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7. Pase lo que pase

—¿Alguna vez me mirarás como lo hacías antes?
—No... Nunca te volveré a ver así. Porque antes de esto, no sabía que eras esencial para que me sintiera vivo.
(E.Frank)


El tiempo pasó insidiosamente lento. Para todos. A veces se sentía como si hubiera sucedido apenas ayer –cuando Alec despertaba empapado en sudor frío, con el cuerpo adolorido con el recuerdo y la garganta en carne viva por los gritos que no podía evitar– y en otras parecía que hubieran pasado siglos de aquellos momentos cuando eran felices, dormían y despertaban abrazados.

¿Por qué la vida era tan injusta?, Alec se preguntaba mientras estaba en el pulcro sofá de la Sala de espera. Había un nudo en su garganta. Magnus estaba unos metros más allá, caminando con Max alrededor del lugar para distraerlo.

Se limpió furioso, en un movimiento rápido, las lágrimas que empezaban a acumularse y escapar. No era justo y no importa lo que su psicólogo dijera: él decía que debemos entender que las cosas malas no sólo le pasaban a los malos, que los buenos también sufrían y eso no es un castigo de ningún modo, que no pagaba por nada; y que, desgraciadamente, no siempre los malos pierden...

Alec lo odiaba. ¿No se supone que él lo ayudara? ¿Que dijera algo que lo hiciera sentir mejor?

Y lo peor era que más de una vez había dicho que debía ser completamente honesto. Insistía en que Alec mentía o que, al menos, se guardaba una parte de la verdad. Y era cierto, ¿no? A nadie le había contado sus sospechas: que quizá esos hombres formaban parte de los mismos que mandaron matar al padre biológico de Max.

Quemaba callar eso, porque se sentía como una traición hacia Magnus. Alec podía tener este miedo irracional hacia él –y a la mayor parte del resto del mundo–, pero lo seguía amando con todo su ser y parecía incorrecto no contarle la verdad completa. Pero... ¿y si hablar lo hacía más peligroso, no para él sino para Max? Él podría vivir en el infierno, siempre que hubiera un pedacito de cielo para su hijo. No importa que la culpa y el dolor lo comieran un poco más cada día.

No importa que Magnus nunca volviera a mirarlo con amor, que siempre estuviera en sus ojos esa pena, que lo considerara alguien roto irremediablemente. Muchas veces –sobre todo cuando Magnus estaba ocupado con Max y no corría el riesgo de ser atrapado– Alec lo observaba con atención, la luz que siempre estaba en esos ojos verde dorado –y que seguía presente cuando jugaba con su hijo– se apagaba cuando se volvían hacia él; aquella frescura que siempre lo acompañaba se congelaba o ardía, depende del humor en que Alec se encontrara. De verdad que no quería ser así, sabía –en el fondo lo hacía, sabía la diferencia– que Magnus nunca lo dañaría, pero no podía evitar sus reacciones. Su miedo.

No importa que Magnus nunca volviera a tocarlo, que nunca volviera a hacerle el amor y las pesadillas le hicieran olvidar que el sexo no siempre duele, que no todos son monstruos, que hay manos que acarician con amor y no te destruyen...

—¿Alexander? —la voz era suave, pero insistente. Como si no fuera la primera vez que lo llamaba. Cuando Alec miró hacia arriba, Magnus estaba más cerca de lo que había esperado. Lo notó apesar de lo borroso de su vista debido a las malditas lágrimas que se habían acumulado de nuevo. Su sorpresa fue tal que tardó en darse cuenta de la mano de Magnus...en su hombro.

Ambos se congelaron.


* * *

Alec pareció contener el aliento y Magnus sintió el pánico crecer. Era con seguridad la primera vez que había contacto físico entre ellos después de...de lo sucedido.

Magnus sabía que era mejor no llevar a Max por muchas razones, pero Alec parecía tomarlo como su ancla. Era, muy seguramente, lo único que lo mantenía en pie y luchando.

Pero cuando una enfermera apareció en compañía de Etta para llevárselo un momento, Magnus se preocupó. ¿Por qué tenían que separarlo de ellos? ¿Era tan grave lo que iba a decirles? ¿Alec tenía algo, le habían contagiado alguna enfermedad?

