Capítulo 1. El Infausto Cazador (Parte uno)
Sistema solar. Planeta Tierra, Antigua Rusia. 13:15 (Hora terrestre).
Kelso caminaba entre la gélida nieve que abundaba en las inmensas montañas de la Antigua Rusia, en la búsqueda de más espectros muertos. Recientemente, su compañero inorgánico, Eros, había detectado la Luz de otro espectro; perdido o herido. El cazador tenía que rescatar al espectro o recuperar la valiosa información que recaudó a lo largo de su viaje. Obviamente se trataba de una misión un tanto... complicada. No se podía descartar el hecho de que esa misma Luz atraería a discípulos de la Oscuridad u otros carroñeros, tales como los Caídos. A pesar de como se les suele llamar, éstos eran bastante inteligentes y organizados a la hora de atacar en grupo. Por suerte ahí estaba el Cañón de mano de Kelso, lista para utilizarse.
—Atento, Kelso —advirtió su espectro —. Detecto señales de Caídos cerca de nosotros.
—Ya era hora —replicó el cazador desenfundando su cañón, ansioso por usarlo —. ¿Podrías cambiar el Shader de mi armadura a uno completamente blanco?
Eros lo cambió de inmediato, haciendo a su guardián casi invisible entre el extenso paisaje nevado. El guardián echó un doble salto a las señales enemigas, buscando su primer objetivo.
Nada.
Aterrizó y echó otro vistazo al área. Su radar indicaba perfectamente que los enemigos estaban justo sobre él.
—¿Eros? —preguntó el cazador, confundido.
El espectro se materializó sobre su hombro, igual de confundido que su compañero.
—No sé qué pasa. Nunca nos había pasado —aclaró dando toda una vuelta, observando con detalle el lugar.
Si bien el cazador era muy conocido por ser tan desconfiado, por esa ocasión no le era posible permitirse esperar horas hasta que algún enemigo se apareciera. Tenía que llegar al espectro a cualquier costo, el cual ya no se encontraba muy lejos de ahí. Eros lo siguió hasta que su búsqueda dio frutos. El espectro de una descuidada carcasa semi ocultado entre la nieve, carecía de Luz alguna. Había muerto.
—¿Esta vez planeas volver a la Torre para informar en persona? —preguntó Eros.
Su guardián había estado tanto tiempo aislado de otros portaluz y de las Vanguardias por voluntad propia.
—¿Para que el Orador me moleste con un sermón sobre lo que significa ser un elegido del Viajero, o que Zavala me ponga una penalización por mis actos? O ya sé, algo mucho mejor: el exilio —se quejó Kelso, escarbando entre la nieve hasta tener al espectro completamente descubierto —. Yo paso de eso.
Con un simple toque revivió al espectro, esperando que el suyo estuviera listo para recuperar la información que contenía antes de que no se convirtiera en nada más que en partículas.
—¿Siquiera regresarás para ver a Narah? —inquirió nuevamente su diminuto acompañante, buscando cualquier forma para que retornara a la Torre.
Kelso pensó unos momentos antes de dar una respuesta, y es que aún sentía algo por una guardiana Insomne que era todo lo opuesto a él; seguía la palabra del Orador, sirviendo tan fiel como ciegamente al Viajero, no indagando en su historia y mucho menos dudando de ello.
—No —contestó después de meditarlo —. Sí tengo suerte la encontraré patrullando la ZME.
El espectro descendió con lentitud al mismo ritmo que lo habría hecho una hoja. Ya se daba por vencido en una nueva ocasión por devolverlo a la Torre, por lo que se enfocó en sólo revisar la información adquirida e irse de ahí. Con su único ojo proyectó sobre el otro espectro una luz holográfica cuadriculada hasta por fin haber obtenido lo que buscaba. La información conseguida era confusa. Fragmentada. Como si algo hubiera llegado antes que el guardián para llevarse lo más importante. En las memorias del espectro muerto sólo quedaban registros de una amenaza a los guardianes, cosa que recibían a cada día, pero aún así no se les podía ignorar. El único detalle era que los datos estaban incompletos, un hecho que no le agradó del todo al guardián.
—¿Los Caídos? —pensó Kelso, en voz alta.
El cazador dudaba de un ataque a gran escala por el hecho de que las Casas de éstos eran rivales, pero poco a poco sus dudas se disiparon desde que habían comenzado a desaparecer sin razón alguna al abandonar las Casas y sus estandartes como si antes no hubiesen tenido algún valor. Aunque por parte tenía sentido y llegaba a ser una buena estrategia, dejando que la humanidad se sintiera victoriosa contra los Caídos después de un siglo de lucha para luego atacar. Por suerte la Última ciudad, trás la Batalla de la Grieta del Crepúsculo, había mejorado las defensas y sus murallas. Eso contando con las nuevas habilidades de los guardianes para lograr repeler algún otro ataque.
—¿Qué tal la Colmena? —sugirió su espectro.
No era nada nuevo que intentaran algo contra el Viajero y los guardianes. El simple hecho de querer acabar con la Luz y haber logrado asesinar a cientos de guardianes a lo largo de los años era motivo suficiente para ser de los más odiados enemigos de la humanidad.
