanzó contra ellos —. ¡Como lo planeamos, busquen un escondite y esperen a que regresemos por ustedes!

Aquellas personas que no tenían como defenderse o se encontraban heridas, se movieron velozmente lejos del tiroteo con otras dos personas aparte que debían de cuidar de todos ellos.

Kelso tomó cobertura a un lado de Orson y dio en la mayoría de Caídos que tuvo a la vista, así como todos los demás defensores hasta hacer salir al capitán. Éste último gruñó, y se movió rápidamente en cuatro extremidades para perseguir al grupo que se alejaba del peligro. Los demás Caídos lo siguieron a excepción de una docena que se quedó para seguir luchando.

—¡Mierda, van por ellos! —gritó Orson, recibiendo un disparo en el hombro derecho que lo hizo caer gimiendo de dolor.

—¡Los detendré! —indicó la anciana saliéndose de su cobertura y disparar una bala en cada cabeza de tres alimañas antes de caer muerta por otro francotirador enemigo.

—Kelso, ve trás ellos. Ninguno debe de llegar a nuestra gente —ordenó Orson armándose de fuerza y valor suficiente como para volver a la lucha.

Kelso asintió y corrió de una cobertura a otra para internarse en el bosque lo más rápido que le fue posible, siguiendo las huellas y los gritos de las personas que eran perseguidas. En un punto todo quedó en silencio, ya no veía más huellas ni marcas de alguna pelea en la corteza de los árboles.

—No, no, no —dijo pensando en lo peor que pudo haber pasado —. ¡Gala! ¡Gala, dime dónde estás! —aún con la desesperación casi nublando su mente, esperó por una señal.

El viento sopló al este y los lobos aullaron al sur, así como cientos de insectos cantaron a su alrededor. No podía romper su promesa.

—¡Deja a mi hijo! —gritó su querida Gala seguido del fuerte retumbo de una escopeta siendo accionada.

Kelso reanudó su carrera, a la par de minutos llegando hasta los dos defensores masacrados y el resto de personas tomados de rehén por los Caídos y su capitán. Éste mismo de distintiva armadura lanzó a su mujer con uno de sus brazos contra un árbol al tener la osadía de atacarla, y con otros dos sujetó a Alexei, mirando con detenimiento a la cría humana con la que no había esperado encontrarse. El capitán alzó al infante en el aire y lo atrapó, de alguna forma jugando con él y haciéndolo reír.

—¡Hey, deja a mi hijo! —gritó Kelso apuntando su cañón directo a la cabeza del Caído.

El capitán gruñó, ordenando a los demás Caídos que bajaran sus armas que de seguro le darían una muerte segura al hombre que se encontraba en frente. Acto siguiente de bajar al niño y hablar realizar una especie de aullido para llamar a los suyos que se encontraban lejos. Por último habló en su dialecto en un intento de advertir al humano sobre lo que encontraría más adelante.

La intervención de una rápida bala impactando en la cabeza de un vándalo los hizo huir finalmente al mismo tiempo en que Kelso se lanzaba a su hijo para protegerlo de los demás proyectiles que se precipitaron contra los enemigos. En medio de aquello se arrastró hasta Gala y también la protegió con su cuerpo.

En poco tiempo el fuego cesó, haciendo que los gritos de las personas que sobrevivieron se hicieran notables y después se calmaran al ver a Orson y demás defensores con vida al lado de una mujer de raspada armadura oscura que era capaz de camuflajearse sin problema con el terreno, y que cargaba consigo un fusil de francotirador.

—¿Quién o qué eres? —preguntó Kelso.

—Ayane Takanome, líder de los Guardabosques —respondió viendo con pesar a los que habían muerto —. Escogieron el camino correcto.

 
 
 
 
Félix pateó ligeramente los pies de Kelso para por fin despertarlo. El cazador a los pocos minutos ya se había espabilado, recordando aquel sueño que tenía que ver con el famoso mito de los Guardabosques de Takanome. También otra de las imágenes que habían quedado grabadas en su cabeza fue su hijo siendo cargado por aquel Caído de un extremo parecido a uno de los dibujos que había visto de la hechicera entrometida en Marte.

—Te aseguró que estuve llamándote por más de media hora —se excuso el espectro al sentir la mirada del cazador —. Cada vez es más difícil despertarte. Quiero pensar que tus sueños son más agradables.