Quería negarse, pero no tenía sentido. Y cuando echó una mirada a Alec, se dio cuenta que estaba llorando, así que le permitió a la enfermera hacerse cargo de él un momento y le pidió a Etta un par de minutos antes de entrar con ella y ver los resultados.

Le partía el corazón verlo así. Saberlo herido, roto y no poderlo ayudar a juntar sus piezas, no poder reconstruirlo con su cariño. Quería demostrarle su apoyo y su amor con algo más que su presencia silenciosa, quería abrazarlo con fuerza y que llorara en su hombro, que se desahogara con él, que hablará con él. Pero no podía. Alec no estaba listo y no podía cruzar esa línea.

Y quizá fue por eso que, después de llamarlo tres veces y sin darse cuenta, puso su mano en el hombro de Alec.

Ni siquiera lo notó. De verdad. Ni el haberse agachado tanto. Sus rostros estaban cerca. Y Magnus no sabía quién tenía más miedo en ese momento: Alec o él.

Magnus se congeló. Sabía que debería alejarse rápidamente, para no afectar más a Alec. Pero no pudo. Por Dios que su cuerpo no obedecía las órdenes de su cerebro de alejarse rápido de él.

Los labios de Alec temblaron. Y afortunadamente en ese momento una puerta se abrió y la voz de Etta se escuchó: —¿Alexander?

El encanto se rompió. Magnus tropezó un poco hacia atrás cuando por fin pudo moverse, sus piernas temblaban. Y Alec hizo un ruido herido al respirar de nuevo.

Magnus mismo sintió sus ojos aguarse mientras Alec se ponía de pie y limpiaba los suyos. Su voz un poco nasal y preocupada: —¿Y Max?

Etta abrió un poco más la puerta. —Max fue con una de las enfermeras. Está seguro, lo prometo. Ella ha cuidado a Nadia también y Catarina y yo confiamos en ella.

Alec asintió no muy seguro. Magnus supuso que quería a su hijo en brazos en este momento, que lo necesitaba para soportar esto...lo que sea que fuera a decirles. La expresión de Etta no era un buen augurio.

Y, como para confirmarlo, sus labios se fruncieron después de que Alec entrara al consultorio. Miró hacia adentro, donde se acercaba a una silla, y después a Magnus; quizá inconscienteme le cortó el paso. —Uh... Yo... Ah... Quizá Alexander preferiría hablar primero a solas, Magnus.

¿QUÉ?

Su primer impulso fue gritar que definitivamente “¡No!”, pero luego miró a Alec. Era su decisión y quizá realmente no lo quería ahí.

Esperó con el corazón en la mano a que respondiera y rogó para que fuera un sí.


* * *


Alec parpadeó confundido.

Había escuchado, pero tardó en procesarlo. ¿Por qué querría a Magnus –el amor de su vida. Porque lo era, aunque esa vida en este momento fuera un desastre– fuera?

—¿Alexander? —no supo quién lo dijo, porque cuando levantó la vista ambos lo miraban esperando.

Él negó y vio a Magnus encogerse visiblemente, aunque asintió listo para irse.

Su corazón dolió y quería más que nada correr a tomar su mano, abrazarlo, aferrarse a él, besar fuera el dolor en su expresión... Pero no podía.

Lo único de lo que fue capaz fue de gritar un poco desesperado: —¡No! Quiero decir, no tiene que irse... —mordió su labio y bajó la mirada de nuevo, igual que su voz—. No quiero que se vaya.

No pudo ver la sonrisa y el alivio evidente en Magnus.

Ni cómo los labios de Etta se fruncieron un poco más, pero asintió. Ella dio la oportunidad, ya no podía hacer más. Pasaría lo que tuviera que pasar.

—Está bien, entonces, hablemos de los resultados de Alec...








* ~ * ~ *

Hola por aquí, ¿qué piensan que les dirá? 🙈

Si vieron la publicación en el grupo en Facebook, saben que hay MARATÓN esta semana 🙆

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