Ambos compañeros desde su primer encuentro, compartían sus dudas y pensamientos sobre cualquier tema que se les pusiera enfrente. Algunas veces estaban de acuerdo, y en otras no tenían la misma suerte.
—Como me gustaría saber más de Eris. ¿Crees que la Vanguardia esté al tanto? —dijo el hombre levantándose de su lugar —. Puede que esta vez sean de ayuda.
El único ojo brillante de Eros se centró en él cuando por fin su guardián, de alguna forma, se disponía en pisar la Torre después de años de su ausencia. Lo mejor de todo era que en esa ocasión no había requerido rogarle ni nada parecido. De haber sabido tiempo atrás, hubiera empezado por hacerle buscar a Eris Morn.
—Ahora recuperemos lo que falta —indicó Kelso, no ignorando la información a medias.
El cazador examinó el terreno a su alrededor, buscando en la nieve huellas de cualquier tipo o pistas que le ayudaran a definir al ladrón. Luego de un breve tiempo de una búsqueda minuciosa, encontró las marcas de un Caído. Después de todo las lecturas de su radar y espectro nunca estuvieron erróneas. El guardián siguió colina abajo hasta observar en la distancia al Vándalo que trataba de cruzar un extenso lago congelado. El cazador tomó su rifle de precisión para rápidamente apuntar. Respiró hondo y lo mantuvo así para enfocar aún más a su objetivo. Cuando se sintió listo, la bala silbó por el aire hasta apenas rozar uno de los cuatro brazos del ser y terminar impactando en el hielo. Otras tres más se realizaron segundos después al mismo punto, desconcertando al Caído por unos momentos antes de que pudiera escuchar como el hielo crujía. Sólo le costó un paso para que su base de rompiera, sumergiendo al Vándalo en las gélidas aguas.
—¿Sabes que los Caídos resisten a distintas temperaturas, incluyendo las frías? —preguntó su espectro, a oídos de su guardián.
Éste asintió, asumiendolo por completo. Seguido de eso dio otro salto, esta vez siendo teletransportado cerca de su objetivo. Caminó un par de pasos y se detuvo frente al hueco en el que se hundía su enemigo. La hostil criatura con las que luchaba día a día, se hundía lentamente por su pesada armadura al mismo tiempo en que hacía lo posible por salir de ahí.
—Bien, amigo. Podremos hacer esto más rápido y fácil... —habló el guardián, sabiendo a la perfección que esas criaturas los entendían mucho mejor que cualquier otro.
El vándalo al tenerlo a un metro de él, prefirió hundirse a escucharlo. El cazador colocó ambas manos en la cintura, claramente sorprendido.
—O podrías ahogarte de ahí... —añadió el guardián ante la osada elección.
El hielo crujió bajo sus pies, acompañado de un par de disparos sin éxito contra el cazador que rompió la superficie a sus pies y lo llevó también a hundirse bajo el agua. Eros de inmediato hizo su presencia y permaneció en la superficie tratando de adivinar lo que pasaría ahí abajo antes de tener que reanimar a Kelso. Mientras tanto, el cazador batallaba contra el caído que trataba de apuñalarlo ahí mismo a la vez que nadaba a la superficie antes de que su cuerpo se entumeciera por la extrema y baja temperatura a la que estaba expuesto. El guardián con poco oxígeno y tiempo para salir antes de morir, empuñó su cañón y disparó en una ocasión a su atacante en el pecho. Este dejó de atacarle por el impacto crítico que tuvo, y finalmente se dispuso a morir en las profundidades de aquel lago. Más el guardián se negaba a perder la valiosa información que había tomado y lo sacó, a como pudo, de allí.
En tierra firme, y con el sol pegando con todo el calor que podía generar en el cuerpo del cazador, Kelso se dispuso a ayudar al Caído para evitar que muriera y la información se perdiera con él, pero no antes de atar cada extremidad para prevenir más complicaciones.
Planeta Tierra, Antigua Rusia. 14:45 (Hora terrestre).
—¿Aún consideras que sea buena idea que lo llevemos con nosotros? —aludió Eros, observando por breves momentos a las bestia caída que se encontraba atada y era arrastrada por su guardián.
—Sabes que mis ideas no son tan brillantes... —repuso el cazador, sujetando con firmeza el grueso cable sobre su hombro con el que daba un paseo a su nuevo amigo.
El espectro calló en cuanto vio al caído despertar. El vándalo se movió de un lado a otro, buscando la manera de librarse de los extraños cables metálicos con los que su raza usualmente colgaban los estandartes de las Casas; nunca creyó que eran tan resistentes, hasta ahora. Luego de un intento en vano, dejó de hacerlo. No tenía caso.
—De nada —habló el guardián, en un tono fanfarrón —. Gracias a mí, pero más al éter y a mi espectro, sigues con vida —continuó.
El vándalo había olvidado aquel enfrentamiento que tuvieron tiempo atrás donde recibió un disparo en el pecho. Trás eso, prosiguió con el forcejeo esperando, más que liberarse, molestar a su captor para que lo asesinara. Nuevamente no hizo nada diferente.