—Éste lo fue —afirmó poniéndose de pie y sacudiendo el polvo de sus pantalones —. ¿Algo nuevo de lo que debo enterarme?

—¡Sí! —contestó Eros al instante —. Hariks y la espectro se marcharon por la madrugada, dejaron nuestras armas intactas. También Warlock y Narah salieron a cazar, en cuanto lleguen y todos se den un merecido desayuno, podremos ir a los Fragmentos.

—¿Crees que sea buena idea ir allá? —el guardián consultó a su espectro.

Eros dudó de su respuesta porque era claro que no era de las mejores que habían, aún así tenía esperanza de que pudiera funcionar.

—Nunca tienes buenas ideas y aún así, mírame, aquí sigo.

Kelso sonrió con levedad al mismo tiempo en que se levantaba y se colocaba su capucha.

—Oye, entrometida —le habló a la hechicera, quien de inmediato dirigió su atención a él —. Ese Caído de tus dibujos, ¿quién es?

—¿Para qué quieres saberlo? —Vraliks se colocó a la defensiva.

Antes de que Kelso volviera a insistir, el desayuno había llegado. El hechicero y la cazadora habían traído con ellos varios conejos y solicitaron ayuda para preparar una fogata donde cocinarlos, así como alguien más que pudiera despellejarlos. A la media hora todo estaba listo para comenzar a comer.

Narah y Wesk retiraron sus cascos y tomaron cada uno una ternera, seguido de Félix y por último Kelso. Los Exo sólo estuvieron de espectadores, en realidad no necesitaban alimentarse para mantenerse con vida.

Eros observó como su guardián miraba el rostro azul de Narah. Seguía igual de hermosa como la última vez que se vieron, hace mucho tiempo. La cazadora devolvió la vista, haciendo que Kelso desviara sus ojos al suelo.

—Llevaba tiempo que no probaba una buena comida —susurró Félix, atrayendo la atención de los tres guardianes que no sabían absolutamente nada de él.

—¿De dónde eres? Nunca te había visto en la Torre —cuestionó Wesk.

—Es mejor que no sepan —contestó apenas terminando su ternera.

Una vez que todos terminaron, verificaron la munición e invocaron sus colibríes para checar sus estados antes de ponerse en marcha. Wesk ayudo a la cazadora con lo suyo para finalmente despedirse de ella al tomar su mano y darle un beso en la mejilla.

Todos subieron a sus vehículos y fijaron su rumbo. Los dos cazadores tomaron una ruta diferente, llegando hasta una vieja mina donde eliminaron unos cuantos Caídos y luego se posicionaron para informar a sus compañeros que ruta tomar y cuántos enemigos tenían que eliminar. Narah y Kelso disparaban en conjunto a los hostiles que pretendían flanquear a los demás guardianes. Una vez realizado, Kelso volvió a llevar su mirada a la cazadora.

—Deja de verme así —Narah desenfundó una pistola y apuntó a la cabeza del cazador a su flanco izquierdo.

—No lo estoy haciendo —replicó disparando del fusil de pulsos que el Buen samaritano le había prestado para que pudiera realizar eficientemente su tarea a larga distancia.

—Claro que lo haces, sabes que siempre pude sentir tu mirada —murmuró con cierto desagrado al recordar los momentos que estuvieron juntos.

Un silencio incomodo fue creado a la vez que cada uno pensaba en su pasado.

—¿Desde hace cuánto sales con él? —inquirió viendo de reojo como su compañera guardaba aquella pistola.

Aquella pregunta tomó a Narah desprevenida.

—Tres años —respondió disparando nuevamente a más hostiles —. No digas nada más sobre el tema porque anoche te escuché decir un nombre: Gala. Mínimo espero que me digas algo sobre la mujer que estuvo contigo cuando me abandonaste.

—Es... difícil de explicar. Te aseguro que es algo del pasado —indicó, molestando a Narah con su respuesta.

—Eso pensé —la cazadora cambió de posición para brindar más apoyo.

Kelso negó con la cabeza, consciente de agravar aún más la poca relación que tenían, mientras también se cambiaba de posición.

—Wow, parece que empeorar las cosas forma parte de tu encanto natural —habló Eros, aún oculto en la capucha de su guardián.

—Cállate.

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