—Iré al grano —clamó el cazador cambiando a una notable seriedad en su voz —. Tú tienes algo que no me pertenece a mí, pero tampoco a tí. Mas sin embargo, de los dos, soy el único que realmente lo necesita.
El Caído sabía a qué se refería. Aquella información que le había arrebatado a esa metálica criatura tenía más importancia de la que esa escoria creía, y de ningún modo se le podría otorgar. Ya no.
Eros se acercó aún más al caído, nunca había tenido a uno tan cerca sin que intentara matarlo. Éste forcejeó como si hubiera querido atrapar con alguno de sus cuatro brazos a la diminuta cosa metálica que le miraba.
—Creo que no es muy agradable —mencionó el espectro, a la vez que retrocediendo de regreso al hombro de su compañero.
Kelso se carcajeó.
—Yo tampoco lo seré.
El guardián siguió arrastrando a su nuevo amigo hasta un pequeño declive de tierra, seguramente creado por una excavación para nada humana. Alrededor no había nada más y nada menos que estructura de la colmena, y al fondo, lacayos sedientos de carne y Luz. El cazador colgó al caído en una de las orillas y llamó la atención de la colmena, atrayendo a los lacayos que en todo momento trataban de acabar con el caído.
—Última oportunidad de darme lo que busco —advirtió en un tono juguetón.
Al caído no le importó.
—La muerte es el castigo más clemente... —replicó.
Eros de inmediato se acercó a él, bastante impresionado.
—Puedes hablar nuestra lengua —el espectro volvió a observar al prisionero de su guardián.
El caído gruñó, y siguió esperando su muerte a manos de los lacayos. Kelso lo sacó de ahí y lo recargó en una roca, se sentó frente suyo y revisó rápidamente la munición de su arma.
A pocos metros de ahí se escuchaban los rugidos atemorizantes de los lacayos que aún deseaban tener algo que matar.
—Tienes razón, la muerte sería lo más clemente —concordó el cazador, y apuntó su cañón de mano en dirección al sonido de los lacayos. Apenas veía a alguno y disparaba una y otra vez hasta que ya no quedaba ninguno —. Eros, por favor que la nave nos recoja —ordenó.
El espectro hizo una especie de asentimiento y desapareció, en la espera de varios minutos hasta que su transporte apareciera. En el radar de cercanía detectó movimiento enemigo, pero que a su vez, desaparecía y volvía a aparecer. Cuando corroboró las lecturas, se percató de que era una amenaza real.
—¡Kelso, cuidado! —advirtió, con la presencia de un Caballero en sus datos que se dirigía hacia ellos.
Su enemigo arrastró en todo el transcurso su larga y pesada espada hasta llegar al guardián, y blandir la misma con tan agilidad y facilidad que daba la sensación de que su arma estaba hecha de un material mucho más ligero del que realmente era. El cazador evadió y disparó desde la cadera con una réplica de la famosa As de picas a su no tan deseado acompañante, algunas balas se incrustaron sin ningún problema en la extraña coraza del caballero, otras simplemente rebotaban en dirección indefinida hasta llegar a parar en el suelo u otro material a su alrededor. La criatura trás recibir una lluvia de plomo, contraatacó primeramente creando una finta al guardián y para cuando bajó la guardia, lo golpeó en su casco con la empuñadura de su arma con tanta fuerza que de ese mismo golpe derribó a su contrincante con una severa contusión.
El espectro se materializó y se preocupó al saber que su amigo no despertarían en un tiempo.
—Oh, no... —se dijo a sí mismo.
—Liberame —ordenó el caído, mirando fijamente a la pequeña luz flotante.
Eros se negó al principio. «—Que estúpido sería si lo hiciera—», pensó en un principio. Luego de ver como el caballero estaba dispuesto a terminar con lo que empezó, desapareció los cables que mantenían a la bestia de cuatro brazos cautiva. El vándalo se alzó con rápidez y tomó el cuchillo que todos los cazadores portaban escondidos entre sus mangas o armadura y se abalanzó sobre el caballero, generando varios cortes en puntos los puntos de flexión que la armadura no podía cubrir para finalmente llegar hasta lo que era su garganta y rebanarla sin piedad alguna.
—Maldita plaga... —soltó con desdén.
El caído caminó directo al cazador con el cuchillo aún entre sus brazos y contempló como aquella diminuta cosa metálica se interpuso entre él y el guardián, a sabiendas de que no lograría nada más que su muerte antes que la de su compañero.
—Mas les vale no buscarme —dijo en advertencia lanzando la hoja para incrustarla en el suelo, a tan sólo unos cuantos centimetros de la mano de Kelso.
Eros se quedó callado. Nunca antes un caído había mostrado misericordia ante un guardián. Siquiera sabía si dar las gracias era lo más adecuado. Sólo se limitó a ver como la criatura desaparecía entre la distancia y ruinas de estructuras que una vez le pertenecieron al Humano y a su Edad de oro.
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